Venezuela, o de la resistencia

El plan de acabar con el gobierno bolivariano no incluía la vía electoral sino la matriz golpista

 

La situación en la República Bolivariana de Venezuela merece un análisis crítico. Por lo menos con dos objetivos: desentrañar, reconocer y exponer los principales hechos reales que acontecen en ese país; e identificar correctamente actores, causas, responsabilidades e intereses en conflicto. Un análisis de esta índole es necesario (en el sentido de inevitable) porque no nos encontramos ante un debate de corte teórico sobre el socialismo, acerca de la viabilidad de la teoría del socialismo del siglo XXI en América Latina, ni frente a las idas y vueltas de su aplicación en Venezuela. Para reponer la “cuestión socialista” es preciso situar la discusión en un contexto internacional, en una fase particular del plan de desgaste programado que busca terminar con la revolución en Venezuela.

Los análisis que circulan en la Argentina sobre la situación venezolana están orientados por signos ideológicos específicos pero también por las posiciones adoptadas con respecto a algunos conceptos centrales de la filosofía política. Por lo menos tres: democracia, legalidad y legitimidad. Estas categorías –que en su aplicación continental refieren principalmente a una tradición liberal-republicana y que implican elecciones libres, periodicidad de los mandatos, multipartidismo y división de poderes– no son exhaustivas en el caso venezolano para comprender lo que ocurre desde que la emergencia del chavismo, hace ya 20 años.

Historicemos. En las posdictaduras latinoamericanas, el trasfondo sobre el cual se construyeron las transiciones democráticas implicó una restricción del universo político. ¿En qué sentido? Las experiencias revolucionarias, anticapitalistas, socialistas, guerrilleras o no, fueron diezmadas o aniquiladas por la serie de golpes de Estado del siglo pasado. Y en la etapa posgenocida se llevó a cabo una reflexión en la cual la reivindicación de la democracia iba por delante de cualquier transformación social y económica de otro tipo. Una vez que los gobiernos militares entraron en retirada, el universo político de nuestra América se redujo considerablemente y se estructuró alrededor de un consenso capitalista, reforzado luego por el auge neoliberal de las décadas de 1980 y 1990, la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética. La esfera política se caracterizó por una “convergencia de opuestos”, en el sentido que tanto los partidos liberales como los partidos nacionalistas (ahora transformados en socialdemócratas), en América Latina no cuestionaron los fundamentos básicos del capitalismo. Paralelamente, la distribución de la riqueza dejó de ser un tema principal de discusión y fue reemplazado por el desarrollo, la desregulación económica y finalmente el achicamiento de los Estados. Con cuotas variables en temas de política social, el conjunto de fuerzas políticas mayoritarias en el continente latinoamericano se enmarcó dentro de este consenso (cerrado) de fin de siglo, exceptuando obviamente el caso cubano.

Chavismo. Esta nueva fuerza política que emerge en 1998, luego de la aparición en México del movimiento zapatista (1994), irrumpe desde fuera del universo que caracterizamos en el párrafo anterior. No se trata de un Partido revolucionario y no tiene una doctrina. Es el resultado del movimiento real de las luchas. Concretamente, de rebeliones populares contra la pobreza y el desempleo como el Caracazo de 1989. Luego de una fallida insurrección militar, se convierte en un movimiento político y obtiene su primer victoria electoral en 1998. Desde entonces abre un nuevo proceso (nacional y continental) que en Venezuela implicó la Reforma Constitucional y que gradualmente, sobretodo a partir del fallido golpe de Estado contra Chávez en 2002, dio paso a una creciente radicalización política con rebotes en muchas latitudes continentales.

Este recorrido que marcamos sintéticamente se precisa para enfatizar el debate sobre las fuentes de la legitimidad. El chavismo llega al gobierno y procede a la reforma de su magna carta dentro de las reglas que había construido el propio Estado venezolano. Desde entonces la disputa entre lo legal y lo legítimo ha sido (y viene siendo) parte de una recrudecida lucha de clases tanto en el interior del país como a nivel imperialista con los intentos estadounidenses de derrotar al chavismo. Por todo esto es que no podemos analizar el escenario venezolano –solamente– con los sentidos adjudicados tradicionalmente a las ideas de democracia, legitimidad y legalidad, aunque a todas luces, ellas nos permiten reconocer que una autojuramentación en una plaza no inviste a nadie como Presidente, ni en Venezuela ni en ninguna parte del mundo. Mucho menos si no hay actores sociales o institucionales dentro del país que puedan transformar esas palabras en realidad.

El chavismo se verificó/verifica como un desafío mayor para las aspiraciones regionales estadounidenses, sobre todo en el contexto de una disputa por la hegemonía capitalista del mundo entre Estados Unidos de un lado y China/Rusia del lado opuesto (geográfica aunque no políticamente). Un desafío mayor por varios motivos. Por la importancia estratégica y económica del petróleo venezolano para hacer funcionar el andamiaje económico de la sociedad norteamericana. Pero también porque la República Bolivariana ha jugado y juega una política exterior tendiente a construir un mundo multipolar –de allí la alianza con Rusia y China– y dentro de ese entramado, un bloque latinoamericano autónomo de integración regional –MERCOSUR, UNASUR, CELAC– con una articulación más definidamente antiimperialista y socialista por medio del ALBA (que implicó una puesta en tela de juicio del ALCA). Hechos más que considerables y contundentes más allá de las propias dificultades económicas –cuya gravedad no minimizamos– que afronta Venezuela y que algunos intelectuales adjudican únicamente al chavismo, como si la “cuestión Venezuela” careciera de la variable imperial(ismo). Hemos leído del “desastre económico y social que produjo el experimento chavista” (M. Leiras, “Venezuela y las brújulas ideológicas”, Anfibia). Una proposición de esta índole no da cuenta siquiera del plan de desabastecimiento y desestabilización económica, social y política que se aplica sobre el país.

Nos interesa debatir esa mirada porque plantea una lectura sesgada acerca de la “cuestión venezolana”. Pues sostiene que una caída más o menos estruendosa del gobierno de Maduro liberaría a América Latina de la “pesada herencia” bolivariana, sinónimo de ese “chavismo” que agitaron todas las derechas continentales en Honduras (golpe en 2004), Paraguay (golpe en 2012), Brasil (golpe en 2016), Argentina (dos tentativas de golpe con motivo de la 125 y el caso Nisman), Ecuador (en donde la revolución ciudadana fue puesta en tela de juicio desde su interior por Lenin Moreno)... También postula que ese derrumbe evitaría (¿anularía?) la relación –que se hace en otros países que tuvieron (o tienen aún) gobiernos populares– con las categorías (y las campañas político-mediáticas que implican) de corrupción y/o autoritarismo. Apenas como apostilla: la corrupción es un elemento inherente a la lógica y al funcionamiento del sistema capitalista. En este sentido, si no estamos dispuestos a pensar una salida del capitalismo (incluso del “capitalismo bueno”) hacia algún modelo de convivencia justo, humano, libre, emancipado, la supuesta interpelación crítica a la corrupción adquiere sin más ribetes morales; cuando en realidad las discusiones parecen girar alrededor del eje de la política.

Dos: la posición de Marcelo Leiras en Anfibia parece estar en sintonía con la que formuló Pepe Mujica al reclamar una suerte de salida sin Maduro ni Guaidó. Se trata de una proposición lógicamente falaz porque pone en estado de “igualdad” a un presidente votado por 6.248.864 de venezolanxs en las últimas elecciones del 20 de mayo de 2018, en las que participaron tres candidatos opositores y que fueron monitoreadas por 150 observadorxs internacionales, con un diputado que se autoproclama “Presidente encargado”: Guaidó. Un diputado casi desconocido en la escena internacional (pero no en Washington), relativamente excéntrico incluso en su propio partido (Voluntad Popular, que había sido conducido por Leopoldo López), de extrema derecha, relacionado con actos de violencia callejera, “legitimado” por Estados Unidos, el New York Times, el Wall Street Journal, Canadá, Israel, el grupo Lima y una Europa dividida. Fiel al programa de reconquista imperialista de Estados Unidos sobre la región, este personaje responde a la misma racionalidad de laboratorio que –en estado descarnado– vimos en Honduras, Paraguay, Brasil (y un tanto más matizado pero no menos problemático en Argentina). Un político de transición, del estilo Temer, cuya función debería (podría) dar lugar a un Bolsonaro posterior.

Sigamos con Anfibia: “En Venezuela quienes hacen política desde la oposición corren riesgos muy serios, la competencia electoral está groseramente inclinada a favor del oficialismo y cuando los resultados de las elecciones legislativas no lo favorecieron, Maduro armó otra asamblea, cambió la constitución, reprimió muy violentamente las movilizaciones opositoras de 2016 y en 2018 renovó su mandato en una elección muy cuestionada”. Sofistiquemos un poco estas consideraciones. Desde su llegada al poder en Venezuela hubo más de 20 procesos electorales. El chavismo ganó 18 y perdió 2, reconociendo inmediatamente su derrota en esos casos. Las elecciones de mayo de 2018 se realizaron en el primer semestre del año en función del “acuerdo” alcanzado en los diálogos entre el gobierno bolivariano y la oposición en República Dominicana. La mediación de ese encuentro no estuvo a cargo ni de Fidel Castro (por obvias razones) ni de Evo Morales, ni de Díaz Canel sino del ex Presidente español José Luis Rodríguez Zapatero (un izquierdista confeso). Finalmente, luego de realizar un preacuerdo, la oposición decidió no firmarlo ni participar de las elecciones. La única explicación que se le puede otorgar a ese gesto es que el plan de acabar con el gobierno bolivariano no incluía la vía electoral sino la matriz golpista ya experimentada en América Latina del siglo XXI.

Sigue la argumentación: “Puede ser tentador atribuir el naufragio a la desmesura del proyecto bolivariano, representada en la grandilocuencia de Chávez o la torpeza y la crueldad de Maduro. Creo que sería un error. El fracaso del chavismo deriva, entre otras cosas, de resoluciones inadecuadas a problemas ideológicos y políticos” (Anfibia). Aquí hay un movimiento doble. En una misma frase Leiras carga las tintas sobre las características personales de Chávez (grandilocuencia) y sobre las supuestas de Maduro (torpeza y crueldad). Y transfiere mecánicamente esas inflexiones subjetivas, propias del líder, a un proyecto político. Lógica primaria que expone pero rechaza: negada con una “crítica clásica” dirigida a las formas (grandilocuencia) y a proferir adjetivos descalificadores (torpeza y crueldad) que carecen de respaldo conceptual. Pero el “fracaso del chavismo deriva, entre otras cosas, de resoluciones inadecuadas a problemas ideológicos y políticos”. Aquí hay una afirmación potente. Es la idea del fracaso. Pero, ¿cómo se explica que una subjetividad política que ganó 18 elecciones en 20 años, a pesar del hostigamiento internacional, que resistió tanto los intentos de golpes de Estado en 2002, 2014 y 2017, como un intento de magnicidio en 2018, fracasó? ¿Una fuerza política que fue capaz de superar el esquema de guarimbas y violencia callejera instaladas en 2017 con la convocatoria democratizadora de una Asamblea Nacional Constituyente fracasó? ¿Un gobierno que logró articular internacionalmente para frenar la ofensiva estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU, una identidad política que desde la juramentación de Guaidó no para de movilizar millones de personas a diario, que ha demostrado capacidad de conducir a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana a pesar de chantajes, presiones y amenazas, fracasó?

El objetivo de esta polémica no es minimizar ni ocultar los problemas acuciantes que afronta la economía venezolana ni la difícil situación migratoria, sino demostrar que un fracaso del chavismo puede derivar sólo de su derrota, de su descomposición o su división. Fenómenos que no se han manifestado. Se trata del deseo de una lógica adversa situar en el debate y en la escena política lo que no está: el fracaso. El chavismo –una identidad popular que en Venezuela expresa al conjunto de la clase trabajadora: un entramado plurisectorial, multi-identitario, pluricivilizatorio: obrerxs, indígenas, negrxs, barrios, jóvenxs, mujeres, profesionales, campesinxs en una articulación plebeya en la que no hay un sujeto mandado a dirigir y a conducir al resto– afronta problemas que tienen múltiples causas. Errores e insuficiencia en las políticas del gobierno, intereses encontrados entre los mismos sectores que integran la alianza bolivariana, el embargo estadounidense y la guerra económica, la caída del precio del petróleo. Factores minimizados o ausentes en el deseo de una lógica adversa que prefiere enfatizar lo que no está.

Es frente a esta lógica adversa que enfatizamos categóricamente –como gesto profundo, intelectual y militante– un rasgo central que está poniendo en el primer plano hoy el pueblo venezolano: la resistencia. Resistencia masiva no sólo en el sentido de soportar situaciones difíciles o adversas, sino también de resistirnos a fetichizar el pensamiento con el objetivo de convertirlo en pensamiento único. Resistir a las posiciones que cristalizan conceptos –democracia, legalidad, legitimidad– cargados de historia, interpretaciones, luchas y dialéctica hasta convertirlos en un pensamiento único (y autoritario). Pensamiento que desconoce, niega o ignora la potencia plebeya que emana de la calle venezolana, de los tiempos de los barrios en donde golpea la violencia paramilitar y el plan de desabastecimiento. Es en ese mismo espacio público, habitado por cuerpos que se resisten a transformarse en desechables (o en meros deshechos) y poblado por palabras resistentes, que lxs venezolanxs reafirman que pese a todo están de pie defendiendo su soberanía, su autodeterminación y su democracia. Resistir como subversión de estructuras y discursos institucionales y académicos prolijamente hegemónicos. Resistir como forma de problematizar y preguntar por el sentido y el lugar del sujeto que escribe, que opina y que lee, que se manifiesta y milita. Resistir como forma de romper la continuidad de una temporalidad lineal, de un universo político cerrado en el que vuelve a situarse de manera díscola un sueño y una utopía que no declinaron. Socialismo.

Un socialismo que más que por el avance de su realización concreta –que por cierto encuentra dificultades y contradicciones– sigue siendo una idea peligrosa para el dominio total, totalizante, totalitario del capitalismo en cualquiera de sus formas. Socialismo en Venezuela quiere decir autonomía, independencia, soberanía económica, poder popular: democracia. Ideas que no es necesario afirmar como ya realizadas para que movilicen en su defensa. Ideas que ni a fuerza de saqueos, guerras económicas, golpes express han logrado dispersar y debilitar al chavismo. Chavismo que junto con la revolución boliviana sigue luchando contra sus propias limitaciones, contra sus contradicciones, contra campañas mediáticas, económicas y políticas y –también– contra una parte de la intelectualidad que opta más por la autocomplacencia que por el pensamiento militante desplegado en el medio de una lucha de trincheras de ideas. La imagen de ese pueblo de pie que resiste debería permitirnos rescatar el valor de la dignidad y de la autonomía, de la vida, del pensamiento propio, arriesgado e incómodo para esos poderes que atacan a diario la propia existencia del campo popular. Debería permitirnos identificar allí una democracia, una legalidad y una legitimidad trabajadora, popular y plebeya que juega consciente su rol sobre el terrero de la historia latinoamericana del siglo XXI.

 

 

Rocco Carbone, Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET.

Ernesto García es Profesor en Filosofía por la Universidad Nacional de la Plata.

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