Esto podría ser el comienzo de un folletín por entregas, pero no lo es. Hoy es miércoles 7 de mayo. La hora, qué importa.
Desde Sarmiento y Larrea bajo con la procesión esquivando repositores de tiendas que salen al cruce cargando enormes fardos de telas, hombres de barba y kipá comidos por los nervios pasan hablando por celular. De las bocas de los bazares chinos sobresalen todo tipo de bagatelas: pelotas de plástico, muñecos, mochilas; un senegalés abre su “pobre fortuna ambulante” (merci Baudelaire) y me ofrece un par de anteojos. Debajo de un toldo y apoyada contra una cortina metálica, una boliviana y su manjar del día: porción de pollo a la broaster con arroz a 3.500 mangos.
La cuestión es que estoy en el barrio del Once, merodeándolo, en busca de esas pepitas de oro que suelen caer de las voces anónimas del vulgo: sus palabras jergales y modismos, sus entonaciones y medias frases soltadas como al pasar serán en este día todo mi festín.
El goce consiste en pararme a metros de cualquier esquina que tenga semáforo, lo hago siempre a contramano del tránsito, la calle debe ser mano única. ¿Cuál es el disfrute? Ver cómo el malón de gente detenido por la luz roja del semáforo se apelotona en la punta del cordón desesperado por cruzar la calle; pero el goce mayor se da cuando el semáforo muestra su luz verde y el malón se desagota y comienzan a llegarme las primeras voces del vulgo, bella babel idiomática para el oído de uno, palabrerío fresco, vivo, humano. Por eso, nada mejor que las ferias, las estaciones de trenes, las tribunas de futbol, las terminales de ómnibus o barrios cosmopolitas como este para sentir el verdadero contrabando de la lengua: ayer el criollo, el piamontés, el turco, el ruso, el vasco, el polaco…, hoy el senegalés, la venezolana, el porteño, el peruano, la dominicana, el paraguayo, el chino...
Vayamos al grano. Entre el malón que bajaba a mil por hora por calle Larrea divisé a una mujer de unos cuarenta años. Llevaba atado a la cintura un delantal de cuero con dos o tres termos y al pasar a mi lado soltó el voceo: ¡Caaaafecafecafeeee! Por esos extraños juegos de la mente me quedó flotando en el oído no el alargamiento de la vocal “a” del principio ni la “e” del final, sino lo que pasó en el medio a partir de la “efe” fricativa: “fecafeca”, y me dije: ¡Faaa!, esta mujer, sin saberlo, me acaba de regalar el doble “vesre” de la palabra café. La mujer se perdió. Yo me quedé con ganas de probar la infusión porteña y agradecerle con estos versos:
Vesre que te quiero vesre.
Vesre viento. Vesre ramas.
El bondi sobre la cal
y el yobaca en la montaña.
Con un termo en la cintura
vos soñás con tu barriada,
vesre carne, pelo vesre,
con ojos de negra plata.
Vesre que te quiero vesre.
Bajo la luna lunfarda,
la yeca te está mirando
y vos no podés mirarla.
Mundo vésrico
Se sabe que el vesre, “metátesis ejercida sobre determinadas palabras”, es uno de los recursos de la verba lunfa. José Gobello dice que “ingresa en el lunfardo por el costado de la delincuencia. Y que asumida su forma vésrica, el vocablo ya no es el mismo”. Andrea Bohrn, compañera de fila de la Academia Porteña del Lunfardo y sabia en este tipo de asuntos, lo define como “el proceso de reestructuración o reordenamiento silábico por el cual se invierte el orden de las sílabas de una palabra para expresar un matiz apreciativo, en particular lúdico, afectivo o despectivo.” Oscar Conde, otro de mis sabios compañeros, en su libro Lunfardo: un estudio sobre el habla popular de los argentinos (2011), hace notar que “las formas vésricas consagradas del lunfardo, esto es, aquellas que registran mayor frecuencia de uso, no llegan a las doscientas ochenta voces”, y vuelca una batería de ejemplos con palabras de dos, tres y cuatro sílabas, algunas con inversiones simples: broli (el vesre de libro); con inversión silábica y cambio de acento de agudas a graves: camba (el vesre de bacán); de graves a agudas: trocén (el vesre de centro); de tres sílabas con transposiciones de atrás para adelante sin cambiar acento: dolape (el vesre de pelado); convertidas en agudas: chegusán (el vesre de sánguche); con transposición de las sílabas finales pero dejando la primera estable: atroden (el vesre de adentro); con trasposición de la sílaba final asumiendo la posición inicial mientras que las otras se mantienen estables: ñocorpi (el vesre de corpiño). Como verás, un tremendo y hermoso quilombo, por eso pongamos acá un enorme etcétera…
El uso del vesre en el poema y la letra de tango
Si estoy en el barrio del Once, cómo no nombrar a dos de sus mejores habitantes que supieron jugar al vesre –“verres” dirá el Malevo Muñoz–, que en apenas cuatro versos de La canción de la mugre de su libro La crencha engrasada nos regala dos inversiones silábicas:
Milonguero, haragán y prepotente,
mancusa al verres y pasa a lo bacán.
Las horas divide entre el far-niente,
la timba, la gayola y el gotán.
El otro caso es Discepolín y su tango ¿Qué sapa señor? ¡Qué bien puesto ese “sapa”! ¿No te parece que al ofrecerlo en forma vésrica, ya desde el título nos invita a presentir que en la historia a narrar todo estará dado vuelta?
Qué “sapa” señor
que todo es demencia
los chicos ya nacen
por correspondencia
y asoman del sobre
sabiendo afanar…
Los reyes temblando
remueven el maso
buscando un yobaca
para disparar.
Y en medio del caos
que horroriza y espanta
la paz está en yanta
y el peso a bajao.
Tan actual que la escribió mañana:
Otro vesre que me enloquece (y encima lo canta El Mudo) es el que asoma en Como abrazado a un rencor, sin duda una de las mejores letras del tango. Su autor, Antonio Podestá, no se anima a nombrar a la muerte y dice: anda un “algo” cerca ´el catre olfateándome el cajón. ¡Qué maravilla! A la muerte la llamó un “algo”. Pero volviendo al vesre, entre “cabeza” y “zabeca” Podestá se decide por esta última: los recuerdos más fuleros me destrozan la zabeca; y claro, el tono desgarrador de esta letra ácrata nos lleva a imaginar y sentir cómo en la “zabeca” de ese hombre lleno de sufrimientos, los pensamientos están todos torcidos, revueltos, oscuros.
Esta noche para siempre terminaron mis hazañas,
un chamuyo misterioso me acorrala el corazón,
alguien chaira en los rincones el rigor de la guadaña
y anda un “algo” cerca ‘el catre olfateándome el cajón.
Los recuerdos más fuleros me destrozan la zabeca:
una infancia sin juguetes, un pasado sin honor,
el dolor de unas cadenas que me queman las muñecas
y una mina que arrodilla mis arrestos de varón.
El Mudo descociéndola:
Jugar a inventar
Si el vesre es una travesura lingüística llena de ironía, gracia y picardía, si al dar vuelta la palabra cambia su grafía original, su sonido y se nos ofrece con una nueva carga de significado, por qué no jugar a inventar un “DICCIONARIO APÓCRIFO DEL VESRE”, y decir, por ejemplo:
- Broli: Forma tímida de llamar al libro. Dícese de todo aprendiz de escritor.
- Cobani: Palabra hecha de gas pimienta. Término amado por la familia Bullrich.
- Choborra: Palabra que camina torcida. Entrada la madrugada suele vomitar en árboles y canteros de la ciudad.
- Feca: Infusión porteña mucho más rica que el café; se toma entre gomías.
- Gotán: Música de Buenos Aires que se interpreta en los bodegones una vez que los turistas pusieron un pie en el taxi.
- Jonca: Inversión silábica de la palabra cajón; debe realizarse con sumo cuidado, de lo contrario, al dar vuelta la palabra el muerto se puede caer del féretro.
- Mionca: Mujer elefantiásica que encandila al doblar de las esquinas. Palabra de la jerga automotriz y/o de la construcción.
- Rioba: País entrañable de largas dimensiones, apenas una manzana.
- Telo: Sitio sagrado para las grandes batallas.
- Tordo: Doctor en extinción, a veces no cobra.
- Ñoba: Término utilizado por el peatón cuando está a punto de perder el control de esfínteres. A diferencia de “baño”, la palabra ñoba se desliza mejor, sobre todo cuando encuentra el inodoro.
Y podría seguir con “zochori”, “dorapa”, “yotivenco”, “troesma”, “ispa”… pero te pregunto:
–¿Te gustó el jueguito que armé en el título de la nota?
–Sí, dolobu –te oigo decir detrás de la pantalla–. Utilizaste el “verde que te quiero verde” de Federico García Lorca y lo deformaste.
–No, yo no te lo decía por eso. ¿O todavía no te avivaste que “lorca” es el vesre de “calor”?
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