Violencia policial y violencia laboral

Pros y contras de la sindicalización policial

 

La sindicalización policial es un tema rodeado por distintos planteos: el temor por los riesgos derivados del uso de la violencia —el blindaje de esa violencia, la impunidad– o todo lo contrario, la sindicalización como elemento que canaliza los reclamos y ordena. Frente a las primeras posturas podemos decir que tenemos derecho a ser desconfiados y que, con la historia de la Bonaerense, tenemos la responsabilidad de guardar una reserva de desconfianza.

La sindicalización no es la respuesta a todas las preguntas y tampoco la única garantía. Es un debate que se inserta en otro más amplio sobre la democratización policial. La discusión, entonces, debe incluir el análisis del “estado policial” que eclipsa la figura del trabajador, la necesidad de contar con un sistema de rendición de cuentas con la participación de organismos de la sociedad civil, la protocolización del uso de la fuerza letal y no letal de acuerdo a estándares internacionales de derechos humanos, las capacitaciones y entrenamientos continuos, entre otros temas. Todas discusiones que deben incluir a las y los propios trabajadores policiales, quienes son destinatarios directos de estas reformas. Como vemos, no es un tema nuevo, pero sí pendiente y cada vez más urgente.

Me gustaría agregar algunos problemáticas que pueden canalizarse a través de la sindicalización y que podrían contribuir a poner en crisis también a la violencia policial. Me refiero a la violencia laboral que ejercen los superiores sobre el personal subalterno, incluso a veces entre sus propios pares. ¿Cuánta violencia policial está vinculada a otras violencias sociales? ¿Cuánta violencia de los y las agentes policiales en la calle y en sus hogares está vinculada a la violencia que ellos mismos reciben por parte de sus pares y jefes? Sugiero que no puede pensarse la violencia policial desacoplada de la violencia laboral, y que esta última es un factor que hay que sumar a otros (militarización o centralización del arma en la formación en detrimento de la mediación y uso de la palabra, autopercepción como representantes de la autoridad, miradas prejuiciosas y estigmatizadoras sobre ciertos actores, falta de controles judiciales y administrativos, etc.), que crean condiciones para la violencia policial. No planteo una relación de fatalidad o determinación entre la violencia laboral y la violencia policial, digo que la violencia laboral crea condiciones de posibilidad para el hostigamiento que ejercen policías.

 

 

1. 

No hay que actuar por recorte sino por agregación,  hay que leer un problema al lado de otro problema. Las violencias policiales no se pueden comprender sin considerar las violencias sociales: ni el hostigamiento policial sin la estigmatización vecinal, y tampoco sin tener en cuenta las condiciones laborales que enfrentan las y los propios policías.

Hace un tiempo señalamos junto al investigador Nahuel Roldán que había una relación entre el aburrimiento y la violencia policial, que gran parte del verdugueo se explicaba en el tedio con el que se miden las policías de prevención. Hablo de aquellos policías que están emplazados en lugares sobreasegurados, que tienen que realizar sus tareas todos los días donde no sucede absolutamente nada, que están parados en una esquina o desplazándose en un radio de quinientos metros durante cuatro o seis horas, donde no sucede absolutamente nada. Les dijeron que son dueños de una autoridad que no tienen oportunidad de hacer valer porque nunca sucede nada, porque ningún transgresor se va a inmolar sabiendo que hay dos policías parados de floreros en la esquina. Para llenar el tiempo muerto, se dedicarán a detener a algunas personas. Una detención que no será azarosa, que no va a recaer sobre cualquier persona sino sobre aquellos actores que tienen determinadas características que se adecuan a los prejuicios con los que trabajan, que son tributarios de los vecinos que representan.

Pero hay otros factores vinculados también a las condiciones laborales. Cuando hablamos de hostigamiento estamos haciendo referencia al destrato y maltrato que ejercen sobre la “clientela” que consideran de su propiedad. Porque sabemos que las detenciones y cacheos en el espacio público suelen llegar acompañadas de insultos, risas, burlas, provocaciones, imputaciones falsas, preguntas indiscretas, comentarios misóginos o llenos de doble sentido y algunos “toques” o “correctivos” que no suelen dejar marcas en el cuerpo pero que se viven con indignación, que angustian, generan vergüenza, miedo o bronca.

 

 

2.

La Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral del Ministerio de Trabajo de la Nación (OAVL) definió la violencia laboral como “toda acción, omisión o comportamiento, destinado a provocar, directa o indirectamente, daño físico, psicológico o moral a un trabajador o trabajadora, sea como amenaza o acción consumada. La misma incluye violencia de género, acoso psicológico, moral y sexual en el trabajo, y puede provenir de niveles jerárquicos superiores, del mismo rango o inferiores”. La violencia laboral es una forma de abuso de poder que tiene por finalidad excluir o someter al otro, puede manifestarse de varias formas, a veces como agresión física, pero también a través del acoso sexual o la violencia psicológica. Y ejercerse también por acción u omisión. Estas violencias afectan el bienestar y la salud física y psíquica de las personas que trabajan.

El acoso psicológico es frecuente en el trato entre pares y, sobre todo desde los superiores. Me refiero a aquellas situaciones en la que una persona o grupo de personas ejercen un maltrato modal o verbal, alterno o continuado, recurrente y sostenido en el tiempo sobre un trabajador o trabajadora. La “familia policial” es una familia disfuncional, hecha de mucha extorsión hacia afuera pero también hacia dentro. Tanto los pares como los superiores se la pasan probando el valor del policía, su lealtad y masculinidad hegemónica. Esos asedios generan angustia, y en algunos casos pueden sentirse presionados a adecuar sus conductas a determinadas expectativas que no guardan relación con sus opiniones, valores o experiencias de vida. Otras veces, las presiones los desbordan, estresan y, en algunos casos, puede llevarlos a actuar de manera violenta, a reproducir violencias.

Desde la gestión de Nilda Garre, las líneas telefónicas que suele habilitar el Ministerio de Seguridad de la Nación para que los ciudadanos denuncien situaciones de violencia policial, son utilizados también por los y las agentes policiales y sus familiares para denunciar situaciones de violencia laboral por parte de los superiores o situaciones de violencia doméstica y violencia de género por parte de sus parejas o padres que son policías. En efecto, las denuncias de abusos de autoridad, el manejo discrecional de los adicionales, la imposición de recargos de horas de servicios, el manejo arbitrario de la caja chica y los adicionales que corresponde por las horas de trabajo, junto a las denuncias de violencia intrafamiliar, suelen ser los temas habituales en aquellas comunicaciones, que se realizan generalmente de manera anónima.

Hay que pensar la relación entre la violencia policial y la violencia laboral de las que son sujetos y objetos los policías protagonistas del hostigamiento. Violencias que, al no ser canalizadas institucionalmente, pueden ir resintiendo a algunos policías, minando su capacidad de autocontrol, su capacidad para resistir otros destratos con otros actores que, ahora estando más susceptibles, pueden descargar su bronca, su impotencia contra otros actores en mayor situación de vulnerabilidad que ellos.

 

 

3.

El destrato y maltrato forma parte de cultura policial. No hay que perder de vista que estamos ante instituciones muy poco democráticas, hipercentralizadas y jerarquizadas y estructuradas en base a un discurso moral que las quiere separar y blindar del mundo externo. En efecto, el relato de la “vocación” o la “familia policial” impone un código de silencio que habilita todo tipo de arbitrariedades por parte de los superiores sobre el personal subalterno y del personal varón sobre la mujer policía. Como suelen decir algunos policías: “Los trapitos sucios se limpian en casa”.

El destrato y maltrato en las comisarías suele ser la continuación del destrato y maltrato en la formación policial. Si lo que se procura es destruir al ciudadano que llevan adentro, hay que hacerles entender que forman parte de un grupo y que sus opiniones personales no importan o importan muy poco. Los policías son objeto de decisiones que no controlan ni pueden cuestionar. Como les recordó Sergio Berni meses atrás, cuando arengó a parte de la tropa frente a la jefatura en un nuevo acting para la prensa: “Acá no hay lugar para librepensadores. (…) Subordinación y valor”. El que cuestione o quiera cuestionar a sus jefes será objeto de sanciones formales y sobre todo informales de muy distinto tipo. Porque las sanciones no llegan solo de los jefes sino de los propios pares, del vacío que les hacen los pares a un policía “buchón”. Nadie quiere trabajar con un policía “botón” o “buche”, porque podrá ser tratado por el resto de sus colegas con los mismos prejuicios.

En cuanto a las sanciones que imponen los jefes, son varias, entre ellas, la rotación, envío a patrullar a zonas peligrosas o alejado/as de su residencia y afectos; acovacharlos en una oficina y retirarles todo tipo de tareas; quitarles los adicionales y horas CORES que completan el salario y les permite llegar a fin de mes; llenarlos de faltas menores que ensucian su carrera profesional; pararse arriba de su expediente para impedir los ascensos normales.

Las condiciones laborales no son solamente materiales sino morales. No están vinculadas exclusivamente a la degradación de las comisarías y patrulleros, a la falta de insumos de todo tipo para realizar sus tareas, sino también a la economía moral que envuelve las relaciones laborales. Un clima laboral tóxico, lleno de desconfianza, insultos, gritos, comentarios misóginos y sexistas, con jornadas de trabajo muy largas, que suelen extenderse arbitrariamente según el antojo de los jefes, con descansos y francos modificados discrecionalmente afectando la dinámica familiar y los tiempos de ocio, con jefes que no suelen autorizar las vacaciones que les corresponden a los policías, todo eso va generando un clima laboral asfixiante, que estresa, angustia, provoca ansiedades en los agentes.

Por eso, y como ha señalado el investigador Tomas Bover en un libro que se publicará este año sobre la Policía Federal, el ejercicio de la violencia suele legitimarse apelando a las condiciones laborales. Como le dijo German, un informante clave, a Bover: “El hombre de la comisaría está loco, entre la cantidad de horas de trabajo, la mala vida, la mala alimentación…”. Resta saber cuánto de justificación nativa hay en estas palabras para fundamentar el uso de la fuerza, para agregarle legitimidad a una acción que saben es ilegal. Todavía sabemos muy poco, pero si escuchamos a los y las policías nos damos cuenta que forma parte de uno de sus reclamos continuos. Para decirlo con el punto 14 del petitorio que habían presentado los policías al gobernador durante la protesta: “Basta de represalias (sumarios, arrestos, desafectaciones y traslados como medidas de disciplinamiento)”.

 

4.

Este recorrido no busca justificar las violencias policiales. Tampoco significa desresponsabilizar a estos policías que ejercieron sus funciones apartándose de los criterios de racionalidad, proporcionalidad y legalidad. Pero estas violencias hay que comprenderlas sin perder de vista aquellas condiciones de trabajo organizadas según arbitrariedades que se sostienen en un sistema estructurado con lógicas que no guardan actualidad con la sociedad en la que vivimos.

Se trata de comprender las motivaciones que tiene la violencia para los protagonistas. Una violencia que no se va a desandar simplemente adecuando sus funciones a protocolos que recojan los estándares internacionales de derechos humanos o con controles internos o externos. Todo eso es necesario y muy importante. Pero también propongo intervenir sobre los ambientes laborales, para mejorar las condiciones donde desempeñan sus tareas. Y la mejor garantía para que ese y otros cuidados existan es dotar a las organizaciones policiales de un reconocimiento institucional con todas las limitaciones del caso. No solo para canalizar sus demandas salariales sino para poner en crisis un sistema verticalista que resulta muy funcional a las cúpulas policiales. Y sobre todo para que los y las policías no transiten en soledad muchos inconvenientes e ilegalismos que están obligados a llevar a cabo.

No podemos garantizar que un policía bien tratado va a tratar mejor a las personas, pero sí afirmar lo contrario: que un policía mal tratado, cansado, agobiado, va a trasladar esa frustración hacia otros. La violencia que reciben es la violencia que dan. Pero no alcanza con las políticas de bienestar para neutralizar las violencias si al mismo tiempo no se ponen en crisis los otros factores que crean condiciones para la violencia policial.

 

 

 

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