Virus con y sin corona

Algunos virus llegan en avión desde Europa, otros cruzan ríos transportados por mosquitos

 

En el mundo de los virus parece que hay quienes tienen corona y quienes no. Mientras algunos virus llegan en avión, desde Europa, otros viven en viejas cubiertas con agua, entre cacharros, o tienen que cruzar ríos en el caluroso norte argentino transportados por mosquitos que no tienen asientos de primera. En la Argentina, las zonas calientes del coronavirus son los aeropuertos; las del dengue, son los baldíos y los basurales. Mientras el enfermo por coronavirus vive en Puerto Madero, miles de enfermos por dengue están lejos del confort. Las diferencias en las apariciones de los virus no hacen más que reproducir las diferencias sociales entre los enfermos por coronavirus y dengue. Esas mismas condiciones sociales son las que definen su noticiabilidad en la agenda de los medios.

A pesar de que tenemos muertes por dengue y solo ocho casos importados de coronavirus, lo peor del dengue vendrá en otoño y lo peor del coronavirus vendrá en invierno. Pero las redes de los medios monopólicos están invadidas por el coronavirus y no por el dengue, porque lo noticiable no son los virus que llegaron primero en el aedes aegypti (mosquito que lo transporta), sino el que llegó último en un avión de Alitalia, que es un modo más fashion de llegar a un país.

Esta semana tuvimos el primer caso importado de coronavirus en la Argentina. Pero más allá de las definiciones estrictas de lo que es o no una epidemia, está instalada de hecho hace ya dos meses. La noticiabilidad lo transformó en un fenómeno social que se produce en el encuentro entre los virus, las desigualdades sociales, los medios de comunicación y las definiciones de la epidemiología.

¿Por qué definimos a la epidemia de coronavirus como un fenómeno social? Porque los medios se concentran en actualizar constantemente la información, las conversaciones se inundan de datos de coronavirus, los chats de memes, la preocupación se respira, las personas demandan más medidas y respuestas del Estado e inician medidas de autoatención preventivas como la compra de barbijos y el aislamiento. Con 88 casos confirmados en Brasil, una Iglesia en Porto Alegre ya promete inmunizar contra el coronavirus a través de misas y aceites.

 

 

 

 

Si a partir de los conceptos del sociólogo Pierre Bourdieu analizamos el tema del coronavirus al interior del campo de la salud, podremos ver los intereses de sus actores, los capitales que estos manejan y sus violencias simbólicas, ejercidas a través de la reproducción del miedo, a la par del crecimiento de sus negocios.

Una enfermedad que circula planetariamente en aviones que tocan los principales centros económicos del mundo enfatiza la pertenencia social de los afectados. Se trata de sectores que, en virtud del neoliberalismo que hegemoniza el orden mundial, suelen defender libertades individuales por sobre intereses colectivos. En este marco cultural, las 20 personas potencialmente afectadas que volaron en primera clase en Alitalia,  y las personas que sigan llegando al país desde el exterior, ¿podrán sostener el aislamiento como medida preventiva? ¿Serán solidarias con el resto de la población argentina o harán prevalecer sus intereses individuales?

El primer infectado por coronavirus en laArgentina, en función de la cobertura médica de su plan de medicina prepaga, fue internado en una de las clínicas con mejor hotelería del país, perteneciente al grupo Swiss Medical Center: la Clínica y Maternidad Suizo Argentina. No tardaron en aparecer las expresiones de miedo y discriminación. El padre de una niña internada en esa clínica, a las pocas horas afirmó: “Nos vamos de acá, ya”; otra paciente exclamaba: "Mi hija acaba de tener un hijo, estoy muy preocupada por ella y por mí, que tengo 64 años, tengo miedo de contraer coronavirus"; una mujer en la guardia relataba: “Yo vine a la guardia por un resfrío y mocos, y justo me encuentro con esto, no lo puedo creer; me voy a quedar a esperar mi turno fuera del edificio, por las dudas". La clínica ante el pánico de la gente y en resguardo de sus intereses no demoró en informar que el lugar donde se encontraba internado el paciente no tenía una conexión edilicia con la maternidad, pese a ello fue trasladado al sanatorio Agote, afectando los “derechos de compra” (en el sentido que Margaret Thatcher le imprimió en la década de 1980) defendidos por ambos actores (paciente y hospital). ¿Esta vulneración de derechos terminará en la Justicia? Un nuevo actor en esta novela de virus y coronas: la Justicia. Esperamos que juegue en función de garantizar derechos sociales y no “derechos de compra”.

Los escenarios futuros para los sistemas de salud, en caso de instalarse el coronavirus, no parecen exentos de complejidad. Así se pueden presumir escenarios en los que el sector privado o las obras sociales rechacen la internación de potenciales pacientes aduciendo falta de lugar para aislamiento, falta de camas, o se nieguen a mantener en cuarentena a pacientes. ¿Y entonces? Aparecerá la Cenicienta –el sector público– y se cumplirá un viejo apotegma de los sistemas de salud: “La solidaridad invertida”. Los pobres (sector público) subsidian a los ricos (sector privado) y los pacientes pasarán a internarse predominantemente en hospitales públicos más allá de la cobertura de salud con la que cuenten.

En invierno aumentan las enfermedades respiratorias y, potencialmente, la demanda de respiración mecánica en las unidades de terapia intensiva. De alcanzarse situaciones epidémicas puede darse el problema de falta de disponibilidad de respiradores en el sector público, ante el rechazo del sector privado de recibir internaciones en las clínicas. La necesidad de garantizar derechos de atención a la salud para todos será un desafío para las autoridades del Ministerio de Salud y del Ministerio Público Fiscal.

Un aspecto a destacar es que la epidemia pondrá en evidencia los beneficios de los sistemas universales de salud frente a la lógica de los seguros privados. La subvención del sector público al privado ya está ocurriendo, el laboratorio de referencia nacional para la confirmación de casos de coronavirus es público. El sistema público funciona en base al esfuerzo de muchos trabajadores que lo hacen en situaciones de precarización laboral y con magros salarios.

Los economistas se preocupan por el impacto de la epidemia. A nivel mundial, ya se observan bajas en los precios de los commodities y en los ingresos de la industria del turismo, a la vez que suben los valores de las acciones de empresas médicas. También las empresas de videoconferencias y entretenimiento online (como Netflix, Amazon y Zoom) han aumentado el precio de sus acciones debido al autoaislamiento producto del pánico. Mientras el coronavirus suspende grandes eventos –como el Mobile World Conference, las reuniones del Banco Mundial, los partidos de fútbol de las principales ligas europeas, las visitas a museos como el Louvre y el Quai d'Orsay– en los potreros del conurbano bonaerense aun se pueden apreciar buenos partidos de fútbol.

 

 

¿Y de la epidemia del dengue que ya está en Argentina no vamos a decir nada? Este virus no tiene corona, por lo tanto, no es noticiable, no viene de Milán, viene del Conurbano bonaerense o del norte del país, se reproduce en los basurales entre cacharros, o en el agua de macetas de balcones de edificios de propiedad horizontal, no viene de Porta Garibaldi (zonas “chic” de Milán), ni de un frustrado carnaval veneciano. Sus enfermos no bromean con comer sushi. Esos enfermos y esos muertos no  forman parte de la agenda de las redes de los medios monopólicos del país, que ignoran la pandemia con la cual convivimos diariamente: las desigualdades sociales.

Una última cuestión a destacar es que, cualquiera sea el caso, dengue o coronavirus, lo último que debería hacerse y naturalizarse es una estrategia de comunicación basada en el miedo, en la reproducción constante de la ficción apocalíptica. El miedo genera más miedo y se convierte en lo desconocido. El miedo convierte al otro en una persona desconocida. El otro, que incluso puede ser alguien cercano, comienza a dar miedo, con todas las consecuencias nefastas que eso implica: el racismo, la xenofobia, la exclusión o el rechazo. El miedo es una herramienta moralizante y de control social, todo miedo es político. Para escapar al sometimiento y la dominación por el miedo, su lugar debe ser ocupado por la información, el conocimiento y las políticas públicas.

 

 

 

 

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