Viva el gordo Alorsa

Alma mater de La Guardia Hereje, reinventó el tango desde un humor desfachatado y plebeyo

 

Llegó el año 22 (¡el loco!) y oigo al coro invisible que dice: “¿Querés ser un artista reconocido? ¿Sos joven? Fácil. Saltá al otro reino. No hay mejor sponsor que la muerte”. Si esta ecuación perversa suele operar en ciertos artistas como espaldarazo de consagración, ¿es posible sostenerla en el tiempo sin ese otro ‘algo’, llámese magnetismo, encantamiento, o duende?

Sin entrar en el juego de las comparaciones con otros letristas de la tradición del tango, y solo a escala de la canción popular, aquel Non omnis moriar (No moriré del todo) del poeta Horacio cabe en este musiquero de arrabal cariñosamente apodado “el gordo Alorsa”. Si lo conociste, ya podemos darnos un abrazo. Si nada sabés de él, que se haga presente: “A ver… me llamo Jorge Marcelo Pandelucos, me dicen Alorsa, venido al mundo en la ciudad de La Plata el 24 de noviembre de 1970 (sagitario y perro, pero ni bola al horóscopo), radicado en la República Separatista de Tolosa. Fui profesor secundario, barman en San Martín de los Andes, encargado de cafetería en Capital, ingeniero electrónico y actualmente cantautor y chofer de taxi. Soltero y sin apuro, conocimientos musicales escasos y a mucha honra. Buen asador y matero semi-profesional”.

Para conectar con la obra de uno de los más singulares creadores de aquel fenómeno que allá por el 2003 los medios gráficos y radiales llamaron “tango joven” o “joven tango”, hay que… ¿cómo decírtelo? ¡Ya sé! No esperar nunca una voz a la manera de Floreal Ruiz o Marino; ni líricas a lo Manzi o Cadícamo, ni melodías a lo Dames o Troilo, ni orquestaciones a lo Fresedo o Pugliese, ni guitarras al estilo de Roberto Grela, ni recitados a lo Centeya. Si esto esperabas, mi querido pasajero de El Cohete, mi querida pasajera, lamento defraudarte: este no es el lugar. Para oír a Jorge Alorsa Pandelucos hay que despojarse del canon, no esperar nada, solo abrir las antenas, y si lo amerita, arrancarse el quincho zanahoria, la biyú de lunfardos oxidados.

 

Cabulera por La Guardia Hereje: Marín, Tato (guitarras), Gianibelli (percusión), Pandelucos (voz).

 

De vida y obra breve —Alorsa muere en 2009 a la edad de 38 años con apenas 23 canciones editadas– y a partir de la apropiación de elementos y tópicos de la tradicional del tango, supo aportarle al género perfumes de aire nuevo, reinventándolo desde un humor desfachatado y plebeyo, y así erigir una voz poética original. Sus letras construidas a base de lenguaje y temáticas del cotidiano, sus melodías simples y listas para ser interpretadas en cualquier recalada tanguera, no pierden encantamiento. Sin ir más lejos, por ese misterio que acunan las tonadas sencillas, no somos pocxs lo que creemos que no hay para el D10S canción más hermosa que la inventada por el alma mater de La Guardia Hereje: Con un par de lienzos crotos / esperando por el bondi / de Fiorito a Paternal. / Las pisadas, las rabonas, / son los chiches que los viejos / no te podían regalar. / Y en la villa / se juntaban los pendejos / para verte gambetear. Increíblemente, Maradona escuchó la canción, prometió conocerlos personalmente a su regreso del Mundial Sudáfrica 2010. Pena grande. Alorsa ya andaba en los estaños celestes.

 

Para verte gambetear en Zarpando Tangos (2007).

 

Palabras del Diego luego de escuchar a La Guardia Hereje.

 

Y además, activista cultural

Con base en dos de las marcas claves de construcción cultural de toda la generación de tango post-2001 –la autogestión y el trabajo colectivo– y empecinado en la conformación de un nuevo movimiento, rompiendo con la hegemonía porteño-centrista, Alorsa crea en la ciudad de La Plata sus Misas Herejes y el Tango Criollo Club con la iniciativa de generar “un ciclo de actividades culturales que bordea la música popular del Río de la Plata en expresiones nuevas, música argentina post crisis, urbana, barrial, folk, alternativa, independiente, tradicional, embrionaria”. Esta batalla cultural ya venía haciendo ruido de la mano de La Máquina Tanguera, aquel colectivo que nucleaba a las jóvenes Orquestas Típicas del momento, por caso la Fernández Branca –posteriormente Fernández Fierro–, La Furca, La Biaba, La Imperial, El Espiante, La Sexta, Fervor de Buenos Aires, Camino Negro, La Branquita; que todos los fines de semana (haciendo un uso diferenciado del espacio público y contraponiéndose al modo de los tangos “puertas adentro”) intervenían las veredas del barrio de San Telmo. La estrategia ofrecía un doble juego: por un lado, la captación de un público extranjero que sostenía materialmente a las orquestas con la compra de CDs, colaboraciones económicas y contrataciones. Por el otro, esta acción tenía la intención de interpelar al hombre y la mujer común de Buenos Aires, y sobre todo a la juventud: ¿qué pibx a finales de los 90, principios del 2000, se iba a animar a ingresar a una milonga? Y si lo hacía, ¿se sentiría incluidx y bienvenidx entre adultxs con antiguos códigos de vestimenta y comportamiento? Cabe en estas líneas el agradeciendo a La Máquina Tanguera (con bandera en la Orquesta Típica Fernández Fierro), Alfredo Tape Rubín y La Chicana, y al empuje de los Fractura Expuesta Radio Tango, verdaderos iniciadores de la gesta. Entre tanto, el gordo Alorsa y su Guardia Hereje hacían lo suyo, poniéndole voz a esto que en el devenir de los años ha tomado tinte de salmo, o manifiesto para toda nuestra generación de tango post-2001.

 

 

Vuelve el tango

Me leyó una gitana en la borra del café que vuelve el tango.

Una ambulancia prende la sirena de las pizzas

y los malabaristas de luz roja apuran el mangazo.

Una pareja se jura al celular

las dos horas de trampa en algún telo

y alguien solo en una pieza

busca en el diario el delivery de trolas... Vuelve el tango.

 

Y que vuelva nomás, si está en su casa

bienvenida de mates y gorriones,

bienvenida de vinos y de farra,

por su primer amor que fue milonga,

de su primer amor que fue guitarra.

 

Lo habían apolillado tenores engolados,

lo encerraron en museos repetidos,

en telarañas de sombras de versiones

los que quisieron salvarse con Carlitos,

con el Gordo, con el Tano.

Lo hicieron tan cornudo que aburrieron,

lo exportaron, le llenaron de sellos el pasaporte,

lo pisotearon atléticos bailarines que saltaban demasiado,

a él, que nació maldito y malparido

en pesebres de patios y quilombos,

lo crucificaron en la resurrección de cumparsitas.

 

Señores, vuelve el tango, muzzarella y sin barullo

a reclamar de nuevo lo que es suyo

en plena juventud de sus 100 años,

vestido de bacán y en zapatillas,

se dejó el funyi viejo

para que no vayan a creer que da vergüenza,

se arrancó el quincho zanahoria,

la biyú de lunfardos oxidados,

se sopló las frituras de la solapa y se vino, en bondi,

lo acompañan musiqueros a la gorra,

un coro de diarieros y de pibes,

de choborras, de chorros de autopartes.

Dicen que se fue del barrio, ¿cuándo?

...siga, siga!... y la pelota no se mancha.

Vuelve el tango, ¡y que bufen los eunucos!

 

Me leyó una gitana en la borra del café que vuelve el tango.

Se escapó de enredadas partituras.

Los que no lo conocen lo pedían,

alguien lo dio por muerto, ¡qué locura!,

si era siesta, nomás,

la que dormía.

 

 

Oídlo en su voz.

 

 

 

Tangos con onda

Como señalé, la clave de su poética fue describir ese cotidiano que por su carácter habitual se nos ha naturalizado: justamente, el movimiento del letrista fue revisibilizarlo, descubrirlo y, por supuesto, recrearlo de modo tal que el corazón bonaerense encuentre allí una caja de resonancia. Alorsa le hizo sentir al hombre y la mujer de a pie, al taxista, al verdulero, a la hippie, al pelado del country, incluso al enano de jardín olvidado entre las macetas, que sus historias tenían espacio en la canción rioplatense: Pobre enano de jardín, que solito quedó / la medianera de cal le tapa siempre el sol / y el yuyo que ya creció / hace que un caracol le babee la jeta (…)

En fin, como un Villoldo del siglo XXI captó el imaginario de época y lo pintó haciendo uso del lunfardo, liso, llano y actual: de allí la inmediatez en la comprensión y captación del sentido de todas las palabras utilizadas: “Sin que se avivara el del bufet / el vendía frola y chegusán en el colegio. / La primera novia le bancó / el telo, el tacho, el Turimar para el recreo. / Con el verso pillo y entrador / fue el más querido y el campeón del sanateo. / Nadie le avisó que Sanseacabó / lo estaba esperando a la final”.

Con cierto juego irónico y provocador, toda vez que se le preguntaba por el estilo de su música, él respondía: “nosotros escribimos tangos con onda”, por tanto, desligados de los tópicos empantanados en el reproche. Pues como lo habrás sentido, su cancionística provoca la sonrisa cómplice, o aquella grotesca que siempre guarda una lágrima. Y si no, vayamos a la que quizá sea la mejor letra del gordo: “Canción para Mandinga”.

 

De su disco póstumo: 13 canciones para Mandinga.

 

 

Extrañamiento

Lo paradójico de su obra es que, si bien La Guardia Hereje es quizá lo más escuchado del tango de estas últimas dos décadas, pocas agrupaciones, pocos cantorxs contemporánexs se animan a recrearlo, y en cuanto a lxs nuevxs letristas prácticamente no continúan su cuerda poética. Es más, toda vez que quisieron recrearlo –salvo contadas excepciones– hicieron agua. ¿Será que su sello originalísimo no permite continuadorxs? ¿Será que si los tiene ya sea en interpretación o escritura pierden en gracia expresiva? Preguntas… Preguntas…

 

 

Antes de escaparme, una veloz propuesta. Si el tango, con toda su mitología de estaños y esquinoches supo erigir la efigie de su gordo bueno (léase Pichuco), ¿por qué a esta altura del partido no sumarle la figura de Alorsa? Al fin de cuentas, él también fue un gordo milagrero.

Besos brujos. ¡Buen año! y… ¡Hasta la Victrola Siempre!

 

 

 

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