Vivir con el abusador

La revinculación forzada convalidada por la Justicia eterniza la tortura a niñas y niños

 

Hay una forma de tortura contemporánea ejercida por el Estado argentino sobre niñas, niños y adolescentes, que es la revinculación forzada. A saber: niñas y niños que han sido víctimas de abuso sexual y son obligados por la Justicia a estar al cuidado del abusador. No es ciencia ficción. Sólo basta pensar en lo que será para una madre tener que dejar a su hija en lo del papá que la va a abusar. Llevarla a que la maltraten. Quizá la primera reacción al oír algo de estas características es pensar “que no la lleve y punto”. La cosa se pone peor. Si la madre desacata y va presa, el calvario del niño ya no es ocasional sino permanente. Y no es un problema del Poder Legislativo. No es que no exista el suficiente marco jurídico para proteger el interés superior de las infancias. Es un problema que ocurre a nivel judicial.

 

 

El delito más impune

Les niñes no pueden autoconvocarse, ir a movilizaciones a decir “no viviré con mi papá abusador” o “mi abuelo me viola cuando me retira del jardín”. No pueden hacerlo. No pueden armar una asamblea, pintar pancartas, hacer escraches. Son indefensos por definición. Y esa incapacidad constitutiva de su paso por la infancia pone a los adultos en una doble responsabilidad. La de comprenderlos y la de actuar en consecuencia. La palabra “infancia” viene del latín infans que significa “el que no habla”, basado en el verbo for: hablar, decir. Pero esta definición es adulto-céntrica. Les niñes no hablan en el sentido formal del lenguaje, pero claro que se expresan. Con sus gestos y sus manos, sus sonidos, llantos. Incluso con silencios están comunicando.

Si un argentino intenta conversar con un extranjero y no entiende nada, no será porque el extranjero no sepa hablar sino porque el argentino desconoce su idioma. Con los niños es igual. Si ellos se expresan y el adulto no capta el mensaje es porque no ha logrado ingresar en el código. Por ello “el derecho del niño a ser escuchado” no se refiere a ponerlos en un juicio a recibir interrogatorios –lo cual sería una instancia de revictimización– sino a la obligación que tiene el Estado de crear las condiciones para que el niño o la niña se encuentren en un entorno lo suficientemente seguro como para sacar a relucir su voz. De ahí la importancia de la Ley 25.852 que estableció que los menores de 16 años víctimas de delitos contra la integridad sexual no pueden ser interrogados en ninguna instancia judicial ni policial en forma directa sino por especialistas y con Cámara Gesell.

El Cohete habló con el ex juez Carlos Rozanski acerca del abuso sexual infantil. Las siguientes características definen a este delito y lo diferencian de cualquier otro por su especificidad:

  • El abuso es algo que se ejerce en secreto. En una enorme proporción ocurre en el ámbito familiar de la víctima o de las personas con las que convive. Por esto mismo fue tal la resistencia social para que este tipo de delito se pudiera visibilizar: la visión sacralizada de la familia no lo permitía.
  • Confusión. Remite a lo que sienten las niñas y niños que han sufrido abuso. Experimentan culpa, enojo, auto-incriminación, y todo esto en el marco de un vínculo afectivo, dado que el abusador no es un desconocido.
  • El 100% de los abusos son violentos. No está de más aclararlo porque hay profesionales de la Justicia que exigen la evidencia de expresiones físicas tales como el himen desgarrado o una lesión anal específica. Sin embargo estos indicadores pueden no estar, y su ausencia no anula el carácter violento del delito.
  • Cuando la víctima es muy pequeña no hay amenazas, porque les niñes confían en los adultos, hacen lo que estos les indican. Si los adultos les dicen que tal cosa es normal porque las hacen todos los papás con sus hijas, o sus tíos con sus sobrinas, el niño les cree. Por este motivo el abusador en la gran mayoría de los casos tiene aislada a la víctima, que cuando crece y socializa comprende lo que ha vivido. Ahí sí empiezan las amenazas por parte del abusador, las más recurrentes son que va a matar a la mamá, que si el niño narra lo que sucede se va a destruir la familia, entre otras cosas.
  • El 100% de la responsabilidad es del abusador. ¿Por qué hace falta aclarar algo que parece tan obvio? Porque a diario se pueden encontrar frases en los expedientes judiciales e incluso en los medios de comunicación que de alguna manera buscan minimizar la responsabilidad del abusador. Hay expedientes que hablan de “provocación” ejercida por niños.
  • Público. Todo abuso cometido contra un niño o niña es por definición de carácter público, es una cuestión de Estado, responsabilidad del conjunto social. Por lo tanto, tener conocimiento sobre una situación de abuso que está ocurriendo y no denunciarla es ser cómplice.
  • Asimetría. El adulto es adulto y el niño es niño. No son pares. Previo a la Ley 25.852 a los niños se los presentaba en juicio como si fueran un adulto más. Se llevaba por ejemplo a una niña abusada durante cinco años  para que un puñado de extraños de traje y corbata le preguntaran de qué manera la violentaba su padre. Esto implicaba pretender que esa niña contara lo que en ese contexto no podía contar, es decir, desconocer la asimetría.

 

 

 

En la Argentina se esclarece uno de cada 1.000 abusos

En las últimas semanas tomó relevancia a nivel nacional un caso grave de abuso sexual infantil que tiene lugar en La Rioja desde hace alrededor de cuatro años. La niña, identificada con el nombre de fantasía “Arcoiris” para preservar su identidad, ha sido abusada por su abuelo paterno desde que era una bebé de dos años. En ese tiempo ha habido infinidad de atropellos cometidos por la Justicia sobre esa niña. Baste decir que fue obligada a pasar la cuarentena con su abusador. ¿Por qué? Porque más allá de las pruebas contundentes insisten en negar el abuso y forzar la revinculación. ¿Por qué? Probablemente porque los hechos no son observados de manera imparcial sino con una ideología, con una perspectiva previa de las cosas. El escándalo ha sido tan mayúsculo que ha tenido que intervenir la Nación. Ahora, en vista de lo ultrajante que ha sido este proceso para esa bebe que ha ido creciendo, se torna necesario la toma de medidas que evite este tipo de aberración no sólo en el futuro, sino en el propio presente de los cientos de casos que están ocurriendo ahora mismo pero en el anonimato. Las madres que protegen a sus hijas e hijos no pueden ser criminalizadas. Y la Argentina, que siempre se ha caracterizado por su trayectoria en materia de derechos humanos, no puede estar avalando procesos de tortura.

Otro caso reciente es el de Sol, una niña cordobesa de seis años que ha denunciado abuso sexual por parte de su padre desde los tres. La madre advirtió lesiones en su vulva cuando la nena regresaba de la casa del papá y efectuó las denuncias correspondientes. El hombre estuvo imputado penalmente por abuso sexual gravemente ultrajante durante dos años. Ahora la causa está archivada y la jueza Silvina García y los abogados Silvina D’Agostino y Horacio Ferreira insisten en la revinculación, procurando persuadir a la niña acerca de que su padre podría “arrepentirse” y “ser bueno”. La jueza García ha sido denunciada ante la fiscalía por someter a la niña a tratos crueles, inhumanos y degradantes.

Pero los casos siguen, y esta nota podría ser eterna. Cómo no mencionar a Gilda Morales, también cordobesa, que lleva años luchando por recuperar a su hijo, quien está bajo la custodia del padre que no sólo lo abusa sexualmente sino que lo ha llevado a un cuadro de desnutrición crónica. Es emblemático también el camino que ha recorrido Flavia Saganías, quien denunció a su ex pareja, que abusaba de su hija –también en Córdoba– y fue condenada a 23 años de prisión por instigar a la violencia en la disputa con Gabriel Fernández.

 

 

¿Prohibir la utilización del SAP como argumento?

La impunidad puede estar instalada pero también puede ser revertida. Antes, con solo decir “los niños mienten” se terminaba el problema. Luego se comprobó que en edades muy tempranas los niños no tienen la capacidad intelectual de elaborar fantasías sexuales sobre cosas que no han vivido. Entonces, “los niños mienten” evolucionó en el concepto de “co-construcción”, donde la idea es que el niño no miente sino que co-construye con su madre. Otras palabras, dentro de la misma saga. La siguiente teoría falsa, hasta hoy presente en los tribunales de América Latina y Europa, es el llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP). En criollo, que la mamá le lava el cerebro a la niña o niño para que crea que fue abusada o abusado. El SAP  lo inventó en 1985 un psiquiatra norteamericano, Richard Gardner, que era pedófilo. Este síndrome no está reconocido ni por la Organización Mundial de la Salud ni por la Asociación Americana de Psicología, su rigor científico está más que cuestionado, al punto de que algunos Estados en los Estados Unidos han prohibido su utilización como argumento en los casos de abuso sexual infantil. En la Argentina es aplicado por jueces y juezas, sin criterio alguno.

 

 

En primera persona

Como las voces de les niñes son difíciles de visibilizar, esta nota concluye con un texto en primera persona de una mujer, adulta, que habla desde la niña que fue:  la cantante irlandesa Sinéad O’Connor, profundamente maltratada, abusada y violentada en su infancia, aporta una alocución desgarradora:

Mi nombre es Sinéad  O’Connor

Estoy aprendiendo a quererme.

Me lo merezco

Merezco ser tratada con respeto

Merezco no ser tratada como basura

Merezco ser escuchada

Merezco no ser lastimada

Mi nombre es Sinéad O’Connor

Soy una mujer

Tengo algo que ofrecer.

Llevo y llevé siempre conmigo un inmenso dolor por mi infancia perdida

por el horror y la violencia en mi vida

Me duelen mi madre y padre, que ya no están

Me duelen mis hermanos, que ya no tengo

La familia dividida, el yo que no encuentro

La niña que soy.

Ustedes no me conocen.

Fui torturada y abandonada y escupida

Me pegaron desnuda hasta dejarme morada

Crecí sin saber lo que es quererme a mí misma.

No sé cómo confiar.

No puedo sostener la intimidad.

Estuve enojada, antes tuve miedo.

Me cuesta ser yo misma

Mostrar lo que siento

No puedo cantar si no soy yo misma

Así es cómo me podrían ayudar: dejen de lastimarme

Allá afuera hay muchos como yo

Es su dolor el que escuchan y ven en mí

está en esa canción, en mi voz.

Nuestra infancia perdida

duele.

Yo sé que si pudieran escucharme

verían que no sabemos lo que estamos haciendo

Nos burlamos del sentimiento que se expresa,

ignoramos el sonido del lamento de un niño.

Hay un espejo que no miramos.

 

(Publicado el 10 de junio de 1993 por Sinéad O’Connor, en inglés. Esta traducción al castellano es del escritor argentino Juan Sklar.)

 

Sinéad O’Connor.

 

 

 

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