Vivir en este mundo

Los efectos de la crisis del costo de vida en la relación precio-salarios de la Argentina

 

Aunque el aumento en mayo del Índice de Precios al Consumidor (IPC) del 7,8 % con respecto a su nivel de abril representa una disminución frente a las tasas que se estuvieron observando (luego de cuatro meses de ascenso, en el mes pasado alcanzó el 8,4 %), la novedad fue recibida con modestia. En el periodismo se habla de una desaceleración y se describen sus causas inmediatas, pero no se indaga en su significado. Desde el gobierno, prudentemente, no se realizan comentarios al respecto.

Hasta el momento, para afrontar el problema primó el apoyo en el refuerzo de la fiscalización sobre el cumplimiento del programa Precios Justos. Al inicio de esta semana la Secretaria de Comercio dio a conocer que se multó a Molinos Río de la Plata, Procter & Gamble, Arcor y Sancor, por razones que van desde la comercialización de productos similares con nombres y precios diferentes en los primeros dos casos a incumplimientos de diverso tipo en los dos últimos. Pero el sistema de precios que propicia el deterioro del salario real sigue intacto.

 

Alimentos y el resto

Con el incremento de mayo, la variación del IPC se ubica en el 42 % con respecto al nivel de diciembre del año anterior, y en el 114,2 % en relación con el valor del mismo mes de 2022. El determinante de la disminución en la tasa de incremento del IPC se explica por la desaceleración del rubro Alimentos y Bebidas no Alcohólicas. Es el que tiene una mayor ponderación en el IPC general y en mayo se encuentra por primera vez en el año por debajo de su nivel, debido a una caída notable con respecto a su pico del mes anterior (un aumento del 10,1 %) a un aumento del 5,8 %, que representa su variación más baja desde el comienzo de 2023. Esta estuvo influída por la baja tasa de incremento de las carnes y la caída general de las frutas (1,5 % y -4,1 % en el Gran Buenos Aires, respectivamente).

 

 

En el caso de las carnes, es posible que las dificultades para vender hayan mitigado los incrementos de precios. Mientras que en las frutas inciden razones estacionales. Con todo, esto no significa que la tendencia general se oriente hacia una disminución de los aumentos de precios. Esto se puede verificar observando que de las 12 aperturas que conforman el IPC, 7 estuvieron por encima del nivel general, lo que en este caso quiere decir que el aumento fue superior al 8 %. Esto solamente ocurrió en enero. En los meses siguientes, fueron 3, 5 y 4 en febrero, marzo y abril, respectivamente.

Como el nivel general está en su mayor parte determinado por lo que suceda con los alimentos, no es sorprendente que al disminuir su incremento esto repercuta en el IPC mientras los de las demás aperturas continúan en niveles similares a los de los meses anteriores. Lo que confirma que el aumento sigue siendo la norma y no la excepción es que son siete rubros los que alcanzaron aumentos superiores a los de abril.

 

 

Nada de esto quita que el IPC pueda continuar desacelerándose en los próximos meses, puesto que siempre existen factores que determinan una fluctuación dentro de una tendencia general. Es por esta razón que una desaceleración no equivale a una modificación en la relación entre el nivel de precios y los salarios, que es el factor que más interesa desde el punto de vista del bienestar social. Simplemente, el nivel de precios se consolida con sus características actuales y comienza a elevarse con más lentitud.

 

 

De Ucrania a El Niño

Interesantemente, la desaceleración en los precios de los alimentos se inscribe a contramano de las tendencias internacionales, que, de revertirse, podrían traer aparejadas mayor presión sobre la situación argentina. En el año anterior, los precios de los alimentos fueron materia de convulsión. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), durante 2022 se incrementó la cantidad de personas bajo inseguridad alimentaria; se elevó a 258 millones de personas a lo largo de 58 países y territorios, frente a 193 millones a lo largo de 53 países y territorios en 2021. Esto representó una elevación del índice de gravedad alimentaria aguda del 21,3 %, en el primer año, a 22,7 %, en el segundo, que es a su vez el guarismo más alto en los siete años que transcurrieron desde el inicio en la elaboración del índice.

Inseguridad alimentaria aguda significa, en la terminología de la FAO, que las personas incluidas en el cómputo padecen, al menos, alta malnutrición o cumplen con requisitos mínimos de alimentación, experimentando dificultades una vez que agotaron todos los medios para afrontar una crisis. Este estado se conoce como fase 3 de crisis. La máxima es la fase 5, “Catástrofe o Hambruna”, en la que se constatan niveles extremos de desnutrición o muertes por inanición.

La FAO consigna que el incremento observado en el año pasado se debió parcialmente a que fue mayor el alcance de la población bajo análisis, pero fundamentalmente se explica por conmociones económicas —los efectos de la guerra en Rusia-Ucrania y las secuelas del Covid—, que son los principales determinantes en 27 países con 83,9 millones de personas en fase 3 o superior de inseguridad alimentaria, y fenómenos meteorológicos que afectaron a 12 países empujando a la fase 3 a 56,8 millones. Los 19 países o territorios restantes, en los que las personas bajo inseguridad alimentaria contabilizadas son 117 millones, llegan a este estado primordialmente por conflictos generales.

Un hecho que se resalta es que, en 2021, el último factor fue el más relevante en 24 países o territorios con 139 millones de personas en estado de inseguridad, pero en 2022, las conmociones económicas adquirieron más relevancia. En 2023, la FAO prevé que el panorama registrado el año pasado perdurará, con predominio de los fenómenos meteorológicos.

Es destacable entre estos el que se conoce como El Niño, consistente en un calentamiento en la superficie de los océanos que se presenta con una frecuencia oscilante entre los dos y los siete años —es decir, altamente irregular—. El ciclo de enfriamiento opuesto se denomina La Niña. En una columna publicada en el Financial Times, cuya autora es Anjana Ahuja, se señala que todavía no puede preverse si el año que viene continuará el ciclo del Niño o sobrevendrá La Niña. De ocurrir lo primero, se repetiría otro año caluroso, con efectos adversos sobre la producción mundial de alimentos, entre los cuales la sequía que afectó a nuestro país fue uno.

No obstante, en lo que va del año los precios de los alimentos mantienen una trayectoria a la baja. El índice de precios que publica la FAO mostró un descenso en mayo en un 2,6 % con respecto a su valor de abril. El índice se descompone en las categorías de cereales, aceites vegetales, productos lácteos, carne y azúcar. La caída se explica por un descenso de las primeras tres, en tanto que las últimas dos exhibieron incrementos. En marzo del año pasado, el índice tuvo un pico histórico de 159,7 puntos. En el último mes, se ubicó en 124,3, lo que representa un descenso del 22,1 %.

De esta forma, se extiende una tendencia a la caída en el mundo que tiene lugar desde finales del año pasado. Con la excepción del azúcar, todos los rubros que componen el índice se mantuvieron en descenso durante la última mitad del año. En tanto que registra que los precios de las carnes de diversas clases mantienen un ascenso en el mundo desde enero por diversas clases de problemas de suministro.

 

El barril de crudo

Otra materia de preocupación plausible es el petróleo. Arabia Saudita anunció en una reunión mantenida por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC), el domingo 4 de junio, en Viena, que la producción diaria de barriles de petróleo crudo pasaría de ubicarse en los 10 millones y medio por día a 9 millones, debido a que se intenta elevar su precio internacional. La decisión obedece a que este se mantuvo en caída durante diez meses, durante los cuales tuvieron lugar dos reducciones, la última en abril. Después de esta, el precio se elevó hasta aproximarse a los 90 dólares por barril, pero luego cayó a 70. Desde entonces, el Brent, que se considera el barril de referencia para los países exportadores, se mantiene entre los 75 y los 80 dólares.

Arabia Saudita es el principal productor entre los países que conforman la OPEC, integrada por miembros de Oriente Medio y África. Los del primer grupo son los que mantienen el volumen de producción diaria más elevado. La importancia de Arabia Saudita puede dimensionarse teniendo presente que Iraq, el segundo productor más importante del cartel, elabora en aproximadamente 4 millones de barriles por día, la mitad de la producción a la cual descendería Arabia en julio.

Por esta razón, se suele definir a su ministro de Energía, el príncipe Abdulaziz bin Salman, como el verdadero líder del cartel. El ministro es el medio hermano del primer ministro de su país, el príncipe Mohammed Bin Salman, quien tiene interés en financiar proyectos de infraestructura mediante los ingresos provenientes de la producción petrolera. Se calcula que para que esto sea posible, el precio del barril de crudo debería ascender por encima de los 80 dólares.

No todos los participantes de la OPEC están conformes con la reducción de la producción. Especialmente los integrantes de África. Pero Rusia, que no forma parte de la OPEC y participa en las decisiones con los miembros del cartel en reuniones que mantienen bajo la extensión de OPEC+, también sopesa la posibilidad de disminuir su fabricación diaria, y es el segundo productor más importante del mundo —de entre 10 y 9 millones de barriles por día, al igual que Arabia Saudita—. Y bin Salman (ministro de Energía) definió a esta reducción como un “endulzante”, que podría habilitar recortes aún mayores en el futuro. Si las necesidades conjuntas de Arabia Saudita y Rusia resultan en una reducción prolongada del barril de petróleo a lo largo de 2023, esto conducirá a un incremento de su precio que redundaría en una presión inflacionaria mundial.

 

Momento de ocuparse

La situación en la que se encuentra el mundo y la relación precios-salarios en la Argentina dan plausibilidad a la conclusión de que es momento de ocuparse de actuar sobre el sistema de precios y orientar la política económica al desenvolvimiento de acciones más efectivas que las que se realizaron durante este gobierno. Las tensiones mencionadas pueden prolongarse por un tiempo extenso y, de seguir sucediéndose adversidades meteorológicas, es probable que la caída en los precios de los alimentos que tiene lugar ahora se revierta.

El año pasado, esto empujó a una cantidad significativa de la población mundial a padecer dificultades para alimentarse. La Argentina no se cuenta en ese grupo de países, poblado por las regiones más pobres del planeta, pero estuvo inmersa en la misma crisis, que en conjunto con el encarecimiento de la energía y los aumentos de precios provocados por los cuellos globales de botella en la producción que se constataron al reactivarse la actividad económica con posterioridad a 2020 se denominó en los países desarrollados la “crisis del costo de vida”. Alcanzándose en este momento tasas de inflación del 120 % en un año, cuando los países que atraviesan inseguridad alimentaria mantienen tasas que se ubican entre el 30 % y el 40 %, quedan en evidencia los peligros que comporta para el nivel de vida de la población nacional el desatender el problema.

 

 

 

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