Votar para frenar regresiones

Hoy se vota para contener regresiones abismales que lo empeoren todo

 

 

“La política se ejerce por opciones, es igual cuando vas a votar, tenés que elegir entre lo que hay”.
Manuel Puig, Pubis angelical, 1979.

 

 

Votar es seleccionar el adversario 

Votar para detener regresiones, protestar para proteger derechos. Hay tantos tipos de votos como votantes haya. Seguramente haya voto bronca, voto castigo, voto útil, voto protesta, voto estratégico, voto de clase, voto egoísta, voto de género y así en una lista extensa como la diversidad de contextos históricos y personales. Hoy resaltan votos por el hastío, votos que gritan algo primal acumulado, voto bronca de mayorías abandonadas por el sistema político, votos que gozan del miedo ajeno por la amenaza de perder el trabajo, por lo desorientado que se ve a políticos tradicionales, por una incertidumbre nueva para todas y todos, por un salto hacia lo desconocido. Las políticas del resentimiento y del abandono, el goce del dolor y el miedo ajeno se hicieron muy presentes en la sociedad y en la política en estos últimos ocho años.

Es importante votar con conciencia cívica y patriótica, de clase, de género, por valores políticos y sociales, con compromiso y responsabilidad. Sin duda. Pero hoy es fundamental votar con conciencia de vida, con la claridad de que las opciones son vida o muerte. La democracia colapsada se simplifica. Las opciones implican procesos irresponsables de violencia abierta, despidos, pérdidas colectivas e individuales enormes, venta de recursos públicos, represión a la protesta y regresiones históricas, cuyos costos pagará nuestra generación, con verdadera sangre, sudor y lágrimas, y varias que nos sucedan. Hay que hacer un voto responsable y por la vida. Que suene simple, bobo, naif, hasta ingenuo, no lo hace menos real frente a la alternativa, frente a la crueldad hecha política pública de shock y de cortísimo plazo. 

El desafío es evitar políticas de choque para seguir con vida y en democracia. Una democracia debilitada y con sus enemigos creciendo con viento a favor. No se debe idealizar la lisa y llana supervivencia como conquista de largo plazo o romantizar victorias electorales sin proyectos políticos concretos de mediano y largo plazo. Especialmente, en contextos de desafíos existenciales a nivel local —la elección de hoy— y global.

Dado que el proceso electoral tanático, necro-político, es un síntoma de un proceso más complejo que llegó seguramente para quedarse, esto no terminará hoy. El sistema político abandonó a gran parte de la población y sus efectos volvieron intensamente de la peor forma: como una forma de profundizar el daño social realizado por la miopía y la deslealtad de las elites económicas y el sistema político. En definitiva, necro-elites en diálogo con una generación autodestructiva.

Terminado el proceso electoral, comenzará un proceso político y democrático que deberá ser radicalmente distinto a la montaña de errores, bajezas, abandonos, muecas inútiles, continuismos, consumos irónicos sobre broncas sociales justificadas y con base real, narcisismo patológico de funcionarios que parecen estar en viajes de egresados sacando selfies; todo lo que nos llevó a este escenario para que en cuatro años no estemos en un panorama parecido pero mucho más atroz, ya  tramitando exilios internos y externos, pensando en un contexto de supervivencia ante violencia y persecución política. Tomar nota de las amenazas e interacciones incendiarias de estas últimas semanas debería ser una obligación institucional ante una amnesia recurrente. 

Si confían en los posibles aprendizajes ante un momento crítico, recuerden que hace tres años estaban encerrados por el Covid-19 y pregúntense qué se aprendió social, colectivamente, de esa experiencia límite, frente a la muerte en el aire.

En esta elección votar es optar por un adversario institucional. Votar es elegir a un adversario en el terreno de la disputa política de una democracia jaqueada. Votar es seleccionar un adversario institucional con el que se disputan políticamente recursos económicos, políticos y simbólicos. Si el adversario quiere suprimirte, exterminarte, la disputa no es reglada, no es propia de una democracia constitucional, es bélica y usará la fuerza o el derecho para selectivamente armarte una causa, perseguirte, linchar mediática o judicialmente, destruir tu reputación y eliminarte del espacio público o forzarte a exilios. Posiblemente haga eso y más y obtenga apoyo por eso.

Votar hoy más que nunca es seleccionar un adversario que comparta una cultura política con reglas democráticas y una cultura política siempre es una cultura de disputa política, que tolere la diferencia, el disenso y el desacuerdo en cierto marco. Podemos tener una cultura de debate honesto, directo, descarnadamente abierto, desinhibido. Podemos tener una cultura de guerra, de entrega, de traición, de engaño, de eliminar a los enemigos, de persecución abierta, de distracción que nos oculte lo que hoy cada día es más inocultable. Una de las opciones electorales actuales niega la cultura democrática, la disputa política, argumentativa y las libertades constitucionales como el derecho a la protesta —nacida en la tradición liberal como los mismos derechos humanos y ampliados por movimientos políticos populares—, a la que ofrece un orden regresivo y represivo.

Votar no es scrollear, no es elegir en el infinito de las opciones, es optar por lo que hay, y hoy las opciones son diferentes formas de pensar la política, de manejar el Estado, la puja distributiva y varias encrucijadas superpuestas más. Una profundamente cruel y otra quizás problemática, pero perfectible, flexible, abierta a espacios de disputa postelectoral y de disenso y resistencia. Una opción parece querer hacer un saqueo brutal con caos y represión sociales espiralados que seguramente traiga más violencia y otra opción electoral, justamente, puede evitar ese escenario, puede frenar esos retrocesos enormes. 

Eso no quiere decir que la necro-política esté únicamente en una única opción electoral. Cabe recordar que hubo una alianza política en una provincia, un gobierno de unidad provincial que llevó adelante una reforma constitucional mayoritaria. Ese sistema político provincial encapsulado respondió a las fuerzas políticas que se opusieron a la reforma constitucional con criminalización de la protesta, prácticas para-legales, detenciones ilegales y persecución física/política de opositores. Un show represivo hecho con fines electorales, como promesa electoral. Un modelo económico extractivista de recursos naturales parece justificar prácticas necro-políticas bajo una fantasía de desarrollo mágico que siempre en la práctica beneficia a unos pocos.

Votar hoy abre la posibilidad de una forma de ver el Estado y de reconstruirlo antes los desafíos extraordinarios que tenemos por delante. Una opción quiere destruir el Estado, reducirlo para hacer un ajuste y profundizar negocios. Hay necro-políticas de crueldad y negación de la humanidad elemental, sí, pero también hay necro-políticas de desarrollismo mágico y religioso que justifica represión en las provincias, pactos de Olivos recargados, que fomentan una alianza con corporaciones internacionales y niegan consecuencias directas en el medio ambiente, dado que generacionalmente se piensan por fuera de las consecuencias inmediatas. Les roban recursos a las generaciones venideras a las que abandonan a futuros atroces de sequías e incendios sin recursos. Cabe notarlo hoy para no engañarse.

 

Una democracia sin imaginación ni vitalidad

Los límites de la herramienta política conocida como sufragio hoy son claros. Los límites del voto para construir democracia, para profundizarla, deberían ser parte de las discusiones sobre estos 40 años de democracia. Una democracia que está en una jornada electoral clave para su mera supervivencia.

El mercado siempre tiene más consumidores y hasta trabajadores gratuitos, sin derechos. La democracia tiene cada vez menos ciudadanos, cada vez hay menos demócratas. 

Las plataformas de publicidad que llamamos redes sociales hacen trabajar de forma gratuita a una generación de espectadores y creadores de contenido. Los bancos, el sistema financiero, especulativo, no tiene límites en pensar nuevas formas de expandirse en la vida. Hoy en día niños y niñas —de cierta clase social— les piden a sus padres que les depositen en sus cuentas de “Plataforma Monopólica sin regulación estatal” —una pasividad que no agradece y toma como un privilegio de clase dado— para poder “hacer trabajar” sus ahorros. La cultura de la especulación crece día a día, la democracia se debilita día a día.

En 40 años de democracia se han construido muchas formas, institucionales, comerciales, publicitarias, de consumo y casi ningún espacio de construcción de ciudadanía, muy pocos espacios de real participación ciudadana y democrática, salvo quizás el derecho a la protesta. El mercado se expandió tanto que construyó una población de consumidores —que también son pequeños especuladores en plataformas monopólicas o en los bancos— y la democracia se degradó en su ciudadanía y carece de imaginación para crear espacios de construcción de bases para fortalecerse, expandirse y generar cultura.

Mientras el mercado concentrado de plataformas y el sistema financiero transforma a toda persona que recibe el sueldo en un micro-especulador de plataforma, la democracia no creció en su capacidad de construir espacios para desarrollar voces, herramientas, espacios de acuerdos. De hecho, se redujo considerablemente en estos 40 años, con la entrada en la pobreza de muchos, con la política de la identidad y el deterioro cognitivo, con la intensidad de los odios, con la fragmentación, la democracia se debilitó progresiva y sostenidamente. 

Otro dato es la privatización de la esfera pública, que está a merced de grupos concentrados o billonarios que quieren mudarse a la Luna o a Marte.

Que el ecosistema de lo que llamamos redes sociales —pero son plataformas de extracción de datos y publicidad— es parte del problema y no parte de la solución debería estar claro. El sistema político y judicial depende de tecnologías inseguras que no controla y que para nada son neutrales. La clase política vive adicta a sus teléfonos, sin capacidad de concentrarse y toma decisiones fundamentales para un gobierno o para Estado a través de plataformas de seguridad inexistente, sin privacidad y, por ende, con una predisposición absoluta para ser micro-manipulada. Prácticamente vigilada y supervisada en sus ansiedades y obsesiones más evidentes.

El modelo de acumulación hace que cada elección sea fuente de incertidumbre cambiaria, de especulación, de más pobreza y fragilidad, de votos furiosos y cortoplacistas, de ansiedad económica y miedo por el impacto de la elección popular. La elección democrática genera temor y ese miedo da poder a ciertos sectores.

La democracia no tuvo la imaginación ni la acción decisiva que tuvieron los actores económicos concentrados en estos 40 años. El sistema político y judicial usó la imaginación y la acción directa para que los intereses privados se preservarán, incluso en contra de derechos constitucionales como el derecho de propiedad (plan Bonex 1990, devaluación y pesificación asimétrica 2001/2002). También permitió que los intereses se expandieran hacia nuevos espacios que antes tenían protección constitucional hoy inexistente (privacidad, intimidad, trabajo gratuito en plataformas, apps de trabajo precario, etc.), con nuevas excepciones constitucionales y administrativas dadas de forma expresa o tácita por agencias, con la asistencia directa del Poder Judicial o el abandono del Poder Legislativo. 

Los actores económicos tuvieron más imaginación y mayor efectividad que los actores políticos y democráticos. Los actores políticos trabajaron con esfuerzo e imaginación mucho más para los actores económicos que para la democracia que les concedió su legitimidad. Mientras el mercado de libre especulación y las apuestas virtuales crecen en todo sector —por ejemplo en los jóvenes entre 12 y 16 años—, la cultura democrática y la salud mental de la sociedad está cada vez más frágil, colapsando a gritos.

 

Necro-elites y auto-destrucción

Hay dos actores relevantes que acumularon notoriedad estos cuatro/ocho años, pero se hicieron más nítidos en esta coyuntura electoral: las necro-elites y los impulsos auto-destructivos de una generación.

Las necro políticas requieren de necro elites. Requieren de elites que están abiertamente dispuestas a políticas de shock de un capitalismo del desastre que sin duda tendrán efectos directos, de cortísimo plazo, en la población, que inician fuegos imposibles de apagar. Esas necro elites no solamente viven desacopladas de las sociedades que habitan y parasitan, sino también de los complejos efectos de sus decisiones. Viven indiferentes de las consecuencias extraordinarias que sus decisiones letales pueden generar. Esto incluye a las elites intelectuales de la grieta política que llaman a “evitar catástrofes democráticas” generadas por un juego de odio estructural que las tuvo en el pasado como protagonistas.

Esa miopía e insensibilidad que se ve en las elites —no sólo en las abiertamente necro-políticas— también se ve a nivel generacional. Hay una generación que, entendible y sensiblemente, reacciona al abandono político realizado con una auto-lesión, con un intento de autodestrucción. Una generación autodestructiva que está vocalmente buscando diferentes formas de catarsis —hace ya varios años— y que toma este proceso electoral como una forma extrema de llamar la atención, para ser escuchada. La generación autodestructiva es producto de un diálogo de prácticas sociales de negación recíproca, de grupos identitarios que entraron en una guerra cultural, que fragmentaron a la sociedad en tribus sociales y que terminan plebiscitando la violencia.

Esos dos actores son protagonistas de esta especial jornada de voto popular. Hubo un tiempo en el que votar era peligroso, cambiaba la realidad, más allá del escepticismo anarquista o marxista sobre la democracia y el sufragio. Por eso los trabajadores no votaban, las mujeres no votaban, los criollos, los mestizos, los inmigrantes, las/os afro-descendientes no votaban, por eso había exclusiones electorales, persecuciones, por eso los golpes de Estado, el fraude político y electoral, las formas de sugestión, de manipulación de consensos y disensos, por eso las guerras judiciales contra el derecho a votar a lo largo de los sistemas electorales. 

El acto transformador es el acto político. Debe ser sostenido en el tiempo y quizás lleve toda una vida comprometida. Votar tiene límites, la imaginación política parece que también. La política está en crisis por diferentes factores y todos tienen que ver con la política económica, cultural y con errores fundamentales en la forma de construir una democracia en estos 40 años. Si se le gana al autoritarismo de forma electoral, quizás no se le gane a la inflación constante que el modelo de acumulación genera con su inercia, lo que cosechará más descontento social y traerá más autoritarismo circular. 

Sin duda, votar puede ser un acto transformador. Puede evitar una regresión sin igual. En caso de evitar lo que parece inevitable, para no reincidir en la desesperación en cuatro años, necesitaremos más que imaginación y sensibilidad publicitaria, más que infantilismo y guerra de memes, necesitaremos proyectar otra política democrática con pretensión de largo plazo.  

A veces votar puede ser expandir la democracia, a veces puede ser defenderla. A veces darle una nueva oportunidad. Sacarla de la muerte lenta. A veces puede ser darle una de las últimas oportunidades. Votar para resistir, votar para escuchar, votar para reconstruir. Votar para frenar regresiones.

 

 

 

 

* Lucas Arrimada da clase de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho

 

 

 

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