¿Y DESPUÉS QUÉ?

El corto y el mediano-largo plazo

 

Dada la situación que se vive en el mundo entero a raíz del Covid-19, todas las miradas están puestas en las formas como los distintos gobiernos han decidido encarar la pandemia en el ámbito sanitario y, en menor medida en los aspectos económicos, a  fin de evitar las consecuencias que el virus trae aparejadas por su virulencia y amplitud.

No en todos los países se han privilegiado como en el nuestro los aspectos sanitarios, poniendo la vida como el valor supremo a defender. Se ha argumentado racionalmente que la economía se puede recomponer y que las vidas humanas truncadas son irrecuperables, por lo que es necesario pensar que pasada esta situación, nuevamente habrá que plantear cuál puede ser el mejor camino para recuperar lo que se haya perdido y así pues, comenzar nuevamente un proceso de crecimiento en camino al desarrollo.

Seguramente que el mundo que emergerá después de esta pandemia, no habrá de ser igual al que teníamos antes de que ella aconteciera, y muchos de los rasgos que ya se venían insinuando con anterioridad habrán de magnificarse.

Por ese motivo es que creemos que el modelo neoliberal, tal como lo conocemos, caracterizado por la deslocalización productiva y la financiarización, puede haber llegado a su fin. Se hace necesario entonces contribuir al debate acerca de la importancia de una agenda de política económica que se erija sobre un nuevo paradigma que reconsidere como eje fundamental tanto el rol de los salarios como del Estado en la economía. Una nueva estrategia de crecimiento impulsada por salarios y una activa participación del Estado en lo concerniente al gasto público y su financiamiento, que asigne un rol central a la distribución del ingreso.

Como muestra toda la evidencia empírica, el auge progresivo del neoliberalismo a partir de principios de la década de 1980, trajo aparejado una profunda caída de la participación de los salarios en el ingreso y un incremento de la desigualdad, dando lugar al surgimiento de dos modelos inconsistentes de crecimiento: el modelo de crecimiento impulsado por exportaciones y el modelo de crecimiento impulsado por deuda. En ambos, la insuficiencia de demanda efectiva debido a salarios reales decrecientes o estancados obstaculizó la posibilidad de las economías para alcanzar un sendero sostenido de crecimiento.

Hoy la realidad es que el mundo nada en una mar de deudas tanto del sector privado- familias y empresas- como del sector público en todos los niveles del Estado, nacional, provincial y municipal. Las cifras son elocuentes, según cálculos realizados por el Instituto Internacional de Finanzas (IIF) publicados recientemente en el Global Debt Monitor la deuda total mundial asciende a 255,3 billones de dólares al cierre del cuarto trimestre de 2019, una cifra que representa un nuevo récord tras incrementarse en 10 billones de dólares sólo en el último año. En relación con el PIB mundial, la ratio de deuda global se situaría en el 322,1%. La deuda de las economías avanzadas suma un total de 184,2 billones de dólares, mientras que el pasivo de las economías emergentes es de 71,1 billones de dólares.

El tema del endeudamiento y del otorgamiento de una moratoria para las economías emergentes y en desarrollo se plantea en todos los ámbitos; así tanto el FMI, el Banco Mundial, y distintos economistas como Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en una nota escrita en Project Syndicate  el pasado 13 de abril y Jeffrey Sachs en La Nación el 18 de abril, opinan que no es momento para esperar que esos países cumplan los pagos de la deuda, sea con acreedores privados o institucionales. La situación de las deudas en todos los niveles está seriamente comprometida y es esperable que, como sucede con nuestro país, una serie de reestructuraciones y defaults habrán de producirse durante el corriente año. Ello cierra definitivamente la posibilidad de que la deuda sea el instrumento  que permita mantener los niveles de inversión y de actividad en la economía.

Por otra parte, los países que adoptaron el modelo orientado a las exportaciones como Alemania y Japón y países como China y otros del sudeste asiático, más América Latina,  tampoco presentan condiciones favorables para persistir en la capacidad de generar saldos comerciales superavitarios, pues si bien se trata de un modelo menos financiarizado que el orientado al endeudamiento, también recurre a la deuda como instrumento de financiación en tanto exige los déficits de sus contrapartes.

Si analizamos las cifras de la evolución de los precios de las materias primas en lo que va del inicio del año 2020 al 26 de marzo , en un estudio publicado por la UNCTAD  sobre la base del índice de precios Spot de Goldman Sachs, se observa lo siguiente:

 

 

Esto muestra a las claras que salvo en el caso de los metales preciosos y en particular el oro, las materias primas se han desvalorizado notablemente en lo que va del año.

De modo que en la situación actual, y sobre todo en el caso de países emergentes como el nuestro,  no se puede insistir con recetas que ya han fracasado; tanto el modelo basado en la deuda como el modelo basado en superávit comerciales, porque lo que sobrevendrá después del Covid-19 va a ser una etapa de caída en el comercio mundial, de protección de los mercados internos en cada país, de cierre de fronteras y, en  definitiva, de un mayor aislamiento que pondrá en otra dimensión a la globalización tal como la conocimos. La OMC prevé que en 2020 el comercio internacional se reducirá entre un 13 y un 32%.

Excluyendo entonces la posibilidad de insistir con modelos que ya demostraron ser inconsistentes y que llevaron a los países a callejones sin salida,  creemos  que mediante  una estrategia de crecimiento impulsada por salarios, desarrollo de un fuerte mercado interno y una activa participación del Estado en la economía,  puede iniciarse un proceso de crecimiento sostenido sin necesidad de incurrir en desequilibrios comerciales o condicionar los niveles de endeudamiento.

El salario, cumple una doble función en la economía: es a la vez un costo de producción para las firmas y la principal fuente de ingresos de los hogares. Las políticas de corte neoliberal conciben, de manera implícita, al salario únicamente en el primer sentido y como consecuencia, un aumento de la participación salarial es considerado perjudicial para la economía en su conjunto, en la medida en que conduce a un achicamiento de la rentabilidad empresaria, una suba de precios y una pérdida de competitividad a nivel internacional. Desde esta perspectiva, el foco está puesto exclusivamente en el lado de la oferta  e ignora que en gran parte de los hogares es una fuente importante de ingreso y, por consiguiente, una fuente potencial de demanda.

Por el contrario, autores de la escuela keynesiana sostienen —bajo el supuesto que los trabajadores consumen todos sus ingresos— que el aumento de los salarios dinamiza la economía vía una expansión de la demanda agregada.

 

 

 

Priorizar el consumo y el gasto público estatal

Enfatizar la economía por el lado de la oferta o por el lado de la demanda, da lugar a modelos teóricos opuestos.  Cuando decimos que hay que enfatizar la salida de la situación actual priorizando el consumo y el gasto público estatal es porque entre ambos componentes constituyen más de dos tercios de la demanda global y si ambos componentes crecen por ejemplo, el 10%, los otros dos restantes componentes deberán crecer sumados el 20% para generar el mismo efecto sobre la demanda agregada. La estructura económica argentina está determinada, básicamente por el consumo.

Enfatizar el consumo tiene fundamentos teóricos, pero es una decisión política: el primer objetivo de la política económica, aquel al que deben subordinarse todos los instrumentos, es la búsqueda del pleno empleo, es decir el aumento y luego el sostenimiento de la inclusión. Las prescripciones de política económica nunca son neutras; suponen siempre transferencia de recursos entre clases sociales, sectores económicos y espacios geográficos.

Ahora bien, si durante el ciclo económico ascendente del salario, no se transforma la estructura productiva aparece lo que se conoce como la restricción externa –insuficiencia de divisas— y el proceso inicialmente virtuoso, se frena. Lo que en un principio se puso en marcha con una decisión de política económica de corto plazo-el sostenimiento de la demanda-reclama en paralelo el diseño de políticas de mediano y largo plazo por el lado de la oferta, la transformación de la estructura productiva para alejar la restricción de divisas y aumentar la demanda de empleo.

En otras palabras, el desarrollo como una etapa superadora del crecimiento para economías capitalistas periféricas de tamaño medio como la argentina, tiene una condición necesaria; el sostenimiento de la demanda con énfasis en los salarios y el empleo, y una condición suficiente; la transformación de la estructura productiva.

El cambio de la estructura productiva está ligado a un programa de desarrollo

En “¿Qué tipo de capitalismo es posible en la Argentina”?, un trabajo presentado por Enrique Arceo en las IV Jornadas de Desarrollo del IADE publicado en la revista Realidad Económica Nª 312, el autor sugiere seguir las recomendaciones de Kamane Akamatzu, el teórico japonés del desarrollo y que consiste en “elegir ramas industriales e integrarlas verticalmente”. Esto supone armar un modelo en donde el Estado elige ramas de actividades industriales y hace las inversiones necesarias, extrayendo excedentes del sector privado. En un país sin burguesía nacional en los sectores industriales estratégicos que son controlados por las trasnacionales, las inversiones necesarias para integrar cadenas productivas y generar una nueva especialización tienen que ser realizadas necesariamente por el sector público. De allí, que sea necesario, además, reformular totalmente el Estado para que sean los sectores nacionales y populares quienes, con su participación activa, decidan en definitiva el modo de llevar a cabo estas tareas.

 

 

 

 

 

 

 

 

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