Y la nave va

La salida de la crisis en un mundo que amaga con profundizar el desarrollo desigual

 

Las vísperas del 1 de Mayo llaman a tantear las perspectivas de la economía mundial en clave de su precio principal, que es el salario, para otear las posibles coordenadas de salida de la crisis argentina. Encarar por ese lado el difícil momento hace pie en la verdad sabida de que no hay tiento que no se corte ni desgracia que dure cien años, para que juegue el dato de la realidad de que este es un mundo asimétrico regido por el intercambio desigual y el desarrollo desigual. Para ganarse el pan, el sudor que transpira la frente de los seres humanos es igual para todos y cada uno. Lo que es muy diferente es cómo se lo remunera. En el centro, muy alto, en comparación con lo muy bajo de la periferia. Es ese más o ese menos lo que determina que un país sea de centro o de periferia, respectivamente. De manera que la suerte de un país u otro está atada a cómo se pague el sudor de la frente.

Los factores de la producción son el trabajo, el capital, la tierra y el Estado. Sus remuneraciones respectivas son el salario, la ganancia, la renta y los impuestos indirectos. Los bajos salarios de la periferia explican el deterioro de sus términos de intercambio factoriales: cada vez hay que poner más trabajo nacional para obtener menos trabajo importado. Ese excedente no remunerado implica un adelgazamiento del mercado interno. Eso, indirectamente, bloquea el desarrollo por dos vías. Por un lado, al coartar las oportunidades de inversión y, por el otro, al inducir a las pocas inversiones que se realizan a ser mínimamente tecnificadas, puesto que el sudor sale menos que el combustible y los lubricantes. En otras palabras, la aceleración o la desaceleración del desarrollo no es el efecto de la desigualdad del intercambio. Esencial y junto con la desigualdad del intercambio, son los dos efectos de una causa primaria común: la disparidad de los salarios. Cuando los salarios son altos, impulsan a todo ritmo el desarrollo. Cuando son bajos, se estanca y retrocede el desarrollo de las fuerzas productivas.

Cada tanto sucede que en el mercado mundial suben el precio de las materias primas, exportación simbólica de la periferia, generalmente porque la Reserva Federal (la Fed) ordenó una política de tasas de interés a la baja. Eso hace que los inversores globales salgan de los activos financieros en dólares hacia otros activos financieros, en busca de mejor rentabilidad, y devalúan la moneda norteamericana. Ese proceso infla inmediatamente un mercado en extremo líquido, pero de reducido volumen, como es el de las commodities. Así suben los términos de intercambio mercantiles (precio de exportación versus precios de importación). Ese mayor precio recorre un tramo neutro al compensar la devaluación del dólar, y otro de efecto ambiguo —por decir lo menos— si es capturado por la renta de la tierra o la renta minera. Los términos factoriales aumentan por la renta, pero se estropean en la medida en que la renta horada el poder de compra de los salarios. El resultado es que los capitales se van.

 

 

Demografía de la pobreza

Los procesos de desarrollo desigual e intercambio desigual, al cruzarse con los datos poblacionales, generan indicios y pistas de qué aguardar para la Argentina en materia de la acumulación a escala mundial. Al respecto, vale considerar que, unos días atrás, un nuevo estudio demográfico de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) hizo ruido en las noticias porque informaba que la India superará a China como la nación más poblada del mundo a mediados de este año, si es que aún no lo ha hecho. Si bien se espera que la población de la India —actualmente calculada por la ONU en 1.420 millones de personas— siga creciendo hasta 2060; la tasa de natalidad ha disminuido gradualmente durante varias décadas a 2,0 hijos por mujer, por debajo del promedio mundial de 2,3. El análisis demográfico de la ONU da cuenta de que el crecimiento de la población en todo el mundo se ha desacelerado significativamente debido a factores que incluyen una mayor educación y acceso a métodos anticonceptivos para mujeres jóvenes. Hay otra gran razón por la que la población mundial, aunque de forma desacelerada, esté creciendo: las personas viven vidas más largas y saludables. La esperanza de vida ha aumentado de 64 a 73 años, en todo el mundo, desde 1990, y de 52 a 64 en África. Se espera que esas tendencias continúen. La ONU espera que la población mundial aumente de 8.000 millones en la actualidad a 9.700 millones en 2050, pero que luego alcance un máximo de alrededor de 10.400 millones en la década de 2080.

El trabajo de la ONU ratifica el hecho estructural de que la distribución de las personas en todo el planeta está cambiando de manera bastante drástica, con poblaciones en alza en el África subsahariana y disminuciones en partes de Europa y el este de Asia, incluida China. Europa es la única región cuya población se reducirá entre ahora y 2050. Los países de Europa del Este tienen una de las poblaciones que se reduce más rápidamente en el mundo debido a la emigración a gran escala y las bajas tasas de natalidad. Por el contrario, se espera que la mitad de todo el crecimiento de la población mundial durante ese período se produzca en ocho países: la República Democrática del Congo, Egipto, Etiopía, India, Nigeria, Pakistán, Filipinas y Tanzania.

La población del África subsahariana está creciendo mucho más rápido que cualquier otra región y se espera que casi se duplique a 2.100 millones para 2050. La demografía de la región se ve marcadamente diferente de cualquier otra. En Nigeria, por ejemplo, el 43 % de la población tiene menos de 15 años, mientras que solo el 3 % tiene más de 65 años, y la tasa de fecundidad es de 5,1 hijos por mujer. Para tener un parámetro de contraste, en Japón, donde la población declina, el 11 % de la población tiene menos de 15 años, mientras que el 30 % tiene más de 65 años, y la tasa de fecundidad es de 1,4 hijos por mujer. A Japón lo habitan 126 millones de personas transitando nuevos tiempos con nuevas costumbres. En 2002 se fundó una liga de futbol para mayores de 60, que tenía cuatro equipos con jugadores de 70 años o más. Este año la conforman 18 equipos y se espera que sean 26 equipos para 2026. Resalta el hecho de que entre esos 18 equipos ya hay tres integrados por adultos mayores de 80 o más edad que en abril jugaron el primer partido del torneo “Fútbol de por vida”. En los tres equipos el rango de edades promedio está entre los 82 y los 84 años. El jugador adulto mayor de más edad es un arquero de 93 años.

Ante esta realidad de un par de miles de millones de sombras de grises en ascenso, el Banco Mundial tituló su Informe sobre el desarrollo mundial 2023, dado a conocer el martes pasado, Migrantes, refugiados y sociedades, en el que manifiesta que el estancamiento económico que sobreviene en las poblaciones de todo el mundo que están envejeciendo a un ritmo sin precedentes debe combatirse fomentando la migración de todo tipo de calificación, en la que ve el único expediente para hacer realidad el potencial de crecimiento a largo plazo. El número de inmigrantes que viven en un país distinto del que nacieron se estima que en la actualidad es de 184 millones de personas —de los cuales 37 millones son refugiados—; esto significa 2,5 % de la población mundial.

De los 184 millones de inmigrantes, cerca del 43 % de los migrantes y refugiados vive en países de ingreso bajo y mediano; el 40 % vive en países desarrollados y el 17 % restante, en los países del Golfo de Pérsico. Están cambiando las fuerzas que impulsan la migración, complejizando los movimientos transfronterizos. Hoy en día, hay países que envían y reciben migrantes al mismo tiempo y los países de destino y de origen pueden tener cualquier nivel de ingreso. El número de refugiados casi se triplicó en la última década y el cambio climático amenaza con impulsar aún más las tendencias de migración: 40 % de la población mundial —3.500 millones de personas— vive en lugares muy expuestos a los impactos climáticos.

 

 

 

 

Como las políticas migratorias son —en general— represivas, este informe del Banco Mundial se empeña en constituirse en el manual del país buen receptor, a sabiendas de que los inmigrantes son siempre pasto de los peores idiotas que pululan en la clase dirigente de cualquier país. Que ante el menor problema en el nivel de empleo, los que siempre están conectados con la demanda efectiva y jamás con el número de seres humanos, sacan a relucir el rinoceronte xenofóbico que llevan dentro. A decir verdad, no les hace falta ni siquiera eso para que el Mr. Hyde del nativismo cruel y despiadado se las agarre con seres humanos que lo único que desean es una vida tranquila de trabajo. Eso es particularmente doloroso para la historia y tradición argentina, con los peores prejuicios escondiendo la realidad de los datos.

“Durante la próxima década, todos los países, independientemente de su nivel de ingresos, encontrarán que la migración es cada vez más necesaria”, dice el Banco Mundial, y aboga para que los gobiernos hagan más para atraer trabajadores extranjeros, entendiendo que los enfoques actuales crearon “grandes ineficiencias y oportunidades perdidas”. El economista en jefe del Grupo Banco Mundial, Indermit Gill, entiende que el informe respecto de la formulación de políticas de migración y de refugiados “indica en qué casos los países de destino pueden adoptar esas políticas unilateralmente, cuándo es más adecuado que lo hagan plurilateralmente los países de destino, de tránsito y de origen, y cuándo deben considerarse una responsabilidad multilateral”. Eso en vista de que, según el Banco Mundial, los enfoques actuales no solo no logran maximizar los posibles avances de desarrollo derivados de la migración, sino que también causan un gran sufrimiento a las personas que se trasladan en condiciones desfavorables. De momento, se pueden observar ambigüedades de todo tipo en las respuestas políticas que están dando los países a este panorama demográfico. Por caso, de las 197 naciones del mundo, 69 tienen metas para reducir la tasa de natalidad y 74 tienen metas para aumentarla o mantenerla. Esas políticas —así como se formulan— son probadamente ineficaces, además de joderle indebidamente la vida a las mujeres, pero reciben el apoyo del “algo hay que hacer” con tal de evitar a los moros en la costa.

 

 

¿Y el desarrollo?

Supongamos que le dan pelota al Banco Mundial y, país por país, van adoptando políticas favorables a la inmigración con plena predisposición integradora, a fin de revitalizar sus sociedades; que las cuestiones que plantea la fuga de cerebros y las remesas se resuelven, si no de la mejor manera, al menos de una forma aceptable para los intereses bien entendidos de los países subdesarrollados: ¿Cómo quedan las perspectivas de desarrollo de la periferia a efectos de palpar qué le podría tocar a la Argentina en todo esto?

Si los países desarrollados logran repoblarse con la inmigración, combinada con políticas que alienten la natalidad sin menoscabar la igualdad de género, avanzan —o no retroceden con la distribución del ingreso— de suerte que los ciudadanos se preserven más sanos hasta la vejez y así puedan trabajar más tiempo en un ambiente donde prime la calificación laboral, impulsada a la par por el cambio tecnológico, el muy desigual mundo de hoy será asimétrico. La sencilla razón es que como no existe un mercado de trabajo, ni mundial ni nacional, el movimiento migratorio no puede igualar los salarios. El salario es un precio político establecido por la lucha de clases a escala nacional y la oferta y demanda le son no solo categorías desconocidas, sino que impropias. Como resultado de buena probabilidad, la periferia seguiría con sus bajos salarios pero con mucho menos asalariados de todo tipo de calificación; o sea, con menos mercados donde volcar la inversión reproductiva.

Lo más probable es que los que intentan negar esa situación se hayan montado al dragón chino antes y al proboscidio indio ahora. Pero ni China ni India podrán alguna vez ser desarrollados en el mundo tal cual es, pese a los impresionantes estruendos que se escuchan en contrario. Ni la ecología, ni la tecnología, ni el producto bruto mundial permitirían pagar salarios a los chinos o a los indios que los lleven al nivel de vida californiano. Boludeen todo lo que quieran con la geopolítica, háganse ilusiones vanas con la tecnología, en el capitalismo realmente existente lo que importa es el valor de cambio y eso lo da el mercado, y el salario es el mercado.

El último avatar de ese sueño asiático es que frente a los problemas de China (expresión de la fractura interna norteamericana) se proclame que el próximo país a “desarrollarse” es la democracia más grande del mundo, pese el detalle poco grato de Narendra Modi. Para impresionar a los aprensivos se hacen cuentas y se calcula que en 2030 el PIB indio superara al alemán. A nadie se le ocurriría decir que la Argentina es más desarrollada que Dinamarca, ese gran exportador de galletitas, quesos y chancho, a pesar de ser el nuestro un PIB una vez y media más que el vikingo. Es tan poco apegado a la realidad ese planteo desafiante del poder gringo, tanto como suponer que la pobreza argentina se supera creando empleos de calidad para el joven argentino que transita por los polvorientos caminos de la patria. Sería injusto olvidar que si de guitarreros se trata, Ricardo Balbín es de una prosapia memorable. ¿Qué querrán decir con eso que suena lindo?

Y en el pecado está la virtud. Lo que en el capitalismo de desarrollo desigual no pueda hacerse para 3.000 millones de habitantes, sí se puede para 47 millones. Cambia cantidad, cambia calidad. Máxime cuando el aumento del nivel de vida no implica la explosión de la balanza de pagos por alimentos y energía. De lo único que hay que estar al tanto es que en la decisión política de las mayorías nacionales comprometidas con el igualitarismo moderno siempre habrá una bestia flotando junto al ser humano, mientras la nave va y, hasta ahora, nos ganó la partida.

 

 

 

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