¡Y que cumplas muchos más!

Una reflexión sobre las fake news a partir de una foto atribuida a la viuda de Mozart

 

(Desde York, Inglaterra)- Mientras espero en el corredor mi turno con el oculista, leo en Facebook numerosos mensajes y deseos de feliz cumpleaños a Horacio Verbitsky.

El que deseaba poner a este cumpleañero (junto a otros periodistas) en un ‘cohete a la luna’ seguramente estará maldiciendo la hora en la que se le ocurrió esa brillante idea. En febrero El Cohete desnudó una vez más la putrefacción de este plan desenmascarando a sus autores con videos, audios y capturas de pantalla a todo color.

Horacio celebró sus flamantes 77 años convirtiéndose quizás en una de las mayores piedras en el zapato de este plan.

Una enfermera se acerca, me pone unas gotitas que arden como limón para dilatar mis pupilas y mientras espero le envío un email sumándome a los saludos. Recuerdo que cuando Horacio terminó de inundar la denuncia con pruebas, tuvo tiempo para mencionar a Mozart en la sección La Música Que Escuché Mientras Escribía, un rincón para los amantes de este arte que, sin la intervención del nene bien al que se le ocurrió la idea del cohete, nunca hubiésemos tenido.

Pensado en esa nota, decidí agregar una curiosidad a mis saludos: una borrosa imagen que apareció en un archivo de una ciudad alemana a mediados de 2006.

La imagen es de uno de los primeros daguerrotipos donde se observa, sentado en el centro, al compositor suizo Max Keller junto a sus hijas y otros miembros de su familia. Pero junto a él, a la izquierda de la imagen, hay una mujer con pelo oscuro y pañuelo en la cabeza. Esa mujer es Constanze Weber Mozart, la viuda de Wolfgang Amadeus Mozart.

La respuesta de Horacio a mi saludo de cumpleaños lo representa perfectamente y me arranca una carcajada en el corredor del hospital:

“¿Estás seguro de que es la viuda? Murió a los 80 en 1842, y el primer daguerrotipo es del 39. Si hubiera sido el primer daguerrotipo de la historia, habría tenido los años que yo cumplo hoy. Y me parece bastante más joven”. No podía ser de otra manera.

Ahora quedo atrapado en esta intriga, tratando de buscar información en contra y a favor de la difusa imagen, ¡pero ya no puedo leer! Tengo las pupilas como el dos de oro y la pantalla parece una linterna que me encandila.

Tengo que esperar mi turno para el scan y una hora más hasta que mi visión se normalice. Con los ojos cerrados me pregunto por qué nunca antes, a pesar de mis dudas, me tomé la molestia de investigar la veracidad de esa foto. Creo que conozco la respuesta: íntimamente deseo que esa mujer en el daguerrotipo sea la viuda de Mozart.

Todos los amantes de la música hemos tenido alguna vez la sensación de que Bach, Beethoven y otros compositores poseían facultades que excedían lo humano. Pero aun para virtuosos, el genio prodigioso de Mozart es un fenómeno inexplicable o, como dicen los creyentes, un milagro.

Pienso que si la mujer en esa imagen borrosa fuese realmente la viuda de Mozart de alguna manera le daría al Mozart de mi imaginación un color más humano. Le devolvería un peso, una normalidad, una vida doméstica como contrapunto a ese dios inexplicable en el monte Olimpo de la música. Una mundanidad que —aun leyendo sus biografías, las cartas escatológicas a su prima, su amor por el billar y la timba— parece escapar a Mozart.

En mi vida pasada, cuando era profe de piano, les proponía a mis alumnos no acercarse a los compositores a través de sus “grandes éxitos”. Esta aproximación reducía a Beethoven, por ejemplo, a una secuencia que empezaba en Para Elisa, los dos primeros compases de la Quinta Sinfonía y terminaba en el Claro de Luna o la Patética. Propongo conocer la obra de un compositor como si uno caminara por primera vez en una ciudad, digamos Roma…

 

Construir una ciudad

Visitar Roma significa entrar en un estado de conmoción, una especie de saturación de los sentidos ante su belleza, su historia y su arquitectura. Muchos recordarán, especialmente si lo hicieron más de una vez, cómo fue aquel primer encuentro: el asombro constante, el caminar por una calle empedrada y al girar en una esquina ver el Panteón, oscuro y eterno. Poco después cruzar el puente hacia el castillo de Sant Angelo y más tarde hacer una parada en la Capilla Cerasi para quedarse sin aire frente a Caravaggio y su crucifixión de San Pedro. Caminar hacia el final de un corredor —como quien está siendo dado a luz— pasar una pequeña puerta y ver la Capilla Sixtina por primera vez.

Ahora imaginemos que fuese posible hacer lo mismo con la obra de Mozart: caminar como exploradores en una ciudad donde cada casa, cada museo, cada monumento encarna una de sus composiciones. Una ciudad donde habitan todas sus obras. ¿Qué veríamos si su belleza melódica pudiese tomar forma física y transformase en arquitectura? ¿Cómo sería esa ciudad? Imaginemos convertidos en puentes, cafés y plazas la elegancia de su música, el drama, la magia, los colores…

Esta ciudad, a diferencia de Roma, Florencia o París, no es una acumulación de siglos contratando los mejores escultores de cada época, los mejores arquitectos o artistas (o robando los mejores tesoros de sus dominios). Esta ciudad es, desde la primer hasta la última nota, la creación de una sola persona, un universo que no existía y que Mozart construyó en apenas 30 años de trabajo. Una ciudad con cimientos en Bach, Haydn y muchos otros, pero enteramente construida por él. Es una ciudad de sonidos que nunca envejecerá, que permanecerá siempre nueva y radiante.

Imaginemos como sería caminar entre sus sonatas o la fantasía para piano en re menor...

 

 

...y al doblar la esquina encontrarse frente a la obertura de Don Giovanni transformada en teatro.

 

 

Imaginemos calles pobladas de palacios con la forma de sus óperas, imaginemos entrar a la Sinfonía 25 en Sol Menor...

 

 

...recorrerla y desde sus ventanales, en los confines de la ciudad, ver construcciones abandonadas como La lacrimosa, de la cual sólo llegó a escribir unos pocos compases antes de morir, con apenas 36 años.

 

 

Entender la monumentalidad de esta ciudad requeriría sobrevolar sus casi 600 obras que incluyen 41 sinfonías, 21 óperas, casi 30 conciertos para piano, cuarteto de cuerdas… Un tesoro invaluable, a sólo un click de distancia en nuestros celulares.

Un mundo que comenzó a emerger ininterrumpidamente desde la imaginación de un niño de seis años hasta las últimas horas de su vida. Una ciudad que, 250 años después de su nacimiento, se mantiene viva porque nosotros seguimos enamorados de ella.

El 7 de julio del 2006, The Guardian publicó una nota informando que la mujer de la imagen junto a Keller es Constanze Mozart. Keller era amigo de Georg Nikolaus von Nissen, el segundo marido de Constanze. La imagen fue descubierta en los archivos de la ciudad alemana de Altötting, donde las autoridades locales, de acuerdo a The Guardian, certificaron su identidad.

La BBC dio un paso más allá confirmando que la mujer a la izquierda de la imagen es Constanze, pero agregando también la identidad de quienes la rodean: la mujer a la derecha de Keller es su esposa Josefa y detrás, desde la derecha sus hijas Josefa y Luise, su cuñado Phillip Lattner y la cocinera de la familia.

 

 

Como decía Horacio, existen daguerrotipos desde 1839. Sin embargo, Agnes Selby, autora de Constanze, la amada de Mozart, sostiene que hacia 1840 Constanze permanecía postrada por su artritis, muriendo en 1842 y que “no hay forma alguna que ella pudiese haber viajado a visitar a Keller durante el período en que la fotografía fue tomada”.

Michael Lorenz del Instituto de Musicología de la Universidad de Viena sostiene también que esta “nueva” fotografía de Constanze Mozart ya fue publicada dos veces en los '50 y agrega que no hay fotografía en exteriores en 1840. Las lentes inventadas por Joseph Petzval, que hacen posible hacer retratos con las variables de la luz natural, fueron creadas algunos años más tarde.

Los argumentos en contra de la veracidad de la imagen van tomando más peso y solidez científica comparados con aquellos a favor. A pesar de las notas en The Guardian y la BBC, la lógica y la ciencia muestran que, a menos que surjan pruebas irrefutables, es casi imposible que la mujer en esa foto sea Constanze.

Nuestros deseos, afinidades políticas, o sentido de pertenencia, nos hacen muchas veces leer la realidad en formas que nos son convenientes o que colaboran a confirmar nuestras creencias. Por suerte existen también periodistas que nos enseñan a construir nuestra lectura de la realidad sobre bases concretas, científicas, sobre información.

Creo que este será el legado de los casi 60 años de trabajo de Horacio, una ciudad de hormigón, con cimientos en pruebas. Una ciudad que no intenta complacer pero si persigue la verdad y la belleza, con obsesiva precisión. Ojalá que este ejemplo cunda entre los jóvenes periodistas y que Horacio cumpla muchos más dando cátedra.

 

 

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