Yo, duende del asfalto

Horacio Ferrer, el juglar que revolucionó la poética de tango

 

¡Atención! ¡Atención! Te dejo un primer video. Si a medida que avanza tu escucha sentís el aguijonazo, o algo semejante a un incendio celeste en medio del pecho, no te asustes, es el Arte. ¡Bienvenidx al mundo de la “tana” Rinaldi!

 

Balada para mi muerte, en vivo en el Colón (2021).

 

 

Algo más que Balada para un loco

Después de la escucha, la mejor decisión sería entrar en el callamiento, pero esta vez (con permiso Susana) elijo hablar de él. ¿De quién? Del poeta Horacio Ferrer, figura controversial dentro del tango.

Aun hoy hay quien encuentra en su obra puros artificios rococó, hay quien insiste en que todo se lo debe al marciano de once dedos llamado Piazzolla, o que apenas fue un flâneur caminando Buenos Aires con un clavel rojo en el ojal. Quienes lanzan estas bengalas de poca pólvora suelen ser lxs de siempre, lxs “turistas de la poesía”, aquellxs que desconocen, o nada saben de los misterios de la canción; los que creen que este asunto de juntar palabras y volverlas cantables es un hecho pasatista, soplar y hacer botella.

En 1965 Cátulo Castillo escribe: “Mi querido amigo Horacio Arturo Ferrer: resulta curioso que hayamos coincidido en la necesidad de este trato renovador del idioma (…) Usted siente y está en plena capacidad, madura capacidad para expresarlo. Además, en forma viva, sin dialéctica (…) con cuánto amor, con cuánta dolida intimidad de hombre están paridos estos poemas de su ROMANCERO CANYENGUE, dignos de encabezar la futura antología de la verdad idiomática rioplatense”.

 

Remonta el frío su vejez cabaretaria

que por la esquina reyuna carraspea,

con la ginebra en re menor, su atrabiliaria

y ensombrecida palinodia de corcheas.

 

Remasca un faso de chala que flamea

su perfumada tiniebla entre los trapos,

como un incienso de antiguas tangorreas

quemadas en un cáliz de sopapos.

 

Contra la noche, arrastrando los crespones

del melancólico ayer, se mimetiza

bajo sus lacios y asmáticos jirones.

 

Y la convulsa viudez de su sonrisa

se queda canyengueando en los rincones

como un rayón histérico de tiza.

 

El libro (1967). Su título juega con el Romancero Gitano de García Lorca.

 

 

Horacio lo amaba. Mirá la semejanza de sus firmas.

 

¡Sí señora! ¡Sí señor! Desde su primer libro el poeta destila gracia expresiva, cadencia rítmica, musicalidad, dominio del metro. Encantamientos detectados por Astor, y entonces enloqueció, y de Montevideo se lo trajo a Buenos Aires con la propuesta de escribir canciones, y parieron la operita María de Buenos Aires (1968), y otra vez se envalentonaron los anti-Piazzolla, pero la flecha ya estaba en el aire, acababa de nacer la dupla Piazzolla-Ferrer, y volaron por los aires los peluquines, la Spica dominguera, pero sobre todo ese cuento del tango sin renovadores. Así se presentaban.

 

 

 

Alevare (Piazzolla–Ferrer).

 

 

Como habrás oído, asoman en el recitado audacias del lenguaje, por caso, sus famosos neologismos y el juego de verbalizar sustantivos: tanguear, putañías, zurdamente, bandoneonera, mataduras, mariamente, es decir, todo un ejercicio creativo puesto al servicio de escandir, desgranar, deshacer o aumentar cada palabra para volverla a “inventar” configurando nuevos significados. ¿Invención de Ferrer? No. Ya lo habían hecho Vallejo, Huidobro, el Malevo Muñoz y hasta el propio Cervantes, pero es Horacio el que planta bandera dentro de la cancionística del tango.

 

La dupla.

 

 

Todo es posible, el tango lo sabe

Nunca voy a olvidar una de las charlas que tuve con Horacio en torno a la figura de Homero Expósito. “Horacio, yo dormía tranquilo hasta que apareciste vos” le decía Expósito toda vez que se juntaban a torease amistosamente en versos. Es cierto, pues si a nivel de letrística de tango las ventanas del surrealismo las abrió el poeta del Naranjo en flor, Ferrer toma ese legado y va por más, no solo estirando la cuerda de lo surreal sino introduciendo la psicodelia, invitándonos “a andar en su ilusión supersport”, o ver a Ray Bradbury bailando en el capó de un colectivo “entre un tumulto de camelias y galaxias”. De manera que nos mostró, nos enseñó, nos empujó a creer y confiar que es posible escribir tangos que hablen de Venusinas, de un Dios en bicicleta que se enredaba la barba en el pedal, de una María de Buenos Aires que aprendió a morir muchas veces, de un semáforo que no es semáforo sino un hombrecito blanco crucificado de pie. Entiéndase bien, estas invenciones de Ferrer no son un absurdo ni una vulgaridad, sino un ejercicio de libertad, de pura libertad, de extrema libertad; quizá allí su mayor legado.

 

 

 

Canción de las Venusinas (Piazzolla–Ferrer).

 

 

 

El performer

Del Ferrer performer poco se habla. Basta recordarlo en el escenario, en una conversación, o en algún video de la web, para detectar rápidamente sus artilugios de orador acompañados por un delicado histrionismo corporal centrado en el movimiento de manos. No cabe duda, al oír el timbre de su voz, la seducción de su voz, el manejo de los silencios, uno sentía (siente) que allí había algo de mago, o encantador popular. Imaginátelo en Balada para un loco, en La bicicleta blanca, donde aparecen a modo de introducción esos largos recitados prácticamente convertidos en liturgias profanas. Ferrer tenía algo de juglar. Su actitud performática fue un hecho inédito dentro del tango, claro que puede encontrase cierto paralelismo con el Enrique Santos Discépolo orador (quizá, éste sea más saltimbanqui, más nervioso), o con Centeya (pero a Julián lo siento más hermético, más de hombre solo monologando frente al ventanal). Ferrer era otra cosa, ni mejor ni peor, otra cosa.

 

 

 

Un joven Ferrer buscando su estilo.

 

 

 

 

Tres títulos salvan la obra

Así como digo que a finales de la década del ‘60 y principios del ‘70 su obra revolucionó la poética de tango ganando para siempre un lugar destacado en el parnaso rante de los Manzi, Le Pera, Celedonio Flores, Cadícamo, etc; digo también que en años posteriores su poesía de canción comenzó a repetir fórmulas, se volvió esperable, y uno le adivinaba los trucos. ¿Se le pasó el tiempo? ¿Perdió el embrujo? ¿La ciudad y los personajes que pintaba habían mutado, cambiado de lugar y no supo no pudo adaptarse? ¡Lindo tema para analizar! Quizá, (esto es solo opinión propia) los únicos que no se han repetido dejándonos para siempre un perfume de “novedad” hayan sido Le Pera, Discépolo y Manzi; tal vez la respuesta sea la siguiente: los tres murieron jóvenes, en la cresta de su creación poética. Sin embargo, la obra de Ferrer puede salvarse con solo tres títulos: Balada para un Loco, Chiquilín de Bachín, más esta joya imperecedera llamada El Gordo triste. Si prestás atención, en esta última no encontrarás rimas versales, la cadencia de los versos sostiene el armazón de la canción. Vale la dicha compartirte la letra completa.

 

Por su pinta poeta de gorrión con gomina,

por su voz que es un gato sobre ocultos platillos,

los enigmas del vino le acarician los ojos

y un dolor le perfuma la solapa y los astros.

 

Grita el águila taura que se posa en sus dedos

convocando a los hijos en la cresta del sueño,

¡a llorar como el viento, con las lágrimas altas!,

¡a cantar como el pueblo, por milonga y por llanto!

 

Del brazo de un arcángel y un malandra,

se va con sus anteojos de dos charcos

a ver por quién se afligen las glicinas.

Pichuco de los puentes en silencio.

Por gracia de morir todas las noches,

jamás le viene justa muerte alguna,

jamás le quedan flojas las estrellas...

Pichuco de la misa en los mercados.

 

¿De qué Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre,

que en un fósforo ha visto la tormenta crecida,

que camina derecho por atriles torcidos,

que organiza glorietas para perros sin luna?

 

No habrá nunca un porteño tan baqueano del alba,

con sus árboles tristes que se caen de parado.

¿Quién repite esta raza, esta raza de uno...?

Pero, ¿quién la repite con trabajos y todo?

 

Por una aristocracia arrabalera,

tan sólo ha sido flaco con él mismo,

también el tiempo es gordo, y no parece,

Pichuco de las manos como patios.

 

Y ahora que las aguas van más calmas

y adentro de su jaula cantan pibes,

recuerde, sueñe y viva, Gordo lindo,

amado por nosotros, por nosotros.

 

 

 

El Polaco y Astor tirando magia.

 

Ferrer y el Polaco, Café Homero (1989).

 

 

Lista de canciones para un Ferrer ilustrado

Balada para mi muerte (Piazzolla-Ferrer)

Balada para un loco (Piazzolla-Ferrer)

Chiquilín de Bachín (Piazzolla-Ferrer)

La última grela (Piazzolla-Ferrer)

Fábula para Gardel (Piazzolla-Ferrer)

Canción de las Venusinas (Piazzolla-Ferrer)

El Polaco (Garello-Ferrer)

El hombrecito blanco (Tarantino-Ferrer)

Soy un circo (Stamponi-Ferrer)

El Gordo triste (Piazzolla-Ferrer)

La bicicleta blanca (Piazzolla-Ferrer)

Milonga del trovador (Piazzolla-Ferrer)

Los paraguas de Buenos Aires (Piazzolla-Ferrer)

Y de punta a punta toda la operita María de Buenos Aires (Piazzolla-Ferrer)

 

 

 

El otro Ferrer

Para una nueva entrega, quedará el periodista del diario El País (Montevideo); el historiador documentado: El tango, su historia y evolución, El libro del Tango, El Siglo de Oro del Tango, La Epopeya del Tango Cantado, El Gran Troilo; el poeta de libro: Loquita Mía, Megamor, Mil versos a Picasso, entre otros; el autor de teatro: Enriquito Panza Vacía, el creador de la Academia Nacional del Tango. Y quién te dice (soñemos) si la salud nos acompaña lo veremos llegar en el año 3001.

 

Renaceré en Buenos Aires en otra tarde de junio

con esas ganas tremendas de querer y de vivir.

Renaceré fatalmente, será el año 3001

y habrá un domingo de otoño por la Plaza San Martín.

 

Le ladrarán a mi sombra los perritos vagabundos,

con mi modesto equipaje llegaré del más allá

y arrodillado en mi Río de la Plata lindo y sucio,

me amasaré otro incansable corazón de barro y sal.

 

Y vendrán tres lustrabotas, tres payasos y tres brujos,

mis inmortales compinches gritándome ¡fuerza che!

Nacé, nacé, dale pibe, metéle hermano, que es duro

pero muy bueno el oficio de morir y renacer (…)

 

¡Hasta la Victrola Siempre! (¡ojo! este final es mío, je)

 

 

 

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