PUEBLO CHICO, INUNDACIÓN GRANDE

Un pueblo bajo los arbitrios de un río y de un coro griego disfuncional

 

Desgraciados, enfermos, ansiosos, iracundos, expulsados, nostálgicos, infieles, insomnes, adictos, rencorosos, amnésicos, perversos, delirantes, avaros, trasnochados, sucios, afables, nobles, soñadores, redimidos, inmunes, creadores, dejados, indiferentes, deslucidos. Adjetivos en función sustantiva, cobran el valor de nombre propio al designar personajes caracterizados por ese rasgo que bien puede mutar en almas bellas, competitivos, desinteresados, dramáticos, nihilistas, lectores de novelas policiales, desgraciados, satisfechos. En diversas circunstancias hasta resulta factible que, quien haya portado una categoría, en renovada situación sea designado —o se autodesigne— con otra. Aún, tales jerarquías han de resultar rotativas y hasta cabe que una misma humanidad sea capaz de ser reconocida, tal vez de reconocerse, por más de una. Masa anónima aunque nominada, observa, opina y canta a la ambigüedad del destino como el coro griego.

Tal la población que espera, expectante, sucesos ineludibles, de esos que harán que todo cambie. Pocos tienen nombre: Galíndez, viudo de Elena, proletario laborioso, y Gustavo, su niño saltarín; la pintora Josefina, que busca la imagen plena de la oscuridad para plasmarla en el lienzo; quien apodan Peluche, matón solitario, prepotente, arbitrario, silencioso, al servicio del Intendente, para el que con el cargo basta; Roque el borracho, afable y dicharachero en un principio, hosco después; la pelirroja Irene, recién llegada, buscadora de una curación lejana; Marcelino el ludópata, al que todos quieren ver perder; Guillermina, la madre soltera de mellizos. Y la tormenta, el viento, el chaparrón, la crecida del río omnipresente con sus inundaciones, tan puntuales.

 

Los autores, Rocío Katz y Pedro Yagüe.

 

 

Cuatro manos, dos cabezas, dos plumas: la de Rocío Katz (Buenos Aires, 1992) que ilustra páginas interiores, y la del sociólogo Pedro Yagüe (Buenos Aires, 1989) encendiendo los textos. Una obra: A la espera, titulazo que lo dice todo al abrir un sinfín de postigos desde donde espiar esa acotada fauna pueblerina –acaso bonaerense—, proclive a resumir una y varias vidas en breves, constantes actos. En el mejor de los aspectos, un híbrido (en concordancia con la colección que alberga el libro) literario, suma y resta de novela corta, cuento largo, prosa poética, fábula, hipérbole, leyenda, apólogo. Acaso conjunto de cuentos unitarios pasibles de ser leídos como rayuela, a condición de dejar el primero y el último en su lugar. Historia de historias, transcurren en tiempos desafiantes de lo cronológico. Comienzan “a principios de los veinte”, se deslizan hasta “finales de los treinta”, sin ser del todo años –pasaron muchos, eso sí—, ciclos, edades. Tiempos más vacuos que abstractos, sin embargo llenos de una incesante actividad que sacude a unos e implica muchos: nada queda indiferente.

 

Una rutina aldeana se quiebra la mañana en que a Gustavo, el hijo del viudo Galíndez, no se lo encuentra por ninguna parte: “Volaban acusaciones de todo tipo, miradas de sospecha, denuncias por lo bajo, teorías infundadas, sueños arbitrarios que se analizaban como mensajes, recuerdos borrosos de los que nacían ideas imposibles. Y discusiones. Muchas discusiones”. La tormenta interrumpe la búsqueda, arrasa la inundación, demoran en bajar las aguas, vuelve el sol y el chico, porque sí, aparece lo más campante, “idéntico a esa ultima mañana, sin rastros de agua en el cuerpo ni en la ropa”. Los pobladores se reúnen en la plaza, su ágora, concluyen que, en el asunto, el río tuvo algo que ver. A partir de allí, las aguas desbordadas comienzan a operar al modo de un demiurgo caprichoso, pasan a ser “la catástrofe milagrosa”. De improviso, sin provocación alguna, el matón Peluche golpea en forma salvaje al borracho Roque; “‘Esto no puede quedar así, reclamábamos los justicieros. ‘Un golpe a un borracho es algo inaceptable’, reclamábamos los justicieros. ‘Pobre Roque’, lamentábamos, como siempre, los compasivos”.

El proletario laborioso encuentra a su mujer muerta en el mundo de los sueños, procura recomponer imagen y voz contra el roer del olvido. Josefina cae en desánimo al no lograr pintar la oscuridad, pero el fervor le vuelve redoblado tras la crecida de las aguas. Irene, la recién llegada, asume la envidia como enfermedad, busca las aguas bienhechoras; sin respuesta, persevera. “Se juega como se vive”, monserga el pequero Marcelino hasta la siguiente tormenta. En “la primera mitad de los treinta” el río se desborda ocho veces, cada una con su eventualidad positiva, adversa, ambigua. Los beneficiados ofrendan en agradecimiento, los maldecidos en conjuro. Hay quien permanece, quien emigra, quien se precipita en la bebida, quien se abandona junto a los desdichados que convergen debajo de las ramas de los paraísos por morada. Todos y cada uno, no hay nadie que deje de esperar.

 

 

 

Lo que a menudo es un demérito —la escritura con un diccionario escaso—, por una extraña combinatoria en Katz y Yagüe se convierte en encuentro fructífero. Realizados a medida que la escritura de Yagüe se procesaba, los dibujos de Katz (que ilustran estas líneas) bocetaban rasgos, construían a partir de retazos. No sería extraño que esta forma de procesar otorgara ritmo al incesante fluir de la prosa. En consonancia con las mismas aguas desbordadas puestas en función de causa eficiente, surge un efecto amable a la lectura, tornándola grácil, empática. Hibridación asimismo de dichas y desventuras, de personajes unívocos en su diversidad, coloreados por ese coro multiplicado, jamás redundante. Libro breve —apenas ochenta páginas—, despliega una escritura cuyo volumen reside en el relato de la vida, de las vidas en cuyo transcurrir condensan a las otras, las contadas y las anónimas. Síntesis de la existencia popular, con el mérito de en momento alguno pretenderlo, A la espera pone en escena esa rara dialéctica dentro de la cual ruedan las partes y el todo, una y otra vez, perdiendo e incorporando, en ese método arcano donde se hace la Historia.

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

A la esper

Rocío Katz y Pedro Yagüe

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2022

80 páginas

 

 

 

 

 

 

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