Gran Bretaña encoge

Crisis económica, pérdida de peso internacional y, por si fuera poco, Carlos III

 

Mañana lunes será el funeral de Estado de Elizabet II, y la mezcla de compasión, curiosidad y no necesariamente lealtad a la reina que hubo en las islas dará paso a que se retome la situación anterior a su fallecimiento, el día 8, con huelgas en correos, trenes, ómnibus, puerto y demás, en una situación que la prensa equipara a la de los años ‘80, con la frialdad neoliberal del thatcherismo.

La de los diez días de duelo oficial no será la cabal imagen de la Gran Bretaña de Carlos III, aunque mucho se esforzó la casa real en que lo pareciera, buscando apoyo en la extraordinariamente masiva presencia de ciudadanos en cada instancia de estos días. El plan coreografiado intentó reafirmar la identidad nacional, su bienestar social y económico y su papel en el mundo, pero lo cierto es que Gran Bretaña no es ya la potencia que era –ahora, en medio de la crisis económica, la nueva primera ministra Liz Truss está aumentando el presupuesto de defensa al 2,2% del PBI– y Gran Bretaña deja de ser una gran potencia y es cada vez más quien da un apoyo entusiasta desde el margen de las decisiones de sus aliados.

Así, hoy hay al menos dos procesos que retoman su marcha. Uno es el independentista de la corona como cabeza de gobierno en los 14 territorios de la Mancomunidad de naciones, o Commonwealth, donde la desaparición física de Elizabet II parece actuar como impulso independentista. Son nueve en América, incluyendo Canadá, y cinco en Oceanía, a los que se suman la propia Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Para empezar y sin pretensiones exhaustivas, el mismo 8 de setiembre la primer ministro de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, manifestó tanto su dolor como la intención de retomar la idea de 2021 de una consulta popular que cuestione a la casa real como su gobierno. En el mismo sentido parece ir Australia, donde las encuestas indican que el 75% de la población quiere la república como forma de gobierno. El jefe de Estado de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, primero declaró que Carlos III era “un hombre adelantado a su tiempo”, y dos días después su propósito de poner en marcha la separación de la corona británica como cabeza de gobierno. Por algo cambió de tesitura.

La separación de la corona de los gobiernos del Commonwealth viene goteando, nación tras nación, desde la Primera Guerra Mundial, pero es notorio que para los británicos Carlos no es lo mismo que su madre, y la voluntad de separarse de la corona encuentra un incentivo en la diferencia. En mayo de este año, el 45% de la población escocesa se manifestó por la separación. La reina eligió ir a morir a Escocia para atemperar los impulsos independentistas. En su honor se paró la huelga en la recolección de residuos que ya lleva meses, y la casa real se dedicó a recordar que el joven Carlos escribió un librito con un tema escocés en sus tiempos de estudiante allí: The old man of Lochnagar (El viejecito de Lochnagar), editado en 1980 y siendo Lochnagar la montaña desde la que se ve el castillo de Balmoral, que ahora hereda Carlos.

No es cuestión de cuentos. Las exportaciones escocesas a Gran Bretaña son muy importantes. Sólo de ordenadores son 60.300 millones de dólares anuales, el 14,7% del total. Y el Brexit, la pandemia y los escándalos del finalmente ex primer ministro Boris Johnson parecen marcar un fin de época. Para acelerar el proceso, la guerra de Ucrania multiplicó por cuatro las facturas de electricidad, y Truss quiere ponerle techo a su alza (no disminuir su precio) con un plan de 100.000 millones de dólares. Todo alimenta un sentimiento de incertidumbre e inseguridad en una realidad en la que asoma ya su cabeza la muy posible recesión. Para hacerle frente, la decadencia del Partido Conservador, o Tory, les deja al frente de la situación a una primera ministra inexperta. Tal como definió Boris Johnson cuatro días después de entregarle su renuncia a la reina, “su pérdida es profunda, personal y casi familiar”.

El cambio que implica que Carlos III sea el rey se verá en los estados de ánimo de la población, no el lunes sino a partir del jueves 22, cuando el Banco de Inglaterra haga los anuncios postergados por el duelo: la suba de la tasa de interés básica –medida antinflacionaria– encarecerá por ejemplo los pagos de hipotecas y de préstamos estudiantiles, yendo así al corazón de los hogares. Las ollas populares se han duplicado, y los índices de pobreza muestran una fuerte alza. La crisis económica ya está presente en las familias británicas, y a corto plazo decantará el interregno de buena voluntad popular hacia el gobierno manifestado en el duelo oficial y se cuestionará a Truss, a la casa real y a Carlos. Pero parte indudable de eso será el hecho de que la casa real, en su conjunto, tiene riquezas por 28.000 millones de dólares, a lo que se suma el patrimonio privado de cada uno de sus integrantes, que es secreto. Excepto los detalles del patrimonio personal, está todo en el libro de Laura Clancy: Running the Family Firm: How the monarchy manages its image and our money (Gerenciando la firma de la familia: cómo la monarquía maneja su imagen y nuestro dinero).

Y, casualmente, el más notorio de la familia real es Carlos, que dedicó su ocio a organizar primero su ducado de Cornwall, 5.200 hectáreas, aumentando su valor en un 50%, que le maneja un cuerpo de 150 empleados. Hoy tiene un importante campo de cricket, The Oval, y quintas de recreación en el sur para alquilar. A esto agrega casas junto al mar, oficinas en Londres y un depósito de supermercado, todo ello para alquilar. Todo ello está valuado en 1.400 millones de dólares, y el rendimiento para su persona supera, claro, el sueldo anual de 1,1 millón de dólares que recibe.

Ahora Carlos heredará los bienes de su madre, el ducado de Lancaster, que como Elizabet no se preocupó en hacerlo rendir solo vale 949 millones de dólares. Lo heredará sin tener que entregarle al fisco el 40% del valor que debe pagar el ciudadano común, y luego de su reinado (inevitablemente más corto que el de su madre) lo heredará su hijo William, sin pagar impuestos corporativos.

Pero Carlos III tiene más, porque sus queridas (dijera) obras de beneficencia, cuya interrupción anunció, reciben donaciones. Una de ellas tomó estado público: el ex primer ministro de Qatar, sheik Hamad bin Jassim bim Jaber al-Thani, le mandó bolsas de papel y una valija con 3 millones de euros. También nombró ciudadano y caballero a un empresario saudí, escándalo por el que renunció uno de sus cercanos colaboradores.

En el marco de una crisis económica que se profundiza, la pérdida de presencia y peso internacional, y la pérdida de centralidad política de Londres, alguien tiene que tener la culpa, y Carlos es un muy buen candidato.

 

 

 

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