Sin Bach, Dios quedaría disminuido

La música que escuché mientras escribía

 

La semana pasada te mostré algunos pasajes de El Silencio antes de Bach, la insólita película de Pere Portabella que vi en Mubi. En una escena un vendedor de pianos hojea incunables musicales en una librería especializada. “Sin Bach, Dios quedaría disminuido, sería un tipo de tercer orden. Es lo único que nos recuerda que el mundo no es un fracaso”, le dice el librero, en uno de los diálogos más interesantes, en el que también hablan del uso perverso de la música que los nazis hicieron en algunos campos de concentración.

 

 

 

 

 

En su Vida de los grandes compositores,  Harold C. Schonberg  (el ex crítico musical del New York Times, nada que ver con el músico y pintor austríaco Arnold Schönberg) cuenta que Johann Sebastian fue la quinta generación de músicos de su familia, comenzada con el panadero Veit Bach, que en el 1500 huyó de Hungría hacia Alemania debido a la persecución religiosa. La tradición incluye a bisabuelos, abuelos, padres, tíos, primos e hijos, como Johann Ambrosius, Johann Ludwig, Johann Christoph, Johann Michael, Carl Philipp Emanuel, Johann Christian, Wilhelm Friedemann y Johann Christoph Friedrich. La música bachiana refleja el profundo impacto místico de la reforma luterana.

Hoy existe un consenso universal sobre la genialidad de su obra, superior a cualquier otra en la historia de la humanidad, tan único como Shakespeare, Miguel Ángel y Einstein. Hace varios años te conté que en alemán Bach significa arroyo y que Beethoven decía a sus amigos: “¡Qué arroyo, él debería llamarse mar!” (¡Nicht Bach! Meer sollte er heissen), una anécdota deliciosa que me transmitió el pintor y músico Andrés Jaroslavsky. Sin embargo, Bach no obtuvo ese reconocimiento en vida y ya avanzado el siglo siguiente el barroco había pasado de moda y era considerado un músico conservador cuya obra era menos considerada que las sinfonías de Haydn o Mozart, e incluso que las óperas de Rossini o Gluck. Hasta la música elegante pero superficial de su hijo Johann Christian era más popular en Londres que la suya, dice Schonberg, quien de todos modos niega que haya sido olvidado.

Una escena de la película presenta a un criado de Felix Mendelssohn mientras hace las compras en un mercado de Berlín en la década de 1820. Como Mozart, Mendelssohn fue un niño prodigio cuyos conciertos eran famosos a sus diez años. Los judíos Mendelssohn incorporaron el apellido familiar Bartholdy para eludir las persecuciones antisemitas, pese a la conversión al protestantismo luterano. Al guardar la compra en la cocina, el criado descubre que un corte de carne fue envuelto en una partitura musical y se la entrega a Mendelssohn, interpretado por el pianista catalán Daniel Ligorio, quien advierte que se trata de La Pasión según Mateo. Es un mito, que circuló por esa época. En realidad, el conocimiento de Bach y su obra llegó a Mendelssohn a través de su tía abuela, Sarah Itzig Levy, quien había estudiado clavecín con los hijos de Bach Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel.

 

 

 

 

 

 

Bach la compuso y la estrenó en 1727. Mendelssohn Bartholdy la devolvió a la existencia 102 años después, en 1829 y a partir de allí no cesó de crecer la admiración por ese compositor  para quien el sentido de la música era adorar a Dios y contribuir a su gloria. A diferencia del Oratorio católico, la Pasión Protestante no se cantaba en latín, sino en la lengua del público asistente, que podía entender esa súplica: Erbarme dich mein gott –Apiádate de mí, Dios mío, así como los diálogos de la última cena entre Jesús, Pedro, Judas, Pilatos y el comentario del evangelista.

Bach era kantor de la iglesia luterana de Santo Tomás, cargo que suele traducirse mal como cantor, cuando quiere decir director del coro. Sin embargo, en la mal dotada ciudad de Leipzig sus obligaciones (catorce en total, según el pliego que firmó para aspirar al cargo) incluían su responsabilidad sobre la música en las cuatro iglesias de la ciudad, componer una cantata por semana, ocuparse de la música sobre la Pasión para el Viernes Santo, dirigir su ejecución, instruir a los chicos del coro en el uso de los instrumentos musicales y proveer motetes para bodas y funerales. Mendelssohn reestrenó La Pasión según Mateo en una versión del original abreviada a una hora y media, la mitad de lo que podía durar su presentación completa. Esto fue un tema de preocupación para Bach en su hora: el punto 7 de su contrato con el Consejo de Leipzig decía que la música no debía durar demasiado y no dar una impresión operística, sino más bien incitar al oyente a la devoción. Schonberg acota que ese fue un periodo de ascenso de una clase media cultivada, que reclamaba entretenimientos musicales, de modo que la música salió de la Corte y las iglesias para entrar en la ciudad. Uno de los crípticos mensajes de la película del marxista Portabella es que Europa necesita hoy del cristianismo que Bach exaltaba con solemnidad.

Entre las versiones de reproducción libre que encontré de La Pasión según Mateo está la de John Elliot Gardiner, que me pareció apropiada para quienes no están familiarizados con la obra.

 

 

 

 

 

 

También es posible interpretarla como lo hizo Karl Richter, quien en el siglo XX se hizo cargo del órgano de Bach en Santo Tomás. Su versión dura casi media hora más de la de Gardiner, sobre la misma partitura pero con un tempo más lento.

 

 

 

 

 

 

Yo prefiero la de Richter, pero en cuestión de gustos está todo escrito y cada quien puede elegir.

 

 

 

 

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