BERGOGLIO TIENE LA ÚLTIMA PALABRA

Murió el sacerdote jesuita Franz Jalics, uno de los fantasmas que hostiga las noches del Papa Francisco

 

A los 94 años murió ayer en Hungría el sacerdote jesuita Francisco Jalics, quien en un libro propio y en una entrevista conmigo denunció que Jorge Mario Bergoglio fue el responsable de su secuestro y del de Orlando Yorio por la ESMA, en 1976, cuando el actual papa era jefe provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina. Bergoglio fue entronizado en 2013, y la Compañía de Jesús ordenó a Jalics, que vivía en una residencia jesuita de Baviera, que se retractara. Lo hizo, pero en forma poco convincente y dejó constancia de que era por obligación. Los jesuitas deben obediencia personal al Papa. Aún después de eso, en correspondencia con la familia de Yorio, mantuvo sus acusaciones contra Bergoglio, como consta en mi libro La mano izquierda de Dios, reeditado en 2020 por la editorial Las Cuarenta, con una introducción sobre Los fantasmas del Papa Francisco.

Bergoglio exigió que Yorio y Jalics abandonaran el trabajo social que realizaban con su autorización en el barrio Rivadavia, junto a la villa del Bajo Flores y cuando se negaron les reclamó que dejaran la compañía de Jesús. Yorio y Jalics estaban identificados con la teología de la liberación, que Bergoglio combatía, como parte de las divisiones internas en la Iglesia Católica argentina y en el peronismo. Ahora que ha perdido la profunda inserción que tuvo en los movimientos populares en las décadas de 1960 a 1980, la reivindica, en una típica jugada pendular. La Iglesia Católica siempre lo hace, lo sorprendente es que en este caso ambos momentos tengan el mismo protagonista.

La semana pasada, cuando el Papa envió un mensaje a la ex presidenta Isabelita Perón por su cumpleaños 90, sectores confesionales lo señalaron como una traición a Carlos Mugica, asesinado por la Triple A. En 1999, cuando Bergoglio asumió como arzobispo de Buenos Aires, Yorio me contó la historia de la persecución que padecieron. También me puso en contacto con Jalics, quien me confirmó telefónicamente el relato de su compañero.

 

 

Francisco, Franz o Ferenc Jalics.

 

 

El primero en denunciar el rol de Bergoglio, a quien llamó pastor que entrega sus ovejas a los lobos, fue el fundador del CELS, Emilio Mignone, en su libro Iglesia y Dictadura. Bergoglio me contó que cuando intentó darle explicaciones después de una misa, Mignone alzó la mano indicándole que no se acercara.

El episodio es una obsesión para Bergoglio, que ya ha patrocinado dos películas en las que trata de acomodar los hechos, explicando que no hizo lo suficiente para salvarlos, cuando la acusación que le formulan es mucho más grave. Una es el documental Llámenme Francisco. La otra, la ficción Los dos papas, un largo diálogo ficticio entre Benito XVI (interpretado por Anthony Hopkins) y Bergoglio (Jonathan Pryce). Aunque el porteño ya llevaba varios años en el Vaticano, ambos filmes se centran en el secuestro y la tortura de los dos sacerdotes, prueba de cuánto lo preocupa.

También se editaron tres libros con el mismo propósito:

  • El jesuita, del propio Bergoglio en diálogo con dos periodistas, con el que lanzó su candidatura al papado cuando comenzaban las versiones sobre la posible renuncia de Joseph Ratzinger;
  • La lista de Bergoglio, del italiano Nello Scavo, publicado por la casa editora de la conferencia episcopal romana; y
  • Salvados por Francisco, del argentino Aldo Duzdevich.

Los dos últimos describen una fantástica red de ayuda a los perseguidos por la dictadura, tan secreta que ni sus integrantes eran conscientes de integrarla.

En su libro de 1994 Ejercicios de contemplación, Jálics escribió que “mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria. Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y treinta documentos a los que pude acceder más tarde, pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”. Yorio me dijo que esa persona era Bergoglio y Jalics me lo confirmó, con la condición de que no se lo atribuyera directamente a él sino a una persona de su máxima confianza, que es lo que hice durante años, hasta que no pudo resistir la presión del Vaticano e intentó retractarse. Recién entonces revelé la fuente.

La familia de Jalics le dijo al diario conservador alemán Frankfurter Allgemeine que Bergoglio era el superior contra el que Franz sentía impotencia e ira porque “había prestado falso testimonio sobre nosotros”. El hermano de Jalics dijo que Ferenc (que es el nombre húngaro de su bautismo) “estaba convencido de que Bergoglio los había delatado a él y a Yorio a la junta militar al indicar que en el Bajo Flores se escondían guerrilleros. Esa acusación la pronunció varias veces en el círculo familiar”.

Luego de la elección del papa Francisco, el Provincial jesuita germano dijo que Jalics se había reconciliado con Bergoglio. El anciano sacerdote lo rectificó: se sentía reconciliado con “aquellos acontecimientos”. Recluido en una casa de la Compañía de Jesús en Baviera, Jalics no estaba en condiciones materiales ni espirituales de sostener una batalla con el papa, a quien además había prestado el cuarto voto jesuita de obediencia. El malestar que esto le provocó fue ostensible en su retractación en cámara lenta. La reconciliación es un sacramento de la Iglesia católica que implica el perdón de las ofensas, lo cual no absolvía a Bergoglio, comenté. En respuesta a ese análisis se produjo una segunda declaración, esta vez emitida por la provincia jesuita alemana bajo lo que un sacerdote argentino llamó “obediencia debida”. Jalics dijo que se sentía “obligado” a clarificar sus dichos, expresión que en el caso de un jesuita no puede tomarse a la ligera.

Agregó que había creído en la participación de Bergoglio hasta que comprendió que su superior no lo había entregado. Esta vez señaló a una catequista que había ingresado a la guerrilla, cuya desaparición forzada precedió a la de los dos sacerdotes. Esto le habría hecho cambiar de opinión.

Pero Jalics ya conocía el rol de esta ex monja detenida-desaparecida, y así consta en su testimonio en el primer juicio a las juntas militares, en 1985. Ante el embajador argentino en la República Federal de Alemania, Hugo Boatti Osorio, dijo que Mónica Quinteiro fue secuestrada y desapareció para siempre pocos días antes que él y Yorio. “Ella había dirigido la catequesis en la villa del Bajo Flores, donde estábamos; paralelamente con eso, había tenido contactos políticos. Un año antes de nuestro secuestro vino Mónica Quinteiro y nos dijo que ella se había comprometido con su línea política. Tres semanas después nos dijo que se alejaba de la villa porque su presencia nos ponía en peligro”. Si en 1985 ya conocía esto pero en su libro de 1994 acusó en forma categórica a Bergoglio, es porque no le parecía que la actividad política de Mónica Quinteiro menguara la responsabilidad de su superior Provincial, contra quien en ese libro dijo tener abundantes pruebas testimoniales y documentales, que ratificó en la entrevista conmigo en 1999.

Si algún hecho nuevo hubiera modificado su evaluación de los hechos, Jalics lo habría puesto en conocimiento al menos de los hermanos de Orlando Yorio, con quienes siempre mantuvo una relación más que cordial. “Era amable, nos acompañó cuando murieron nuestros padres”, me contó la psicóloga Graciela Yorio. Tanto ella como su hermano Rodolfo frecuentaron las casas del barrio Rivadavia y la comunidad previa de Ituzaingó, en las que desarrollaron su tarea pastoral Orlando y Jalics.

Al mismo tiempo, el vocero del nuevo papa, el jesuita Federico Lombardi, convocó a su primera conferencia de prensa, en la que no hizo otra cosa que atribuir mis publicaciones a una conspiración de la izquierda anticlerical. El cargo de izquierdista es el mismo que recibieron Yorio y Jalics por parte de Bergoglio.

Jalics siguió en contacto por email con los hermanos de Yorio hasta que ambos murieron, Graciela en 2016 y Rodolfo en 2018. Nunca obtuvieron respuesta del Vaticano ni de la Compañía de Jesús cuando reclamaron que se clarificara el rol de Bergoglio en el secuestro de Orlando y de Jalics. El cuarto hermano de esa familia devastada por la pena, Carlos Yorio, nunca habló públicamente del tema. Cuando Yorio y Jalics recuperaron la libertad se dirigieron a la casa de la madre de Yorio, donde festejaron.

“Nunca percibimos que Jalics hubiera cambiado de opinión respecto de Bergoglio”, dijo Graciela Yorio. Cuando Bergoglio difundió que Jalics se había abrazado con él luego de compartir una misa, Graciela le preguntó si era cierto. En abril de 2010, Jalics le escribió: “A Orlando no se hizo justicia, a Jesucristo tampoco y pasaron ya dos mil años”. Agrega que llegó a la convicción de que “sólo el perdón puede ayudar y dar paz”. Por eso aceptó la invitación de Bergoglio a reunirse en Buenos Aires, pese a que sospechó que lo hacía “para poder decir que conmigo no pasó nada”. Al explicar su posición dice que “entre los jesuitas hay todavía tensiones por Bergoglio. Por eso quise quedarme distanciado de esas peleas. Ese es mi camino y te pido que lo comprendas”. Es decir, ninguna desmentida de los hechos, sólo un cambio de su actitud posterior.

En 2013, luego de la audiencia de Jalics con el papa Francisco y de su retractación, Graciela Yorio le pidió que si tuviera datos concretos favorables a Bergoglio se los hiciera conocer, dado que ella y su hermano se guiaban por lo escrito por Orlando a la Compañía, “y también lo que sabemos de tus opiniones con respecto al hostigamiento y secuestro que ambos han padecido”. Ese correo electrónico del 7 de octubre de 2013 fue respondido el mismo día: pedía “tengas algo de paciencia” porque “ahora tengo demasiadas cosas. Te escribiré”.

El 1º de diciembre de 2013, Graciela Yorio insistió: “Todos los días, cuando abro mi correo, lo hago con la esperanza de encontrar noticias tuyas. No quiero molestarte, pero necesitamos esas respuestas”. Jalics respondió el 24 de enero de 2014 que estaba en la India y que les escribiría cuando estuviera de regreso en Alemania. Los hermanos de Yorio presentían que nunca lo haría porque el único hecho nuevo fue que desde 2013 su voto de obediencia al papa debía cumplirse con el hombre de quien en 1994 escribió que hizo “creíble la calumnia valiéndose de su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura”.

En marzo de 2014, con autorización de los hermanos Yorio, fui yo quien le escribió a Jalics:

“Entiendo tu dilema espantoso pero, a diferencia de Graciela y Fito, no puedo decir que respete tu decisión. La comprendo, que es algo bien distinto, por las circunstancias de pesadilla en que te ha puesto la realidad. Sólo quiero preguntarte si en algún momento ha pasado por tu mente el daño que con tu actitud le hacés a quienes confiaron en vos y te acompañaron cuando denunciabas al responsable de lo sucedido, basado según tus propias palabras impresas en tu libro de Ejercicios Espirituales de 1994, en declaraciones de un oficial y treinta documentos, a los que luego prendiste fuego. En esas condiciones, ¿qué sinceridad tienen el perdón y la paz? Distanciarse de una pelea puede tener sentido cuando hay paridad entre las partes y nada trascendente en juego. En este caso implica tomar partido, por el más fuerte y en contra de quienes hablan con la verdad. ¿Tanta espiritualidad para terminar postrado así ante el poder y de espaldas a quienes compartieron tu trayecto durante aquellos años terribles? Una cosa es el perdón, otra la mentira. No es creíble que invoques ahora como hecho nuevo algo que conocías diez años antes de escribir tu libro, según consta en tu declaración de 1985 ante el embajador. No quisiera escuchar tu cuenta de conciencia, pero no pierdo la esperanza de oír tu voz pública diciendo nada más que la verdad. Si fuera creyente, rezaría por tu alma”.

Como era previsible, no contestó. Pero Graciela siguió en contacto hasta el final, en 2016. Ya internada, le dejó dos cartas a su hijo Mariano para que me las entregara. Están firmadas por Jalics, quien tuvo incluso la cautela de no poner la fecha. Pero en una de las cartas dice que está por cumplir 87, lo cual indica que es de fines de 2014. Jalics le dice a la hermana de Yorio que no cree que los militares “hayan hecho algo verdaderamente gravemente injusto con él ni conmigo cuando siguieron las informaciones que habían tenido”. Pero “no puedo decir lo mismo de la Iglesia ni de la Compañía [de Jesús]”.

Es decir que las acusaciones sí fueron gravemente injustas con ellos.

 

 

 

Esta carta, que Jalics envió por correo con su firma autógrafa, prueba que un año después de absolver en público al papa, seguía señalándolo en privado por su comportamiento durante la dictadura, incluso con más dureza que a quienes lo secuestraron y torturaron. Si no lo decía en público era por razones privadas, que explicó en su castellano ripioso en esa carta a Graciela Yorio: no había vuelto a hablar del tema porque eso es “lo que me dice mi conciencia”. Graciela me la envió desde su lecho de muerte para poner las cosas en su lugar, pese a las toneladas de estiércol arrojadas desde Roma y la prensa canalla sobre quienes investigamos esta historia.

Por ahora, Bergoglio se queda con la última palabra.

 

 

 

 

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