Los dos 11-S

Chile 1973, Estados Unidos 2001 y la “guerra civil mundial” según Bifo Berardi

 

Cada vez que se acerca un 11 de septiembre hay evocaciones de Chile en 1973 –el bombardeo a La Moneda, el sanguinario derrocamiento del Presidente Salvador Allende por parte de la derecha chilena encabezada por el general Augusto Pinochet– y de Estados Unidos en 2001 –el atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington DC.

De este último se cumple un aniversario redondo, 20 años. El otro va para el medio siglo. Ambos pueden vincularse.

Es necesario ubicar los golpes militares en la Latinoamérica de los ‘70 más allá de los nombres puntuales de derrocados y verdugos. Hubo un lustro de terror entre 1971 y 1976 que significó un ciclo mortal de inicio de dictaduras cívico-militares. La razón de fondo era la búsqueda del capitalismo global de una recomposición de sus tasas de ganancias, al menos por parte de las empresas más poderosas y globales del sistema. O sea, ni lo de Chile del ‘73 ni lo de la Argentina del ‘76, tampoco el golpe en Bolivia en el ‘71, el de Ecuador en el ‘72, el de Uruguay en el ‘73 o el de Perú en el ‘75 tuvieron “causas” únicamente nacionales, que también las hubo, desde ya. Pero era mucho más que eso. El de Chile acaso sea el más significativo porque dio cuenta de una vuelta de página brutal de la historia occidental, que recién más tarde consolidarían Ronald Reagan en Estados Unidos, Margaret Thatcher en Gran Bretaña y en menos medida Helmut Kohl en Alemania en el mundo rico. Hoy se entiende que aquello abrió paso nada más ni nada menos que a lo que se daría en llamar con el tiempo “neoliberalismo”, la fase del capitalismo más destructiva y regresiva de todas las que ha tenido este sistema para la humanidad. El 11-S de Chile abrió las puertas para ese infierno.

Muchos ven ese acontecimiento como el inicio del ciclo neoliberal, y del monetarismo como reacción al modelo dominante previo, el keynesianismo, con una carga principal en el valor del dinero, el valor financiero, el poder de los bancos y las finanzas sobre el resto de los actores. Y, para empezar a asociar esto al 11-S de Estados Unidos, que ocurrió casi tres décadas después, aquel asalto a La Moneda y su contexto podría habilitar la hipótesis, en los hechos de 2001, de una reacción, casi como la venganza de los sectores excluidos, marginados, explotados del mundo entero como producto del dominio tan atroz del neoliberalismo.

Ya sea que demos en principio por hecho que fue Al Qaeda y el fundamentalismo yihadista sunita el que organizó los ataques en Nueva York y Washington (el presidente Joe Biden ha ordenado, por presión de los familiares de las víctimas, una parcial desclasificación de documentos sobre la verdad histórica de ese episodio) o bien que supongamos que la inteligencia estadounidense operó para, cuanto menos, dejar hacer a los terroristas para luego desplegar su poder militar en el mundo (recordemos que Estados Unidos lo hizo muchas veces en su historia, entró a la guerra contra España por Cuba y Puerto Rico y a la segunda Guerra Mundial “dejando hacer” a sus enemigos para luego tener esa excusa, y siempre para dominar y probar nueva tecnología militar, y recordemos que personajes nefastos del gobierno de George W Bush como Dick Cheney o Donald Rumsfeld tenían intereses concretos en empresas militares y de servicios de inteligencia), en ambos supuestos puede hacerse esa lectura de la venganza porque el mundo islámico es una (no la única, pero una al fin) de las víctimas del avance destructivo del capital neoliberal.

Si el 11-S en Chile hace casi medio siglo fue un punto clave en la regresión para América Latina, el 11-S en Estados Unidos quizá sea o quizá haya abierto paso a lo que Franco “Bifo” Berardi define en su ensayo La segunda venida –que hace un par de meses publicó en la Argentina la editorial Caja Negra– como “una guerra civil global”, una guerra distinta a las guerras mundiales tradicionales, de “líneas más estables y reconocibles”, escribe, pues esta otra “prolifera en múltiples frentes y de maneras impredecibles”. Una guerra, también, en la cual “el conflicto cambia constantemente en función de una superposición de demarcaciones nacionales, religiosas o étnicas”. Básicamente, lo que plantea Berardi es que la guerra abierta el 11-S de 2001 se convirtió “en una suerte de ajuste de cuentas de quinientos años de colonialismo”.

Pese a lo complejo del tema, en su ensayo Berardi distingue dos bandos contendientes desde el 11-S y el ciclo caótico que abrió. Por un lado, los dominadores y colonizadores, que se autodenominan de raza blanca, y por el otro, una “heterogénea muchedumbre de colonizados”, muy fragmentados.

Hay algo curioso en este gran intelectual italiano, como en tantos otros de este lado del mundo: su alusión no sólo a Occidente entre los dominadores (por ejemplo incluye a Rusia, y su “raza blanca”, y a Japón, a pesar de diferencias étnicas con las potencias occidentales) y la enajenación total en su lectura, que pretende ser global, de países como China e India, a los que apenas caracteriza como “países neoindustrializados”. Es decir, hay una intelectualidad occidental que, aunque es tremendamente lúcida como la de Berardi, pareciera ignorar o despreciar que juntos esos dos países solos son el 40% de la humanidad. Es increíble esta ausencia de registro. Más cuando China o India están llamados a ser, o ya son, sobre todo China, jugadores centrales en el reformateo del mundo actual. Llama la atención que eso esté ausente.

De todos modos el ensayo de Berardi es, si bien entonces acotado a Occidente, muy disparador, provocativo, inteligente.

La única respuesta que ve Berardi a este berenjenal mundial es volver al internacionalismo (él es muy crítico del encapsulamiento que hizo el comunismo, que es su ideología, a un solo estado nacional, Rusia, por eso aspira a un nuevo comunismo y el título de su libro se refiere a eso) dado que de otro modo, dice, hay un impredecible escenario “bifronte con un orden de realidad tecnológica y una proliferación caótica de conflictos multiestratificados”, con un trasfondo de decadencia de Occidente. Y ahí pregunta algo muy agudo: por qué la enorme superioridad militar de Estados Unidos y la OTAN, sin embargo, no se tradujo en capacidad de mando político en conflictos como los que lo enfrentó en Irak, Corea del Norte o más recientemente Afganistán.

La otra gran pregunta que se hace –después de todo los filósofos formulan más preguntas que respuestas– es cómo la máquina capitalista es capaz de mantenerse perfectamente íntegra dentro del imperio del caos. Es una gran pregunta. Como pare reflexionar en torno a los dos 11-S que se evocan estos días.

 

 

 

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