Buscando un símbolo de paz

Inquietante significado político del papel en blanco como emblema global de protesta

 

De la superestructura a la estructura, las cosas para observar que hacen a la coyuntura y a la tendencia de hacia dónde va el país y hacia dónde puede ir, siempre hay que tener presente, cuando son abordadas, que se trata de algo así como propuestas que no pueden ser rechazadas. Es un tute cabrero y hay que sacar el máximo partido de los naipes que se reciben. ¡Y qué barajas! Desde votantes de raros peinados nuevos, hasta una economía mundial –mal momento chino incluido– que parece dar ventajas a una Argentina que de momentos y por profundas taras ideológicas ni las aprecia como tales.

Algunos encuestadores han registrado que jóvenes comprendidos en la franja etaria de 18 a 23 años que mostraban simpatías por la diputada nacional de izquierda Myriam Teresa Bregman han virado sus fervores hacia el diputado nacional derechista ultramontano Javier Gerardo Milei, engrosando marginalmente la clientela electoral creciente del candidato mayormente compuesta por tránsfugas, que hasta su consolidación como el más recio de la saga liberal a lo macho adherían a Juntos por el Cambio. La saga liberal a lo macho refiere a quién es más guapo para engullirse más rápido a la clase trabajadora con ciertos toques indispensables de crueldad. Son estos comportamientos un tanto estrambóticos para los estándares políticos, que evidentemente eran y ya no son habituales, el tipo de hechos que hacen a que este país y este mundo les resulten indóciles y desorientadores para personas de cierta edad. Un muy real No Country For Old Men global conforme la asimilación es sugerida por la película de los hermanos Joel y Ethan Coen sobre la novela homónima de Cormac McCarthy.

En vista de que la experiencia nacional de los electorados viene atravesada por las pulsiones de la geografía planetaria, posiblemente dé una pista respecto a en qué anda la cabeza de los votantes –sin distinción de edad– tener presente que la exhibición de un papel en blanco está acumulando méritos para ser el símbolo internacional de la protesta. Es una verdadera trasmutación inversa desde el “Prohibido prohibir” hasta el “No tengo nada que decir”; pero que quede claro, tan claro como la hoja de papel en blanco, que por si las moscas me opongo. No van a faltar los que pongan en práctica su incontenible vocación por apurar la historia y manifiesten que el papel en blanco es una precisa tomografía de lo que hay en los lóbulos frontales izquierdo y derecho de quienes los hacen suyo como expresión de disconformidad.

Por la reversa, los partidarios de estas manifestaciones alegan que representa todo lo que quieren decir, pero no pueden. Afirman que es una forma de eludir la dura censura a la que son sometidos. El miedo sabíamos que no era zonzo, y ahora nos venimos a enterar que es ágrafo. Es irónico que el miedo, la materia prima del fascismo, el origen de las demandas angustiadas de orden a cómo dé lugar, sea ahora la argamasa de los que se perciben como primogénitos de la libertad cuando rige la ley sálica. Más que un símbolo de paz, la hoja en banco parece un Caballo de Troya del fascismo. Ese silencio nunca fue salud y mucho menos cuando se lo invocó como su condición, conforme trae al presente amargos recuerdos argentinos.

 

 

 

Zambia de mi esperanza

Y hablando de recordatorios, tras la reunión del G20 en Bali (Indonesia), que tuvo lugar entre los días 14 y 16 de noviembre, a modo de memoria de lo tratado –y como es habitual que se haga al finalizar el cónclave– se emitió un comunicado de 52 párrafos, 9.700 palabras y una nota al pie. Por el lado geopolítico mantiene su equilibrio, puesto que si bien se informa que la “mayor parte” de los miembros del grupo “condenan firmemente la guerra en Ucrania (…) otros mantienen puntos de vista diferentes” (sin especificar cuántos en ambos casos con exactitud), pero todos sostienen que es “inadmisible el uso o la amenaza de uso de armas nucleares”. La nota al pie viene con miga económica. Dice: “Se advierte que un miembro tiene puntos de vista divergentes sobre cuestiones de deuda en el párrafo 33, y que enfatizó la importancia del tratamiento de la deuda por parte de los acreedores multilaterales como los BMD”. BMD: Bancos Multilaterales de Desarrollo. Ese miembro es China.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) vienen de punta con China a raíz de la reestructuración de la deuda de Zambia. El país africano con un PIB de entre 20.000 y 25.000 millones de dólares (dependiendo del precio del cobre, que explica tres cuartos de su oferta exportable) tiene una deuda externa de 20.000 millones de dólares. Zambia le debe a China 5.900 millones, y al FMI y al Banco Mundial, 2.700 millones de dólares. Los bancos chinos quieren ser tratados como BMD porque tienen el llamado “estatus de acreedor preferencial”, lo que significa que siempre se les paga en su totalidad, en parte porque prestan a tasas muy por debajo del mercado. No hay que perder de vista que, tras el lapsus de la pandemia, China lleva invertidos 800.000 millones de dólares en la periferia y en la geografía desfavorecida del mundo. De la mano del alza de la tasa de interés norteamericana y la revaluación del dólar, se abrió a pleno la temporada de reestructuraciones. El FMI y el BM se la pelean porque eso les deja menos espacio de maniobra a los acreedores privados. Los dos dicen que los bancos estatales chinos acreedores no lo son del todo.

La situación contextualiza el real comportamiento de estos organismos. En estos días, con justa causa, se reprocha la que puso el FMI para salvar a los acreedores de Wall Street con la excusa de promover la reelección de Mauricio Macri. La que puso acá mismo el BM en 1999 se suele pasar de largo. Con todos los mercados emergentes hechos percha por la crisis del baht (moneda de Tailandia) de 1997 y la del rublo ruso de 1998, el BM en octubre de 1999 –justo antes de la elección presidencial–, con la excusa de ayudar a la Argentina (los dos principales contendientes de la tenida política refirmaban su fe inquebrantable en la traidora convertibilidad), le garantizó un bono de 1.500 millones de dólares para ir juntando los 17.000 millones de dólares que tenía que erogar el país en el año 2000 por deuda externa. Sin esa garantía, nadie hubiera puesto un dólar y menos con esa tasa tan baja, justamente porque era garantizada.

Fue tan grande la joda que hasta le dieron status de grado inversión a esos bonos, mientras el resto de la deuda externa argentina seguía calificándose como agudamente degradada. O sea, bonos recontra seguros en medio de un tembladeral. La garantía operaba por lotes de 250 millones de dólares. Una vez colocados, la garantía se corría al siguiente lote. Cuando la Argentina entró en el default de los 80.000 millones de dólares de deuda externa en 2001, el BM pagó la garantía a los acreedores de un solo lote de 250 millones de dólares. El resto tuvo que esperar porque el BM, en vez de pedir los dólares en no más de 60 días (como decía en el prospecto original), le dio cinco años de plazo de gracia a la Argentina para empezar a cobrar a partir de 2005. Hasta ahora, al de la Argentina se suma un proceso similar con bonos de Ghana en 2015.

 

 

 

No ganamos ni para sustos

Considerando que lo acordado hasta ahora en materia de deuda externa no pinta como factible de ser honrado, ¿cómo estas contradicciones –y otras– pueden ser usadas a favor de la Argentina en una eventual renegociación? En principio, teniendo en cuenta estos hechos que desmienten la observación del ex ministro Martín Guzmán de que es de caprichoso pedir que hagan cosas por el estilo los genéricamente llamados BMD. Pero hay más en el río revuelto. Hace unos días, el banco de inversión japonés Nomura bajó su propia proyección del crecimiento del PIB chino. Calcula que será de 2,8% en 2022 y de 4% en 2023. En las últimas semanas, la incertidumbre sobre si las fábricas y plantas industriales chinas se cerrarán debido a la infección ha agregado volatilidad a los precios de todo, desde el petróleo crudo hasta el hierro y el oro. El impacto no es menor, dado que China consume entre el 40 y el 70% de las materias primas que se producen en el mundo. Hoy la OPEP+ se reúne en Viena, y entre el impuesto que le ponen los europeos al petróleo ruso cargado en los puertos de la Unión Europea y el vaivén chino, no hay una definición nítida sobre cómo será afectado el precio del crudo.

En consecuencia, tres años después de que irrumpió el Covid-19, la cuarentena china sigue muy fuerte y las señales de que afloja pronto son –al menos– ambiguas, lo que genera preocupación en los inversores globales, que no la están llevando de arriba en los otros mercados. Si bien Jerome Powell, mandamás de la Reserva Federal norteamericana (Fed), dejó en claro que está dispuesto a comenzar a ralentizar la subida de la tasa de interés lo antes posible, y las acciones en la bolsa de New York terminaron al alza por segundo mes consecutivo, no hay que perder de vista que es la primera vez que han subido consecutivamente desde 2021. Desde que hace un año la Fed comenzó a salir de la zona de tasas de interés en extremo bajas –que andaban pandeando la frontera del cero–, según datos de Deutsche Bank, conforme fueron publicados por el Financial Times, en términos históricos el rendimiento de las principales acciones de la Bolsa de Nueva York nunca fue tan negativo: en el orden del (-16%). El rendimiento histórico promedio en etapas de endurecimiento de la política monetaria es del 8% anual positivo. Señala el Financial Times que “los bonos del gobierno de los Estados Unidos a largo plazo protagonizaron la mayor caída desde 1788. La combinación clásica de bonos y acciones de los inversores ha tenido el peor desempeño desde 1932. En su punto más bajo este año, el índice S&P 500 había perdido 11 billones de dólares en capitalización de mercado. Para dar una idea de la escala, incluso si las cifras no son directamente comparables, es similar a la producción económica anual total de Alemania, Japón y Canadá juntos. Sólo las acciones tecnológicas han perdido una cantidad equivalente a la producción de Francia o el Reino Unido”.

Para que el ánimo no decaiga, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), el club de países desarrollados con sede en París, la tercera semana de noviembre dio a conocer sus pronósticos de la economía global para 2023. Según la OCDE,

  • la economía mundial crecerá un 3,1% este año frente al 5,9% de 2021.
  • Proyecta que se evitará una recesión global este año y el próximo –a pesar de enfrentar el mayor shock energético desde la década de 1970– y que
  • las tasas de desempleo no aumentarán.

 

No obstante, el crecimiento del 2,2% en 2023 pinta bajo y lento. La OCDE también es optimista respecto de China y no le da mayor entidad a las fuertes protestas sociales por al continuidad de la cuarentena. Supone que pronto finalizará el implacable confinamiento y que en 2023 el PBI de China aumentará 4,6% frente al 3,3% de este año, y postula que esto arrastrará hacia arriba a los otros países de Asia, Japón incluido.

Para la OCDE, la persistencia de política monetaria endurecida y una inflación todavía alta traerá no pocos problemas políticos. En general, predice que los precios a nivel mundial aumentarán un 6,5% el próximo año, por debajo del 9% de este año. Entre las naciones ricas del G20, la inflación superará el 8% este año, antes de enfriarse al 6% en 2023. Las implicaciones políticas de este problema en el próximo año se sentirán en todas partes. En particular, con los precios más altos de los alimentos y el combustible. Los países en desarrollo que enfrentan el riesgo de disturbios sociales necesitarán ayuda financiera, y menos países ricos tendrán el dinero extra y la voluntad política para ayudarlos. Es que los salarios reales por trabajador disminuyeron en 31 de las 32 principales economías mundiales en el tercer trimestre de 2022, en comparación con el tercer trimestre de 2021, según los datos del informe de la OCDE.

Esta realidad fue confirmada y extendida en su alcance por el Informe Mundial sobre Salarios de la Organización Internacional del Trabajo, dado a conocer el miércoles 30 de noviembre. El informe detalla que los salarios mensuales promedio globales en la primera mitad de 2022 –en términos reales– fueron un 0,9% más bajos que en el primer semestre de 2021. Desde hace 15 años que la OIT publica este informe anualmente y es la primera vez que sucede algo así. La caída fue más pronunciada en el mundo desarrollado, donde la inflación repuntó antes. La OIT subraya que en las economías avanzadas del G20, que representan alrededor del 60% de los empleados asalariados del mundo, los salarios reales habían caído un 2,2% anual. En las economías emergentes del G20, el crecimiento de los salarios se desaceleró, pero se mantuvo positivo en un 0,8%, únicamente por China. Se espera que los salarios reales a nivel mundial bajen durante todo 2022, mientras persiste la tendencia a que la producción por trabajador supere al crecimiento de los salarios. En el primer semestre de 2022 lo hizo por el mayor margen desde 1999.

El río revuelto financiero y la renuencia en el planeta a mejorar los salarios da una seria ventaja a la Argentina, si configura una ecuación política con disposición a aprovechar la situación. Respecto de los salarios, hay que considerar que el desarrollo es el resultado de la acumulación y la inversión. Es una cuestión de beneficios y no de salarios. Ahora bien, cuando los salarios aumentan, el beneficio disminuye y no aumenta. Y como se supone la tendencia hacia la uniformidad de la tasa de ganancia a escala mundial, un aumento de salarios, allí donde quiera que se produzca, disminuye la fuente de financiamiento de las inversiones en el mundo entero. Entonces, si la Argentina consigue por medio del intercambio desigual hacer que el extranjero le pague la mejora de sus salarios, obtendrá un mejor nivel de vida y aumentará sus ingresos nacionales, pero no avanzará en el camino del desarrollo porque, por su naturaleza, esta mejora no engendra ni alimenta ningún proceso de reproducción ampliada.

Pero sucede que la misma causa, es decir, la variación al alza de los salarios que afecta los términos del intercambio y genera transferencias unidireccionales de valor, afecta simultáneamente al ritmo del desarrollo. Sin embargo, esto se hace directamente y sin pasar por los términos de intercambio. Los mecanismos que ligan directamente el desarrollo con las variaciones de los salarios son la incitación a invertir, los movimientos de capitales internacionales y la elección de la especialización y de las técnicas. Las oportunidades de inversión están en función creciente de las dimensiones del mercado. Estas últimas son proporcionales al nivel de los salarios, por lo que el balance del movimiento de capitales es desfavorable para los países de bajos salarios. Como dice el economista Arghiri Emmanuel: “Los obreros mal pagados mantienen a las máquinas y los ingenieros fuera de los países subdesarrollados, mientras que las máquinas y los ingenieros toman el lugar de los obreros altamente remunerados en los países avanzados”. Pero claro, y tal como están las cosas, hay mucho trabajo político para hacer en la superestructura, puesto que para cambiar la estructura subdesarrollada hay que escribir la página en blanco de la historia. Como se sabe, el nombre y símbolo de la paz es el desarrollo y el silencio forzado, su negación.

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