CARTA ABIERTA A DIEGO MARADONA

Eduardo de la Serna despide a “uno como nosotros, pero Diego”

 

Diego querido:

¡Te fuiste sin despedirte! ¡Qué pena! Me hubiera gustado abrazarte…

Hoy es día de llanto… Hasta los que ni te quisieron ni los quisiste dicen estar compungidos. Estos hablarán de tus “genialidades” o lo imborrable que hiciste en la cancha. Y hasta comentarán o mostrarán fotos fuera de ella para que no miremos sino el verde césped. Pero todos (los otros) sabemos que te equivocaste una y mil veces “pero la pelota no se mancha”. Resulta casi “divertido”, si cabe, ver los twits de Rodríguez Larreta, Pato Bullrich, Avruj, Negri (con su metida de pata, Dr. Freud) y “el cartonero Baez” hablando de vos y la pelota y la cancha. ¿Y quién lo negaría? Pero otros –los otros– también recordamos otras cosas, ¿sabés? Desde tu viaje en tren para gritarle en la cara a Bush ¡no al ALCA! hasta tus abrazos con los más grandes. Esos que a muchos nos llenan de envidia. Metiste la pata, ¡sí! ¡como todos! Vos las tuyas, yo las mías. Pero cuando había que estar, siempre estabas en el lado que debías estar.

En estos días circuló la foto de otro gran ex futbolista firmándole una camiseta al dinosaurio que preside Brasil. Y quedó más claro que nunca que la superioridad no sólo estaba en la cancha. Estaba en el lugar donde elegiste estar. Nunca olvidaste a tu Villa Fiorito natal, y aunque estabas en la cima de la Torre Eiffel no dejaste de mirar para abajo. Un “dios sucio” te bautizó Galeano… Y así es. Uno como nosotros, pero “Diego”.

Y no está mal mirar a quienes te amaron (amamos) y quienes te odiaron para saber que, una vez más, estuviste donde había que estar. Claro que, cuando se trata de la cancha; ¿quién lo negaría? Si hasta Clarín y La Nación lo reconocen. Pero también fuera de la cancha: en la vida. En esa misma en la que te equivocaste y me equivoco, la que nos embarra. Pero donde se juega algo más que un partido o un campeonato… en la que se teje la historia. Esa historia en la que tu nombre será reconocido, cantado y aplaudido. Simplemente por estar donde debías; por estar donde molestaba a los poderosos; por estar donde podían levantar la cabeza las víctimas y, al levantarla, ver tu melena al viento y tu sonrisa iluminadora.

Chau Diego… ¡hasta la victoria!

 

 

 

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