Correr Tres veces más rápido

Posibilidades nacionales en la alternativa internacional

 

Pato o gallareta, es tal el dilema político que hay en la salida de la encrucijada en la que están inmersos y se desenvuelven el acotado conjunto de países que explican la acumulación a escala mundial. En efecto, si no aumentan el gasto interno a través de una pronunciada redistribución del ingreso igualitaria, en vez de una experiencia histórica democrática consolidada se verán envueltos entre los alambres de púa del tipo de fascismo que sobrevenga para controlar mediante la violencia política los previsibles desbordes que afloran en estos procesos. Los síntomas de lo segundo, ocupan con mucha mayor frecuencia los titulares de los medios; de los primeros se observan más que nada en la literatura académica. Quizás por eso el escenario de oscuridad política luce con más chances que el de la salud democrática, aunque de momento no se vea nada nítido –valga la insistencia- que indique que el rumbo se definió en una u otra dirección.

Aunque eso sí, no se trata de otro episodio más del proceso impuesto-gasto. Los robots al hacer desaparecer a la mano de obra también hacen desaparecer la plusvalía y con ella los precios de producción. El sistema se bloquearía porque los precios de producción a los que también se llama precio de equilibrio (aquel que indica un estado hipotético en donde cesan de transferirse capital de una actividad a otra porque en todas se gana lo mismo) son una necesidad estructural, inmanente del capitalismo. En efecto, ninguna empresa invertiría un billete si las ganancias no fueran proporcionales al capital invertido. Y esta proporcionalidad es la que se encuentra en los precios de producción, pues contabilizan en su cálculo el capital comprometido. Los precios de producción resultan así, un instrumento para la maximización del producto económico de la sociedad.

El aumento de la composición orgánica del capital (cociente entre capital y mano de obra) al que propende la empresa la convierte en un factor positivo y tomando el salario como dato, al maximizar el producto le sigue como la sombra al cuerpo la maximización de la ganancia, dado que es un saldo. Se está hablando de la masa de ganancias y en este caso también de la tasa de ganancia. A efectos de que los precios de producción no desaparezcan, los impuestos tienen que recrear el costo de la mano de obra que el descomunal avance tecnológico en progreso hace caer, elevando la potencial tasa de ganancia hacia el paroxismo, y devolvérselo por distintos medios de transferencia a los ciudadanos que quedaron en el camino. Flor de problema político se enfrenta.

Los palos para contener un distópico mundo desempleado parecen la peor opción con respecto al aumento del gasto público y los impuestos, sin embargo no hay porque descartarla. Sea como fuere, lo único cierto de la bolsa de gatos del centro es que el resto del orbe mayormente periférico recibirá el impacto de una u otra trayectoria quedando por un tiempo así trazado el perfil de la situación global. En cualquier caso, vale preguntarse sobre el margen del que dispone la Argentina, que tiene algo más que hacer en la historia que zafar de una coyuntura difícil comprometida por el endeudamiento externo.

Adiós a la periferia

¿Puede un país periférico, cualquier país periférico entre ellos la Argentina, salir de la condición de tal? Primer terreno a explorar para no hacerse falsas ilusiones. En vista del desarrollo desigual y considerando que los parámetros de su superación deben ser los de la humanidad en su conjunto, el economista greco-francés Arghiri Emmanuel apunta en uno de los ensayos que escribió para tratar esta cuestión que “La consecuencia es que, independientemente de cualquier otra consideración o antagonismo, en las condiciones naturales y tecnológicas objetivas de hoy y del futuro previsible, los pueblos de los países ricos puede consumir todos esos artículos a los que están tan apegados únicamente por que otros pueblos consumen muy pocos o incluso ninguno de ellos. Esto es lo que rompe la solidaridad entre las clases trabajadoras de los dos grupos de países”. Y con relación a la posibilidad de la convergencia en el crecimiento del grupo de países periféricos hacia el minoritario grupo de países desarrollados el griego deslinda que “Actualmente hemos alcanzado un punto en el cual la igualación resulta imposible, ya sea a la baja, por razones socio-políticas, o hacia arriba, por razones técnicas naturales; la única solución está en un cambio global en el patrón de vida y de consumo, y en el concepto mismo de bienestar”.

Arghiri Emmanuel

Emmanuel, en forma bastante similar a Rogelio Frigerio (el abuelo), sostiene que las contradicciones entre las clases dentro de los países avanzados que aún subsisten, sin embargo, se han convertido históricamente en secundarias. La contradicción principal y motor de cambio, desde al menos la posguerra, se encuentra en el ámbito de las relaciones económicas internacionales. Naciones proletarias contra naciones burguesas. Sin embargo hay una importante diferenciación de Emmanuel respecto de Frigerio con relación a la posibilidad de desarrollo de la periferia. Al respecto, en un ensayo de 1983 Frigerio manifestaba que “En este mundo, uno e indivisible, no es distinta ni independiente la suerte de las regiones adelantadas de la suerte de las regiones que no lo son. Después de un período de crecimiento económico vertical en las primeras, y de aletargamiento en estas últimas, ambas categorías de países están obligadas a crecer indefinidamente, a integrarse en un mercado mundial donde la multiplicación de la capacidad productiva, determinada por los avances tecnológicos, exige un incremento paralelo de la demanda, o sea, la elevación correlativa, uniforme y universal del nivel de vida”.

 

Rogelio Frigerio

Posible, es posible lo que plantea Frigerio, aunque por la razones expresadas por Emmanuel, poco probable para el conjunto. El punto es que en el alto nivel de abstracción en el que aparece que este es un mundo “uno e indivisible”, con la noción de tiempo histórico que tiene asociado, no resulta operativo para encontrarle la punta al ovillo a la situación que postula Emmanuel. En este mundo de desarrollo desigual la periferia llegó para quedarse porque entre otras cosas desarrollarse significa aumentar los salarios, o sea el consumo de calorías y energía, y eso hace explotar las cuentas externas de casi todos los países agrupados en ese nivel, con pocas excepciones entre las que se encuentra la Argentina.

Los problemas que se generaron en las cuentas externas del país a causa de la desustitución de importaciones de los liberales y su política de endeudamiento externo dañosa porque en ese caso ese instrumento se usó para financiar el retroceso, no debe obnubilar el hecho de que la Argentina es superavitaria en alimentos y energía. En todo caso nos advierte de cuánto nos viene costando desde 1976 tanto la oquedad liberal, de la que el gatomacrismo fue su más reciente recidiva, como la floja respuesta del movimiento nacional a excepción de los 12 años transcurridos entre 2003 y 2015, aún con sus limitaciones y yerros.

Consistencia macroeconómica

Las consideraciones a trazos gruesos del funcionamiento global y su coyuntura van formando un criterio sobre las posibilidades reales para el accionar del nuevo gobierno. Con buena inteligencia, el nuevo gobierno pretende que la seriedad sea la marca en el orillo de su modus vivendi. En términos de política productiva y financiera ha anunciado que pretende que en todo momento sean formuladas atendiendo como elemento principal su consistencia macroeconómica. Tal consistencia macroeconómica no es nada pacífica; trae bajo el poncho un posicionamiento teórico y doctrinario respecto a la conceptualización del crecimiento en el capitalismo.

Y a propósito del crecimiento y el funcionamiento de la economía valga referir que los clásicos llamaban consumo productivo a lo que hoy llamamos inversión y consumo improductivo a lo que hoy llamamos consumo a secas. Luce una adecuada aproximación a tener en cuenta, pues aleja fetichizar la inversión, alienta a entenderla como respuesta al consumo creciente. Esto viene a cuento porque hay un sector grande del análisis económico que cree que por razones de consistencia macroeconómica es un despropósito suponer que la inversión es una función creciente del consumo o, como dirían los clásicos, que el consumo productivo depende del consumo improductivo.

La historia de cómo se desarrollo Norteamérica en el siglo XIX es aleccionadora. En aquella época era un país típicamente subdesarrollado, y el trabajo allí era doblemente costoso, primero porque los salarios eran considerablemente más altos que en Inglaterra y segundo porque la calidad de la mano de obra era particularmente baja. Paradójicamente, sin embargo, no fue a pesar, sino debido a los altos salarios y la baja calidad de trabajo que el país se desarrolló. No a través de los términos de intercambio, sino a través de la afluencia de hombres y capital y sobre todo a través de la americanización de este capital, debido a la ampliación del mercado y finalmente a la canalización de estas inversiones en equipos que ahorraban mano de obra precisamente para amortiguar el efecto del alto costo y la baja calidad de la mano de obra disponible, poniendo así en marcha la gran ola de mecanización y automatización en la que se basó el despegue estadounidense.

El absurdo

Todo esto parece bastante absurdo. Admitir que el exceso de consumo improductivo y la baja productividad son factores de desarrollo es como admitir que la desembocadura de un río determina su fuente. Pero esto es sólo un reflejo de la paradójica realidad objetiva del sistema económico en el que vivimos. Desde hace mucho tiempo se sabe que en el modo de producción capitalista el mundo está patas para arriba, está parado sobre su cabeza. Pero si eso no es una mera metáfora, significa justamente esto: que la desembocadura de un río determina su fuente. En todos los demás sistemas de producción es al revés. Uno produce primero, según los medios productivos a su disposición; entonces se consume después de distribuir lo que se ha producido de acuerdo con algún procedimiento de reparto elegido. La tasa de consumo depende del volumen de producción anterior.

En el sistema de relaciones mercantiles, la dinámica se invierte. Se producen en función de las ventas preestablecidas reales o esperadas. Todas las determinaciones vienen de la desembocadura. En lugar de ser un aumento en la producción el que hace posible el aumento del consumo, es un aumento previo en el consumo el que estimula la producción. En una sociedad integrada, la acumulación es inversamente proporcional al consumo improductivo, y esto mantiene el equilibrio, ya que las dos cantidades son los componentes de una entidad dada, que es el potencial de producción del momento. En una sociedad de libre empresa, la inversión y, en consecuencia, el desarrollo son directamente proporcionales al consumo improductivo, lo que verdaderamente es el mundo parado sobre su cabeza. En todos los demás tipos de sociedad el problema básico es producir; bajo el capitalismo el principal problema es vender.

Esta dinámica inversa tiene implicaciones considerables. Muchos prejuicios y mitos tienen que ser abandonados. No está en la fuente, en el sector productor de los medios de producción, en la industria de las máquinas-herramientas y manufacturas de alta tecnología, en el que hoy se encuentran las ramas más dinámicas, a pesar de la tenaz creencia de muchas personas. Es en el otro extremo de la cadena, en las industrias que están lo más cerca posible del consumo más cotidiano que se encuentran los puntos de crecimiento. Como dice Frigerio ya señalado más arriba todo esto “exige un incremento paralelo de la demanda, o sea, la elevación correlativa, uniforme y universal del nivel de vida”. No es como dice la versión más vulgar de la consistencia macroeconómica que para desarrollarse hay que volverse más productivo. En todo caso, y antes que nada: hay que volverse más rentable.

De manera de que si la suerte de la democracia argentina está atada a su capacidad para hacer crecer la economía, volverse más rentable es una decisión enteramente nacional, pues implica fijar al alza los salarios y su tasa de variación como condición previa. La delicada situación de las cuentas externas que como un recuerdo de su paso desagradable por el gobierno del país dejó el gatomacrismo puede ralentizar el ritmo de avance, no inhibir la dirección hacia arriba, puesto que si se inhibe el ascenso de los ingresos populares –tentación suprema de los neoclásicos comme il faut- nos estamos comprando una crisis política seria: no habrá crecimiento y las mayorías terminaran más pobres.

Ahora, si el mundo decide salvar su experiencia democrática y aumentar el gasto y la Argentina en el mismo momento amparándose en una visión completamente ideológica de la consistencia macroeconómica se empeña en adelgazarlo, todo lo que habrá logrado será verter plusvalía al exterior no remunerada y estropear su crecimiento. La Reina de Corazones le decía a Alicia que en sus dominios para estar siempre en el mismo lugar había que correr dos veces más rápido. No muy diferente a lo que es en el mundo tal cual. Para dar un paso adelante al menos hay que correr tres veces más rápido. No queda otra.

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