Cosecharás tu siembra

Las dificultades de la Tablita de Werner y la impotencia del Banco Central

 

La política cambiaria es de vital importancia para una Nación, y particularmente para un país subdesarrollado con desequilibrios económicos y en el contexto de una globalización financiera de recurrentes crisis.

En tal sentido, las políticas monetaria y cambiaria deben ser determinadas en el marco de una política, que como bien dice el artículo 3 de la Carta Orgánica del Banco Central —reformada en 2012—, impone promover “en la medida de sus facultades y en el marco de las políticas establecidas por el Gobierno Nacional, la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo con inclusión social”.

Las políticas monetaria y cambiaria son las dos caras de una moneda que, junto a la política fiscal y financiera, permiten administrar dichos objetivos, determinando el nivel de actividad y los precios internos, teniendo en cuenta las corrientes productivas, comerciales de inversión y financieras del resto del mundo.

La variable crítica que entrelaza los precios internos y externos de bienes, servicios, rentas e ingresos del capital y el trabajo, respectivamente, es el tipo de cambio.

El tipo de cambio es por demás relevante cuanto la economía es más abierta y cuanto la función del dinero la presta la moneda de la potencia hegemónica a nivel global. En la Argentina, desde hace más de 40 años, el dólar estadounidense es crecientemente reserva de valor, unidad de cuenta y medio de pago en la Argentina.

Por lo tanto no es neutral quien fija el valor del tipo de cambio: si el Estado Argentino o el mercado, que en esta fase del capitalismo global es el sector financiero. Por supuesto, en el caso de que lo fije el Estado es importante definir con qué objetivos lo hace y de qué forma influye en el  proceso de acumulación de capital y de distribución de la riqueza.

Un tipo de cambio alto abarata todos los precios —incluyendo salarios locales— en relación al resto del mundo y mejora la balanza comercial; y un tipo de cambio bajo los encarece. En una economía dolarizada, donde los precios locales acompañan al tipo de cambio, las ganancias de competitividad que devienen de devaluar son menores. Así el retraso cambiario afecta a la producción local, generando desempleo y un tipo de cambio muy alto genera inflación e inestabilidad.

En el mundo real, los Estados y el mercado establecen una puja dialéctica para determinar el tipo de cambio. El Estado tiene más injerencia cuando tiene más reservas internacionales producidas por senderos de crecimiento con mayores equilibrios económicos y la decisión política soberana de hacerlo, empleando los diversos instrumentos de política que incluyen la regulación cambiaria y los controles de capitales. El mercado determina el tipo de cambio cuando un país depende de dólares financieros, tiene desequilibrios económicos y pocas reservas o cuando existe por acción u omisión un Estado bobo.

Si al mercado lo fijan los capitales financieros en el marco de una desregulación, se producen ciclos de apreciación cambiaria y déficit de balanza de pagos. Así se producen períodos de tipo de cambio bajo cuando los capitales ingresan para aprovechar las mayores tasas de interés locales en relación a las tasas en dólares en los países centrales y ciclos de grandes devaluaciones, cuando quieren salir del casino y dolarizan lo ganado en la bicicleta y lo fugan. En el ínterin nos quedan las deudas y el aparato productivo quebrado.

La deslegitimación de los controles de capitales —una herramienta que debe ser usada eficientemente, en el marco de políticas consistentes—, es una forma que tiene el capitalismo financiero, o sea el “mercado”, para evitar que el “Estado” emplee todas sus armas en esa puja.

Existen diversas políticas cambiarias. Políticas de tipo de cambio fijo como el austral en sus inicios y la convertibilidad. Políticas de cambio flotante en algunos momentos del gobierno de Macri, en parte de 2016 y 2017.

También existen políticas intermedias como la flotación administrada de gestión pública del Banco Central entre 2003 y 2015. para evitar grandes apreciaciones y depreciaciones y cumplir los objetivos de la Carta Orgánica. Una variante son las bandas de flotación con intervenciones acotadas, donde el tipo de cambio lo fija el mercado dentro de la banda establecida.

Las bandas de flotación pueden ser conocidas o secretas, al arbitrio del gobierno de turno. Hay argumentos en favor de ambas posturas. En un caso hay transparencia y juego a cara descubierta, en el otro el Banco Central tiene más grados de libertad si juega bien. En el mundo ideal debería haber certidumbre para la economía real, de modo de favorecer la inversión genuina y producir incertidumbre en los especuladores.

Las bandas suponen un tipo de cambio fijo y un techo que puede ser constante o móvil, deslizándose en el tiempo. El compromiso del Banco Central es no intervenir si el tipo de cambio se sitúa dinámicamente dentro de la banda prefijada. Pero interviene, en un caso  vendiendo reservas si sube del techo para así bajarlo y en el otro comprando dólares para subir el tipo de cambio, si baja más que el piso establecido.

La banda de flotación actual tiene un piso y un techo de 34 y 44 pesos por dólar, que se actualizan mensualmente. En este caso el piso y el techo de la banda se incrementan en 3% mensual de octubre a diciembre de 2018. Se presume que durante 2019 la intención del gobierno es ir reduciendo dicho incremento como ocurrió con la Tablita de Martínez de Hoz, según explicamos en la nota “Farsa y Tragedia del Plan Primavera” publicada en El Cohete el pasado domingo 23 de septiembre.

Las bandas de flotación son el principal objeto de estudio de Alejandro Werner, director del Hemisferio Occidental (América) del FMI, que estudió en los '90 casos de seis países europeos en un paper de 1994 y los casos de Israel y México en otro de 1995, este último disponible en la web del FMI. Está claro quién determinó el esquema de la nueva política cambiaria del FMI y por qué se fue Caputo.

¿Es creíble esta banda de flotación? Para serlo se deben conjugar dos variables. 1) Que el Banco Central tenga las suficientes reservas en relación a los flujos privados; 2) Los instrumentos y capacidad de uso que tenga el Banco Central. La conjugación de ambos factores determinará la credibilidad de la tablita de Werner.

Veamos la respuesta a las dos cuestiones:

1) La Argentina tiene un fuerte déficit externo que la megadevaluación no ha reducido. Los fondos del FMI son insuficientes para cubrir un déficit que en un escenario optimista es de US$ 8000 millones  y en un escenario más conservador U$S 23.000 millones.

La apuesta del Gobierno es a que nos salve la cosecha y, además, a que una tasa de interés local altísima que destroza a la economía real tiente a los capitales especulativos y cubra ese bache, permitiendo equilibrar el mercado de cambios y sostener la tablita.

2) El acuerdo le ata las manos al Banco Central para intervenir con sólo U$S 150 millones diarios, cuando este año durante muchas jornadas tuvo que intervenir por cifras mucho más significativas. Caputo quería intervenir más para asegurar un tipo de cambio más estable a los especuladores y evitar una corrida si el tipo de cambio superase el techo y el Banco Central no actuase. "Prefiero pedir perdón y no permiso", fueron las últimas palabras de Caputo.

Queda claro entonces que el FMI ha determinado que el Banco Central no puede usar libremente sus reservas. Según sus Estatutos que ahora parece recordar, no puede financiar la fuga de capitales.

Así los dos elementos que aseguran la credibilidad de la tablita de Werner están bajo las olas embravecidas de un océano de dudas.

En este mar de lágrimas de la Argentina, y para asegurar las chances electorales de Macri en 2019, habrá supertasas ultra recesivas, fijadas por un Estado debilitado e inerme ante un mercado financiero que hará las cuentas para ver hasta cuándo hacer la diferencia en el país y luego fugar la plata dulce sin restricciones.

Así dependemos del precio de la soja, de la tasa de Estados Unidos, de la situación brasileña. Hemos renunciado a la capacidad soberana de hacer políticas que honren una ley que es la Carta Orgánica del Banco Central, incumplida sistemáticamente desde 2016 de modo de generar inestabilidad monetaria y financiera, subdesarrollo, desempleo y exclusión social.

Nos queda también prender una vela para que cese la tormenta de las políticas del gobierno que nos llevaron a esta crisis. O tener las tormentas justas para que, como decía el ciudadano arquetípico, “nos salve una cosecha porque Dios es argentino”.

 

 

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