Cristina, con C de Casandra

Registrar el peligro, no mirar para otro lado y ocupar el lugar que el acontecimiento nos demanda

 

“Pero, ¿qué hay de tan peligroso en el hecho de que la gente hable y de que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde está por tanto el peligro?”

Michel Foucault

 

Siempre volvemos a la mitología cuando de tragedias se trata.

Dice Cristina en Sinceramente: “[...] la condición de mujer siempre fue un agravante. Así como en un homicidio la condición de familiar es un agravante, en un proceso nacional, popular y democrático, la condición de mujer es sumamente agravante. Casi tanto como sus ideas. Es un acto de rebeldía que las mujeres accedan a posiciones de poder, cuestionando la forma en que funciona ese poder. Es rebelarse contra lo establecido, porque el poder no es cosa de mujeres, es cosa de hombres [...] El problema es cuando querés ser ‘prima donna’ en el mundo de los hombres, en el mundo del poder y, además, para cambiar las cosas. Ahí te disparan a matar”.

Más adelante en el tiempo dijo algo similar en una intervención pública. No le creímos. Tal vez porque no queríamos creerle. Y nos aferramos al sentido metafórico de sus palabras. Y cuando lo virtual se hace presente como realidad sentimos que no estamos en condiciones de pensar la política sin su presencia ni su palabra. Porque de solo pensarlo nos sentíamos a la intemperie.

Dejemos de lado las cloacales declaraciones, actitudes y acciones de todes aquelles “odiantes seriales”, cuya racionalidad hace tiempo fue delegada, sin anestesia, al enemigo.

No nos sumemos a ciertos discursos que –como antes del acontecimiento– siguen estando a la defensiva, en lo ‘explicativo’.

No se trata de recuperar una “paz social” que se pierde. Porque no está en peligro lo que no se tiene; ya que la consideramos de muy dudosa existencia, cuando la desigualdad se ha venido acrecentando dramáticamente y coloca, casi cotidianamente, miles de manifestantes de organizaciones populares en las calles demandando por condiciones dignas de vida.

¿Las interminables mentiras canallescas no son violencia? La oligarquía vernácula se apropia de la riqueza que produce nuestro pueblo, acumulando fortunas inconmensurables, fugando esa riqueza mal habida a las guaridas fiscales, y para cristalizar este despojo por una eternidad busca proscribir a Cristina y encarcelarla por 12 años. Y eso, ¿no es violencia? Por lo cual nos preguntamos: la violencia, ¿donde está?

¿Tenemos que explicar que sostener el tótem del denominado “consenso democrático” implica aceptar vivir en una democracia débil, amenazada permanentemente por los poderes fácticos? ¿Y que implica consentir el mantenimiento del statu quo, con el FMI adentro de nuestras decisiones económicas y al embajador de los Estados Unidos ordenando la formación de un frente político-electoral de derecha, que solo excluya al nuevo hecho maldito que es el kirchnerismo?

¿Debemos resignarnos a existir en una mascarada de república, asediada por un Poder Judicial (en cualquiera de sus especialidades) degradado a extremos de galvanizar la impunidad de les poderoses y contribuir significativamente a un “estado de excepción” en el cual no hay garantías para el ejercicio de ninguna libertad, con medios de (in)comunicación y redes antisociales propalando el discurso de la anti-política?

Pongamos las cosas en su lugar: en 1983 se forjó un “acuerdo de convivencia” entre los partidos políticos nacionales realmente existentes, ratificado cuando los alzamientos de los “carapintadas” en 1987 y 1990. El Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín para la reforma constitucional de 1994 lo puso en negro sobre blanco, liberalizando aun más nuestra Carta Magna, aun habiéndose contemplado algunas demandas progresivas.

Es la derecha actual, organizada en un frente político electoral, la que viene esmerilando y debilitando la democracia; que ha corregido sustancialmente el escenario transparentando su proyecto económico, político, social y cultural como única alternativa posible a la crisis por ella misma generada. Que azuza el odio de clase mediante todos los instrumentos a su disposición: en sus cadenas de TV y plataformas digitales, etc.

¿Ahora o nunca, sería su propósito? Peronismo docilizado, extinción del kirchnerismo, obliteración masiva de 12 años de políticas reparatorias en todos los terrenos, de memoria, verdad y justicia. De ahí la sabiduría existente en las palabras de Cristina ante las incalificables acusaciones judiciales: “No vienen por mí, vienen por ustedes, por el pueblo”.

No solo sabiduría, hay intuición y coraje también. Cristina “habla con franqueza” y a veces hasta se excusa por hablar así, libremente, atrevidamente. Y esa condición, que le ha valido el rencor enemigo ilimitado, es indispensable –a nuestro juicio– para producir transformaciones sustanciales a favor de las capas populares.

Y el pueblo reconoce, valora y ama esta condición demostrándolo sobradamente en las calles. Estas últimas movilizaciones –innecesariamente reprimidas y con dureza inusual– no fueron por una cuestión de bolsillo, de bolsas de comida, de planes. Fueron impulsadas por amor y lealtad (algo que la derecha no puede reivindicar, a menos que sea “lealtad mafiosa”). Y también el deseo de evitar la proscripción de su lideresa, de democratizar la política, la economía, los poderes del Estado, empezando por el Poder Judicial.

Menos desigualdad, menos intermediación, más participación y más protagonismo popular. Espacios de debate democrático, abierto, que giren alrededor de las preocupaciones y sueños populares, de los proyectos en disputa, del destino de la Patria/Matria en el contexto latinoamericano en medio de esta crisis mundial que nos atraviesa, es la urgencia del momento.

Y también la urgencia del momento es oír a Casandra, que registremos el peligro, que no miremos para otro lado y ocupemos el lugar que el acontecimiento nos demanda.

 

 

 

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