Dale, dale con el look

Cotización del dólar en la Argentina y perspectiva alcista de la tasa de interés norteamericana

 

Un mundo que envejece evita arrugar. Naturalmente, tiene sus berretines. Si no los tuviera, habría que inventarlos. Entre otros, y este va directamente al grano, se acepta llamar cirugía estética a un procedimiento cuyos resultados difícilmente recuerden a Adonis, ni nada que se le acerque a doscientos/trescientos kilómetros. Hay que convenir que la inercia del lenguaje tiene sus comodidades. Sea como fuere, para encontrar ese dudoso remedo del divino tesoro es cuestión de erogar unos cuantos billetes. Difícil popularidad, de momento que las cabezas se van poniendo tan grises como los bolsillos en una práctica internacional acendrada de la desigualdad en los ingresos. Branko Milanović, un conocido economista especializado en estos asuntos de cuánto de lo tuyo es mío y lo mío es mío, encuentra que entre 1830 y 2013 la desigualdad entre países (debidamente ponderada por la población de estos) aumentó marcadamente, aunque en el interior de los países haya disminuido.

Milanović especula que si, por hipótesis, se igualan los ingresos medios de todos los países (pero se dejan las distribuciones nacionales sin cambios), esto reduce la desigualdad global a 23% desde el 77% actual. Esta diferencia real de 2013 está ponderada para el coeficiente de Gini, que es una medida del grado de desigualdad en la distribución del ingreso. Va de cero (máxima igualdad) a uno (máxima desigualdad). Nueve años después de ese cálculo –ahora, en 2022– no hay por qué presumir que la situación haya variado algo. En todo caso, para mejor, es casi seguro que no. Claro que aunque Milanović no lo diga, traducir en términos reales tal experimento sobre el mejoramiento de la igualdad sería ecológicamente imposible porque con la tecnología actual habría que hacer crecer mucho el producto bruto mundial y, como viene la mano, el clima no da.

Encima, la desigualdad mundial realmente existente viene con algunas aristas muy preocupantes en su anormalidad, aunque algo ocultas por menor incidencia. Un estudio dado a conocer el lunes 12 de septiembre, realizado en conjunto por dos agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) –la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)–, en colaboración con la Fundación Walk Free, constata que 28 millones de personas en el planeta estaban atrapadas en trabajos forzados y unas 22 millones habían sido forzadas a contraer matrimonio. Estas dos manifestaciones cuantitativas de la esclavitud actual indican que el número de personas atrapadas en trabajos forzados o matrimonios aumentó en 10 millones entre 2016 y 2021. El informe señala que una de cada cinco personas atrapadas en trabajos forzados son niños y que más de la mitad de ellos son explotados sexualmente. También que los trabajadores migrantes tienen tres veces más probabilidades de estar atrapados en trabajos forzados que los trabajadores adultos no migrantes. El informe puntualiza que el 14% de las personas en trabajos forzados estaban haciendo trabajos impuestos por las autoridades estatales, con sonados ejemplos en las penitenciarías de los Estados Unidos y en la región china de Xinjiang. Los efectos del cambio climático y los conflictos armados, junto con la pandemia de Covid-19, contribuyeron a “la interrupción sin precedentes del empleo y la educación, el aumento de la pobreza extrema y la migración forzada e insegura”. Eso es lo que el informe establece como causas coyunturales del aumento de la esclavitud moderna.

 

 

 

Salones de belleza

Volviendo a peinar canas, y considerando la asimetría en los ingresos de la periferia (mucho para pocos, poco para muchísimos) y en el centro, si bien con un nivel de vida superior, globalmente el deseo de no tener arrugas se choca con la realidad de que tampoco hay plata necesaria para estirarlas. El capitalismo que no está para lamentos toma nota y la consultora de las grandes corporaciones multinacionales McKinsey informa que el mercado de inyectables estéticos para la piel que eliminan las arrugas ha venido creciendo a una impresionante tasa del 10% anual, en tanto las mayores variedades de rellenos dérmicos y bioestimuladores también están ayudando a expandir el mercado. Los analistas comulgan en que la proyección del crecimiento de los ingresos de la actividad anti-arrugas y demás afeites recorre un rango que va del 12 al 14% anual durante los próximos cinco años. Mambrú se está yendo a la guerra del cerdo ensoñado con tener el cutis rozagante.

Hace hace unos años, la cultura popular sentía como suya la tríada libertad, igualdad, fraternidad. Con la movilidad social ascendente empalidecida en todo el espectro de la acumulación a escala mundial, los que creen –errónea, pero firmemente– que pierden con un nuevo orden que mejora el nivel de vida promedio, reemplazan el lema que hizo pata ancha con la Revolución Francesa por el torvo dueto odio y rencor y lo mantienen al día con bótox. McKinsey pone énfasis en que en los mercados emergentes es donde se va a dar con mayor amplitud el acceso a servicios tales como clínicas estéticas, spas médicos y bares de belleza. La significativa tasa de crecimiento de esta actividad prevista en la semi-periferia se debe a una expansión natural del rubro que en el centro –por envejecer primero y tener más poder adquisitivo– ya está en la madurez y, en consecuencia, avanza a tasa vegetativa. En la senectute, a la pilcha y la dentadura como tradicionales manifestaciones de la estética de la desigualdad, se les vienen uniendo las ilusiones en torno a recuperar la lozanía del cutis en particular y la piel en general.

Las bellas almas que quieren permanecer bellas gambeteando los años, sin que esto implique ningún juicio de valor sobre esa actitud, no tienen por qué tener presente que la represión que demanda sostener todo orden político injusto se agarra de lo que venga para su desangelada tarea de apretar y poner en caja a los revoltosos. Ocurre que las caras bonitas alientan las perspectivas de formar parte importante del dispositivo represor. Zara Stone, en el sitio The Information (09/09/2022), dedicado a todo lo que tiene que ver con las computadoras, narra en “la vida secreta de las selfies, cómo una startup de tecnología de la belleza utiliza la IA (Inteligencia Artificial) para hacer coincidir los rostros con los productos”. La nota reflexiona sobre el gato encerrado que hay en esto.

Con las selfies que se procesan con YouCam Makeup para mejorar la imagen del o la interesada, Perfect Corp., la empresa matriz de YouCam con sede en Taiwán, está haciendo su agosto. Afirma Stone que “con el respaldo de inversores como Snap, Chanel, Goldman Sachs Asset Management y Alibaba Group Holding, Perfect Corp. ofrece a los consumidores y las marcas herramientas de prueba sofisticadas, esencialmente filtros AR que permiten a los clientes probar virtualmente productos de belleza desde su propia casa. Pagando cada usuario 400 dólares por mes, “la plataforma de inteligencia artificial de Perfect Corp., entrenada con millones de rostros (…) puede analizar la calidad de la piel de los usuarios, hacer coincidir el tono exacto de su piel con el producto correspondiente y superponer cosméticos y accesorios de moda”.

La columnista de The Information alerta que “eso no es todo. Muy pronto, el programa puede incluso etiquetar los rasgos de personalidad de los usuarios. Esta última característica es la que presenta más posibilidades distópicas. Recientemente, Perfect Corp. lanzó un “Buscador de personalidad de IA”, que promete leer rasgos faciales para rastrear pistas sobre qué tipo de persona se es y, por extensión, qué tipo de productos podría comprar”. Stone, intrigada y un poco alarmada, se tomó una selfie y consumó la demostración en línea. En respuesta, el celular “cinco segundos después, escupió un perfil basado únicamente en la disposición de mi rostro. Según el algoritmo de Personality Finder, la distancia entre mi nariz y mi boca, combinada con mis pómulos redondeados, ojos caídos y otros atributos faciales, me identificaron como una persona social, entusiasta y orientada a la acción. Obtuve un 95% de extraversión, un 21% de neurosis y un 63% de escrupulosidad”. Al médico y criminólogo italiano Cesare Lombroso, algo más de un siglo después de su fallecimiento, lo merodea un software que le hace justicia. Lombroso creía que criminal se nace (asunto genético) y eso se podía discernir por los rasgos faciales.

 

 

 

Caras de culo

Una vez que completamos el habitual ejercicio de tomarnos completamente en joda a Lombroso y sus ocurrencias y quedar preocupados porque la cultura popular considera cosa seria sus aproximaciones, pasamos a ejecutar el difícil arte de imaginar el daño que este asunto de las selfies procesadas con IA puede hacer en el ámbito de la guerra psicológica, en una lucha de clases que demanda a la vez cutis terso y garrotes represivos duros y eficaces. Esto en una coyuntura en la que, con el buen negocio reseñado que prometen los salones de belleza, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) se encamina a subir decididamente la tasa de interés de referencia norteamericana –y global– durante el transcurso de la semana entrante. El escándalo rocambolesco que se armó porque la tasa de inflación anualizada norteamericana, en vez de bajar a 8,01% –como se esperaba–, montó en agosto a 8,05% (rascando un poco) parece que tiene poco que ver con el temor a que la inflación se desboque. El propio índice de agosto de precios al consumidor fue del 0,1%.

El mismo martes 13 Wall Street acusó recibo de que el aumento fuerte de tasas de interés como instrumento anti-inflacionario está al caer el 21 de septiembre cuando se reúna y –lo más probable-  decida así la Fed, lo que implica hacerse de liquidez para enjugar las pérdidas y buscar como ganar en el nuevo escenario. El S&P 500 –el principal índice del capitalismo americano- cayó un 4,3%. Fue el peor día del mercado en un año fulero, y su caída más profunda en un solo día desde que sufrió un colapso del 5,9% el 11 de junio de 2020. Desde 2009, cuando bajó 38,5 % no amenazaba con –finalmente- tener tan malos resultados anuales. La semana cerró el viernes con el S&P 500 abajo 0,7%, lo que llevó las pérdidas semanales al 4,8% las peores desde mediados de junio. El viernes el Nasdaq –índice con predominio de las tecnológicas declinó 0,9%. La caída semanal fue del 5,4%, también su peor semana desde junio. Por el predominio de las acciones tecnológicas, las acciones son mucho más vulnerables a las fluctuaciones de las tasas de interés de lo que solían ser. Han comenzado a comportarse más como los bonos, que caen cuando suben las tasas. Las mismas tienden a ser más vulnerables a las fluctuaciones en las tasas de interés porque tienen una alta relación precio-beneficio y, por lo general, pagan pocos dividendos. El resto de los índices bursátiles de las principales bolsas del mundo siguieron el bajón de Wall Street y el dólar se revaluó 1,4% respecto de la canasta de las seis divisas principales de la economía mundial. En la semana El Topix de Japón cayó un 0,6 % y el yen se devalúo el 2%, el Stoxx 600 de la UE declinó 1,6 % y el euro se devaluó 1,4%o.
En tanto, el indicador de tasas de interés más observado, el rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años, alcanzó el 1,87% el martes, el más alto desde enero de 2020. El viernes prácticamente siguió ahí. Como son de rendimiento fijo, un aumento de su retorno indica que cayó su valor. A mediados de 2015 los rendimientos del Tesoro a largo plazo aumentaron aproximadamente 0,25 puntos porcentuales y el S&P 500 perdió hasta un 11 % en los siguientes 12 meses. El martes el consenso era que los bonos del Tesoro a 10 años rindan alrededor del 2% a fines de 2022, lo que traduce una tasa de interés anual del 4%. El viernes ya la tasa de interés anual de referencia esperada en los mercados de futuro para marzo de 2023 es de 4,4%. En enero de este año la tasa de referencia para el sistema bancario global era casi cero. Ahora está entre 2,25 a 2,5%. Los mercados ven inevitable la recesión mundial.

 

Jay Powell, el presidente de la Reserva Federal, dijo hace un par de semanas en su principal discurso en Jackson Hole, el jamboree anual de los banqueros centrales norteamericanos, que para frenar la inflación es inevitable “causar dolor a familias y empresas”. Y con el 0,1% de agosto, grandes espadas demócratas salieron a recordárselo, como si hiciera falta. Desde Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton, hasta Jason Furman, ex jefe de asesores de Barack Obama, respaldan el aumento de la tasa de interés para supuestamente frenar la inflación. La tercera de las cuatro acciones que Furman le recomienda a la Fed en una columna publicada en The Wall Street Journal (07/09/2022) es estar “preparada para aceptar que la tasa de desempleo supere el 5% si la inflación sigue fuera de control”. La cuarta es que “estabilizarse en una tasa de inflación del 3% es, probablemente, más saludable para la economía que estabilizarse en un 2%”. Esta idea de curva de Phillips, un artefacto empírico ex post de mayor salario-más inflación –del que se cuelgan los conservadores para decir ex ante (sin ningún fundamento atendible) que si se quiere frenar la inflación hay que aumentar el desempleo subiendo la tasa de interés y así bajan los salarios– es quizás lo que mejor pone en evidencia que los norteamericanos están vendiendo otra vez humo diplomático para que el avance de su economía, y la vuelta de los capitales desde China, lo financie el resto del mundo, argumentando un doloroso sufrimiento interno que no es tal. Suben la tasa y entran capitales al mercado de bonos corporativos y públicos que son de renta fija, o sea, que no influye el nivel de actividad.

La tendencia actual en los Estados Unidos es que las empresas se esfuerzan por contratar trabajadores, no por despedirlos. Y no les resulta fácil por diversas razones, todas asociadas a las consecuencias de la prolongada cuarentena. Ruchir Sharma, presidente de Rockefeller International, subraya (Financial Times, 11/09/2022) que “ahora se avecina una recesión, pero es poco probable que el desempleo aumente tanto como en recesiones anteriores, debido nuevamente a la reducción de la fuerza laboral (…) incluso cuando los robots continúen multiplicándose (…) A causa de una caída inesperadamente pronunciada en las tasas de natalidad, la ONU elevó recientemente su pronóstico sobre el ritmo de disminución de la población, desde Estados Unidos hasta China. Se necesitan años para que los nacimientos afecten a la fuerza laboral, pero los gobiernos inteligentes actuarán ahora, atrayendo a más mujeres, inmigrantes, personas mayores y, sí, robots a esa fuerza laboral. La otra opción es que haya menos trabajadores, automatizados o no, y un futuro sin crecimiento”. Los fabricantes de robots informan que la demanda global aumentó 20% en lo que va de 2022.

Pero en estos supuestos “ajustes”, la distorsión principal proviene de las asignaciones por desempleo, que les permiten a los desempleados mantener su nivel de consumo sin producir. Cuando el nivel de vida es tan elevado como el de los países industrializados modernos, la elasticidad del conjunto del consumo de las familias con relación a las fluctuaciones del empleo es baja. Se apegan a su modo de vida habitual. Buscan compensar la falta de remuneración, o la diferencia entre remuneración y asignación por desempleo, dejando de ahorrar y/o pidiendo prestado. Así, una gran parte de una producción adicional eventual puede ser operada sin creación proporcional de un nuevo poder de compra. La relación de Phillips está invertida. Lejos de acrecentar la inflación, el avance del empleo compensa el excedente de demanda, y lejos de reducir los beneficios monetarios, el desempleo tiende más bien a aumentarlos, debido a que la oferta de mercaderías está reducida de la totalidad del valor agregado no producido, mientras que la demanda no es reducida más que de la diferencia entre salarios y asignaciones por desempleo.

En abril de 1981, Lorenzo Sigaut asumió como ministro de Economía de la dictadura y ahí nomás devaluó el peso 30%. Creía que calmaba las fieras. El 19 de junio de 1981, el mercado cambiario seguía bailando. Ese día dio un discurso para tranquilizarlo y advirtió que “van a perder los que apuestan al dólar porque hemos eliminado el nivel de sobrevaluación”. Para fines de año, renunció. Los apostadores ganaron. Semanas después, un dictador reemplazó a otro. Hoy se le recuerda a Powell que no le pase lo mismo que a Paul Volcker. En 1980 le chingó bajando la tasa, creyendo que la inflación había amainado. Cuando Sigaut regañó a los que apostaban al dólar, Volcker estaba subiendo la tasa del 10 al 20%.

Unas décadas después, en la actualidad, parece que la clase dirigente argentina sigue sin saber cómo responder adecuadamente –ni coyuntural ni estructuralmente– a las pulsiones de la acumulación a escala mundial. La tasa de inflación de agosto del 7% es irrecusable. Hay 7 millones de argentinos en la franja etaria de 15 a 24 años, 16% de la población total. Nunca antes se alcanzó esa proporción. Algo así como 9 millones de argentinos tienen 55 años o más, 21% de la población total. Los primeros están frustrados por lo que no pueden ser. Los segundos, por lo que fueron. Viejos vinagres que, si no son jubilados menesterosos, quieren alisar su piel siempre a la derecha y jóvenes avinagrados que no quieren que le alisen los bolsillos y, alienados, creen que sus enemigos son los otros pobres. Lindo prospecto.

 

 

 

 

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