De Roma a Villa Crespo

Nerón, un cantante que llenaba estadios

Nerón, durante el incendio de Roma.

 

Los estudiosos cuentan que Nerón, después de suceder a Claudio, que tenía pésima imagen, empezó con mucho apoyo su reinado. Séneca, por ejemplo, hizo una buena ilustración de esto escribiendo maravillas de la primera parte de su gobierno. Pero, dicen, Nerón se fue desconectando cada vez más de la realidad. Y pretendió ser un eximio cantante que llenaría estadios. Empezó por Nápoles y pretendía llegar a Atenas.

Su desconexión fue tal que, cuando en julio del ‘64 se incendió casi toda la ciudad de Roma, no faltaron quienes imaginaron que él mismo la había incendiado mientras cantaba. Sus asesores de imagen le dijeron que si no encontraba un “chivo expiatorio” su final estaba cercano, y fue entonces que responsabilizó a los cristianos (un grupo claramente marginal por el que nadie levantaría la voz) del incendio, por lo que muchos fueron asesinados entre tormentos, juegos circenses, etcétera. Es lo que se llamó la “persecución de Nerón”, en la que probablemente es asesinado san Pedro. El clima duró varios años (probablemente también san Pablo sea ejecutado pocos años después) hasta que, finalmente, Nerón se suicida.

“Debutó en Nápoles, y no dejo de cantar, ni siquiera cuando el teatro fue sacudido por un terremoto repentino, hasta que acabó la pieza que había comenzado” (Suetonio, Vida de los Doce Cesares, Nerón XX. Sus cantos en Roma y representaciones de obras teatrales en XXI; en XXXVIII lo responsabiliza del incendio).

A pesar de todos los esfuerzos humanos, de la liberalidad del emperador y de los ofrecidos a los dioses, nada bastaba para apartar las sospechas ni para la creencia de que el fuego había sido ordenado. Por lo tanto, para destruir ese rumor, Nerón hizo aparecer como culpables a los cristianos, una gente a quienes todos odian por sus abominaciones, y los castigó con muy refinada crueldad. Cristo, de quien toman su nombre, fue ejecutado por Poncio Pilato durante el reinado de Tiberio. Detenida por un instante, esta dañina superstición apareció de nuevo, no sólo en Judea, donde estaba la raíz del mal, sino también en Roma, ese lugar donde se dan cita y encuentran seguidores todas las cosas atroces y abominables que llegan desde todos los rincones del mundo. Por lo tanto, primero fueron arrestados los que confesaron [su fe], y sobre la base de las pruebas que ellos dieron fue condenada una gran multitud, aunque no se les condenó tanto por el incendio como por su odio a la raza humana. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, y quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche. Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en el carro.  (Tácito, Anales, XV .44).

 

 

 

 

 

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