El domingo pasado, en ocasión del Día del Padre, una historia valerosa fue difundida por la Fundación ACNUR Argentina. Luego de un brutal ataque en su aldea de Sudán, dos chicos se acercaron a Abdoulaye y su esposa, que sólo supieron lo que unos vecinos dijeron: la madre había muerto bajo los tiros y el padre, desaparecido. “No voy a abandonar a los niños. Si morimos, moriremos juntos”, se dijo, herido y en shock, antes de huir hacia Chad, donde un campamento de refugiados los contiene y alimenta.
Este 4 de junio, en oportunidad del Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión, se contabilizó que más del 40% de los refugiados del mundo son niños, lo que equivale a 45 millones de criaturas desplazadas. “Muchos crecerán lejos de su hogar; algunos, separados de sus familias, expuestos a la violencia y a riesgos como el abuso o la explotación”, explicaron en el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), desde donde trabajan para asegurarles alimentos, atención médica y apoyos esenciales.
Hace ocho años, desde Asia, vino Eddy, quien sólo conocía de este país por “Messi, mate y tango”. Su caso fue difundido hace días por la ONG Amnistía Internacional, que reprodujo su testimonio: “Salir de Siria no fue fácil. No quería hacer el servicio militar ni participar en una guerra en la que no creía. No tuve otra opción que irme”.

Amnesty cita el reciente Informe anual de ACNUR sobre Tendencias Globales: hay 122,1 millones de personas desplazadas por la fuerza, la cifra más alta de la década, que no para de crecer, acicateada por los conflictos en Ucrania, Myanmar (Birmania) y Sudán, de donde huyó Abdoulaye.
Él y su esposa, en el campo de Chad, crían al par de huérfanos que recibieron de sus vecinos. Los tomaron como hijos para compartirles la poca comida que tienen y el amor, que abunda. Entre más del 60% de menores refugiados allí, aquellos dos niños exiliados de Sudán sufren el mismo padecimiento que otros cinco millones de criaturas (para comparar, la Ciudad de Buenos Aires tiene tres millones de habitantes). La de Sudán es la mayor crisis de desplazamiento infantil del mundo, con huérfanos o desencontrados de sus padres.

En Buenos Aires también hay padrinos, hasta para adultos. La pareja compuesta por Patricio y Susana recibió a Eddy para acompañarlo en sus primeros pasos. El sirio reconoce: “Me sentí como en familia. Él me dio herramientas para independizarme; ella me ayudó a sanar. Me cambiaron la vida”. Acá consiguió la ciudadanía, empleo de traductor y pareja, con quien lanzó una marca de ropa. Ahora colabora en proyectos para apoyar a otros refugiados.
Amnesty recuerda que el patrocinio comunitario es un programa en el que personas o familias reciben a quienes necesiten compañía para su integración, con un alojamiento inicial y ayuda idiomática para hacer trámites.
Gracias a esa contención, Eddy pudo estudiar, trabajar y relacionarse. “Ahora, soy un argentino más –dice–; siento que tengo raíces acá, me costaría pensar en ir a otro lugar”.
Con esos programas de patrocinio comunitario, desde 2017, más de un millón de personas han sido apadrinadas en el mundo. ¿Cómo es eso de recibir a un desconocido, extranjero, que no entiende la lengua o las costumbres? Para el refugiado, lo es todo: “Sumás a una persona a tu hogar, sí, pero le das una nueva vida. Para una familia puede ser un aporte pequeño; para quien llega, es renacer”, reflexiona Eddy.
Las Naciones Unidas explican lo que es el programa y su historia aquí. Por vías alternativas a las gubernamentales, Amnesty ayuda con la recolección de fondos desde aquí.
Ponchos Azules
Con estas causas colabora Lionel Messi, Embajador de Buena Voluntad de UNICEF. El año pasado, en apoyo del Día Mundial del Refugiado, se puso un simbólico Poncho Azul. Lo hizo junto al refugiado Alphonso Davies, Embajador de Buena Voluntad del ACNUR y capitán de la selección de Canadá. Ese país norteño ha hecho punta en el continente durante décadas, al recibir a más de 300.000 migrantes forzados.
Para este Mes del Refugiado, aquel Poncho Azul creado por Benito Fernández será sorteado entre los donantes a la Fundación ACNUR Argentina, uno de cuyos voceros dijo a El Cohete en charla telefónica que “el 90% de los trabajadores del ACNUR está en terreno, y en 72 horas estamos presentes ante cualquier emergencia”.
Otros argentinos que colaboran con esta causa son Eleonora Wexler y Osvaldo Laport, quien acumula dos décadas como Embajador de Buena Voluntad del ACNUR.
Un continente azul
Una coordinadora de ACNUR para las Américas, Melanie Gallant, explicó: “Las personas refugiadas no buscan caridad, buscan oportunidades. Cuando se les brinda la posibilidad de reconstruir sus vidas, contribuyen de forma valiosa a sus comunidades de acogida”.
En el continente se planearon actividades culturales como intercambios de cartas y monumentos iluminados de azul, el color de las Naciones Unidas. Entre ellos, el Congreso de Brasilia y el Cristo Redentor de Río de Janeiro. Canadá planificó iluminar ciudades costeras como Vancouver, Toronto y hasta las Cataratas del Niágara. Colombia, El Salvador, Honduras y México también sumaron sus ciudades a ese simbolismo.
Chile convocó a personalidades a intercambiar cartas con refugiados que comparten sus vivencias. Ecuador invitó a escribir a líderes de opinión para contar cómo las políticas de acogida han mejorado sus vidas. Panamá sumó sus cartas de solicitantes de asilo a autoridades, diplomáticos y figuras del sector privado.
En Colombia, el artista Edgar Álvarez destinó una obra al Museo Nacional de Bogotá; la Orquesta Filarmónica de Medellín ofreció un concierto; lo mismo que pensaron en Nicaragua y México, mientras que en Panamá presentaron danza contemporánea y Costa Rica mostró el drama del desplazamiento con la obra teatral Caminos de Esperanza.
En Canadá, pensaron una experiencia de pintura en vivo, protagonizada por artistas refugiados y de la diáspora. Otras actividades culturales, académicas y comunitarias aportaron República Dominicana, Guatemala y Perú.
El peruano-estadounidense Sebastián Llosa, cuyas letras abordan temas de identidad y pertenencia, dio un concierto en Washington, donde el Kennedy Center ofreció su sala para proyectar al aire libre Belfast, el film ganador del Oscar, que explora las opciones de las familias obligadas a huir, vista desde la experiencia de un niño.
En Venezuela, celebraron el talento de las personas refugiadas con una feria de emprendimientos liderada por mujeres sobrevivientes de violencia y eventos deportivos en comunidades de acogida.
Más de 500.000 venezolanos refugiados en Colombia podrían perder su documentación y quedar desprotegidas a partir del recorte en los fondos a la ayuda humanitaria a las Naciones Unidas (donde el mayor aporte provenía de los Estados Unidos).

Motosierra
La poda presupuestaria de los últimos meses frenó muchos programas esenciales de ACNUR:
En el Este y Cuerno de África, un millón de criaturas –algunos, sin compañía– se enfrentan a un mayor riesgo de abuso o explotación.
En Jordania, 200.000 mujeres y niños vulnerables se quedaron sin asistencia.
En Congo, los centros de registro de nuevos nacimientos cerraron: más del 85% de los 14.000 niños refugiados centroafricanos y sudaneses menores de cuatro años se exponen a riesgo de apatridia.
En Sudán del Sur, el 75% de los espacios seguros para mujeres y niñas dejaron de funcionar, dejando a 80.000 víctimas de violación o violencia sin asistencia médica, legal ni económica.
En el país que fuera de Abdoulaye (donde la guerra civil tiene como trasfondo el control de yacimientos de oro), más de 542 civiles fueron asesinados el mes pasado; el 75% de quienes escapan sufrieron abusos inimaginables, con especial blanco en mujeres y niñas, víctimas de violencia sexual, de acuerdo con un relevamiento del Alto Comisionado.
Los éxodos son tan recurrentes en el mundo que algunas cadenas han dejado de darles preeminencia informativa; aun cuando aquello conlleve la desaparición de un Estado, como ocurrió con Artsaj, cuya población armenia debió huir ante el temor de un genocidio por parte de Azerbaiyán (ver El país desaparecido).
El mes pasado, luego del 110º aniversario del genocidio a manos turcas, la legislatura bonaerense aprobó el proyecto de la diputada camporista Maite Alvado, de preocupación por el cautiverio de rehenes y prisioneros de guerra armenios retenidos en Azerbaiyán, y exigencia del derecho al retorno de los desplazados de Artsaj (Nagorno Karabaj).
Si bien 14.871 de los 26.397 refugiados han regresado a Artsaj, hasta comienzos de este año, el Servicio de Seguridad Nacional de Armenia ha informado que 11.526 personas aún no han vuelto.
Al respecto, el director del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, Aram Mouratian, explicó: “Las demandas por la libertad de los rehenes armenios y el derecho a retorno de la población de Artsaj son cuestiones urgentes que debe abordar tanto la comunidad internacional como los organismos multilaterales, (por lo que) la resolución de la Legislatura bonaerense es una voz necesaria y urgente ante estas flagrantes violaciones a los derechos humanos y a las decisiones de la Corte Internacional de Justicia”.
Tales decisiones por parte de la Corte Internacional son esperadas de modo muy especial en Medio Oriente. En Gaza, por caso, saben bien que los desplazamientos forzados de familias que deben irse de su país a causa de ataques que incluyen bombardeos y hasta misiles son “un crimen de guerra”, como acaba de descubrir el ministro de Relaciones Exteriores israelí.
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