El innombrable y la doctora

Etchecolatz y el negacionismo que se esmera en reinstalar la diputada Villarruel

 

Con mucha frecuencia solemos entrar en una lógica de competencia y entonces, en lo cotidiano, hacemos referencia a que algo o alguien es “el mejor” o “lo peor”, sin que tal competencia hubiera ocurrido o sin que se indiquen los criterios para saber la razón por la cual se evalúa de esa manera. Para “peor”, es habitual que ignoremos desde fuera lo que ocurre desde “dentro”; esto es, que para cada quien, en momentos de dolores o festejos, estos suelan experimentarse como “lo mejor” o “lo peor”. Por ejemplo, para una persona que ha tenido un gran dolor (del tipo que fuera), esa experiencia no es mensurada, es simplemente “mía” y, por lo tanto, es la peor.

Señalo esto para hacer referencia a alguien que, en muchos imaginarios, es “el peor”, o al menos estaría en el podio de esta imaginaria competencia; y lo señalo porque se podrían nombrar a lo largo y ancho del país otros muchos que competirían con él. No haremos entonces un campeonato, pero no podemos ignorar a uno aberrante: el genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz. No hace falta presentar su currículum: la Justicia –que a veces funciona– lo condenó en más de una ocasión, y aun condenado y detenido parece haber sido directamente responsable del nuevo secuestro y desaparición de Jorge Julio López (en su mano tenía un papel que decía “Julio López secuestrar”).

Lamentablemente, el Poder Judicial demora, cajonea, obstaculiza los procesos de Memoria, Verdad y Justicia, por lo que decenas de casos aún están en proceso o todavía no han comenzado. La “cronoterapia” de la que hablaba el vetusto juez supremo Carlos Fayt va haciendo lo suyo. Etchecolatz ya ha muerto, Ramón Camps también, el cura Christian Von Wernich sigue en prisión sin que nadie le haya retirado sus “atributos ministeriales”. Pero hace algunos años, con cierta frecuencia, la actual diputada y candidata a vicepresidenta por La Libertad Retrocede, Victoria Villarruel, frecuentaba a Etchecolatz, que incluso la tenía anotada como eventual referenta para un juicio.

 

Un buen ejemplo de la persona (sic) que era este engendro es que su hija Mariana logró el cambio de apellido. Era y es una carga demasiado pesada que no quería soportar. Ella no, la diputada sí.

Curiosamente, el negacionismo (gracias a la complicidad judicial y mediática) sigue vigente, sin que exista prohibición alguna a quienes lo sostienen, como ocurre por ejemplo en Alemania. Vergonzosamente repiten que “no fueron 30.000” y hasta –estúpidamente– el candidato presidencial que pretende que el país retroceda pidió la lista de los nombres de los 30.000. Lista que ellos mismos se han negado a brindar, porque esa fue su política: capturar y desaparecer. Y ahora ofenden la vida y la muerte de tantos y tantas compañeros y compañeras negando.

Y reviven, o despiertan, la teoría de los dos demonios, con la clara finalidad de dejar claro que –para ellos– solo hubo un demonio al cual heroicamente “la patria” (léase las Fuerzas Armadas y de seguridad) debieron combatir, aunque quizás –en alguna ocasión– no lo hayan hecho con pulcritud y pureza química, despertando esos demonios, y, aprovechando que miles y miles de jóvenes no han escuchado hablar de lo ocurrido, ni en sus casas, ni en la escuela, ni en los medios (aquí menos todavía) hablan de libertad, hablan de república… y proponen el mismo modelo económico, cultural, político, internacional, social, que los Etchecolatz impusieron ayer por la fuerza y la ignorancia pretende hoy reinstaurar.

 

 

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