El juego del panda y el camello

La diplomacia china mueve fichas en un tablero que va desde el Magreb hasta Xinjiang

 

La llegada de Xi Jinping al poder implicó varios cambios en la dinámica que China imprime al orden global, además de otros tantos que impactaron en cuestiones internas de su economía y organización político-social.

Claramente, el actual líder chino y su grupo dirigente accedieron a la conducción del Partido Comunista gobernante y de la nación milenaria hace una docena de años, en un momento en que su desarrollo obligó a China no sólo a profundizar reformas domésticas, sino a involucrarse cada vez más en los asuntos del (des)orden mundial, una agenda que sus antecesores prefirieron, si no desatender –que no fue el caso–, sí atenuar en tanto el país seguía construyendo los pilares que lo llevarían a su rango actual.

Por décadas, la premisa del perfil bajo preconizada por Deng Xiaoping en el Tao Guang Yang Hui o “estrategia de 24 caracteres” fue la norma. Pero esos tiempos han pasado y China, ya segunda economía mundial y disputando liderazgo en varios órdenes a Estados Unidos y sus socios occidentales, acaso menos por decisión hegemónica que por la fuerza propia de su despliegue económico y tecnológico, interviene en forma progresiva en relaciones internacionales que, hasta hace poco, eran formateadas en modo excluyente por el noratlantismo de pretensión globalizadora, herencia de la historia colonial de los siglos anteriores.

Uno de los capítulos donde ese fenómeno central para la geopolítica del siglo XXI ocurre es en el llamado Medio Oriente, como puede observarse en forma puntual en la cuestión palestina y en Irán, y desplegándose hacia el oeste llegando a África o hasta el este en las mismas fronteras chinas en Asia Central.

 

La relación con Palestina

Luego del ataque de Hamas y de la respuesta de Israel que todavía sigue desembozadamente, llevando a un extremo una aniquilación de palestinos que lleva décadas tanto en Gaza como en Cisjordania, China continuó aumentando su apoyo a la causa por la liberación y creación de un Estado soberano, independiente y en paz para Palestina. Al mismo tiempo, tiene también fuertes lazos con Israel y quiere aquel nuevo Estado en convivencia con el que hoy gobierna la extrema derecha israelí, pero exige que éste respete el derecho internacional, al cual Benjamin Netanyahu desconoce como muy pocos otros países. Por eso China ha afirmado el derecho de los palestinos a la resistencia armada en la Corte Internacional de Justicia en febrero último. Allí, el delegado Ma Xinmi señaló que “muchas resoluciones reconocen la legitimidad de la lucha por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada, de los pueblos bajo dominación colonial u ocupación extranjera, para hacer realidad el derecho de autodeterminación”.

Incluso antes de aquella reunión de la CJI, en enero, China y los Estados de la Liga Árabe firmaron ocho acuerdos en torno a los reclamos de paz y de coexistencia pacífica entre Palestina e Israel.

También el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, reafirmó la posición de su nación en apoyo de la creación de un Estado de Palestina independiente, su membresía plena en la ONU y el establecimiento de una conferencia de paz para establecer una agenda para una solución de dos Estados. Y en febrero, una instancia máxima como las Dos Sesiones legislativas de China se ocupó del asunto en forma enérgica y en esa misma dirección. El canciller Wang Yi Wang volvió a hablar del tema y refirió allí las “víctimas civiles (ahora ya son más de 30.000 palestinos, en su mayoría mujeres y niños, sin contar heridos y desaparecidos ni, en la otra punta, un centenar de rehenes israelíes cuyo paradero se desconoce), además de incontables vidas árabes inocentes enterradas bajo los escombros. No hay distinción –añadió Wang– en el valor de las vidas y no puede ser establecida por motivos religiosos. No hay una sola razón que justifique la continuación de este conflicto, ni una sola razón que justifique el asesinato de civiles (…) Las personas de Gaza tienen derecho a vivir en este mundo, a ser ayudadas, socorridas y cuidadas, todas las personas detenidas deben ser liberadas y cualquier acto de ataque sobre civiles debe parar”.

En marzo, China (con Rusia) vetó una resolución que pedía un alto el fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU porque, según explicó el embajador chino en ese cuerpo, Zhang Jun, el texto propuesto por Estados Unidos (que venía una y otra vez trabando pedidos semejantes) no expresaba claramente su oposición a una operación militar israelí planificada en Rafah. China y Rusia habían presentado antes otros tipos de proyectos resolutorios por la paz, todos rechazados por el veto de las potencias de Occidente en el Consejo. Apenas tres días después del rechazo a la propuesta estadounidense, finalmente se aprobó otra que pedía un alto el fuego inmediato (no permanente) durante el período del Ramadán. La propuesta fue redactada por los diez miembros rotativos del Consejo de Seguridad y aprobada por 14, con China y Rusia en un papel clave. Estados Unidos se abstuvo por una falta de condena explícita a Hamás. Unos días después, un diplomático de la Cancillería china, Wang Kejian, se reunió con el presidente del Buró Político de Hamás, Isma'il Haniya, en Qatar, y al cabo del encuentro sostuvo que “China, a diferencia de Estados Unidos y algunos países europeos, lo reconoce como una parte legítima del tejido palestino”.

Otros actores involucrados en el conflicto, como los yemeníes Ansar Allah (los “hutíes”), que tras los ataques israelíes a la Franja de Gaza comenzaron a impedir el movimiento de barcos comerciales en el Mar Rojo, anunciaron que “los barcos chinos y rusos no son un objetivo. No son nuestro objetivo”.

Más recientemente, tanto en la gira europea de Xi Jinping como en declaraciones de la vocería de la Cancillería china, se reclamó a Israel para que no avance en Rafah, el último refugio de los palestinos de la Franja de Gaza, que ha sido demolida por Israel en una de las acciones más impunes y terroríficas que se han vivido en los últimos tiempos en el mundo.

Para algunos analistas, la postura china en el conflicto podría definirse como “neutralidad pro-palestina”. Javier Barroso y Nerea Hernández recuerdan que Palestina cuenta con una embajada “informal” en Sanlitun, el distrito diplomático de la capital china, y que “Beijing ha simpatizado históricamente con la causa palestina y ha apoyado constantemente a la OLP desde la década de 1960. Fue el primer país no árabe en reconocer a Palestina como Estado”. El artículo habla de la abrumadora mayoría de apoyos a la causa palestina en la población china, que se identifica sobre todo en la memoria de víctimas de un sistema colonial como el que la propia China sufrió en el pasado, y también de los lazos comerciales para nada despreciables entre China e Israel (es su segundo socio comercial, además del intercambio comercial de China con Palestina).

 

La cuestión iraní

El conflicto en la Franja de Gaza, como se sabe, agitó la zona y provocó el bombardeo por parte de Israel de la embajada iraní en Siria a fines de marzo, con algunos muertos, y luego, tanto una respuesta con drones militares iraníes sobre territorio de Israel como una ulterior respuesta de este último sobre la provincia persa de Isfahán, escalada que más bien sirvió, sin víctimas fatales que se informaran, para probar nueva tecnología de las máquinas de matar.

China e Irán tiene una fuerte relación cooperativa también. Irán, además, es uno de los países que se sumó recientemente al BRICS+, en la movida de 2023 que había sumado a la Argentina pero que el actual gobierno que encabeza Javier Milei, absolutamente sometido a la lógica exterior estadounidense-israelí, desechó. Irán es parte, asimismo, de la Organización de Cooperación de Shanghái (varios Estados del mundo musulmán ingresaron a la OCS en septiembre de 2021), y también un aliado de Rusia en esas y otras construcciones institucionales, así como en diversas áreas económicas.

Sobre una alianza China, Irán y Rusia, esto escribía Zbigniew Brzezinski, el gran asesor internacional del Partido Demócrata estadounidense (equivalente a Henry Kissinger para el Partido Republicano) en su libro El gran tablero mundial, de 1997: “El escenario potencialmente más peligroso (al que el estratega le daba menos posibilidad de concretarse) sería el de una gran coalición entre China, Rusia y quizás Irán, una coalición ‘anti-hegemónica’ unida no por una ideología, sino por agravios complementarios. Recordaría, por su escala y por su alcance, a la amenaza que planteó, en determinado momento, el bloque sino-soviético, aunque esta vez China sería probablemente el líder y Rusia el seguidor. Evitar esta contingencia, por más remota que pueda ser, requerirá un despliegue simultáneo de habilidad estratégica estadounidense en los perímetros occidental, oriental y sur de Eurasia”. El politólogo y sociólogo Atilio Borón suele recordar esta premonición de Brzezinski –alguien que la veía–, un escenario al que le asignaba pocas chances pero que está ocurriendo ahora mismo. Es decir, el del tablero más desafiante que podría llegar a enfrentar Estados Unidos (que hoy es real e incluso supone ejercicios navales conjuntos, como uno reciente en el golfo de Omán), en medio de un hartazgo de muchos países del Sur Global contra el colonialismo, la soberbia y las mentiras de las potencias líderes de Occidente, de lo cual otro importante capítulo, por fuera del objetivo de esta nota, sucede por ejemplo en África.

 

 

Washington ha pedido varias veces a Beijing que utilice su diplomacia para “frenar” o “contener” a Irán (o a Rusia, en la guerra contra la OTAN que libra en Ucrania), pero no se priva de armar y alentar en sus acciones a la propia Ucrania o a Israel, en la tradicional hipocresía del Departamento de Estado, que no es, con todo, su rostro más funesto. Y no por hacerle caso, sino por tradición y porque conviene a su juego global, en tanto potencia ascendente, Beijing hace su juego diplomático y negocia permanentemente con Moscú y con Teherán.

China e Irán mantienen lazos profundos e históricos. Para citar sólo años recientes, por ejemplo en 2020, en plena pandemia, firmaron un acuerdo de cooperación estratégica que analizó entonces un colaborador de Tektónikos e investigador de la Universidad Nacional de La Plata, Sebastián Schulz. Por otra parte, China viene participando hace años de las negociaciones en el programa nuclear iraní.

Sus puntos principales fueron una duración de 25 años para un ciclo inversor chino de 400 millones de dólares en un centenar de proyectos de infraestructura industrial, que incluye sectores como petróleo y gas, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, carreteras, banca y telecomunicaciones.

Más de la mitad del capital lo aportará el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, del cual Irán es miembro desde 2016 (la Argentina también lo es, aunque el actual gobierno nacional no busque allí articulación alguna, y pese a ser un país latinoamericano puede recibir créditos de ese organismo con sede en Beijing si es para proyectos de conectividad con Asia o si tienen impacto positivo en el medioambiente; de hecho, el único proyecto del BAII que se conoce para la Argentina es el de un parque eólico en Tierra del Fuego, iniciado en 2023).

Por otra parte, el Presidente chino Xi Jinping había recibido en Beijing, hace poco más de un año, a su homólogo iraní Ebrahim Raisi, quien acaba de fallecer en un accidente aéreo, y en esa cita afianzaron la relación. China es el cliente y socio comercial de petróleo más importante de Irán. Cuando Teherán envió drones militares a Israel como represalia del ataque en Damasco, la Cancillería china pidió a las partes implicadas que actuaran “con calma y moderación para evitar una nueva escalada”, y reclamó que ante el “desbordamiento del conflicto de Gaza” debían agotarse las instancias para poner fin conflicto “lo antes posible”. En la misma línea que lo hace con su aliado fundamental del presente, la Federación Rusa, China trabaja no contribuyendo con armas y nafta al fuego, como sí hace Occidente mientras alardea por la paz, sino tejiendo diplomacia más allá de su respaldo estratégico con sus socios fundamentales.

 

Otros lazos con el mundo árabe-musulmán

China ejerce lo propio en otros puntos del área. Por ejemplo, cuando hace casi ya tres años jugó un rol de contención para el equilibrio y la paz en Asia Central, una vez que el Talibán regresó al poder en Afganistán tras el desastre provocado por Estados Unidos en su larga ocupación, antes de una huida ominosa a principios del gobierno de Joe Biden. El gobierno chino recibió inmediatamente a las autoridades afganas para fijar una agenda de trabajo.

 

Xi Jinping con líderes árabes en la Cumbre del Consejo de Cooperación entre China y el Golfo, en 2022.

 

 

Lo mismo sucedió cuando favoreció el año pasado el reencuentro diplomático casi inimaginable entre los dos pesos pesados del área musulmana, Arabia Saudita e Irán, hasta entonces irreconciliables y ahora incluso nuevos socios de los BRICS+.

En enero de este año, China también medió entre Irán y Pakistán, que intercambiaron algunos bombardeos y llamaron a consultas a sendos embajadores.

Hay, asimismo, crecientes lazos comerciales con las monarquías del Golfo, con las que el intercambio comercial anual ronda los 200.000 millones de dólares. China tiene un mecanismo de diálogo estratégico con el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCG). Paralelamente, ha establecido la Asociación Estratégica de Primer Nivel con Argelia y con Egipto en 2014, con Irán y con Arabia Saudita en 2016 y con Emiratos Árabes Unidos en 2018. Y la categoría inmediatamente inferior pero también muy potente la ha establecido con Turquía en 2010; con Qatar en 2014; con Jordania y con Irak en 2015; con Marruecos en 2016; con Yibuti en 2017; y con Kuwait y Omán en 2018 (ver Carlos Echeverría Jesús).

China ha tejido acuerdos que van también desde un país muy influyente como Turquía (hoy un incómodo aliado de la OTAN) a Estados árabes del Magreb y del resto de África, incluida presencia militar en el llamado “Cuerno de África”. Ya en 2016, Beijing publicó su Libro Blanco sobre el Mundo Árabe. Ese año, Xi Jinping visitó la sede de la Liga de Estados Árabes en El Cairo. Y siguió así una tradición que tuvo hitos anteriores como la instalación del Foro Cooperación China-Estados Árabes, que data de 2002.

Al igual que en casos citados antes en este artículo, la seguridad energética, alianzas de defensa e infraestructura son razones fuertes del engranaje cooperativo.

Como salta a la vista, son áreas, todas, de las más calientes del mundo. Donde todos juegan, incluidas y mucho la potencias occidentales y la OTAN volcada a Oriente desde hace años, en especial si es en los bordes de Rusia y China, con fines desestabilizadores. Y la diplomacia china actúa de bombero voluntario también en defensa de su propia integralidad territorial, su seguridad, desarrollo (que trata de expandir al vecindario para aliviar tensiones) e intereses nacionales. No puede dejar de mencionarse que su región más occidental, Xinjiang, tiene mayoría musulmana y limita con otras de Asia Central donde hay presencia y acciones de grupos terroristas, fundamentalistas religiosos y separatistas.

La lógica de la diplomacia china parece seguir, también en Medio Oriente y todo el mundo árabe-musulmán, preceptos fundamentales y de largo plazo ya explicitados oportunamente por el canciller y Primer Ministro del primer cuarto de siglo de la República Popular China, Zhou Enlai, cuando en Bandung, en 1955, trazó los principios de la coexistencia pacífica, el mutuo respeto por la soberanía y la integridad territorial, no agresión ni interferencia en asuntos internos de otros países, igualdad y beneficio mutuos. El académico Javier Vadell señaló el año pasado en una entrevista con la Revista DangDai eso que llamó “China como vector de paz”, donde sostuvo que los principios diplomáticos chinos “representan una ley de hierro para los gobernantes chinos”. Y agregó: “Ahora bien, lo que se suma en el siglo XXI a aquellos viejos principios de Zhou y Mao es el concepto de Xi sobre una ‘comunidad de destino compartido’ para la humanidad. Es interesante notar que ambas políticas coinciden –lo decía Mao y lo dice Xi– en no pretender ser modelos de nadie. Pero claro, el asunto es que ayer China estaba rodeada de enemigos o adversarios (la URSS, India, Estados Unidos, Corea del Sur, Vietnam), lo cual la encerraba, y hoy China busca y tiene armados con varios de esos países”.

Entre otros, se agrega aquí, con aquellos que son jugadores principales de la reconfiguración global en curso, tales como los grandes países musulmanes, muchos de los cuales ya están adentro del grupo BRICS+ y de otras constelaciones donde China participa como una suerte de primus inter pares por su peso económico, pero tratando de avanzar lento, firme y en conjunto. Sumando.

 

 

* Publicada originalmente en Tektónikos.

 

 

 

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