¡Es la política!

 Acerca de la no-reforma militar de Mauricio Macri

 

Raymond Aron, uno de los grandes estudiosos de Carl von Clausewitz, sostiene que “la guerra surge de la política, la política determina su intensidad, le crea el motivo, le traza las grandes líneas, le fija los fines y al mismo tiempo los objetivos militares”. Pese a esta claridad, algunos autores sostienen que se sigue prestando a controversia el papel de la conducción política en la conducción de la guerra. Sin embargo, Clausewitz es muy claro al respecto:

"Hay que considerar ilegítima e incluso nociva la distinción según la cual un gran acontecimiento militar o el plan de semejante acontecimiento debería permitir un juicio estrictamente militar; en verdad, consultar a los militares con respecto a los planes de guerra para que ellos den un juicio puramente militar (…) es un procedimiento absurdo".

Claramente el general prusiano nos está diciendo al menos dos cosas: que los objetivos militares de la guerra se subordinan a los objetivos políticos y, en consecuencia, que la política no puede delegar en los técnicos (los militares) la definición de la política de defensa.

Es por ello que resulta extraño ver a especialistas en temas de defensa olvidarse del carácter político de la guerra y a cientistas sociales negar que la defensa nacional es una política pública y, por lo tanto, sujeta a disputas políticas. En efecto, Luis Aguilar Villanueva ya había señalado hace algunos años que el proceso de política pública es más bien desordenado y desprolijo, acá y en Eestados Unidos; y que la definición por el problema público, en términos de Guillermo O´Donnell, no es neutra ni objetiva porque la definición revela la estructura de poder y los intereses políticos y la ideología de los actores (sociales y políticos, domésticos y externos) involucrados en la disputa en torno a esa definición, valga la redundancia. Nikolaos Zahariadis lo dice más claro: “El que define es el que decide”.

La política de defensa argentina ha estado sujeta desde el retorno de la democracia a una disputa por la definición de las palabras “agresión externa”. ¿Qué significa esta expresión en definitiva? Algo que parece claro y sencillo en realidad no lo es, por todo lo que dijimos en el párrafo precedente. El Decreto Nº 727/2006 reglamentó esas dos palabras, siguiendo la voluntad del legislador, la cual surge de los debates que pueden leerse en las actas del Congreso de la Nación [1]: siguiendo la Resolución 3314 de la Asamblea General de Naciones Unidas, agresión externa es una agresión militar estatal externa. Punto y aparte.

El nuevo Decreto Nº 683/2018 deja abierta la interpretación de dicha expresión a lo que escriban los técnicos militares (sigo a Clausewitz) en el planeamiento estratégico militar que se materializará durante el año 2019 (si es que ya no está escrito) en la Apreciación y Resolución Estratégica Militar (AREMIL) y en la Directiva Estratégica Militar (DEMIL). En consecuencia, agresión externa podría ser el terrorismo, el narcotráfico, la RAM mapuche si es financiada por un actor externo e incluso, dado que se derogó el Decreto Nº 1691/2006, recuperar nuevamente las hipótesis de conflicto con Chile y Brasil.

Se afirma que no hay que preocuparse porque las Fuerzas Armadas no intervendrán en asuntos domésticos. Una expresión muy vaga. Estoy convencido de que van retirar a casi la totalidad de los efectivos de Gendarmería Nacional de la frontera norte, dejando un mínimo indispensable porque solo ellos pueden realizar procedimientos judiciales, detener personas, preservar pruebas, etc. Esos efectivos serán destinados a medios urbanos; a las ciudades para cubrir las deficiencias de las policías provinciales. De esta manera, lo que tenemos es una sucesión de parches y no políticas consensuadas de mediano plazo: como no funcionan la Bonaerense y la policía santafesina, pongamos a la Gendarmería y reemplacemos a esta por las Fuerzas Armadas. No se trata de la gendarmerización de las Fuerzas Armadas, sino de reconvertirlas, como dijo un funcionario, en una Guardia Nacional. En este esquema, la Gendarmería pasaría a ser una fuerza de seguridad similar a Carabineros. Esto no implica que vayan a usar a las Fuerzas Armadas para reprimir la protesta social. Eso no va a suceder, pese a que la conducción política ya intentó hacerlo en diciembre de 2001 y fue el Jefe del Ejército el que se negó a hacerlo. Cambió el mundo, cambió la región, cambió la Argentina y cambiaron también los militares; que no son otra cosa que civiles de profesión militar.

Entonces no hay que negar que se trata de un debate político; por el contrario, hay que darlo. La derecha tiende a negar la política; dicen “yo no hago política” cuando debaten políticamente. El problema —para los que queremos politizar— es que la sociedad naturaliza ese discurso y parece que el resto, los que no somos de derecha, hacemos política. Hay que develar el contenido político de ese discurso que se presenta como neutro. Para ello, no hay que caer en las chicanas. Es gracioso porque piden despolitizar la defensa, pero la partidizan con chicanas haciendo referencia a Venezuela; a twitts del gobierno anterior contra Gran Bretaña; a que VOS fuiste parte como si ELLOS no fueran parte ahora; o etiquetando al otro como los intelectuales K de la UBA o la Universidad Di Tella. Hay que debatir y esto significa intercambiar ideas políticas sobre la defensa entre quienes piensan distinto; de otro modo sólo se trataría de un taller gubernamental donde todos piensan lo mismo y se escucha un monólogo o bajada de línea. Por ejemplo, la Universidad de la Defensa Nacional desarrolló un Ciclo de Debates durante el año 2017 que sería muy bueno retomar.

¿Cuál sería la agenda de ese debate? Empezar por discutir si queremos Fuerzas Armadas; si la Argentina, un país mediano, con el octavo territorio del mundo, al cual las Naciones Unidas le ampliaron su mar territorial, que tiene un reclamo sobre la Antártida y un conflicto territorial con Gran Bretaña, necesita Fuerzas Armadas. Luego deberíamos discutir cuáles son los intereses estratégicos de nuestro país porque quiero creer que todos estamos de acuerdo en los intereses vitales: soberanía e integridad territorial. ¿Son intereses estratégicos la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo islámico? ¿Argentina necesita involucrar a las Fuerzas Armadas para hacer frente a esos problemas? ¿Qué ha pasado en el mundo cuando eso se hizo? Se sostiene que México, Brasil y Colombia lo hacen: ¿han sido exitosos? ¿Por qué no miramos mejor el caso de Chile (el último que queda en Sudamérica, defendiendo la separación entre defensa y seguridad) y Estados Unidos, que mediante su ley de defensa de 1878 (sí, leyeron bien) prohíbe que sus Fuerzas Armadas sean utilizadas en asuntos domésticos y en law enforcement; salvo en situaciones excepcionales previstas en la ley; como también está establecido en la Ley de Seguridad Interior en nuestro país?

El debate será un debate político porque la defensa es una política pública y porque los actores tienen intereses e ideología. Algunos insistirán, sin decirlo abiertamente, en el dato de que las Fuerzas Armadas están ociosas y no tenemos conflictos con otros países, olvidando a las Malvinas, las Sandwich y las Georgias. Un liberalismo que he denominado ingenuo y que lo es, a tal punto que escribieron en la Directiva de Política de Defensa 2018 que la mejora en la relación con Gran Bretaña nos permitirá recuperar la soberanía sobre las islas del Atlántico Sur. Se olvidan de la historia de Gran Bretaña, de los intereses estratégicos de ese país en el Atlántico Sur y en la Antártida; y, peor aún, se olvidan de nuestros intereses en esas regiones. Otros sostendrán que hay que volver al mundo y que, en consecuencia, hay que alinearse con los Estados Unidos y adoptar su agenda de seguridad para con América Latina. Los Decretos Nº 683/2018 y la DPDN 2018 impregnan, sin decirlo, nuestra política de defensa con esa agenda estadounidense: las Nuevas Amenazas, es decir, el terrorismo de las FARC, ISIS y el narcotráfico de Pablo Escobar. Son los realistas dependientes que además quieren que salgamos del Eje del Mal y le compremos armas a Occidente; armas que no podremos usar —ojalá nunca suceda— frente a una provocación y/o agresión británica. Por ejemplo, Argentina nunca tuvo hipótesis con Gran Bretaña en toda su historia; siempre se dirigieron los cañones contra Chile, Brasil y el enemigo interno (pueblos originarios, anarquistas, rebeldes patagónicos o el ideológico interno); y así nos fue en Malvinas.

A estos se unirán los realistas nostálgicos reclamando que, si bien Suramérica es una zona de paz con una baja probabilidad de conflicto armado, que ha recurrido casi siempre a arbitrajes internacionales para resolver sus disputas (una anormalidad a lo largo del Siglo XX, comparada con otras regiones del mundo, como señala el analista Kalevi Holsti), no se puede confiar en los países vecinos. En este punto estas dos especies de realistas se olvidan del pragmatismo de Henry Kissinger, proclaman nuestra amistad con Occidente y compran chatarra como los Texan T6 que van a reemplazar a los IA 63 Pampa en el entrenamiento de nuestros pilotos. Después quedamos los progresistas (palabra horrible que no significa nada), la socialdemocracia, el peronismo... en definitiva, el campo nacional y popular. Aquí debemos hacer una profunda autocrítica porque desde que se alcanzó el control civil de las Fuerzas Armadas en 1990, no hemos hecho nada. Hubo una ventana de oportunidad durante la gestión de Nilda Garré y Germán Montenegro entre 2005 y 2010. Se realizó el Primer Ciclo de Planeamiento por Capacidades que concluyó en el PLANCAMIL 2011; el mundo y la economía habían cambiado y el plan se quedó sin recursos. El campo nacional y popular debe dirigirse al 2019 con una propuesta concreta en materia de defensa que implique una adecuación del Instrumento Militar de la defensa nacional a la realidad internacional, regional y nacional, pero con presupuesto.

Para ello, en efecto, se deben modernizar las ideas de la defensa, pero no mirando a las Nuevas Amenazas, a los intereses de los Estados Unidos o copiando a Venezuela o México —como ha hecho el actual gobierno con el Decreto Nº 683/2018 y la DPDN 2018— sino a Chile, Suecia o, por qué no, a los Estados Unidos. Esto es así, amigos militares. A la derecha y al neoliberalismo argentino no le interesan las Fuerzas Armadas porque el proyecto de país que tienen no requiere de Fuerzas Armadas para el siglo XXI, sino de Guardias Nacionales. Como decía el diputado Gorriti en la Constituyente de 1826: no tiene sentido de hablar de Fuerzas Armadas nacionales cuando no hay Nación. El presupuesto 2019, que se presentará en semanas, será una primera muestra de este desinterés. Los sistemas de armas, si es que se compran —donde predominarán sistemas de armas livianos y de apoyo—, serán la bala de plata contra nuestra defensa nacional.

Un país industrial (en términos del siglo XXI) con desarrollo inclusivo necesita urgentemente Fuerzas Armadas, porque tiene algo que defender. Un país exportador de materias primas con casi 50 millones de habitantes necesita más fuerzas de seguridad y más policías para reprimir y Guardias Nacionales para esperar y aguantar hasta que alguna potencia nos ayude frente a la eventualidad no deseada de un ataque militar exterior. No es difícil pensar los intereses estratégicos, decidir y definir Fuerzas Armadas para el siglo XXI: empecemos mirando el mapa bicontinental, por ejemplo.

Mientras tanto, nuestras mujeres y hombres de las Fuerzas Armadas son arrastrados al pasado por los militares y civiles (que siguen pululando los pasillos del poder en libertad) responsables del genocidio, la deuda, la desindustrialización de la última dictadura militar; por los intereses de los Estados Unidos con respecto al narcotráfico y el terrorismo; por las nostalgias de algunos que ven al vecino como un enemigo. Ellos y los que queremos defensa nacional moderna esperamos que la clase política defina, políticamente, qué hacer con el futuro de las Fuerzas Armadas.

 

 

[1]https://www.elcohetealaluna.com/los-mitos-de-la-defensa-nacional/.

 

Sergio G. Eissa es Doctor en Ciencia Política, Profesor e Investigador en defensa y seguridad
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