Escuelas del Pasado

Frente al calor y los cortes, la política porteña es repartir agua y esperar el otoño

 

La vieja costumbre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de ser la jurisdicción más privilegiada de la Nación se ha visto interrumpida en estos días por una ola de calor extremo y agobiante, que afecta a la mayoría de las regiones. El clima ha puesto a la Reina del Plata a la altura de las ciudades más densamente pobladas de nuestra geografía. Los 15.000 habitantes por kilómetro cuadrado que pueblan el espacio porteño han debido sufrir además cortes de la energía eléctrica, que una compañía como Edesur –en retirada del país– debería haber provisto. El agua no ha sido una excepción a la escasez, sobre todo en los casos en que para hacer fluir se necesitan bombas de agua que en general funcionan con electricidad.

En este marco es que el inicio de clases en la ciudad, como siempre apurado y acompañado por acciones de marketing político, tuvo como protagonistas al calor, la falta de electricidad y de agua en las escuelas públicas, lo que derivó en que lxs alumnxs debieran sufrir los efectos de semejantes carencias sin que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta realizara acciones de prevención a fin de evitar lo que realmente ocurrió.

En las escuelas se registraron descomposturas y desmayos, tanto de alumnxs como de docentes; también explosiones, con incendios de los sistemas eléctricos, que provocaron la evacuación de algunas instituciones. Se ha detectado por otra parte que artefactos como los ventiladores se encontraban fuera de funcionamiento, así como la ausencia en general de equipos de aire acondicionado, o de buen funcionamiento de los pocos instalados. Sobre todo, allí donde las Asociaciones Cooperadoras quisieron colocarlos y las burocracias estatales impidieron su instalación y/o su reparación. Todas estas condiciones hicieron de las instituciones educativas ámbitos muy difíciles de habitar.

 

 

Es definitiva, la ola de calor ha puesto en evidencia en la ciudad más rica del país el abandono de la infraestructura en las escuelas públicas que administra el gobierno porteño, entre las cuales hay una modalidad que se hace llamar “Escuela del Futuro”, curiosa denominación para un sistema educativo cada vez más cercano a un pasado lejano.

Las escuelas públicas, con las carencias puestas en evidencia en estos días de calor y oscuridad, aparecen como ejemplos de todo un sistema educativo que arrastra fuertes déficits de infraestructura desde los inicios de la gestión neoliberal en 2007.

Por aquel entonces pudieron registrarse continuos descensos anuales en el presupuesto educativo de la ciudad. Presupuestos que, según pudimos comprobar en la Legislatura, además de exiguos eran y son permanentemente sub-ejecutados por las gestiones de turno.

El Ministerio de Educación, en la presente emergencia y haciendo gala de su encomiable vocación solidaria y comprensiva, decidió enviar a modo de paliativo contra el calor –y no a todas las escuelas– agua mineral caliente en botellitas, como para nadie criticara su gestión en la emergencia.

Claro que las personas se siguieron desmayando, los baños se siguieron quedando sin agua, continuaron los cortes de electricidad y las escuelas públicas profundizaron sus condiciones de desatención, al punto que varias conducciones escolares apelaron al Reglamento Escolar, en su artículo 51 inciso 4 , que “faculta a los Directivos de cada escuela a organizar, rotar, reducir o suspender la jornada escolar, en caso que no estén dadas las condiciones mínimas, sanitarias y edilicias necesarias para el cumplimiento del proceso de enseñanza y aprendizaje”.

 

 

De esta manera y con la suspensión de clases, más los perjuicios que genera para padres y madres que trabajan, la tan anunciada ampliación del calendario escolar y la pelea del Ministerio de Educación por ocupar el primer lugar en el ranking de jurisdicciones con más días de clases –algo muy afecto al neoliberalismo– quedaron relegadas por las inclemencias del tiempo y por la propia inacción de un Estado que tiene dinero más que suficiente, pero no para invertirlo en la Educación Pública.

Una de las instituciones educativas de la ciudad se tomó el trabajo de medir con un sensor las temperaturas en los diferentes espacios de la escuela. El estudio detectó temperaturas –no sensaciones térmicas– de entre 32 y 41 grados centígrados, lo que muestra que la administración de la educación en la ciudad ha sometido a niños, jóvenes y docentes de todos los niveles y modalidades del sistema educativo a aprender y enseñar en las peores condiciones posibles. La causa de ello es claramente la desinversión de un gobierno cuyas escuelas no están preparadas para el cambio climático en curso, ni para una emergencia como la que han planteado en estos días las condiciones meteorológicas en la región del AMBA.

Lo peor del caso es que frente a las situaciones planteadas de suspensión de las clases se podría haber recurrido a la semi-presencialidad, tal cual lo implementado por la Nación y otras jurisdicciones durante la pandemia.

Sucede que, para la Capital Federal de los argentinos, ello no es una solución posible, en principio por dos razones: la primera es que el gobierno de Rodríguez Larreta no reparte computadoras a todxs lxs alumnxs del sistema educativo, con lo cual lxs jóvenes no disponen del equipamiento necesario. Aún si dispusieran de algún dispositivo para poder estudiar en condiciones razonables, ello se vería obstaculizado por un segundo impedimento: la falta del suficiente tendido de líneas de wi-fi para que puedan conectarse la totalidad de niñxs, jóvenes y docentes.

¿Cuál será entonces la solución para que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires eduque a sus jóvenes generaciones sin sobresaltos? Será sin dudas la próxima llegada del otoño, siempre y cuando no sorprenda con la continuidad de un clima tropical que, según parece, no hace más que traducir los efectos de un cambio climático ya instalado entre nosotros.

No extraña la desinversión en educación, para un modelo cuyo fundamento epistemológico responde a un liberalismo conservador, hoy devenido en neoliberalismo, cuyos ejemplos más patéticos, además de la desinversión, son entre otros la mercantilización de la educación, la meritocracia y la desigualdad educativa.

 

 

 

* El autor integra el grupo Rescate para la Educación Secundaria.

 

 

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