¿Evitar a Evita?

La profanación de la memoria y el monumento apagado

 

Para muchos, entre los que me cuento, Evita es mucho más que una mujer, mucho más que la mujer más maravillosa que haya tenido la historia argentina. Por eso no me suelo sumar a los que la llaman “Eva”, porque “el pueblo cariñosamente me dice Evita”, según ella misma ha dicho. Convengamos que difícilmente algún o alguna dirigentx políticx reciba un nombre “cariñosamente”. Y, precisamente por eso, los odiadores, los de las pintadas y la profanación de su cadáver, esos la llamaron con los epítetos más despectivos que su pobre mentalidad les permitía vomitar. Y sigue sorprendiéndome que en los momentos en que, con toda justicia, el colectivo de mujeres recuerda a grandes mujeres de nuestra patria, Evita sea casi sistemáticamente omitida. Evita es más que una mujer: es una bandera, como ella misma dijo. Y con todo lo que una bandera significa. Nada menos que una bandera.

Por eso hay cosas que muestran su figura, su nombre, su rostro. Y lo celebro. Pero es frecuente que los seres humanos levantemos banderas para domesticarlas y –en este caso, porque no sólo para ella es válido el tema– hacer una Evita que se parece más a quienes la muestran que a quien fue. Cuando esa domesticación ocurre hay una suerte de profanación. Profanación de la memoria, de las luchas, de la militancia, de la historia. Evita fue una epifanía, una manifestación de la justicia social, de la lucha incansable por la felicidad de un pueblo, especialmente de los últimos, los “cabecitas”, los “grasitas”, los “descamisados”.

Vaya entonces un reconocimiento a quienes levantan su bandera para llevarla a la victoria. Pero a la victoria de sus causas, no la de los manipuladores o profanadores. En este sentido, me resulta notable la diferencia entre las bases del “Movimiento Evita”, que –por lo que sé– tienen una presencia y una dedicación maravillosa, o muy buena al menos, y la abismal distancia de estos con la dirigencia. La misma que (como otros, si es que la CTEP no es lo mismo) visitaba asiduamente los despachos de Carolina Stanley a cambio de planes para no “levantar banderas” (el “comando Carolina”, los llama irónicamente un amigo). Son los mismos que quieren dividir las fuerzas del actual gobierno enfrentando a Alberto con Cristina, los mismos que están en las antípodas de donde suelo creer que hay que estar y/o hablar. Eso sí, haciéndose los populares (casi como Castells, ¿no?). Ver las actitudes de su dirigencia (y haciéndose los “papistas” o “san cayetanistas”) y ver fotos o escuchar comentarios me invita a pensar si en el fondo, en nombre de Evita, no quieren en realidad evitarla. Quieren bajar esas banderas de indignación, de gritos por la justicia social, por una defensa hasta el final de la causa de los pobres… Realmente, al verlos, me apena ver el rostro de Evita en sus banderas vacías de contenido.

Ah… y eso sí… llevamos dos años de un gobierno que dice ser peronista y el monumento a Evita en la 9 de Julio ¡sigue apagado! Si es caro repararlo, eso significa que alguien lo robó o alguien lo dejó arruinar (porque estaba y se encendía) y no sabemos quién (aunque lo sabemos) ¿Hay sanciones? Por lo menos que pongan unas guirnaldas de Navidad, pero Evita debe iluminar el camino de quienes queremos levantar sus banderas y llevarlas a la victoria.

 

 

 

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