Introyectado, que le dicen

Los opresores trabajan para lograr que el oprimido piense como un opresor

 

El gran pedagogo brasileño Paulo Freire (foto) decía que con frecuencia el “dominado tiene introyectado el dominador”:

Los oprimidos, que introyectando la "sombra" de los opresores siguen sus pautas, temen a la libertad, en la medida en que esta, implicando la expulsión de la "sombra", exigiría de ellos que "llenaran" el "vacío" dejado por la expulsión con "contenido" diferente: el de su autonomía. (Pedagogía del oprimido, ed. Siglo XXI,)

Esa introyección es vista con las claves de “legitimidad” e “ilegitimidad” por parte del oprimido, por lo que se hace necesario “expulsar al opresor” (extroyección) [ver G. Ghiggi – M. Kavaya, “introyección / extroyección” en D. R. Streck et al. (orgs.) Diccionario de Paulo Freire, CEAAL – Lima 2015, 294-294].

No veo demasiado distinto esto del concepto gramsciano de hegemonía, que naturaliza determinada manifestación de poder: “es normal / natural” que algo sea como es, y es impensable imaginar algo diferente. O “nos hicieron creer que se podía” o que era normal (parece ser que el “sí, se puede” es para lo que ellos quieren, no para lo que los pobres precisan). Lo normal, entonces, es solamente lo que los poderosos, los opresores logran naturalizar hasta el punto de lograr que el oprimido piense como un opresor. “Las tarifas estaban muy baratas”, se escucha decir a los que no reclamaron ante la suba exorbitante, desmedida y cruel; “la situación es complicada pero había que poner orden”, repiten algunos sin que puedan decir cuál y cómo se estaría ordenando y qué y dónde estaría desordenado antes; “es que antes se robaron todo”, reiteran sin poder mostrar ejemplos contundentes a la vez que ignoran lo evidente del gobierno actual; “los planes eran perversos y la gente se acostumbraba a vivir sin trabajar”, cacarean como psitácidos sin pensar por qué entonces antes había más trabajo y ahora no lo hay. Y esto, que escuchamos con frecuencia, no lo conocemos solamente en Argentina, porque se escucha decir también en Brasil, en Ecuador y tantos otros lugares; “curiosamente” en aquellos en los que se hizo necesaria la introyección abrupta medios de des-comunicación mediante. Porque en otros lugares, pienso en Colombia, o en México, por ejemplo, el fenómeno no necesitó ser abrupto porque hace décadas que pueden inocular el veneno del individualismo, el egocentrismo y el miedo y odio en simultáneo al otro o la otra.

Si alguien –de sectores populares– puede decir que no es sensata la universidad gratuita, necesitaría una lobotomía del opresor introyectado urgentemente. Escuchar a algunos decir que la gente de los países “marxistas” no podía salir porque hay un autoritarismo violento, pero no dicen nada de que los pobres no pueden salir de los suyos porque no tienen dinero (es que eso es “natural”) resulta muy preocupante. Escuchar descargar anatemas contra el muro de Berlín y silencios frente al muro en Jerusalén o el que está edificando Trump en la frontera con México es, por lo menos, doloroso. Especialmente cuando los que lo dicen son víctimas que entienden, comprenden, justifican la abominación.

Claro que esto puede repicarse en muchas otras violencias. La violencia de género es una clara expresión de eso (la pregunta cretina:“¿qué le hiciste vos para que te pegue?” es una visible manifestación de la bestia fascista que muchos tienen dentro). El patriarcado que naturaliza que el varón puede aquello que a la mujer le está vedado, por ejemplo, también lo es. Y podríamos multiplicar ejemplos en los que se ve y se escucha que el opresor es una suerte de okupa en la mente del oprimido de la cual es de desear sea eyectado. La naturalización suele etiquetar esto como subversivo (como si fuera malo serlo, por otra parte). Y no se trata de que “la tortilla se vuelva”, para no tener que pelear mañana por lo mismo desde “otro lado”; se trata de que todos tengan acceso al pan, al trabajo, a la justicia, a los derechos, a la buena vestimenta, al esparcimiento… a la felicidad. El problema radica en que, para ser opresor, este precisa oprimidos. Y para ser éstos oprimidos, precisamente no deben tener todo aquello de lo que carecen. La cosa –para los poderosos– no es que todos lo tengan, es más fácil y más barato que les parezca natural y normal no tenerlo, ¡y listo! Los seguidores del Nazareno que puso “arriba los de abajo”, y puso en el centro mujeres, niños y pobres, despreciados y marginados, nos encontramos con el desafío de gritar y seguir gritando que “otro mundo es posible”. De eso se tratan las “buenas noticias”.

 

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