La Argentina acreedora

La desregulación financiera implementada por la dictadura convirtió la fuga de en un problema estructural

 

Según el INDEC, al 30 de junio de 2021, la economía argentina registró una sobrada posición de inversión internacional neta positiva de US$ 127.399 millones. Esto indica que la Argentina es acreedora frente al resto del mundo, lo cual resulta una paradoja frente al escenario actual de endeudamiento externo insostenible. ¿Cómo se explica? El sector privado no financiero de la Argentina posee una portentosa cantidad de activos en el exterior que representan casi 8 veces lo adeudado al Fondo Monetario Internacional en función de la deuda tomada por el Gobierno de Mauricio Macri, o 10 veces según estimaciones alternativas a la oficial. Esta impresionante suma es más que suficiente para que el país financie de forma autónoma su proceso de desarrollo sin “asistencia” del exterior, sin embargo, la fuga de capitales hacia los países centrales se ha conformado en uno de los principales destinos del excedente agudizando su dependencia financiera y condicionando su soberanía política.

La Balanza de Pagos y la Posición de Inversión Internacional (PII) son instrumentos estadísticos que ofrecen información valiosa sobre el desempeño de la economía argentina frente a la del resto del mundo. La Balanza de Pagos es un estado contable estadístico que resume las transacciones económicas entre residentes y no residentes. La PII es un estado contable estadístico que muestra resumidamente, en un momento dado, el valor de las tenencias de activos y pasivos financieros externos de una economía frente a los no residentes. Las cifras de la PII son consistentes con las de Deuda externa y con los resultados de la Balanza de pagos. Cuando el saldo de la PII es positivo denota una posición acreedora frente al resto del mundo y cuando el saldo es negativo, una posición deudora.

Como se adelantó en el primer párrafo, a junio del corriente año, la economía argentina registró una posición de inversión internacional neta acreedora a valor de mercado de US$ 127.399 millones, según INDEC. El sector público, en verdad, tiene una posición (PII) neta deudora de US$ 88.259 millones (entre el Banco Central y el Gobierno General) frente al resto del mundo, mientras que el sector privado no financiero (Otros sectores) sostiene una PII neta acreedora de US$ 218.732 millones, es decir, este último posee más activos en el exterior que pasivos. El sector privado residente es acreedor frente al mundo, siendo la fuga de capitales uno de los principales destinos improductivos del excedente económico del país (Leandro Bona, 2020). El sector privado (no financiero) posee activos acumulados en el exterior por US$ 350.131 millones y el sector privado financiero posee 6.831 millones, en el segundo trimestre de 2021, según la PII de INDEC. Cabe señalar que la metodología oficial utilizada para calcular la PII ha tendido a subestimar la fuga de capitales, dado que, al realizarse a través de relevamientos y encuestas, ciertos activos pueden no ser considerados por las fuentes consultadas o bien pueden ser subdeclarados (Gaggero, Rua, Gaggero, 2013). En efecto, según estimaciones propias basadas en el método residual de la Balanza de Pagos (considerando los flujos de 1970-1980 de la estimación realizada por Basualdo y Kulfas en 2002), los activos acumulados en el exterior, entre 1970 y 2019, por el sector privado residente arrojan una cifra muy superior, de US$ 431.267 millones.

En este sentido, la Argentina no padece de escasez de capital, lo que suele ser una explicación frecuente para justificar la traba del desarrollo económico. Por el contrario, la Argentina a través de sus residentes cuenta con capital para financiar su proceso de desarrollo sin arriesgar su estabilidad macroeconómica y sin requerir cantidades significativas de capital extranjero (Medina Smith, 2005). Lo que impide el rumbo al desarrollo es que la Argentina transfiere persistentemente activos a los países centrales, fundamentalmente al país que domina el sistema financiero y monetario global, Estados Unidos.

Estados Unidos posee una PII Neta negativa, deudora frente al resto del mundo. A su vez, presenta un déficit recurrente de su cuenta corriente. Con el fin de la convertibilidad en oro, Estados Unidos reasumió hace medio siglo el control del sistema financiero internacional en el que el dólar continuó siendo la moneda utilizada a nivel internacional, y se despojó de dos restricciones que tenía en el período anterior: ahora cuenta con la posibilidad de variar unilateralmente la paridad del dólar en relación con las monedas de otros países y también puede tener déficits crónicos en su cuenta corriente, ya que el aumento de pasivos externos están denominados en dólares que ya no son convertibles a oro (Marcelo Bruchanski, 2017).

Esto, sumado al proceso de deslocalización industrial, a comienzos de la década del '80, que transfirió a países en desarrollo las cadenas productivas más intensivas en trabajo de baja calificación, conformó un nuevo modo de acumulación a escala mundial apoyado en la libre movilidad del capital financiero y el desplazamiento de la producción industrial al exterior mediante la inversión directa y la constitución de cadenas internacionales de valor (Enrique Arceo, 2011).

Estas condiciones dieron nacimiento al fenómeno de los “desbalances globales”, que permite a los Estados Unidos tener déficits recurrentes en su cuenta corriente del balance de pagos, que son compensados por los superávits de cuenta corriente de otros países que producen más de lo que consumen (Thomas Palley, 2011), transfiriendo ahorro al país que domina el sistema financiero global. Este enfoque indica que el exceso de ahorro sobre inversión en numerosas economías emergentes se dirigió hacia las economías avanzadas.

 

Cuenta Corriente y Cuenta Financiera de la Balanza de Pagos de los Estados Unidos entre 1980 y 2017.

 

En esta etapa se hace imperiosa una reconstrucción económica con igualdad, con intervención sobre la distribución y redistribución del ingreso, de modo tal que la reactivación latente de la economía permita avanzar en una distribución más equitativa del excedente. Para ello, además de la tan necesaria política enfocada en la protección social y en el trabajo, hace falta resolver la cadena de evasión eterna, fuga de capitales, acumulación de rendimientos en el exterior y lavado de activos —de la que habla Jorge Gaggero—. Está a la vista que esto representa una problemática de carácter mundial, pero el caso argentino es sobresaliente. El correlato de la mundialización financiera y la financiarización de la economía mundial en Argentina fue el patrón de acumulación basado en la “valorización financiera” (Eduardo Basualdo, 2013), instaurado por la dictadura genocida de 1976, que desplazó al modelo económico de desarrollo productivo, para centrar su eje en la especulación financiera.

 

Stock de deuda externa y fuga de capitales acumulados desde 1980 a 2019. En millones de dólares corrientes.

 

 

A partir de la desregulación del sector financiero implementada por la dictadura de 1976, la fuga de capitales se transformó en un problema estructural para la Argentina (Gaggero et. al., 2015). Como muestra el gráfico, desde 1980 se observa que existe un flujo persistente de salida de divisas, que en los años del gobierno de Cambiemos creció aceleradamente junto con el endeudamiento externo. Como se ha señalado, el stock de riqueza financiera externa de residentes —acumulado desde 1970— alcanzó US$ 431.267 millones en 2019, cerca de 10 veces lo adeudado al FMI (de US$ 44.700 millones), cuya “asistencia” ha servido vilmente a los intereses del capital concentrado.

 

 

 

 

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