LA CALLAS DE LARRAÍN

La música que escuché mientras escribía

 

En distintas plataformas pude ver siete filmes de Pablo Larraín, parte importante de la obra del autor chileno que considero una de las figuras principales del cine en Latinoamérica. Me tocó compartir la mesa durante un almuerzo con su padre, el senador de la derecha pro-pinochetista Hernán Larraín. De buena formación intelectual, impresionaba la naturalidad con que defendía las posiciones más reaccionarias, se le percibía un hombre acostumbrado a mandar, sin demasiada consideración por las ideas del interlocutor. Como un Milei que no fuera loco, digamos para ubicarnos.

Tanto el padre como la madre de Pablo Larraín, Magdalena Matte, fueron ministros de Sebastián Piñera. El hijo del matrimonio, quien tiene 47 años, debió luchar con esa imagen familiar a partir de su primera película, Fuga, de 2006. No tardó en disipar los equívocos, porque toda su obra cuestiona a la dictadura, y también a la Iglesia Católica, si bien lo hace en los términos menos convencionales posibles. Su acento no está puesto en el dictador (salvo en la más reciente, El Conde, donde Pinochet es un vampiro que sigue chupando la sangre de Chile) sino en la sociedad que lo hizo posible, a través de personajes marginales que se acomodan a la situación. Filmes como Tony Manero, No o Post Mortem son denuncias tremendas contra el pinochetismo.

Su obra contiene guiños a otros grandes realizadores del pasado clásico, que confiesan su filiación. Como Bergman, Larraín trabajó en Chile siempre con los mismos actores, como los excepcionales Alfredo Castro y Jaime Vadell, Amparo Noguera, Marcelo Alonso y Antonia Zegers. Con planos largos,  mínimo diálogo y una cámara que se mueve lo menos posible, Larrain sostiene situaciones que generan incomodidad y malestar. Hay escenas suyas difíciles de soportar, como las que suceden en la morgue de Santiago en septiembre de 1973, incluyendo la autopsia de Salvador Allende, reconstruida con una fidelidad abusiva.

Luego de obtener varios premios internacionales, en Berlín, Londres, Venecia, Cartagena, Málaga, Turín, La Habana, Estambul, y nominado al Oscar y al Globo de Oro, se lanzó de lleno a la globalización, con dos películas filmadas en inglés, que aún no he visto: Jackie (con Natalie Portman en el rol de la viuda de Kennedy) y Spencer (donde Kristen Stewart encarna a Lady Di). Ahora está filmando María, con Angelina Jolie en la piel y los huesos de María Callas. Como no podía ser de otro modo con un creador tan original como Larrain, no se trata de biografías que desarrollen la vida de sus protagonistas, sino de momentos concretos: la última noche de Jackie en la Casa Blanca luego del asesinato de su esposo; la navidad de 1991 que Lady Di pasó con la familia real británica en el castillo de Sandringham; la etapa de la vida de la Callas en que su gran amor, Aristóteles Onassis, estuvo casado con Jackie Bouvier Kennedy.

En los tres casos, Larraín elude la narración lineal sobre personajes de los que en películas, libros y artículos periodísticos, se conoce absolutamente todo. Acá tenés una breve muestra, sobre María Callas.

 

 

 

 

 

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