La fragilidad de la Carne humana

La Historia Natural de la Destrucción, de W.G. Sebald y Serguéi Loznitsa

 

El martes se inició el Festival Internacional de Cine de la Universidad Nacional de Buenos Aires, con la proyección de Historia Natural de la Destrucción, del documentalista Serguéi Loznitsa. Su nacionalidad declarada es ucraniana, porque se crió y se formó en Kiev, aunque nació en Bielorrusia, cuando toda la región formaba parte de la URSS. Desde hace años, vive en Alemania.

De su extensa producción en las últimas dos décadas, forman parte dos películas excepcionales que se conocieron aquí en plataformas: El Proceso, de 2018, sobre los amañados juicios de Moscú de 1936 a 1938, y Funeral de Estado, de 2019, sobre la muerte de Stalin. En ambos casos contó con un material de archivo descomunal, liberado por la censura luego de la desaparición de la URSS, pero el trabajo de montaje y edición de Losnitza hacen de él un documentalista distinto a todos: no hay relator, ni intertítulos, ni talking heads que expliquen nada, sólo habla el archivo.

 

Serguéi Loznitsa. Foto: Luca Godec.

 

La Historia Natural de la Destrucción está inspirada en el libro homónimo del escritor alemán W.G. Sebald, sobre uno de los temas más silenciados de la historia contemporánea: los bombardeos anglo-estadounidenses sobre la población civil alemana, que provocaron 600.000 muertes y la destrucción de las casas de siete millones de personas en 130 ciudades y pueblos, sometidos a un ataque sistemático. Con un detallismo abrumador, Loznitsa muestra las líneas de producción bélica en los países aliados, las ristras de balas de ametralladoras, los motores de los aviones, las bombas chicas, medianas y gigantes, su colocación en el fuselaje de los aeroplanos, el carreteo y despegue de las máquinas, una tras otra, el lanzamiento de sus explosivos.

Según Sebald, el pueblo alemán, que había humillado y asesinado a millones de personas en los campos de concentración, no se sentía en condiciones de pedir cuentas a los vencedores de la lógica político-militar que dictó la destrucción de las ciudades alemanas. Ni siquiera puede excluirse, dice, que muchos vieran esa destrucción demencial "como un castigo merecido o incluso como un acto de revancha de una instancia más alta con la que no había discusión posible”. La mayoría de los alemanes, escribió Sebald, sabe que Göring hubiera arrasado Londres si sus recursos técnicos se lo hubieran permitido, tal como imaginaba Hitler, y que los bombardeos aéreos pioneros –Guernica, Varsovia, Belgrado, Rotterdam– se debieron a los alemanes. En Stalingrado, 1.200 aviones alemanes provocaron la muerte de 40.000 personas.

Pero Loznitsa no se interesa por la cronología sino por los efectos de la destrucción, con lo cual logra una equiparación de responsabilidades que podrá discutirse desde la política o la ideología, pero no desde el punto de vista humano. No importa la nacionalidad de las víctimas, sino su sufrimiento, y en ese sentido la película es estremecedora. Hay apenas cuatro fragmentos donde los líderes dan sus explicaciones:

  • el mariscal Montgomery bromea con una audiencia de trabajadores a los que agradece el esfuerzo de la producción bélica, lo cual ratifica el rol de la industria en el desenlace del conflicto;
  •  Churchill anuncia que la intervención estadounidense ha invertido las relaciones de fuerza, por lo cual ha llegado el turno de administrar a Alemania su misma medicina. Para el pueblo alemán, la solución es abandonar las ciudades, donde están los objetivos bélicos a destruir, y escapar al campo, indica;
  •  Goebbels dice que frente al terror no pedirán merced, sino que aplicarán el contra-terror;
  •  un militar no identificado expone la lógica del ataque aéreo indiscriminado, sobre objetivos que carecen de interés estratégico.

Durante la proyección pensé que podría ser el ministro de Defensa de Roosevelt y Truman, Henry Stimson, pero luego verifiqué que se trataba del mariscal británico del aire Sir Arthur Travers Harris, a quien llamaban alternativamente The Bomber y The Butcher: "Mucha gente dice que con bombardeos no se puede ganar una guerra. Bueno, mi respuesta a eso es que nunca se ha intentado todavía (…) Alemania será un experimento inicial muy interesante”, dice, con un cinismo incomparable.

En 1992, la reina Isabel inauguró un monumento a Harris en el barrio londinense de Temple, que desde entonces aparece periódicamente embadurnado con pintura roja y en su pedestal la sola palabra Shame, es decir Vergüenza. Hijo de una familia de aristócratas, pasó su adolescencia trabajando en la colonia africana de Zimbabue, por lo que Black Lives Matter reclama el derribo de su estatua.

Ingresó tarde al Colegio Militar y en 1940 ya formaba parte el Estado Mayor británico. Cuando advirtió la escasa efectividad de los raids británicos sobre Alemania se fijó en las masacres de pueblos españoles, como Guernica. Su objetivo obvio era destruir las fábricas y centros de suministros para la guerra, que se encontraban dentro de las ciudades o en las afueras. Pero pronto descubrió la importancia de la retaguardia. El bombardeo de civiles generaba una oleada de refugiados, que Harris describió en una carta al alto mando como insoportable. A partir de 1942, Harris arrasó Hamburgo, Colonia, Hanóver, Maguncia, Berlín y Dresde. Sebald analiza el caso de Dresde, una ciudad superpoblada y carente de cualquier valor estratégico: 25.000 personas perecieron bajo los escombros. De su centro histórico, llamado la Venecia del Elba, no quedó nada. Hay interpretaciones alternativas. El escritor inglés Sinclair McKay cree que la elección de una ciudad como Dresde respondió a una lógica militar, por las industrias que abastecían de material de guerra a la Wehrmacht y por ser el nudo ferroviario en el que se unían los trenes que llevaban hacia el frente este. Lo que esto no puede explicar es la escala del bombardeo.

 

Bengalas inglesas sobre Hamburgo.

 

Luego de la Primera Guerra Mundial, Harris sometió a los nativos de Irak con bombardeos constantes sobre pueblos y aldeas bajo presunto control de los rebeldes. Terminada la Segunda Guerra, se instaló en Sudáfrica, donde escribió sus memorias, plenas de "fascinación por los tornados y tifones de fuego". Murió en Inglaterra, en 1984, luego de confirmarle a la BBC que no se arrepentía de nada y que lo volvería a hacer.

 

 

Un tramo conmovedor es la interpretación de la obertura de Los maestros cantores de Nuremberg, que la Filarmónica de Berlín, dirigida por Wilhelm Furtwängler, realizó para los trabajadores de la compañía eléctrica AEG el 25 de febrero de 1942. Terminada la guerra, los aliados sometieron al conductor al proceso de desnazificación. Durante el interrogatorio dijo que le preocupaba que su arte fuera mal usado como propaganda, pero prevaleció el deseo de preservar la música alemana, que “debía ser ofrecida por sus propios músicos al pueblo alemán, compatriota de Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert”, que vivía “bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total. Nadie que no haya vivido aquí en aquellos días posiblemente pueda juzgar cómo eran las cosas. ¿Acaso Thomas Mann realmente cree que en la Alemania de Himmler a uno no le debía ser permitido tocar a Beethoven? Quizás no lo haya notado, pero la gente lo necesitaba más que nunca, nadie anhelaba tanto oír a Beethoven y a su mensaje de libertad y amor humano, que estos alemanes que vivieron bajo el terror de Himmler. No me pesa haberme quedado con ellos”. En este caso, no es Beethoven, sino Wagner, pero no hay más que ver los rostros del público para entender a qué se refería Furtwängler.

 

 

 

Es asombroso que Loznitsa haya resistido la tentación de incluir en su película cualquier referencia a los actuales bombardeos sobre su país, porque sí lo ha hecho en declaraciones y entrevistas. Esto sólo habla de la calidad superior de su trabajo, que deja esa parte a la inteligencia y la sensibilidad de cada uno de sus espectadores.

También es inevitable pensar en el privilegio que ha tenido Sudamérica, única región del mundo que nunca padeció este tipo de guerra donde la frágil carne humana se juega en un tablero en el que la vida y la muerte son lo que menos importa, y en lo cerca que estuvimos de perderlo, en 1982, cuando los herederos del  Butcher Harris analizaron la posibilidad de bombardear Córdoba.

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí