La gran fractura

La grieta no es simplemente de clase ni partidaria, sino ideológico-cultural

 

Más allá de la distinción de clase social, hay una fractura ideológico-cultural en nuestras sociedades occidentales que las atraviesa transversalmente. De manera que es posible identificar a excluidos, asalariados y propietarios de los medios de producción tanto de un lado de la fractura como del otro. Ojalá la grieta fuera la de clase social, todo sería más sencillo.

La grieta tampoco es simplemente de identidad política o partidaria, si bien se expresa en identidades y partidos políticos. Las identidades y partidos pueden ir cambiando o sedimentándose, pero las matrices ideológico-culturales sostienen sus orientaciones generales: ciertas ideas-fuerza, valores, costumbres, modos de sociabilidad y formas de afectividad-emotividad.

Del lado de los progresismos globalizados tenemos un predominio de la racionalidad, la ciencia, la deconstrucción, la mesura, planteos igualitarios desde un altruismo limitado en sus posibilidades o un pseudo altruismo directamente (individualismo encubierto). Del lado de las nuevas derechas predominan las espiritualidades, la tradición, la pasión, la plena asunción del individualismo y muchas cosas negadas y reprimidas por parte de los progresismos globalizados. A su vez, hay elementos del progresismo que constituyen lo negado y reprimido por parte de las nuevas derechas.

Obviamente que también hay orientaciones ético-filosóficas y elementos que comparten ambos registros. Por ello hay un potencial tan grande en la Filosofía de la Liberación, porque abre la posibilidad de realizar una crítica al fundamento civilizatorio occidental que sustenta a ambos lados de la grieta. El proyecto descolonizador implica, por ejemplo, darle centralidad a la dimensión geopolítica no sólo en lo que atañe a lo económico y militar, sino también a lo político-cultural, filosófico, académico, institucional, etc.

Por ejemplo, las nuevas derechas lograron interpelar a las perspectivas conspirativas, las cuales generan una mofa generalizada para los progresismos globalizados. Más allá de que hay mucho planteo flojo de papeles como el terraplanismo dando vueltas, no toda denuncia de conspiración es falsa así como no toda denuncia de conspiración es cierta. Fundamentalmente en un contexto donde la concentración de los recursos y mediaciones comunicacionales es cada vez mayor, de la mano de los grupos económicos transnacionales. Al descartar de prepo toda denuncia o señalamiento conspirativo, olvidando la condición concreta de la existencia de elites globales, los progresismos globalizados no son capaces de percibir su funcionalidad para con el esquema de poder del globalismo occidental.

El ascenso de las nuevas derechas no se explica sólo por las construcciones de sentido, la agenda mediática y las redes sociales digitales. Lo primero a señalar es el fracaso de los progresismos globalizados a la hora de resolver las necesidades materiales de un gran porcentaje de las poblaciones (manifiesto en la gestión de Alberto Fernández).

Sin embargo, no deja de ser cierto que la hiper-mediación digital y algorítmica acrecienta los solipsismos, el atomismo social y las burbujas sociales: el sostenimiento de sociabilidades respetuosas de la separación y distanciamiento ideológico-cultural que dictamina la grieta.

La grieta constituye una polarización de carácter psíquico-social, que se manifiesta en la exacerbación de ciertos complejos psíquicos en detrimento de otros. Se asienta en la intolerancia y exclusión de la alteridad, del opuesto. Hacia nuestros días son múltiples las dinámicas del poder, promovidas desde el sector privado aunque no exclusivamente, que se orientan al reforzamiento de la diferenciación y mutua exclusión de los entramados identitarios. Como expresión paradigmática de estas intolerancias encontramos a la cultura de la cancelación propia de los progresismos globalizados (junto a ciertas izquierdas) y la revitalización de proclamas abiertamente fascistas por parte de las nuevas derechas. Ambas modalidades, ubicadas en veredas opuestas de la grieta, se orientan explícita o implícitamente a una exclusión político-cultural del otro que vive, siente y piensa distinto.

 

Madre sobreprotectora y padre autoritario

Me valdré de las analíticas de los complejos culturales, una derivación de la psicología junguiana para el análisis de dinámicas psico-sociales, para pensar algunas cuestiones en términos de complejos y arquetipos.

Cuanto menos en términos de construcción de discurso mediático y digital, los progresismos cayeron presos de la configuración del complejo cultural de la madre sobreprotectora. Es posible identificar un anclaje sociológico de esto en la condición de una porción importante de las nuevas generaciones, que no han tenido que atravesar grandes dificultades en sus vidas.

El fenómeno de identificación con las nuevas derechas por parte de las nuevas generaciones puede ser considerado, en un mismo movimiento, una rebelión del hijo frente a ese Estado que encarna la figura de madre sobreprotectora y un pedido por la figura del padre de la mano con una búsqueda –consciente o inconsciente– de límites frente a un mundo que se presenta caótico, confuso y desbordante.

Frente a este escenario y las oleadas del feminismo, se revitaliza el complejo cultural del padre autoritario de la mano de las nuevas derechas. El padre llega y exclama: “¡¿Qué está pasando acá?!” Manda a los hijos a laburar y sacrificarse, porque la vida no es de algodón y color de rosa. Le da importancia a tener una familia y a la tradición, aunque ésta tenga rasgos machistas. Se permite quitarse el filtro de lo políticamente correcto.

Lo masculino recupera legitimidad, pero esto no elimina el impacto de la marea verde del feminismo. Movimiento que a su vez ya venía atravesando interesantes transformaciones, cuando un porcentaje importante se distanció de la cultura de la cancelación. Entre las tensiones de órdenes de magnitud en torno a lo masculino y lo femenino puede que en algún momento se desenlace un equilibrio meta-estable. Es decir, un equilibrio que no anule el principio de polaridad decidiéndose por uno de los extremos, sino que los incluya en una dinámica de armonías tenso-creativas.

Sobre todo porque el complejo del padre autoritario puede devenir en padre violento, despiadado (ojo, esto no quiere decir que necesariamente sean hombres los que ejecuten ese papel). Si el Estado profundiza en ese rasgo masculino en sombra, ello va a requerir que el pueblo vuelva a poner en escena el arquetipo de la madre, del amor y la protección. Pero esta vez conjugándolo con el del guerrero o el héroe.

Ya no es la madre sobreprotectora que apaña, es la que rompe con la zona de confort para transformar el mundo, encumbrando el mayor potencial filosófico de lo femenino: la apertura a la receptividad de la alteridad propia del coincidir de los opuestos. Ese que está presente en la espiritualidad, pero también en la ciencia que no se arroga saber lo que no sabe y que tampoco pretende reducir a lo material, al cuerpo en el caso del ser humano, todo sentido y explicación.

Esos equilibrios meta-estables entre lo masculino y lo femenino, entre otras tensiones entre órdenes de magnitud conciliables que fueron señaladas al principio de la nota, también son parte de las nuevas generaciones (y aquí ya no importan distinciones de sexo o género). Generaciones mercuriales (en términos simbólicos, Mercurio representa la transmutación y el coincidir de los opuestos) que ya son expresión de la necesidad e inminencia del tiempo del coincidir de los opuestos en el devenir (ana-diálectica en Filosofía de la Liberación) como nuevo punto de partida simultáneamente ontológico y ético.

 

Foto: Les jóvenes.

 

Ni los progresismos globalizados ni las nuevas derechas tienen la capacidad de consolidar un nuevo horizonte de época. Es necesario un nuevo movimiento socio-histórico que logre integrar transversalmente lo que estos registros ideológico-culturales interpelan desde una parcialidad. La cada vez más evidente imperfección del mundo que sostienen, a fuerza de reactualización y profundización de las dicotomías, perece ante la belleza y armonía tenso-creativa de un nuevo paradigma social inminente.

Nuestra América se presenta como un caldero de mixturajes. Allí se viene forjando un nuevo espíritu de época con capacidad de formulación de un nuevo horizonte civilizatorio para este momento tan decisivo de los pueblos.

 

 

 

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