La Iglesia debe ser profética

La situación es extremadamente grave como para que la Conferencia Episcopal guarde silencio

 

Ha pasado hace décadas el tiempo en el que por “profetismo” se entendía una visualización del futuro. Es claro que los profetas, en la Biblia –de ella hablamos– son aquellos y aquellas que dicen una palabra de parte de Dios a un tiempo concreto. En una situación determinada, en la que el pueblo y sus dirigentes dudan del camino a seguir, o simplemente lo siguen, Dios no permanece indiferente a su pueblo y “habla” por la boca de sus “mediadores”. Habla fortaleciendo el camino andado, o corrigiendo desvíos o directamente rechazando propuestas contrarias a su proyecto para el pueblo.

Hay un punto de partida claro: Dios quiere que su pueblo viva “el derecho y la justicia” (mishpat we tzedaqá, en hebreo), como se expresa por doquier en los textos bíblicos. Entonces, cuando los dirigentes o el mismo pueblo no dirigen sus caminos en esa dirección, los profetas no dudan en hablar, aun arriesgando su vida o su seguridad (los ejemplos, en la Biblia, huelgan). Es verdad que por doquier existen los “falsos profetas”, aquellos que afirman que “hablan de parte de Dios” cuando en realidad Dios no les ha mandado hacerlo. No es fácil el discernimiento, por cierto, pero a veces el tiempo, otras veces la concreción de lo señalado y, en otras, elementos varios, revelan la fidelidad o no de aquel o aquella que habla la palabra de Dios.

No es el caso señalar los criterios, que son variados según los momentos históricos y políticos, pero lo cierto es que existen. Jesús mismo, en el Evangelio de Lucas, señala un elemento para sus contemporáneos: el insulto y la ofensa fue el padecimiento de los profetas, mientras que los aplausos fueron frecuentes a los falsos profetas (6,22-23.26).

Pero el Nuevo Testamento, que se encuentra en el período histórico-teológico judío de la “ausencia de profetas”, no teme en afirmar desde el comienzo que ese tiempo ha terminado: Dios ha abierto las “compuertas” del cielo, el espíritu ha descendido, y con Jesús comienza un nuevo tiempo. Todos los seguidores de Jesús, que también han recibido el mismo espíritu de Dios, son, ¡deben ser!, proféticos. La Iglesia toda lo es y debe ser.

Los Padres de la Iglesia continuaron esta imagen repitiendo, por ejemplo, que, desde el bautismo, todos somos “reyes – profetas – sacerdotes”.

No se trata de “mandar” sobre “el mundo”. ¡No! La Iglesia está llamada a decir una palabra, de parte de Dios, para todos, todas, todes sus miembros. Pero, además, al vivir conforme a la voluntad de Dios, el derecho y la Justicia, el ser capaces de arriesgar la vida por los otros por amor, como el de Jesús… al vivir de esa manera, “ser luz de las naciones”, mostrar a todos que “otro mundo es posible”.

Como Iglesia (como miembro de ella) no pretendo que los que no se sienten parte de ella hagan lo que yo creo que es bueno, lo que se “debe”. Sí pretendo que así vivan mis hermanos y hermanas, y que, además, viviendo de esa manera, los “de fuera” vean un modo alternativo, y ojalá, mejor de vivir. Un modo de vida que ¡vale la pena!

Pero eso no significa que la Iglesia (y no me refiero a individuos, sino al colectivo, en especial al colectivo “jerárquico”) siempre sea profética. No han sido, no son y no serán pocas las veces que se “extingue el espíritu” y se “desprecia la profecía” al decir de san Pablo (1 Tes 5,19-20).

Hay momentos de la historia en los que no es sensato callar. Ya en la dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica, la Conferencia Episcopal creyó que era “tiempo de callar” (tempus tacendi decían, porque parece que en latín es más adecuado). Y la sociedad entera, cristianos y no, se escandalizó de ese profetismo apagado y espíritu extinguido. Y parece que, luego de esto, muchas veces, el cuerpo eclesial jerárquico se ha resistido a hablar (insisto que no me refiero a personas aisladas).

Esta semana se reunió, como lo hace siempre dos veces al año, la Conferencia Episcopal. La situación del país parece extremadamente grave como para callar. Habló, por ejemplo, la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), habló el Llamamiento Argentino-Judío, hablaron artistas, docentes, y hasta los seguidores de Taylor Swift… ¿Los obispos argentinos? ¡Silencio! ¿El profetismo? ¡Te lo debo!

 

 

 

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