La ignorancia indexada

Milei no puede entender y menos aún anticipar el efecto de sus propias decisiones

 

Una tónica llamativa de Javier Milei en sus declaraciones públicas es el uso recurrente de la descalificación personal para quienes no piensan como él. Podría, claro está, señalarse en forma condescendiente que se trata de un comportamiento que no debe sorprender, ya que lo observamos habitualmente en muchas personas. Las conductas despectivas conllevan siempre desconcierto, pero generan muchísima más preocupación cuando se convierten en recurrentes y se hace apología de ellas en funciones de gobierno. No sólo por poner ser evidencia un “apetito desordenado de ser preferido a otros”, tal como el diccionario define a la soberbia o, si se suman referencias religiosas, al ser uno de los siete pecados capitales del Viejo Testamento, sino, y esto es mucho más peligroso, por la posibilidad de que implique ocultar, negar o no reconocer la realidad en la vida cotidiana.

Las vituperaciones presidenciales, que incluyen desde gobiernos y políticos hasta trabajadores y desocupados, son particularmente llamativas cuando se refieren a la economía, ámbito dentro del cual podría supuestamente reemplazar las denigraciones por debates y argumentos fundados, por ser su especialidad profesional. Más aún, debería intentar ofrecer un análisis especialmente calificado y consistente por la enorme ansiedad y preocupación que genera en la sociedad la sensible caída de la actividad económica, el notorio empeoramiento de la situación social y la incertidumbre respecto a perspectivas futuras. La inquietud es simple: ¿Cómo van las cosas y qué propone este gobierno?

 

La inflación persiste

Las referencias oportunistas y sin sustento durante la campaña electoral pudieron ayudar al sorprendente triunfo electoral libertario, basado en la confusión y desazón de la sociedad. Aun cuando se suponga que lo ocurrido será olvidado, es necesario recordarlo. Debería ser la primera forma de comparación entre las expectativas y la realidad.

Compromisos de campaña electoral grandilocuentes como “antes de subir un impuesto me corto la mano”, “ya conseguimos los dólares para dolarizar la economía al valor del dólar de mercado” o “no vamos a tocar las tarifas, antes vamos a permitir que la economía se recupere, y cuando se recupere la economía va a poder pagar las tarifas”, quedan al desnudo por su evidente incumplimiento, transcurridos ya cuatro meses de gobierno.

Aun la efectista referencia a que “el ajuste lo paga la casta y no la gente de bien” pasó a ser subsumida en una ambigüedad misteriosa. La percepción social cada vez mayor sobre quiénes son ganadores y perdedores por efecto de medidas y propuestas de un nuevo gobierno suele llevar su tiempo, aunque la confusión se supera aceleradamente en la medida en que se van evidenciando y clarificando las consecuencias.

De todas formas, debe reconocerse que en el plano económico la expectativa de mayor significación que sigue refiriendo el líder libertario es: “Mi compromiso es bajar la inflación y la voy a bajar a garrotazos”. Este tema, por su enorme efecto cotidiano y estructural, sigue siendo clave para todo el país. Lo es también para Milei y, lo sabe, para su futuro. Buena parte de su capital político inicial lo ha volcado en justificar duras medidas anti-inflacionarias “necesarias e inevitables”, avalado por economistas, cúpulas empresarias y el Fondo Monetario Internacional. Lo ha hecho sin reconocer que las causas centrales de la inflación no se encuentran en el recalentamiento de la demanda popular, que ya venía cayendo sensiblemente en el gobierno anterior, sino en un ahogo estructural de la economía, que se refleja en la balanza de pagos por el endeudamiento y la fuga de capitales. La inflación de la Argentina no es provocada por el exceso de pesos en la calle sino por la deformación de la oferta en posiciones dominantes y la escasez recurrente de divisas por juegos financieros, no por requerimientos desmesurados de consumo e inversión. Estos, por el contrario, se reducen.

Los recortes fiscales y sociales han sido drásticos, pero no es casual que el descenso de la inflación, que se mantiene en dos dígitos mensuales, haya sido menor que el esperado. Esto ha pasado a generar desconcierto y creciente ansiedad. En tal sentido, es representativo el incidente patético que puso en evidencia la falsedad de una supuesta caída de precios a partir de la información de una cuenta virtual “Jumbo Bot”, utilizada en declaraciones públicas tanto por Milei como por su ministro de Economía, Luis Caputo. La desesperación por mostrar resultados inexistentes puso además en evidencia la improvisación y la falta de seguimiento de la información gubernamental sobre la evolución inflacionaria y sus consecuencias.

 

 

Insultar no es saber

Llamativamente, el economista Milei, quien con tanta facilidad califica en forma cáustica y sobradora a economistas y periodistas que no piensan como él de “burros”, “mogólicos” e “ignorantes”, pareciera que no ha podido entender y menos aún anticipar el efecto de sus propias decisiones: súper devaluación del peso en diciembre del 118%, aumento de la tarifas entre el 120 y el 300%, incremento de combustibles de más del 100% y desborde de precios clave. No contempla la existencia de posiciones dominantes en sectores clave, que ahora descubre Caputo sólo en relación a la medicina prepaga. Pero, más serio aún, no ha podido prever siquiera efectos muy estudiados de la denominada estanflación (estancamiento + inflación) y de políticas similares a la suya, conocidos por sus daños y por generar mayores desequilibrios:

  1. Generando la suma de un endeudamiento público creciente, volatilidad financiera y falta de divisas del Banco Central una reiterada desarticulación crónica de la economía argentina, resulta muy serio haber avalado un nuevo ciclo financiero de corto plazo jugando con diferenciales de tasas de interés en relación a las internacionales –sobre todo en juegos con bonos públicos–. Es por ello que el FMI, que se ha autocriticado muchas veces por financiar fugas de capitales de la Argentina, afirmó días atrás que los avances son “impresionantes” pero, por si acaso, ante un eventual fracaso, indicó que debe “mejorarse la calidad del ajuste fiscal”. Aclaró que “no estudia un nuevo programa” para la Argentina, toda una definición, cuando no resulta un secreto prever que el país no podría en el próximo período asumir pagos crecientes de su deuda pública y requerimientos privados en moneda extranjera de no lograr apoyo adicional. En esta tónica es previsible la repetición de la rueda perversa de auge y corridas parasitarias que tanto daño le han provocado al país al socializar reiteradamente sus costos.
  2. Establecer un anclaje cambiario en la relación del peso con el dólar (devaluación del peso del 2% mensual) para generar confianza con garantía a la fiesta especulativa, pero alterando rápidamente precios relativos por el desfase con la inflación. De allí la aparición de presiones devaluatorias por parte de los principales sectores exportadores, que pueden conllevar a la desarticulación del objetivo que se impuso como prioritario, de fortalecer las reservas del Banco Central para liberar el mercado cambiario. En forma contrapuesta, de conceder la alteración cambiaria pondría fin a la promesa de una inflación en descenso. Milei se encuentra en una encerrona por su propia política.
  3. No contemplar consecuencias directas e indirectas de la recesión. La fuerte disminución de la actividad económica conlleva al empeoramiento de la situación social, pero además deriva en la caída de los ingresos fiscales (una disminución en marzo del 14%, a valor real desindexado, si se compara con el mismo mes de 2023), en camino a profundizar el círculo vicioso de empeoramiento y más ajustes.
  4. No observarse en el horizonte actual, tanto nacional como internacional, vectores de mejoramiento: la famosa V virtuosa reiteradamente anunciada por economistas oficialistas para mediados de año. Las promesas de un mejoramiento suenan tan poco creíbles como en su momento resultaron “hay que pasar el invierno” (Álvaro Alsogaray), “estamos mal pero vamos bien” (Carlos Menem) o “los esperados brotes verdes” (Mauricio Macri), para seguir aplicando políticas aperturistas recesivas y de empeoramiento de la distribución del ingreso.

En la última semana, Javier Milei viajó a Miami para recibir junto a su hermana Karina el ignoto título de “embajador internacional de la luz”. El nombramiento fue justificado por los otorgantes como un reconocimiento a “la inquebrantable dedicación a difundir la libertad, la esperanza y la positividad frente a la oscuridad”. Llamativo panegírico, particularmente cuando se percibe en forma creciente un sombrío derrotero gubernamental.

 

 

 

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