La verdadera Gestapo

De dónde viene la expresión y por qué es tan repudiada

 

El pasado 27 de enero, Día Internacional en Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, encontró a los argentinos en medio de un debate con terminología nazi. La apelación a una metáfora de hace más de 75 años por parte de funcionarios del régimen macrista también rememora a la dictadura local, con la que tienen en común la aversión a la organización de los trabajadores.

Pero la Gestapo original fue una entidad cuya delimitación no es bien conocida por las nuevas generaciones. Vale este intento por enmendarlo.

La German Geheime Staatspolizei (Gestapo) era la Policía Secreta Estatal alemana que ayudó a consolidar el ascenso de Adolf Hitler, convertido en canciller el 30 de enero de 1933. Fue fundada en abril de ese año por Hermann Göring. No enrolaba a muchos miembros, pero contaba con delatores voluntarios. Según la Enciclopedia del Holocausto, sumó 32.000 integrantes, de los cuales menos de 20.000 estaban adscriptos a mantener el orden. Integraba una red de organizaciones policíacas nazis, que detenía a opositores o a quien se negara a ajustarse a las normas, podía aplicar métodos crueles y no le debía cuenta a ningún tribunal.

Antes no había existido ninguna policía nacional, ya que cada estado (provincia) tenía la suya. Hacia 1934 pasó a las órdenes de Heinrich Himmler, jefe de las SS (la Schutzstaffel había surgido como un Escuadrón de Protección del máximo líder, pero terminó convertida en un aparato estatal de elite). Desde entonces, resignificaron el concepto de custodia protectora. En lugar de poner bajo custodia a un testigo para cuidarlo, encerraban a los enemigos del nazismo con el argumento de que era necesario protegerlos de la ira de los buenos ciudadanos alemanes. Así mandaron a 1000.000 hacia campos de retención como Dachau, al tiempo que enviaron a la muerte a un número equivalente a los cinco centenares que Mauricio Macri quería lanzar en un cohete a la Luna.

Y eso que todavía no había empezado la solución final.

 

 

 

El cerebro

Himmler se creía la reencarnación de un rey medieval germano conquistador del este. Con rituales de culto y símbolos teutones sagrados en clave ocultista, este competidor por el cetro al chiflado del siglo se dedicó a la suma del poder de las fuerzas policiales. En 1931 creó una sección especial de la SS (la SD) que se dedicó a detectar deslealtades en el partido. A su cargo encumbró a Reinhard Heydrich, un lungo rubio de ojos azules que impuso la aplicación del Decreto Noche y Niebla (NN) para desaparecer sin rastro a víctimas de sus escuadrones de la muerte (Einsatzgruppen). ¿Se parece a la ESMA?

Como jefe de la SS, inició su búsqueda de poder policial en 1933. Fue primero jefe de policía en Munich y luego comandante de la policía política de Baviera. Al año siguiente fue nombrado jefe de policía política en todos los estados alemanes y se hizo del control de la Gestapo prusiana.

Hacia 1936 –el año de los juegos olímpicos– Himmler había superado en acumulación de poder a su par Göring, el fundador original. Quedaba como el segundo de Hitler.

 

 

¿Quién paga el espejo roto?

Para 1938 no había comenzado la Segunda Guerra ni la solución final, pero ya segregaban a los judíos y el régimen nazi buscaba retenerlos en un mismo sitio. La Gestapo estaba a full.

El 7 de noviembre, un adolescente judío de 17 años, Herschel Grynszpan, vengó a su familia deportada a territorio polaco. Varado en París, compró un arma, fue a la embajada alemana y mató de un tiro a Ernst von Rath, a quien confundió con el embajador. Con esa excusa, vía telegramas firmados por su jefe Heinrich Müller, la Gestapo advirtió a sus comisarios acerca del inminente pogrom: “Tendrán lugar acciones contra los judíos (…) No deben interferir”. Dos jornadas después, se desataba la Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht). Centenares de sinagogas fueron incendiadas, más de 7.000 comercios saqueados, casi un centenar de judíos asesinados y 30.000 enviados a los campos de concentración. A la comunidad le pasaron la factura por los gastos.

Era un adelanto de la que se venía.

 

 

Heinrich Müller.

 

 

 

 

Heydrich

El 24 de enero de 1939, Göring ordenó a Heydrich que estableciera una Oficina de Emigración Judía, en la que designaron a Heinrich Müller, cuyo nombre quedaría por siempre asociado a la Gestapo.

En septiembre, con la invasión a Polonia, comienza la Segunda Guerra Mundial. Veinte días más tarde, Heydrich, jefe de la Policía de Seguridad de Alemania, enviaba un mensaje reservado a los jefes de las fuerzas especiales que controlaban territorio polaco. Deslizaba que debían hallar a todos los judíos del campo para concentrarlos en la ciudad. Aun no se sabía para qué.

Mientras, Müller transitaba la carrera por la que pasarían a llamarlo “Gestapo” en lugar de su nombre, Heinrich. Identificado a pleno con el partido, había sido piloto de caza en la Gran Guerra. Luego, integrado a la Policía de Munich, se convirtió en autoridad del Departamento sobre movimientos de izquierda. Con el apoyo de Heydrich hizo carrera en la policía de Bavaria. Fue nombrado jefe de la II División de la Gestapo, desde donde se dedicó a la búsqueda de enemigos internos del Reich. En 1939 Heydrich lo sucedió como jefe de la Gestapo, quien usó ese trampolín para convertirse en Jefe de la Oficina General de Seguridad del Reich. En esa Oficina Principal de las SS, la Gestapo quedaría incorporada como el Departamento IV. Sus oficinas en toda Europa buscaban capturar judíos o desarticular las resistencias.

Desde allí, Heydrich ordenó la reclusión en guetos de los judíos polacos y las deportaciones masivas hacia los campos de concentración. A él se debe la implementación del encierro de decenas de miles de personas en Varsovia o Lodz, que empezaron a morir por hambre o enfermedades.

Uno de sus subordinados era un tal Adolf Eichmann, quien había empezado en la sección IVB4 de la Gestapo. De acuerdo al compendio Crónica del Holocausto, dos años antes había comenzado como cabo de las SS en Dachau, donde atrajo la atención de Heydrich y de Himmler. Llegó a ser el principal experto en asuntos judíos del Servicio de Seguridad (SD), al que fue incorporado en 1934.

Recién el 31 de julio de 1941, Heydrich recibió la autorización de Göring para preparar la solución final contra los judíos en la Europa controlada por Alemania, más allá del método de “emigración y evacuación”. Medio año después estaba coordinando a todos los jefes de territorio en la Conferencia de Wannsee. Él era quien le bajaba las órdenes a Eichmann cuando éste ya era teniente coronel y parte medular del genocidio, por el que sería juzgado luego de ser descubierto escondido en la Argentina.

Heydrich murió el 4 de junio de 1942 en una emboscada que los checos le tendieron en Praga. Los partisanos se refugiaron en una cripta de la Iglesia de San Cirilo y San Metodio, donde resistieron a tiros hasta sus muertes. Una película los recuerda.

 

Reinhard Heydrich.

 

 

Su sucesor fue Ernst Kaltenbrunner, amigo de la juventud de Hitler, de cuyo pueblo natal era cercano. Ex preso en Austria hasta que su país fue anexado a Alemania y él fue designado ministro de Seguridad del Estado, cooperó con Eichmann para deportar judíos. Al final de la guerra quiso esconderse, pero fue descubierto por su enorme cicatriz en la mejilla izquierda. Terminó ejecutado en octubre de 1946. Himmler huyó con un traje ridículo hasta que fue detenido por los británicos. Sabía lo que le esperaba. Müller, jefe de la Gestapo hasta el final de la guerra, compartió los últimos días junto a Hitler, aunque nunca se supo cómo salió del bunker. De él sólo quedó el rumor de haberse refugiado en Sudamérica. Más seguro fue el derrotero por estos lares de Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon durante la ocupación nazi.

 

 

 

El veneno rubio

Entre las colaboradoras con las que contó la Gestapo estuvo Stella Goldschlag, una de las pocas judías delatoras a cambio de dinero, comida y la no deportación de sus padres. Le atribuyen a sus encantos el haber entregado a decenas de judíos ocultos en Berlín (62 en un finde, por ejemplo).

No siempre apeló a métodos tan originales. El más elemental de ellos fue la tortura, con la que mataron al judío francés Maurice Löwenberg, fundador del grupo de resistencia Movimiento de Liberación Nacional.

A la Gestapo también se debió la detención de los hermanos Scholl en la Universidad de Munich, donde distribuían panfletos anti-nazis. También sometidos a tortura, estos alemanes de buena voluntad no entregaron a los integrantes de su organización Rosa Blanca, por la que serían condenados a muerte. Su caso fue inmortalizado en el film Sophie Scholl.

No fue el único caso en que rebeldías de apariencia aisladas se equiparaban a triunfos morales.

La Gestapo perdió cuando frente a sus oficinas se juntaron las esposas gentiles de los judíos detenidos, que debieron ser liberados por la presión inclaudicable de ellas. También cuando se les escapó el detenido Samuel Zygielbojm, quien trabajó en el Primer Consejo Judío del gueto de Varsovia y llamaba a resistir el traslado a guetos. Logró huir a Bélgica y se unió al gobierno polaco en el exilio en Londres.

Tampoco se salió con la suya la Gestapo cuando quiso atrapar a un par de gemelos de tres años, Ida y Adam, en Sosnowiec, Polonia, durante el verano de 1942. Sus tíos los enviaron por separado a hogares católicos. Pudieron reunirse en 1995, el mismo año en que la Argentina entregaba a Eric Priebke por la matanza de las Fosas Ardeatinas, en Italia.

Por una u otra vía de la historia, los argentinos guardan en su memoria la certeza de que la impunidad no es eterna.

 

 

 

 

 

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