Las guerras de la información

Estrategias para enfrentar a la Matrix y el Estado Profundo sin morir en el intento

 

En una escalada de la censura sin precedentes en Internet, que refuerza las proyecciones más pesimistas, Facebook removió el jueves 10 de octubre más de 800 páginas. “En un instante”, explican en el World Socialist Web Site, uno de los primeros sitios censurados por Google un año y medio atrás, “la red social monopólica eliminó fuentes de información que le permitían al pueblo norteamericano enterarse de casos de brutalidad policial y otros crímenes de Estado”.

Entre los sitios eliminados se encuentran Police the Police, con 1,9 millones de seguidores y Filming Cops, con 1,5 millones. También se ha suprimido una miríada de publicaciones antimatrixiales, como Anti-Media, con 2,1 millones de seguidores, Counter Current News, con medio millón y Resistance, con 240.000. Además se han censurado algunas páginas de derecha, como Right Wing News.

Facebook justificó la prohibición de páginas, grupos y cuentas creadas para “instigar el debate político”, refiriéndose a esto como “actividades inauténticas y coordinadas”. Esto sería el uso de “contenido político sensacionalista” que “a menudo no puede distinguirse del debate político legítimo”.

En los dos viajes previos del Cohete (acá y acá) hemos visto como los gigantes de Internet son parte de un todo junto con la prensa hegemónica y las industrias culturales, conformando así la Matrix, eficaz creación del Estado Profundo (Deep State) destinada a generar realidades ficticias que permiten el control político de los pueblos. No sorprende entonces que a la censura masiva de Facebook le haya seguido un inmediato apoyo en el New York Times, el gigante de la desinformación que, junto a su par el Washington Post, ha promovido obsesivamente el falso relato de la intervención rusa en las elecciones norteamericanas de 2016.

El artículo del Times postula que “la amenaza de la desinformación online” no viene ya solo de afuera sino desde el mismo interior de las fronteras estadounidenses, tratándose esta vez de “un fenómeno promovido por norteamericanxs de izquierda y de derecha”. Se cita así a “un investigador de las guerras de la información” que afirma que “hay ahora redes nacionales bien desarrolladas, cuyo objetivo es implementar manipulaciones”.

En el artículo se entrevista además a un ex empleado de la NSA y del Comando de Operaciones Conjuntas de los Estados Unidos, quien se da el gusto de citar el concepto de “consenso manufacturado”, acuñado por Edward Hermann y Noam Chomsky en 1988 justamente para denunciar al New York Times y su capacidad de manipulación de la opinión pública. Dice el entrevistado que las páginas ahora censuradas “están intentando manipular al pueblo a través del consenso manufacturado, y eso significa cruzar una línea por sobre la libertad de expresión”.

También durante esta semana hubo nuevas revelaciones sobre la creciente censura en Google. El sitio de extrema derecha Breitbart News consiguió un extenso documento filtrado, de circulación interna, donde se discute abiertamente la creciente censura en los gigantes de Internet: “Las firmas de tecnología se han movido gradualmente de la libertad de opinión hacia la censura y la moderación”. Google, Facebook y Twitter, se afirma, están intentando generar “espacios ordenados para la seguridad y la civilidad”, frente a la amenaza de “un mercado libre y no mediado de las ideas”.

El documento filtrado, cuya autenticidad no fue negada por Google, deja en claro que “la movida hacia la censura” responde no solo a demandas estatales sino también comerciales –una distinción que, como hemos visto, se disuelve en el Estado Profundo. El objetivo de la censura, se explica, es “proteger a los anunciantes de contenidos controversiales y así aumentar sus ingresos”. Esta revelación da adecuado contexto a un caso reciente, sucedido en las pequeñas escalas demográficas de las zonas más australes de las Américas, permitiendo así mejor comprender hasta donde llegan los poderosos tentáculos de Google.

A mediados del año pasado hubo en la Patagonia argentina un conocido escándalo que tuvo por protagonista a la cadena de supermercados más grande de la región, al vender en sus góndolas huesos pelados de pollo. El portal La TDF, uno de los más leídos en Tierra del Fuego, publicó un post donde informaba que la empresa había confirmado la veracidad de la foto que ya había circulado masivamente por las redes. Cuenta Gabriel Carol (@patria_si), uno de los administradores del portal, que tal artículo fue muy leído, teniendo 25.000 visitas en su primer día, llegando de hecho al tope de las búsquedas sobre el tema en Google. Al segundo día, sin embargo, sucedió la inusual situación que las entradas al artículo pasaron prácticamente a cero. “Nos dimos cuenta de que Google nos había quitado de su motor de búsquedas”, explica Carol, “y sólo cuatro meses después se pudo llegar de nuevo al artículo”. No hay nada como tener al buscador hegemónico de amigo.

Frente al avance de la censura, ¿es de esperar algún contrataque relevante por parte de quienes sí defienden un “mercado libre de ideas”? Hay tres líneas de acción que deben seguirse con atención. La primera es la reacción de lxs empleadxs de los propios gigantes. Puede dudarse con razonabilidad de la fuerza real de esta resistencia, pero lo cierto es que una carta firmada por 3000 trabajadorxs de Google logró evitar que la empresa renueve su contrato con el Pentágono destinado a procesar imágenes de los drones con explosivos que desde hace unos años se han convertido en letales instrumentos de guerra. Claro que a poco de anunciar su retiro de ese contrato, Google dejó en claro en comunicaciones oficiales que la empresa continuaría su trabajo con la industria de la guerra, “en cuestiones de ciberseguridad, entrenamiento, reclutamiento, seguridad de los veteranos, y en búsqueda y rescate”.

Una segunda línea de la resistencia es potencialmente más poderosa, pero aún demasiado incipiente para ser relevante. Se trata de la reacción de lxs usuarixs de las redes y buscadores que, una vez comprendida la magnitud de la creciente censura, emprendan masivamente la identificación de canales alternativos desde los que socializar o informarse. Irónicamente la única campaña medianamente relevante de abandono de Facebook la generaron los propios medios matrixiales hace poco más de un año, cuando Mark Zuckerberg aun manifestaba ideales libertarios y su rostro no dejaba traslucir la presión del Estado Profundo que logró hacerlo abandonar sus nobles causas. Aun si esta forma de resistencia no ha logrado relevancia, el mismo fenómeno de corrida en manada que hizo crecer a los actuales monopolios es el que amenaza su pase a la irrelevancia una vez que la conciencia de la censura alcance su tipping point.

La tercera línea de resistencia es por ahora la más prometedora. Se trata de la reacción de especialistas y hackers, en particular de lxs expertos que crearon la web, algunxs de los cuales hoy se horrorizan “frente al abuso de estructuras poderosas que ejercen el espionaje masivo, las noticias falsas y la manipulación psicológica”.  Quien habla así es Tim Berners-Lee, inventor de la World Wide Web en la que hoy navegan cada día tres mil millones de seres humanos.

Tim tiene una idea que, de cumplirse, puede cambiar el sombrío escenario en el cual ya estamos navegando. Se trata del desarrollo de una plataforma descentralizada, que ya existe y se llama Solid, y que funciona a través de una interfase denominada Inrupt. Con este sistema operativo, las aplicaciones podrán funcionar sin necesidad de que lxs usuarixs compartan su información a menos que así lo decidan y donde, explica el inventor, “la principal mejora es que la red se convertirá en un espacio colaborativo, pasando el control de los dueños de los servers a lxs usuarixs de los sistemas”.

Estamos aún en los inicios de esta histórica puja, siendo demasiado pronto para saber qué bando triunfará. Hay quienes son optimistas, como el conocido autor antimatrixial André Vltchek, quién esta semana escribió que “despacio pero con seguridad, estamos ganando la guerra ideológica”. Su optimismo se basa en que “el público occidental está descubriendo nuevos medios audiovisuales que no provienen de los países occidentales, como RT, CGTN, Press TV o Telesur. Y cada vez más gente está leyendo revistas como NEO, de Rusia, o Countercurrents, de la India”.

Quizás tenga razón. Lo único que puede darse por seguro, sin embargo, es que el Estado Profundo no se detendrá en sus avances contra la libertad de expresión global y así, su promoción de la guerra y de las ideologías antiigualitarias.

 

 

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