La limpieza de la Web

La Matrix y el Estado Profundo avanzan con la policía ideológica en Internet

 

Hasta hace muy poco tiempo, las fuerzas antimatrixiales dispersas por el planeta se habían permitido caer en la fugaz tentación de un tan ingenuo como comprensible optimismo. Internet estaba regenerando el fenómeno que siglos atrás hizo caer al feudalismo, con la creación de la imprenta, y que no se repetía desde hacía más de un siglo, en tiempos de difusión masiva de los periódicos, de la alfabetización y del socialismo: la creciente capacidad de una miríada de pequeñas publicaciones para cuestionar los relatos con los que el poder económico siempre ha domesticado a las poblaciones.

Sin embargo, la elección en 2016 para la presidencia norteamericana de un populista de derecha colmó la paciencia del estado profundo y de su Matrix (para una definición de estos conceptos, ver el viaje de la semana pasada). Desde el golpe de estado del 22 de noviembre de 1963, con el asesinato de John F. Kennedy, no se daba un caso de un candidato electo por el pueblo que no haya sido previamente preseleccionado por las élites, para ser luego eficazmente legitimado por el aceitado show electoral, tradicional competencia bipartisana pero esencialmente uni-ideológica de la política norteamericana.

Al poco tiempo de la elección de Donald Trump, Google y los otros gigantes de la comunicación comenzaron acciones de censura que, como iremos viendo, solo van en crecimiento, en un camino directo a 1984, la tan tétrica como inspirada antelación orwelliana, publicada hace exactas siete décadas. Desde hace menos de dos años, de hecho, las búsquedas en el motor hegemónico se han transformado, en su páginas iniciales —que son las que casi todo el mundo visita—, en un deprimente paseo por la prensa hegemónica, las “fuentes de mayor autoridad” que Google y luego otros monopolios de la red comenzaron a priorizar descaradamente.

Esto fue confirmado por Google en audiencias en el Congreso norteamericano, entre otras instancias públicas, asumiendo el ocultamiento de los cambios al público general y confirmando la promoción de medios pro guerra y pro élites como el New York Times. Estos medios tradicionales son, justamente, los mascarones de proa del falso relato denonimado “Russiagate”, la supuesta intervención rusa en las elecciones norteamericanas de 2016, a la cual nos referiremos en breve.

Es importante tomar nota que la Matrix es bastante más que los gigantes de Internet. El trípode se sostiene en ellos en un vértice, en la prensa hegemónica y las cadenas de TV y radio en un segundo apoyo, y en las industrias culturales en general, y del entretenimiento en particular, en un tercer pero no más débil lugar. Hollywood y más aun hoy Netflix, tienen un rol geopolítico esencial para los centros del poder real occidental.

Un ejemplo potente fue el involucramiento de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Antes de Pearl Harbour, una amplia mayoría de la población no quería ser parte de un conflicto que sentían lejano y ajeno. Muchxs intelectuales, líderes sociales y políticos tampoco. Sin embargo, sus voces fueron acalladas hasta desaparecer de la Matrix de la época, una superestructura mucho más rudimentaria que la actual pero no menos eficaz. Durante y, sobre todo, después de la conflagración global, Hollywood se encargó de una tan permanente como efectiva estrategia de legitimación del conflicto. Hoy en la memoria colectiva no quedan prácticamente rastros del amplio movimiento pacifista que perdió la batalla antes de que comenzara la glorificada guerra.

Una de las cuestiones más difíciles de comprender o de aceptar por quienes no se especializan en la cuestión, es la dimensión real de la capacidad de generar realidades artificiales que tiene el estado profundo. Los ejemplos más acabados son los atentados “falsa bandera”, es decir episodios de violencia generados por el poder oculto para atribuírselos a los “bandidos” de cada época (hoy los musulmanes, aunque con creciente competencia de rusos y chinos). Se genera así psicosis colectiva y voluntad de guerra. El fin último, por supuesto, es evitar todo intento emancipador de los pueblos dominados o, si se prefiere, de las economías explotadas, lo que incluye cualquier política que busque disminuir los márgenes de ganancias del poder económico concentrado.

En lo referido al Russiagate, fue denominado “el monstruo de dos cabezas de la propaganda y de la censura” en el indispensable informe anual de Project Censored, la organización que desde hace 42 años informa sobre “las noticias que no fueron noticias”. En dicho informe, conocido esta semana, se recuerda que el gigante Twitter comunicó, en noviembre de 2017, la prohibición de toda publicidad por parte de agencias de noticias pertenecientes al estado ruso, como Sputnik o RT.

Facebook no se queda atrás. El mes pasado anunció que se asociará a dos agencias de propaganda financiadas por el gobierno norteamericano, el National Democratic Institute (NDI) y el International Republican Institute (IRI), ligadas a los partidos Demócrata y Republicano respectivamente. La excusa es el combate a las “noticias falsas”, la narrativa matrixial alrededor de la cual se justifica la creciente censura en Internet. Cambios en los algoritmos de Facebook ya habían reducido significativamente el tráfico en medios alternativos como Common Dreams, Telesur English, financiado por el gobierno venezolano, y Venezuelanalysis. En estos casos, la empresa cofundada por Mark Zuckerberg tuvo que retroceder frente a la multitud de quejas recibidas.

La asociación al NDI y al IRI por parte de Facebook sigue a su también reciente acuerdo de trabajo, en la misma línea, con el Atlantic Council, el poderoso think tank washingtoniano que aglutina a las vertientes más favorables a la guerra permanente de la capital norteamericana. Se trata de la organización que la semana pasada le entregó el premio “Ciudadano Global” a Mauricio Macri. A poco de asociarse con el Atlantic Council, Facebook canceló las cuentas de los agencias de comunicación del gobierno iraní y de centenares de militantes palestinos, a la vez que borró, por recomendación del mismo organismo, una convocatoria a una demostración en Washington en repudio al primer aniversario de la rebelión neo-nazi de Charlottesville.

El Atlantic Council fue a su vez el promotor de un reporte que recientemente nos brindó una útil ventana al pensamiento pro censura que hoy avanza no solo en Washington sino también en varias capitales europeas. En un informe de más de veinte páginas, se resume las conclusiones del seminario “Soberanía en la Era de la Información”, organizado por el Comando de Operaciones Especiales de los Estados Unidos en marzo del presente año, y en el cual participaron representantes de primera línea de las fuerzas armadas y policiales, así como de las más grandes empresas globales – es decir, representantes del estado profundo.

La “soberanía”, o el poder del Estado, “enfrenta desafíos más grandes que nunca”, se afirma en el reporte, gracias a la posibilidad que brinda Internet para la difusión del disenso al orden establecido. Se cita justamente a la invención de la imprenta en el siglo XV como precedente, considerándoselo un evento negativo, dado que habría dado pié a “decadas, e incluso siglos, de conflicto y disrupciones”.

Al igual que hizo la máquina de Gutenberg en su momento, “la tecnología ha democratizado la habilidad de grupos subestatales y de individuos para dar a conocer sus narrativas, a pesar de los recursos limitados de los que disponen”, explica el informe en tono de alerta. Profundiza luego explicando que el avance de las voces disidentes no puede ser combatido con “hechos o verdades”, ya que “la verdad es demasiado compleja, menos interesante y menos significativa para el público”.

Tampoco puede, aclara el informe, detenerse la difusión de relatos alternativos simplemente “censurando o eliminando” a lxs disidentes políticxs, , dado que elegir ese camino puede incluso “de hecho ayudar a la amplificación de sus miradas”. La esperanza que queda, se explica, “son los gigantes de la tecnologías de comunicación, que por suerte están cambiando sus políticas (…) logrando ya un impacto significativo en los contenidos de las plataformas de redes sociales”.

El informe avanza recomendando eliminar las secciones de comentarios de los medios hegemónicos, a la vez que a los gigantes de las redes se les propone aplicar con las opiniones políticas de sus usuarixs “un sistema de calificación similar a aquél que se utiliza para medir la limpieza de los restaurantes”. Una manera sin duda eficaz para evitar toda suciedad ideológica. Seguiremos en otro viaje a la Luna.

 

 

 

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