Las vías de la memoria

Reparación de legajos de trabajadores y trabajadoras víctimas de persecución política

 

El proceso de reparación de legajos de trabajadores y trabajadoras que se desempeñaron en reparticiones públicas y empresas privadas antes de ser víctimas de persecución política permite reconstruir biografías personales y familiares, pero también ampliar la mirada sobre el devenir histórico que desembocó en el terrorismo de Estado sistematizado por la última dictadura.

Convertida en política pública desde 2012 para entidades estatales y obligados los privados desde 2022, cada reconstrucción documental conlleva la rectificación sobre el cese de la relación laboral de las víctimas, frecuentemente encubierto como abandono de tareas o, cuando los asesinatos ya habían sido confirmados, con la anotación de sus muertes sin más detalle.

La cuantía de los casos a reparar documentalmente en el periodo comprendido entre el bombardeo sobre la Plaza de Mayo de 1955 y la recuperación democrática de 1983 ilustra que “el aniquilamiento fue en primer lugar hacia los trabajadores y el pueblo obrero organizado”, dice a El Cohete Silvina Atencio. Silvina integra la Comisión de Trabajo por la Reconstrucción de Nuestra Identidad encargada de las reparaciones documentales y es hija de Raúl Atencio, militante del PRT-ERP y trabajador del Servicio Nacional de Agua Potable, secuestrado en octubre de 1976.

La represión —agrega— buscó “saquear al pueblo trabajador, desapareciendo a sus miembros, atentando contra la familia de cada víctima”, que además de la pérdida afectiva, se veía privada del sustento económico proporcionado por el obrero secuestrado o asesinado. Eso queda en evidencia en la propia historia de la familia Atencio: en el legajo de Raúl consta el pedido de su padre para que no se lo despida, ya que aún esperaban su retorno y el empleo significaba un sostén indispensable.

 

Un pasado muy presente

No son pocas las ocasiones en que la entrega de los legajos acerca a familiares de las víctimas la posibilidad de conocer tramos de las biografías que permanecían olvidados, porque el mismo aparato represivo se encargó de romper el traspaso de las historias de la familia entre generaciones.

Es el caso de lo ocurrido con el legajo de Heldy Rubén Santucho, cuya reparación permitió a su hija Alejandra saber que su padre, militante de Montoneros en los ‘70 y peronista desde su adolescencia en los ‘50, había trabajado fugazmente en los Ferrocarriles Argentinos hasta su renuncia forzada en diciembre de 1955.

 

Heldy Rubén Santucho.

 

Dos décadas y otras tantas dictaduras más tarde, sería asesinado en La Plata junto a su esposa Catalina Ginder, en un hecho que documentó, triunfal, el entonces comisario Miguel Etchecolatz. La familia se había trasladado a la capital provincial desde Bahía Blanca, cuando en el sur bonaerense se intensificó el accionar represivo.

 

 

Mónica, la hija mayor del matrimonio, fue secuestrada y su cuerpo de catorce años recién pudo ser recuperado en 2009. Alejandra (10), que actualmente milita en la regional bahiense de H.I.J.O.S., se salvó junto a su hermano Juan Manuel (2) gracias a la solidaridad de un grupo de compañeros de sus padres, que camuflaron a las criaturas en un carro de linyera cuando eran inminentes sus raptos. Por eso, El carro de la vida es título del libro en que Jorge Alessandro narra la historia.

 

Vidas militantes

Obrero portuario, Santucho abrazó el ideario peronista desde muy pequeño. Había nacido en Urdampilleta, en el partido bonaerense de Bolívar. Pertenecía a una numerosa familia, que siguió una larga migración interna en busca de alimentar a su docena de integrantes: pasó por Esteban Echeverría y luego se trasladó a Bahía Blanca, siempre en procura de empleo. El mismo Heldy Rubén se había iniciado como trabajador desde niño, cuando lustraba zapatos en las calles para llevar una moneda al hogar. “La familia adoraba a Perón y Evita”, recuerda hoy su hija, que tras los asesinatos quedó al cuidado de sus abuelos, que fallecieron en su adolescencia.

Los archivos de los servicios bonaerenses de inteligencia policial permiten determinar que los espías seguían los pasos de Santucho al menos desde 1964. Cuatro años más tarde consignaban ya su rol como referente de una de las unidades básicas del peronismo local, en el barrio de Villa Cerrito, y vicepresidente de la Asociación de Trabajadores Portuarios, desde la que participó en acciones de reivindicación y lucha obrera.

 

 

 

Poco después de la aparición de Montoneros, Santucho y Ginder se integraron a la organización y la persecución sobre la pareja se intensificó. El matrimonio definía a la época: él evidenciaba la desbordante fuerza identitaria del peronismo y ella llegó al movimiento desde sus nutridas lecturas de izquierda.

Como eran quince o veinte años más grandes que sus compañeros y compañeras, expresaban un puente generacional nítido entre los años de la resistencia peronista y quienes formaban parte de la nueva franja etaria militante. Esa vinculación entre épocas también surgiría evidente a partir del proceso de restauración del legajo ferroviario de Heldy Rubén.

 

Los rieles bombardeados

El cese de Santucho como trabajador del riel está fechado en el penúltimo día de 1955. Sólo se consigna que fue por renuncia, aunque todas las actuaciones previas dan cuenta de un largo trámite de ingreso, hasta pocos días antes. De allí que la hipótesis del equipo de investigación que trabajó en la reparación de su legajo es que se trató de una dimisión forzada, dado que era ya reconocida su identidad política. Será un punto de partida para la indagación en testimonios orales, recuerdos sueltos y papeles que pudieran aparecer ante nuevas búsquedas. Alejandra ya inició ese camino.

El primer documento del expediente, por el que se requería el examen médico previo a la admisión, fue fechado el 7 de septiembre de 1955. Su destino sería Saavedra, pequeña localidad ubicada 107 kilómetros al norte de Bahía Blanca, en el rol de peón.

 

 

Faltaban once días para que el pueblo y en particular su estación de trenes quedaran bajo el fuego de las bombas de aviones navales, entre la mañana y el mediodía del domingo 18. Aquel hecho, que relató Rodolfo Walsh en dos crónicas, fue determinante para el derrocamiento de Perón, porque el bombardeo consiguió interceptar el paso del convoy que trasladaba a tropas leales del Ejército que en pocas horas hubieran tomado la Base Naval de Puerto Belgrano, uno de los epicentros de la sublevación. Habría significado, reconocían los propios golpistas, el fracaso de la asonada.

A aquel pequeño pueblo, aún con huellas del horror en edificios y corazones, estaba destinado en su nuevo empleo el joven Santucho, de menos de veinte años. Su hija tuvo noticias de ese capítulo de la biografía paterna recién con la resolución que oficializó la reparación de legajos laborales incluidos en los archivos del —en su caso— Ferrocarril Roca, al que pertenecían las vías del sudoeste bonaerense.

En julio pasado, Alejandra participó del acto en que se rindió homenaje a casi medio centenar de víctimas que integraron la comunidad ferroviaria, con organización del Ministerio de Transporte y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la Comisión que trabajó en la restauración documental y la gremial Unión Ferroviaria.

 

 

Del ‘55 al ‘76

Antes de concluir en la intempestiva renuncia, los últimos registros del caso incluidos en la documentación reunida corresponden al día siguiente a la Navidad de 1955. Excepto el de la dimisión, todos refieren al proceso de incorporación.

Las piezas faltantes de aquella historia laboral, corta pero intensa, revelan un vacío a ser llenado con nuevas pesquisas. De ese modo, exhiben cómo los procesos de reparación documental resultan un gesto de reconocimiento hacia las víctimas y sus familias, pero también un disparador para descubrir los velos de la memoria colectiva e identificar los nexos entre las diversas etapas de la historia de opresión popular.

Tal vez de alguna caja olvidada en un pueblo entre las sierras emerja algún día un nuevo dato sobre el desempeño o el cese. O aparezca un relato oral que de pronto recuerde a aquel peón peronista que era poco más que un pibe. Es posible que la mención despierte lentamente alguna imagen perdida, que lo relacione con los días de una primavera de tristezas y revanchismos clasistas. Mientras tanto, quedan las vías, que después de derrocado Perón comenzarían a sufrir un paulatino desguace acelerado con cada dictadura, finiquitado por el gobierno de Carlos Menem.

Acaso Heldy Rubén Santucho, que hubiera estado en condiciones de jubilarse en los ‘90, en 1955 haya comenzado a caminar sobre los rieles recién bombardeados por los aviones navales el camino de su historia de creciente compromiso como obrero y militante. Acaso haya compartido el desconsuelo de algunos y rechazado el ánimo festivo de otros. Acaso haya escuchado a las señoras de la alta sociedad que, sobre la avenida principal del pueblo, no se cansaban de cantar celebrando que tras el derrocamiento de Perón volverían a tener “sirvientas por dos pesos, otra vez”.

 

 

 

 

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