Los elefantes de Babilonia

Lo que liga a Hollywood con la ciudad mítica

 

Un comentario mordaz para quienes hayan visto Babylon, la flamante película de Damien Chazelle con Brad Pitt y Margot Robbie: dicen por ahí que fue una venganza del director por el desaire sufrido cuando en 2016 a su anterior película, La la land, la Academia la dejó sin Oscar tras un papelón histórico en la ceremonia. En 2023 tampoco habrá Oscar para Chazelle, se quedó afuera de la lista final. Como consuelo, si su intención era provocar polémicas, lo logró de sobra.

Muchos terminan de ver Babylon y se preguntan cuánto puede haber de cierto en todo lo que cuenta acerca de aquel Hollywood de los años '20. Ejercicio innecesario, porque Hollywood es en sí una fantasía, un gigante nacido en tiempos en que lo verídico tendrá más prestigio que lo fantástico, pero vende menos. Por eso es tan natural la comparación con Babilonia, la antigua ciudad de la Mesopotamia que alimentó mitos y leyendas como ninguna. Ambas han sido igual de inspiradoras: recuerdo que en los ‘80 había una discoteca en Avellaneda llamada Hollywood, en los ‘90 un bar under llamado Babilonia, un pionero del barrio del Abasto. Mucho más famoso es un albergue transitorio en la Panamericana llamado Los Jardines de Babilonia. Supongo que de los tres, debe ser el único que aún funciona.

Babylon propone un boceto virado al grotesco del temprano Hollywood; para eso le bastará con recrear los excesos de sus criaturas más privilegiadas: sus estrellas, directores y empresarios, todos ricachones despreocupados y vulgares entregados a legendarias festicholas consumiendo cuanta sustancia sea conseguible en plena ley seca. Y entre medio hay dos personajes de origen humilde que aspiran a formar parte de esta nueva Babilonia, la de la metáfora perfecta. El problema es que aquellos mismos excesos son los mismos que la película comete una y otra vez a los largo de tres horas de un éxtasis visual jalonado por un humor escatológico de poco vuelo, ciertas pretensiones de humor negro que apenas llega a marrón caca.

Y aún así, confieso que Babylon me resultó muy atractiva. Será por su exuberancia aplastante, o porque su frenesí no da tiempo a conjeturas. O será porque se trata sobre una de las épocas más fascinantes de la historia del cine, aquella que va desde el apogeo del cine silente hasta su paso al sonoro. Tiempos en los que mucho estaba por hacerse dentro un arte aún adolescente que no imaginaba su destino de ser la atracción más popular del mundo. A Babylon le resbala que también en estos años se crearon grandes obras maestras que opacarían con su brillo propio cualquier rejunte de anécdotas y chismes de sus estrellas. Porque vale decir que allí también nació la industria del chisme, casi como un mal necesario para endiosar a figuras mucho más allá de lo saludable. El producto chisme dio y dará de comer a todos: estrellas, periodistas y empresarios, los que después de cada festichola quedaban tan entregados a la resaca como al periodismo farandulero. En esto último, la cita de Babylon sí que es certera.

 

Brad Pitt en la recreación de un rodaje del Hollywood años veinte. Una de las mejores escenas de Babylon.

 

El chisme se fue sofisticando y sobrevivió a su propio abuso. Momento clave es el de la publicación en 1965 del libro Hollywood Babilonia del cineasta experimental Kenneth Anger (que confesó ni haberse molestado en chequear la veracidad de su sarta de escándalos y hasta se ufanaba de ello). El libro fue prohibido, se las había agarrado con leyendas aún vivientes, pero renació acompañado de un segundo volumen y en 1971 dio pie a un olvidable documental para los golosos consumidores de esa “Hollywood” babilónica, la del pecado y los placeres desatados, la de los delitos encubiertos, la de los relatos fantásticos. 2023 nos trajo Babylon de Damien Chazelle para sumarla a la cajita feliz y apuesto a que se reedita Hollywood Babilonia.

 

Hollywood Babilonia, el libro farandulero de Kennet Anger. Ahora agotado, oro en polvo para los chismosos.

 

 

No se puede saber con exactitud en qué momento a Hollywood se la empezó a equiparar con la antigua Babilonia, una comparación bastante sencilla de entender si apelamos a los textos bíblicos que versan sobre la ciudad opulenta, rebosante de lujos y riquezas y por tal condenada a derrumbarse por su propia condición de ser “la ramera” del mundo antiguo. Pero lo que vale en los textos sagrados es la construcción fantástica y aleccionadora. De la pista histórica, frágil por el rigor de los siglos y del desierto, se encargaron los pocos visitantes que llegaron de Occidente para hablarnos de torres inmensas, portales monumentales y un jardín poblado de plantas exóticas que los griegos ubicaron entre las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. La ciudad más deseada, la lujosa urbe que supo alzarse sobre un páramo polvoriento y que cualquier persona del mundo antiguo habrá querido conocer. Lo mismo que Hollywood cuatro siglos después.

Acabamos de cometer el disparate de explicar una metáfora, pero me gustaría sumar otra referencia más y esta sí que es plenamente cinematográfica. En la primera escena de Babylon, dos operarios asumen la difícil tarea de acarrear un elefante que será la atracción de una de esas fiestas en alguna mansión de un jerarca de Hollywood. Fuera de este tipo de frivolidades que eran bastante frecuentes, la colosal silueta de estos paquidermos nos remite desde siempre a lo exótico, a los lujos orientales, a los imperios antiguos, a las mil y una Babilonias imaginadas. Fue en 1916 cuando David Wark Griffith emprendió Intolerancia, su obra más colosal, que el cine pasó a adquirir la estatura de los elefantes. Nunca el cine había estado tan cerca de sus propias fantasías imperiales, y de haber existido de verdad un Estado/Imperio llamado Hollywood, su moneda corriente debería haber tenido la cara de un elefante.

 

Construcción de los decorados para el capítulo babilónico de Intolerancia. Los elefantes, encumbrados.

 

 

A largo de sus tres horas de duración, Intolerancia intercala cuatro historias ambientadas en distintas épocas: una en el siglo XX, otra durante la matanza de los hugonotes franceses en el XVI, otra sobre la vida de Jesucristo y una cuarta situada en el siglo V a. C., cuando Babilonia cayó en manos de Ciro el Grande para terminar bajo dominio persa. Si todo lo que puede verse en Intolerancia es magnífico, la secuencia babilónica es, además, monumental. Se estima que consumió la mayor parte del presupuesto total de la que fue hasta entonces y por varios ceros de distancia la producción más cara de la historia. Ya para entonces se conocían las primeras excavaciones dirigidas por el arqueólogo alemán Robert Koldewey en lo que fue la antigua Mesopotamia y, aunque es difícil saber si esa información fue aprovechada, es indudable que Griffith y su equipo de arte se esforzaron mucho en recrear una Babilonia que ya ocupaba un sitial en el imaginario popular de Occidente. Se valieron de diversas fuentes para construir edificios, monumentos, grandes escaleras, miles de extras, suntuosos vestuarios y un supremo talento en materia de encuadre y dirección que materializaron la ilusión de ver al fin, tras siglos de relatos fantásticos, la ciudad más deseada por generaciones de humanos. Y lo más importante: había elefantes, de los de decoración y de los de verdad.

 

Imponente reconstrucción de la antigua Babilonia de Intolerancia. Nunca en el cine se había invertido tanto esfuerzo para un decorado.

 

 

La idea más difundida es que con Intolerancia y su mensaje a favor de la armonía entre razas y creencias Griffith intentó apaciguar el racismo explícito de su anterior El nacimiento de una nación. Como él mismo fue algo esquivo al respecto, todo esto quedará, como tanto anecdotario hollywoodense, en el difuso terreno de lo anecdótico o, mejor dicho, de lo fantástico. Algo similar sucede con el supuesto fracaso de taquilla de la película, versiones que van desde el desbarranque financiero de Griffith a una discreta recaudación, pero que le permitió seguir con su profusa carrera. Lo que sí es cierto es que tres años después se extrajeron las escenas babilónicas y se re editaron para estrenarse bajo el título The Fall of Babylon.

 

 

 

 

 

 

La historia de Hollywood y sus años de frenesí fue tema de muchas otras películas como Nickelodeon de Peter Bogdanovich y The Wild Party de James Ivory inspirada en la caída en desgracia de Fatty Arbuckle, episodio también citado en la reciente Babylon. Debo nombrar también el corto surrealista Vida y muerte de un extra de Hollywood de Robert Florey y, por supuesto, Cantando bajo la lluvia y Sunset Boulevard de Billy Wilder, con el patético otoño de una estrella del cine mudo. A propósito, otra leyenda sobre Intolerancia es que sus decorados babilónicos fueron levantados a la vera de esta famosa avenida y que nadie se esforzó en desmontarlos una vez concluido el rodaje. Tal vez le confiaron esa tarea al lejano desierto de Medio Oriente, hay fotos que muestran a sus elefantes de yeso postrados como pidiendo que los sacrifiquen. Un par de ellos sobrevivió hasta hace poco en la fachada de un centro comercial de Los Ángeles. Por eso, los elefantes de Griffith merecen un párrafo más.

La película Good Morning Babilonia (1986) de los hermanos Taviani nos cuenta la historia de dos hermanos toscanos que marchan a los Estados Unidos llevando consigo el arte de restaurar catedrales. En un momento logran llegar a un David Griffith que está maravillado por Cabiria (1914) de Giovanni Pastrone, la pieza mayor del cine colosal italiano que lo inspiró para concebir Intolerancia. Frustrado por la impericia de los decoradores estadounidenses a la hora de construir los elefantes para los decorados de Intolerancia, el director finalmente confía en las manos italianas “herederas de Miguel Ángel y Leonardo”. La película, aunque a veces excesivamente melodramática, resulta interesante porque nos muestra el Hollywood de los laburantes, el de los que llegaron a esta nueva Babilonia de cartón, yeso y celuloide con sus artes y oficios, cada cual hablando su idioma. (La torre de Babel, ¿vio?)

 

Manos italianas, herederas de Miguel Ángel y Leonardo, llegan a Hollywood.

 

Es un justo reclamo del cine italiano por la parte que le corresponde en la historia de la meca del cine. En una escena estupenda los hermanos toscanos reúnen a sus amigos para mostrarles los elefantes que han construido para seducir a Griffith, y allí una muchacha propone un juramento de ayuda mutua entre todos esos aspirantes a la meca del cine, porque este es “nuestro Hollywood”.

Capaz de destruirse y reconstruirse una y mil veces, separados por siglos de historia, Hollywood y Babilonia seguirán fomentando las más variadas imaginaciones. De Hollywood se encargará el mismo cine; mientras tanto, el trabajo de arqueólogos e historiadores nos regalan nuevos conocimientos sobre la antigua ciudad asiática mientras la fantasía persistirá aun en los lugares más impensados: desde los relatos bíblicos, los escenarios más fastuosos jamás construidos a la vera del Sunset Boulevard, una película ambiciosa que se quedó sin su premio Oscar y un telo al borde de la Panamericana.

 

 

 

 

Título original: GOOD MORNING, BABILONIA / ITALIA / 1986 / Duración 115 min. / Idioma: Italiano e Inglés / COLOR / Dirección: Paolo y Vittorio Taviani / Guion: Tonino Guerra, Paolo Taviani, Vittorio Taviani / Música: Nicola Piovani / Fotografía:  Giuseppe Lanci / Reparto: Vincent Spano, Joaquim de Almeida, Omero Antonutti, Greta Scacchi, Desiré Nosbuch

 

Título original: THE FALL OF BABYLON  / ESTADOS UNIDOS / 1919 / Duración 82 min. / Idioma: Muda / BLANCO y NEGRO / Guion y dirección: David Wark  Griffith / Fotografía: G.W. Bitzer / Reparto: Tully Marshall, Alfred Paget, Constance Talmadge

 

 

 

 

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