Memoria de una vuelta

Triunfo, fiesta y gases lacrimógenos, el 11 de marzo de 1973

 

Era domingo aquel 11 de marzo. Nos habíamos preparado por meses para ese día. En aquel entonces el cierre de los padrones era varios meses antes, por lo que yo, aunque ya tenía 18 años, no pude votar.

Con conocidos y conocidas, desconocidos y desconocidas, salíamos noches casi interminables con baldes de pintura a la cal blanca y negra a “pintar Buenos Aires”. Era parte de la militancia. Volvíamos de madrugada para, la noche siguiente, volver, con otros destinos a seguir pintando. Pero el sábado fue veda, así que a concentrarnos para esperar. El clima en mi casa, no peronista, era muy distinto: esperaban, pero no esperábamos lo mismo. Y llegó el domingo. Y cuando empezaban a llegar los resultados empezábamos aponernos las zapatillas para salir; la fiesta estaba afuera, en la calle. Oro y Santa Fe era el lugar señalado. No recuerdo con exactitud, pero sí que empezaba a anochecer, así que cantando y bailando allá fuimos. La bronca del gobierno pudimos verla en acto. El resultado no era el que esperaban… era el que deseábamos. Recuerdo que la cana no nos dejaba acercarnos al local, parecía que la orden (el enojo) era que recién más tarde –no recuerdo con exactitud el horario– estábamos autorizados a ir y festejar, cantar y saltar/bailar. Pero nosotros queríamos. Y ellos no querían. Entonces nos corrieron y corrimos. Fuimos al subte, y cuando estábamos abajo, por tomarlo, nos regalaron lacrimógenos. Un encanto, los muchachos… Si en una cancha de futbol, es decir, en un espacio bien abierto, el gas te hace llorar a mares, abajo, encerrados, fue terrible. Recuerdo que le dijimos al guarda que abriera las puertas del tren que arrancaba. “Está prohibido”, nos dijo. “¡Qué prohibido ni ocho cuartos! (traduzco, creo que las palabras fueron otras) ¡O abrís las puertas o te tiramos abajo!” Las abrió y el aire del tren andando y las caras afuera aliviaron un poco el ardor. Recuerdo haber guardado una “granada lacrimógena” por años, hasta que en una mudanza se perdió.

Pero pasó el tiempo y volvimos. Lo de volvimos –en este contexto– tiene doble sentido. Volvimos. Hasta último momento se resistieron, pero volvimos. Siempre les molestó la fiesta del pueblo. E insisten, van por los carnavales, van por los feriados, van por el pueblo. Porque ellos también vuelven.

Y así, bien vueltos, empezamos otra etapa. Complicada. Complicadísima. Especialmente porque siempre quieren volver. Y volvieron de diferentes maneras una y diez veces, y pudimos volver otras tantas. Con matices, con agachadas, con traiciones, pero con pueblo, es decir con fiesta. La fiesta que es el abrazo con aquellos conocidos y conocidas, desconocidos y desconocidas. Hoy ya no pintamos, pintan otros de otras maneras, más profesionales o en tatuajes, pero pintan. Y algunos, que ya pintamos canas, tenemos pintado en el corazón “la más maravillosa música”. Y por eso, entre agachadas, intentos de volver más rápido y crueldades, no dejamos de insistir con volver también nosotros porque lo tenemos tatuado en la piel: “Los días más felices fueron, son y serán siempre peronistas”. Y por eso, a los que hoy festejan y festejamos, ¡salud!, y al terminar el brindis, a no bajar los brazos que nuevas vueltas felices nos esperan.

 

 

 

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