Negociar y falsear la palabra

Del compromiso de los sacerdotes con el Evangelio y de los diputados con el pueblo tucumano

 

Hace muchos años (2003) me pidieron, para un comentario bíblico latinoamericano, que hiciera un aporte analizando la 2ª carta de Pablo a los Corintios. En esta carta, es llamativo el enfrentamiento que Pablo manifiesta con otro(s) grupo(s); pero no se trata de judíos ni de paganos, sino de “cristianos” (el título no aparece porque es posterior, pero se trata de seguidores de Jesús). Lo que se ve es que estos cuestionan vehementemente a Pablo (algo que ya se insinúa en la primera carta que les dirige). No se trata, como en otras cartas, como Gálatas, de que niegan el apostolado de Pablo (aunque cf. 1 Cor 9, 1-2) sino que destacan que estos son mucho más apóstoles que Pablo, son “apóstoles excelsos” (2 Cor 11,15; 12,11). Ellos han llegado con “cartas de recomendación” (3,1). Pablo, entonces, entra en conflicto con estos “súper apóstoles” y, contra su voluntad, se ve en la necesidad de contrastar ambos ministerios, como se ve en todo el capítulo 11. Si Pablo fuera un buen apóstol, parecen decir ellos, cobraría (¡y bien caro!) sus servicios, como corresponde; pero él, en uno de los ejemplos más eminentes de ironía, les responde: “¿Qué tuvieron ustedes de menos con las otras iglesias, salvo que no les cobré? ¡Perdónenme esta ofensa!” (12,13). El aspecto económico, como se ve, se encuentra muy presente en la carta (11,9.20; 12,13.14.16.17; etc.).

Pablo sabe que su misión, su “para qué”, es anunciar el Evangelio: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16), y –expresa y voluntariamente– para que éste llegue sin duda ni sospecha, no solamente no les cobra, sino que tampoco acepta ningún tipo de dinero de los corintios, y –lo repite expresamente– trabaja manualmente para mantenerse y no serles una carga. Pero los otros, en cambio, “negocian” con la palabra de Dios (2,17), la “falsean” (4,2). La característica que voluntariamente quiere mostrar Pablo a los corintios, y vuelve a la ironía: “¿Tendré la culpa de que me bajé a mí mismo para elevarlos a ustedes anunciándoles gratuitamente el Evangelio de Dios?” (11,7).

Del mismo modo, como curas, no tenemos otra responsabilidad sino “evangelizar”; la Iglesia existe para evangelizar” (Pablo VI), es su “para qué”. Y acá me surge un planteo.

Con mucha frecuencia en las parroquias recibimos de los distintos gobiernos (desde hace décadas, lo aclaro) elementos, fundamentalmente alimentos, para la gente. Seguramente saben que eso llegará a la gente y no “caerá un vuelto” para ningún lado. Pero, ¿qué pasa si para darnos alimentos, o subsidios, o lo que fuera, debemos callar? Es decir: si hablamos no podremos ayudar a la gente necesitada. Se corre el riesgo de que terminemos hablando de generalidades para no incomodar. ¿Qué hacer? En lo personal creo, y repito, que nuestra responsabilidad es anunciar buenas noticias; y que sean reales, no “opio del pueblo”. ¿Cómo podría anunciar con libertad si debo hablar o callar según convenga, no a los pobres sino a los poderosos? Un discípulo de Pablo dice, muchos años después, en nombre de su maestro: “Por el Evangelio estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor, pero la palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9).

Si callamos lo que debiéramos hablar, ¿no estaríamos negociando, falseando, encadenando la palabra de Dios? En todo caso, no seré yo responsable de que no llegue a la gente lo que es su derecho recibir, sino de chantajistas que se apropian de ello. Pero, al menos yo, ¡no habré callado la palabra que Dios me ha encomendado decir!

Y, de paso, esto que vale para nuestro compromiso con el Evangelio, ¿no vale también para otros estamentos de las relaciones humanas? Falsear la palabra o negociar con ella, no la palabra de Dios, en este caso, pero sí la palabra que se ha comprometido (y que Dios se lo demande) ¿no vale también para los compromisos asumidos con un pueblo? Es decir, y para decirlo más claramente, ¿lo entenderán los diputados tucumanos?

 

 

 

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