No hay fuga eterna

Extraditaron desde Brasil al represor de la ESMA Gonzalo Sánchez

 

La huida duró quince años, pero Gonzalo Sánchez duerme desde el jueves a la noche en Buenos Aires. En un operativo veloz y en pleno aislamiento por la pandemia mundial de Covid-19, el gobierno logró la extradición desde el Brasil de Jair Bolsonaro. A Sánchez lo cruzó Interpol desde Foz de Iguazú y desde allí en avión hasta Buenos Aires. Chispa, como lo recuerdan los sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), deberá rendir cuentas ante la justicia argentina por más de 900 casos de secuestros.

Chispa cumplirá la cuarentena de dos semanas en la Superintendencia de Investigaciones Federales, ubicada en el barrio de Villa Lugano. Aun el juez está evaluando si esperará a que cumpla la cuarentena o si lo indagará antes por videoconferencia.

 

 

Un pastor

El sol pegaba fuerte el jueves a primera hora de la tarde en Iguazú. Sánchez, uno de los prófugos de la causa ESMA, acababa a cruzar el puente. Estaba en Argentina. Ya no era el joven integrante del grupo de tareas que salía a secuestrar. Su pelo blanco se movía al son del viento. Estaba vestido prolijamente con una campera azul y un jean. En las manos cargaba una bolsita de plástico con un buzo y unos medicamentos. Cuando vio a los tres integrantes de la Policía Federal (PFA), al representante de la Cancillería y al del Ministerio de Seguridad, sólo atinó a decir:

—Quédense tranquilos que no voy a hacer lío. Ahora soy evangélico. Soy pastor.

Los funcionarios se miraron. No dijeron nada y todo siguió como estaba planeado. A Chispa le aplicaron el protocolo. Lo metieron en una piletita de lona y lo rociaron para proceder al traslado. Todos subieron al avión Twin Otter, que con bastante ruido, los tajo hasta Buenos Aires.

 

 

Chispa en la pileta.

 

 

 

El enviado

“Fue todo muy ágil”, dice el director nacional de Investigación criminal del Ministerio de Seguridad, que viajó hasta Iguazú para traer a Sánchez. Su nombre es Ezequiel Rochistein Tauro. Nació, cree, el 1 de noviembre en 1977 en la mismísima ESMA – cuando Chispa recorría los pasillos del casino de oficiales.

La noche del miércoles fue difícil para Ezequiel. No lograba conciliar el sueño. Daba vueltas pensando en la responsabilidad de ir a buscar a un represor que hace años buscan. Ezequiel es hijo de dos bahienses, María Graciela Tauro y Jorge Rochistein. En mayo de 1977 fueron secuestrados en Hurlingham y llevados a la Mansión Seré. Ella estaba cursando el cuarto mes de embarazo. Meses después, la llevaron a parir a la ESMA. Ahí nació Ezequiel, que después fue apropiado por un oficial de la Fuerza Aérea, Juan Carlos Vázquez Sarmiento. Su apropiador sigue prófugo.

El juez que actualmente está a cargo de la causa ESMA y que tendrá que indagar en los próximos días a Chispa, Rodolfo Canicoba Corral, fue casualmente el mismo juez que estuvo a cargo de la investigación por la apropiación de Ezequiel. El muchacho trabajaba entonces como personal civil de la Fuerza Aérea. No transitó con facilidad la restitución de su identidad. De hecho, el expediente estuvo abierto durante años.

—¿Y vos qué hacés acá? –le preguntó Canicoba, incrédulo, cuando lo vi en el pasillo de Comodoro Py con su abuela que tanto lo había buscado.

La llegada de Chispa anudó también esa historia.

 

 

Ezequiel Rochistein (de sweater gris) mira cómo llevan a Chispa.

 

 

 

Un nombre siempre presente

Ya en los primeros testimonios de quienes pasaron por la ESMA figuraba el nombre de Chispa. A Horacio Domingo Maggio, el Nariz, lo secuestraron a una cuadra de Plaza Flores el 15 de febrero de 1977. Logró escaparse un año y un mes más tarde, gracias a que lo habían sacado a hacer unas compras. El grupo de tareas lo encontró en octubre de 1978 y lo acribilló. El cadáver despedazado del Nariz fue exhibido como un trofeo dentro de la propia ESMA. A los detenidos y a las detenidas los obligaron a pasar de a uno para ver lo que podía pasarles si se escapaban y denunciaban. Pero el Nariz ya había desafiado a la muerte: había repartido denuncias por todos lados describiendo cómo funcionaba la ESMA, y llegó hasta incluir el número de teléfono del centro clandestino, pidiendo que llamaran y preguntaran por algunos de los represores que él había listado.

Uno de ellos era Sánchez, pero no sólo estaba nombrado como un integrante más de la patota, sino como quien describía los métodos más atroces para deshacerse de los cuerpos de quienes estaban secuestrados en manos de la Armada. Concretamente el Nariz escribió que Chispa había explicado a otro detenido cómo se habían ido modificando las formas de exterminio dentro de ese campo de concentración. Relató que primero colocaban a los secuestrados en un auto, los acribillaban a balazos y lo incendiaban; que después los ahorcaban dentro de la ESMA y los tiraban al mar y, por último, que les colaban un somnífero, los ubicaban en una lona y los subían a un helicóptero. Ya en 1978 estaba el testimonio concreto de la existencia de los vuelos.

En octubre de 1979, tres mujeres sobrevivientes de la ESMA dieron una conferencia de prensa ante la Asamblea Nacional de Francia, estremeciendo a todos por el detalle minucioso de sus testimonios. Se trataba de Alicia Milia de Pirles, Ana María Martí y Sara Solarz de Osatinsky. Las tres habían sido secuestradas entre marzo y mayo de 1977, y trasladadas a la ESMA. La Quica Osatinsky era un poco mayor que sus compañeras. Su marido, Marcos, y su hijo mayor, de 18 años, habían sido asesinados. El menor –de 15– estaba desaparecido. A ella la secuestraron en la zona de Parque Avellaneda. Un grupo de hombres se le abalanzó encima y le partió la cabeza con una llave inglesa. Cuando volvió en sí reconoció a varios de ellos. Uno era Chispa.

La comprobación vino un par de días después del secuestro, cuando la hicieron sentar y sacar la capucha para fotografiarla. “Yo soy uno de los que la secuestró”, le dijo Sánchez.

“Por los oficiales también obtuvimos algunos datos sobre los traslados. En momentos de debilidad se les escapa información. El oficial de Prefectura Gonzalo Sánchez, alias Chispa, dijo que los cuerpos eran tirados al mar en el sur, en zonas cercanas a dependencias de la Marina”, dijeron las tres sobrevivientes en Francia.

 

 

Después de la ESMA

Chispa estuvo dentro del listado de represores cuya extradición reclamó el juez español Baltasar Garzón en los años de las leyes de impunidad en la Argentina. Sánchez por entonces tenía de abogado a Gonzalo Torres de Tolosa, un viejo conocido de la ESMA, que terminó condenado en 2017 por crímenes en ese centro clandestino. Torres de Tolosa terminó haciendo presentaciones escandalosas contra Garzón para tratar de salvarle el pellejo a su compañero del grupo de tareas.

Para entonces, Chispa ya no integraba la Prefectura Naval Argentina, sino que trabajaba como arquitecto naval en la Camaronera Patagónica. Cuando ésta cerró, volvió para construir un astillero en Río Negro, mientras negaba ser el hombre a quien requería Garzón. Decía tener mala memoria cuando le preguntaban por los años de la dictadura. Cuando su nombre saltó a la luz, terminó siendo declarado persona non-grata por el Concejo Deliberante de San Antonio Oeste.

Para mala suerte de Chispa, lo de Garzón fue justamente una chispa para que se activara la justicia en la Argentina. En 2001, el juez Gabriel Cavallo declaró la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y la Cámara Federal validó ese mismo año su resolución. La causa ESMA volvió a activarse lentamente. En 2005, el juez Sergio Torres —actualmente en la Suprema Corte bonaerense– lo quiso indagar. En 2009, pidió su captura internacional y desde 2011 se reclama su extradición.

En 2013 lo detuvieron en Angra Dos Reis mientras trabajaba en un astillero. A los tres años lo mandaron a cumplir arresto domiciliario y, al tiempo, le rechazaron el pedido de refugio político. En 2019, el Supremo Tribunal Federal brasileño avaló su extradición, pero, para entonces, Sánchez ya estaba prófugo.

El lunes lo detuvieron en Sertão do Taquari, municipalidad de Paraty. La policía se había infiltrado y había detectado que una mujer iba cada diez o quince días a llevar comida a una cabaña alejada. La mujer era la pareja de Chispa, con quien tiene una hija menor de edad, según informaron fuentes de Seguridad. Chispa cayó mientras celebraban un cumpleaños.

Hubo una comunicación con la Argentina para ver si las autoridades locales podían recibirlo. Rápidamente dijeron que sí y se activaron todos los resortes.  Los operativos los combinaron el Ministerio de Seguridad de Sabina Frederic y la Cancillería de Felipe Solá, quien el lunes se hizo una escapada hasta Olivos para contarle él mismo al Presidente que había caído Chispa. En menos de seis meses, la Cancillería gestionó dos extradiciones, la de Mario Sandoval y la de Sánchez, y logró que Francia le quitara la condecoración a Ricardo Cavallo.

 

 

Las manos de Chispa.

 

 

 

Ante la justicia

Chispa declaró ante la justicia civil y militar en los años ’80. En 1984 le dijo al juez de San Isidro Elbio Osores Soler que había ingresado a la Prefectura en 1975 y que se había desempeñado hasta fines de 1976 en la División Técnica Naval, y que a mediados de 1977 fue destinado a trabajar en la ESMA como enlace entre la Prefectura y la Marina. Hay testimonios que lo ubican en el centro clandestino antes de mediados del ’77. Según él, sólo había participado en un operativo en Haedo porque lo “invitaron” los de la ESMA. En realidad, Sánchez integraba el área operativa del grupo de tareas, que se dedicaba a allanar y secuestrar. En esa declaración también sostuvo que había dejado la ESMA a finales de 1977 tras ser destinado a realizar un curso de inteligencia en el edificio Libertad.

Al juez Osores Soler también le dijo que conoció a varios notorios represores de la Marina como Jorge Acosta, Rubén Chamorro, Francis Whamond y Alfredo Astiz, pero adujo que el conocimiento era porque iba a la ESMA a llevar mensajes.

En agosto de 1986 declaró ante la justicia militar. Para entonces tenía 35 años y estaba separado, pero seguía siendo oficial principal de la Prefectura. Ante el capitán de navío Roque Pedro Funes relató que nunca había integrado el grupo de tareas 3.3 de la ESMA y repitió que sólo había ejercido de enlace. “Mi jerarquía era de oficial ayudante y dependía del Servicio de Inteligencia de la Prefectura”, declaró.

Ante el juez militar reconoció haber participado de “algunas operaciones” bajo las órdenes del personal de la Armada. “Mi participación en esta guerra fue en forma institucional, por este motivo es que por mi nivel jerárquico dentro de la conducción de la Armada sólo tengo conocimientos parciales de los hechos, y, a mi opinión, para llegar a la verdad con la profundidad que merecen los hechos que se investigan debería buscarse una respuesta integral”.

 

 

Chispa sabía

Chispa quizá no supiera todo, pero sabía. Cuando Sánchez llegó a la ESMA rondaba los 25 años. Era de los que integraban los grupos operativos que salían a secuestrar, como lo hizo el 25 de marzo de 1977 con Rodolfo Walsh. Ser operativo no le impedía estar en las salas de torturas –como recordaron haberlo visto Elisa Tokar o Máximo Cargnelutti– o subir hasta el tercer piso – como lo recuerda Lila Pastoriza yendo a ver a Pablo Míguez, un pibe de catorce años que estaba secuestrado en Capuchita antes de ser desaparecido.

Miguel Lauletta contó en uno de sus testimonios que Chispa apareció un día en el sótano llorando porque había sido obligado a torturar. “Después no vino más”, aclaró el sobreviviente. Ningún llanto le impidió recibir una condecoración de manos del almirante Emilio Eduardo Massera tres días antes de pasar a retiro en septiembre de 1978. Massera armó una ceremonia para rendir homenaje a sus mejores hombres. Chispa se llevó una medalla al “Heroico Valor en Combate”.

Chispa andaba por todos lados, y buscaba orejas que lo escucharan. Contaba, por ejemplo, que a Edgardo Moyano y a Ana María Ponce los habían ahorcado en el Dorado, un espacio en la planta baja del casino de oficiales. Así lo habían escuchado, entre otros, Graciela Daleo, Raúl Cubas y Andrés Castillo. A Alberto Girondo, Chispa le había dicho que su compañera había sido asesinada cuando quería escapar de una ratonera que habían montado en una casa.

Carlos Bartolomé era realizador audiovisual y estaba secuestrado en la ESMA. Durante el Mundial de 1978, la patota de la ESMA decidió usar su mano de obra esclava para producir videos sobre el campeonato. Lo sacaron a filmar partidos o los movimientos que se daban en el país del fútbol y los campos de concentración. Chispa lo llevó a Mar del Plata –una de las subsedes del campeonato– a filmar. Esa subsede tenía como responsable de prensa casualmente al padre de Alfredo Astiz, un marino retirado, que se ocupaba de contarles a los periodistas extranjeros que en la Argentina no se torturaba ni se desaparecía.

Susana Ramus lo recuerda como el oficial que estaba a cargo de una de las quintas que la ESMA tenía como satélites y adonde llevaba a sus secuestrados. Susana supo, tiempo después, que a ella la había llevado a la quinta de Del Viso. Graciela García recuerda que, cuando los llevaban a las quintas, Chispa hablaba y hablaba de los barcos, su pasión como arquitecto naval.

Graciela tampoco olvida que un domingo lluvioso, cuando la llevaba a su casa, Chispa le habló de los vuelos.

¿Vos sabés cómo se resuelve el tema de los traslados?

—No.

Se suben a aviones y se los arroja desde ahí.

 

 

 

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