Orgulloso descabezador

Discurso negacionista de un ex presidente de Hebraica en un acto por desaparecidos judíos

 

Pilar, domingo 30 de abril de 2023 por la mañana.

Acto de recordación y homenaje a las y los desaparecidos argentinos judíos que fueron socios de la Sociedad Hebraica Argentina.

Llego a la actividad invitada por la comisión encargada de organizar el evento, pensando en mamá, en su relación con el club, en mis abuelos y su participación en la comisión directiva, en las colectas para recaudar dinero para comprar el predio donde actualmente funciona la sede. Yo quería hablar del equipo de vóley, del conjunto de folclore, de las compañeras y los amigos, de los bailes, los vestidos, las fiestas de quince y los amores, de las fotos que tengo y las que intuyo existen en los archivos, con todas las historias que hasta ahora no pudimos recuperar.

Todo esto lo digo ahora, antes de que la angustia me haga olvidar de nuevo de lo fundamental.

 

La adolescente Alicia Raboy, primera de la izquierda, de pie, en el equipo de vóley de la Hebraica.

 

Para empezar tengo que superar mis propias resistencias, no comprendo los actos públicos a puertas cerradas. No me simpatiza la exigencia de una lista de invitados con nombres, apellidos, números de documentos, vehículos con identificación de patente, color y modelo. No me gustan las barreras, las rejas, los policías, las garitas de seguridad, no me gusta cómo miran los vigilantes, no me gusta ser cacheada. Respiro hondo. Puedo comprender las precauciones, no me es ajeno el espanto de los atentados perpetrados contra todos, sobre la Embajada de Israel y la AMIA.

También existen buenas razones para ir al evento. La primera, pasar un buen rato junto a mi tío Gabriel. Él también está movilizado por el acto. No es fácil evocar, hay nudos, lecturas, pensamientos y vivencias dolorosas, situaciones irresolubles que todavía nos cuesta aceptar. Él ya tiene 77 años, me lo recuerda varias veces a lo largo del día y me doy cuenta. Durante el viaje a Pilar compartimos recuerdos, pensamientos y proyectos, en tramos distendidos y otros un poco más intensos. El tío es el único mayor que me queda en esta rama de la familia y quien guarda la memoria del pasado familiar. Lo bueno de la vida son estos pequeños momentos significativos que podemos compartir y atesorar.

Vamos con la memoria atravesada y llenos de expectativas; es la primera vez que nos convocan la SHA y la AMIA a participar de un acto conmemorativo de los socios y socias desaparecidxs. Es la primera vez que se acuerdan de mamá.

 

 

Algunas veces intenté hacer contacto con la dirección del club en el pasado, pero nunca obtuve respuesta. Me pregunté muchas veces qué habrá pasado todos estos años para que no se ocuparan institucionalmente del tema, cómo se explica tal indiferencia. Puedo adivinar la existencia de pujas, conflictos y posturas internas. Por lo tanto la convocatoria constituye en sí misma un hecho excepcional, histórico y de enorme relevancia. Me da curiosidad saber cuál será el abordaje, cómo lo van a tratar. Me digo a mí misma que hay que ocupar los lugares que corresponden. Los discursos hay que escucharlos. Hay que estar.

En la entrada nos indican cómo llegar al salón del campo de golf donde se llevará a cabo el acto. Recién adentro del predio comprendo que el club es mucho más que un club o una entidad social, es algo que no puedo dimensionar, parece un country, un barrio privado, una verdadera sociedad exclusiva, con sus propias reglas, con su propia fisionomía. Una ciudad paralela, con caminos internos, trencitos eléctricos y ostentación de mansiones monstruosas. Nos vemos en Disney. Estoy boquiabierta. Me pregunto, ¿dónde encajaría mi familia? ¿Qué tendrían que ver con esto mi mamá, o mis abuelos? ¿Qué hago yo acá?

 

SHA Country Club, en Pilar.

 

 

“Vino mucha gente”, comenta la persona que nos recibe tras chequear nuevamente nuestros nombres y apellidos en la lista. “Bienvenidos”.

El salón junto al comedor del club de golf es pequeñito y está lleno de gente invitada, familiares de los homenajeados. Sólo reconozco a Edu, de los primeros años de H.I.J.O.S. Su padre, Gregorio Nachman, es otro de los desaparecidos judíos que va a ser recordado en esta oportunidad.

Conversamos mientras comemos unas masitas secas que nos convidan, nada que ver con las de mi abuela. Frente a la misma bandeja dulce, me presentan a Lautaro, quien investigó y escribió un libro sobre Dictadura y antisemitismo, análisis sobre la judeofobia durante el terrorismo de Estado (1976-1983), que se está por publicar y me cuenta que viene a cubrir el evento para La Retaguardia. También saludo a Elio Kapszuk, director de Arte y Producción de AMIA, a quien tuve el gusto de conocer en el Centro Cultural Recoleta, cuando le tocó dirigir la curaduría de Familias Q’heridas, una exposición colectiva de la que fui parte en el año 2011.

En seguida empieza el acto. El sillón se hunde, me siento en el apoyabrazos. Estoy incómoda en todos lados. Subo y bajo, no encuentro mi lugar.

Las palabras de Elio, como las de Jonás Papier, secretario de Cultura de AMIA, son respetuosas y amenas, correctas, con la diplomacia agradable que se acostumbra en la gestión política de la producción cultural. En representación de la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos, las palabras contenidas de Zulema Chester dan cuenta del largo trayecto para llegar a este acto, que era una deuda.

Por su parte, Johnny Lemcovich, actual presidente de la SHA, parece algo sorprendido de que estemos todos ahí en el acto y de tener que hablar. Es un muchacho joven. ¿Qué es joven? Más joven que yo, supongo. Lo primero que dice es que no preparó sus palabras y va a improvisar. Empieza hablando de los Madrijim, líderes y maestros que lo formaron. Utiliza muchas palabras en hebreo y siglas que desconozco y no entiendo, le sigo el hilo como puedo, habla hacia adentro. Como algo lejano, ajeno a lo trágico, rememora ámbitos en los que de manera semiclandestina circulaba el relato de que en la Argentina pasaban cosas. No entiendo bien a qué época se refiere y, por cómo se expresa, pareciera que ahí de eso no se habló, ni se habla nunca, hasta hoy.

En esta instancia, emerge el peso de la historia. El tabú de los desaparecidos. Los mandatos conservadores. Los gestos en las caras. Los prejuicios palpables. Las formas permitidas de respeto. Las acciones disciplinantes. La culpa judeocristiana.

Qué fea es la culpa, pienso. Prefiero la responsabilidad, la capacidad de dar respuesta.

Sigue la charla. Al momento de historizar lo ocurrido, Johnny parece más tenso que yo, busca sus palabras. Se deben estar dirimiendo viejos asuntos que todavía tienen lugar. Sigo su mirada, veo que no se dirige a los familiares, no parece registrar demasiado la presencia de invitados externos. En presencia de las autoridades de la AMIA, Lemcovich se dirige al ombligo de la SHA, sin perder un segundo de vista al hombre mayor que tiene sentado justo al frente, cruzado de brazos y piernas. En un gesto de respetuosa condescendencia, le consulta si quiere decir unas palabras. El invitado de inmediato accede, Johnny lo introduce: “Gracias David, presidente histórico de Hebraica”. Aplausos.

No sé quién es, tengo que guglear: se trata de David Fleischer, fue presidente de la SHA entre 1972 y 1976 y entre 1980 y 1984. Plena dictadura. Tiempo después fue titular del museo del Holocausto, en la década del ‘90. Mucha influencia.

Comienza su relato situándolo unos años antes del golpe, durante su primera presidencia. Entonces hace referencia textual, a “la llegada de ideas de un guevarismo sangriento”. La frase me entra como una trompada y me coloca a la defensiva. Resulta impactante tener que escuchar estas palabras, especialmente en un homenaje.

Luego menciona una marcha que fue convocada frente a la sede de Sarmiento, a raíz del “supuesto suicidio” de Allende en 1973. Apunta que “allí fue detectada la infiltración marxista” dentro de la institución y que él mismo “mandó a descabezar” el departamento de juventud, por el bien de todos.

 

David Fleischer.

 

Cortadles las cabezas. Mis oídos no pueden creer lo que escuchan. Me falta el aire. Se me salen los ojos de la cara. Estoy prendida fuego atrapada en este sillón, quiero salir corriendo a los gritos por el césped del golf toda en llamas, pero me contengo para poder escuchar el discurso completo. Una tras otra, las palabras elegidas ponen de manera contundente sobre la mesa una postura que, por diplomacia, por respeto, por cortesía, imaginé que durante este homenaje iba a permanecer como una tensión subyacente, pero, por el contrario, Fleischer la hace explícita.

Está a un milímetro de llamarlos subversivos, esquiva la palabra, pero lo que dice significa lo mismo. Me recuerda a los alegatos de las defensas de los genocidas en los juicios de lesa.

No habla de la dictadura, no habla del terrorismo de Estado, no habla del genocidio, no condena las torturas, el robo de niños, los vuelos de la muerte, no repudia nada de eso, lo omite. Sólo abre juicio sobre las víctimas, esos mismos jóvenes militantes que terminaron desaparecidos poco después. Justifica la expulsión de aquellos socios del club que le resultaban indeseables, mediante la estigmatización de sus ideologías, porque en algo andaban, algo habían hecho, cantaban canciones de Violeta Parra.

Fleischer se posiciona como un adelantado, marca un antecedente en una traza de continuidad ideológica. Sus palabras expresan con claridad los conceptos de la posterior dictadura genocida, que bajo los mismos argumentos, pero con capacidad de fuerza represiva y asesina, llevó a cabo su brutal plan de exterminio.

Para concluir, como si quedara duda alguna, el ex presidente del club corrobora esta perspectiva al dar su saludo a las familias de los “supuestos desaparecidos”.

Estupefactos, nos buscamos con la mirada unos a otros, como preguntándonos ¿estoy acaso demasiado susceptible o ustedes están escuchando lo mismo que yo?

El micrófono vuelve a las autoridades actuales: “Gracias por tus palabras, David”. “No hay de qué, Johnny”. El acto prosigue como si nada, se vuelve a lo programado y se pasa a dar lectura a ese texto de Primo Levi que menciona la forma en que la sociedad alemana desarrolló una “metodología del desconocimiento”, como recurso para convivir con el horror del nazismo y sobrevivirlo. Decía algo así como: Quien no pregunta, no sabe. Quien no sabe, no conoce. Quien desconoce, no puede saber.

Me quedo pensando en cuál es la función de ese texto ahora; me pregunto si tiene algún sentido después de que el ex funcionario reconociera ya saberlo todo, de la manera obscena que lo acaba de hacer. En cuanto a lo formal, hay un territorio gris desde el cual estos dichos se manifiestan y no podemos saber hasta dónde estas palabras son individuales o siguen teniendo representación y ascendencia sobre las instituciones y la comunidad.

Quienes conocemos la historia trágica del genocidio, hemos pasado por todo tipo de experiencias y como ya sabemos: no hubo errores, no hubo excesos y el golpe de Estado de 1976 se dio con apoyo de gran parte de la sociedad.

Lo que escuchamos no es una simple digresión. Es un discurso provocativo y orgulloso, que ni siquiera tiene intención de generar debate.

En la actualización y permanencia de un discurso totalitario, arraigado en convicciones coherentes con el negacionismo, apologético de la dictadura, y colaboracionista, hay una dedicatoria, una amenaza solapada y latente, un mensaje hacia adentro de la propia colectividad y en particular hacia quienes lideran en la actualidad las instituciones judías, que tendrán que enfrentar el dilema de posicionarse, ya sea dando su respaldo, repudio, o callando sobre lo expuesto por Fleischer.

Ninguno de los presentes esperaba un discurso tan grave como honesto. Nos siento dolidos, confundidos, tibios y leves. Cuesta reaccionar.

No logro retener ni una sola palabra de Amos Linetzky, presidente ortodoxo de la AMIA. Perdón Amos, no sos vos, soy yo que necesito un intervalo, una pausa, un respiro después de lo ocurrido, estoy consternada, mi cabeza está bloqueada buscando respuestas, queriendo entender lo que acaba de pasar.

Minutos antes de salir al pasillo a rezar el Kadish y descubrir la placa conmemorativa con los nombres de Darío Bedne, Daniel Gluj, Alberto Jamilis, Gregorio Nachman, Alicia Raboy, Patricia Roisinblit, Mirta Schwalb, Gerardo Strejilevich, Betina Tarnopolsky, Sergio Tarnopolsky, Hugo Tarnopolsky y Blanca Edelberg de Tarnopolsky, se abre el micrófono, se ofrece la oportunidad a los familiares que quisieran decir algo. Vamos en avalancha. Hablamos Edu Nachman, Javier Bedne, Nora Strejilevich y yo.

 

Eduardo Nachman se hizo oír en Hebraica.

 

Con el cuerpo todavía tembloroso y el corazón al galope intento una especie de abucheo civilizado. Atino a decir que la identidad judía es plural, diversa y revolucionaria, que el judaísmo es también Guevarista, Marxista y Peronista de izquierda. Lamento escuchar que se “mandó a decapitar” el departamento de jóvenes. ¿Cómo algo tan pesado puede ser dicho con tal liviandad?

Esos jóvenes fueron desamparados como socios y como ciudadanos, por tener participación política, por defender ideas distintas, de izquierda. Es terrible que hayan sido segregados de un lugar de pertenencia, el club que tanto amaban. Ellos eran los hijos y las hijas de los socios fundadores, eran nuestros familiares, son nuestros desaparecidos y desaparecidas, son las personas que hoy nos reunimos a homenajear.

 

La autora, durante su intervención.

 

Los nazis quitaron la nacionalidad alemana a todos los judíos, en la pretensión de crear un “ser parcial nacional”, una otredad descategorizada, sin derechos, una sub humanidad, una nuda vida que se pudiera despojar, perseguir, torturar y matar, porque ya no era un igual y entonces no valía nada.

Las personas que participamos del homenaje sabemos que no puede destrozarse la identidad argentino-judía. No existe el ser parcial, no existe el mal judío, ni un ser judío único, no existe tal homogeneidad.

Como si la propia historia no valiera de nada. ¿No tenemos acaso un pasado de luchas y de resistencia ante toda adversidad? ¿Es posible olvidar siglos y siglos de experiencia, destierros, persecuciones externas y exterminios?

Mientras hablo veo a los ojos de los compañeros, de los invitados, de los anfitriones y de las autoridades de todos los tiempos, presentes en el lugar. Veo a todos y a todas por igual. Veo entre toda la gente a mi tío que asiente mis palabras. Una mirada amorosa, es todo el respaldo que necesitamos, qué más. Aunque al final me olvido de hablar del equipo de vóley, el grupo de folclore, de los campamentos, las amigas, los amores, de lo fundamental que nos convoca y es vital.

 

 

 

 

* La AMIA publicó cinco días después del acto un comunicado que no menciona el discurso de Fleischer. Lautaro Brodsky llamó la atención sobre su silencio en un artículo publicado en La Retaguardia. Entonces llegó el repudio del Llamamiento Argentino Judío y más tarde de organizaciones vinculadas al sionismo socialista (Hashomer Hatzair Argentina, Meretz ArgentinaTzavta Centro ComunitarioCasa de Cultura Roza Robota y Periódico Nueva Sion) que instaron a la SHA a “tomar medidas a través de su Tribunal de Honor” y a la AMIA a “proseguir con los homenajes pero estar atentos a no callar ante voces del pasado que dañan profundamente al pueblo judío y a la sociedad en su conjunto”. Finalmente, diez días después del acto trascendió un repudio de la AMIA a las “expresiones agraviantes” de Fleischer, que publicó la agencia Télam. La SHA guarda silencio.

 

 

 

 

 

 

 

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