Paquito sigue dando pelea

Se reedita La Patria Fusilada, de Francisco Urondo, a 50 años de la Masacre de Trelew

 

El próximo 22 de agosto se van a cumplir 50 años de la Masacre de Trelew, el fusilamiento de 19 prisioneros políticos dentro de la base aeronaval Almirante Zar de dicha localidad. Un suceso terrible que hubiera quedado impune, en el olvido o el desconocimiento y que no se hubiese sabido de no ser por el relato, la reconstrucción de los hechos por parte de los tres fusilados sobrevivientes.

Si hoy conocemos lo ocurrido, si la verdad pudo exponerse a la luz y encontró alguna Justicia, fue gracias a este testimonio de los sobrevivientes, recolectado por mi viejo Paquito durante los últimas horas que pasaron en la cárcel de Villa Devoto, donde estaban aprisionados.

“Con Cámpora al gobierno, Perón al poder”, “Libertad a los presos por luchar”, fueron algunas de las principales consignas de la campaña electoral, y aquel día histórico que fue el 25 de mayo de 1973, cuando Héctor Cámpora asumió la Presidencia de la Argentina terminando con 18 años de proscripción del peronismo, la promesa se iba a hacer efectiva. Las puertas de la cárcel se abrieron y la gente, en lugar de salir corriendo, entró, y el momento tuvo sus ceremonias, liturgias y ritualidades. Hubo primero una toma del espacio, un encuentro sin candados, sin rejas, sin guardias. Entraron los familiares y los compañeros, los pabellones se mezclaron en abrazos, brindis y comidas compartidas que duraron todo el día. Sucedió un gran festejo popular antes de que todos se tomaran el olivo y dejaran la cárcel vacía. Fue en ese momento previo, cuando todo era bullicio y algarabía.

Mientras tanto, en este otro sector de la cárcel, en un pabellón vacío, dentro de una celda, en una burbuja, alejados del barullo y custodiados por compañeros para preservar la intimidad, se producía el reencuentro de los sobrevivientes: María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo René Haidar. Estaban recién salidos de los buzones, las celdas de castigo donde los tenían aislados, todavía heridos. No se habían vuelto a ver desde el momento de los disparos. Habían pasado nueve meses y tres días desde aquel 22 de agosto de 1972, día de la masacre. Era la primera vez que iban a hablar de lo ocurrido. Entre todos fueron reconstruyendo los hechos de acuerdo a lo que cada uno había vivido: el relato de la superviviencia. El contexto. Los pasos previos. La coyuntura. Mi viejo en su rol de periodista y militante ofreció un marco de contención para el desarrollo de la charla, apenas intervino para hacer unas pocas preguntas ordenadoras y asegurar que no se pierda el hilo conductor del relato, atando algún cabo suelto y cuidando que no faltase nada, que todo estuviese bien expuesto para su difusión.

Este libro es un hecho histórico inscripto dentro de otro hecho histórico.

Al finalizar el testimonio salieron de la celda y fueron llevados por una muchedumbre de compañeros, que los sacaron de la cárcel en andas. El viejo se cruzó un segundo con su mamá y su hermana, que lo habían estado buscando todo el día. Lo vieron muy flaco, pero entusiasmado. Les dio un beso y les dejó un bolso marinero con algo de ropa y un grabador que les encomendó llevar a casa con cuidado, después les dio otro beso y se fue con los compañeros, se lo llevó el pueblo.

Creo que hay una foto suya al salir de la cárcel, pero no sé dónde está. No puedo dejar de pensar en la pertenencia, en la continuidad de la historia que nos precede. Veo otra foto del momento de la liberación, Alberto, Ricardo y María Antonia llevan una ofrenda floral que dice “FAR y Montoneros”. La garganta se me contrae, me dan ganas de llorar. Ninguno de ellos logró sobrevivir la dictadura.

Sus voces, en cambio, trascienden y han sostenido esta verdad por décadas, hasta convertirse en la prueba testimonial fundamental de los crímenes, para que pudieran ser juzgados. Hoy la masacre de Trelew constituye una verdad jurídica irrefutable. Fue un crimen de lesa humanidad y un antecedente práctico del accionar de la dictadura genocida que vino después.

Frente a los discursos negacionistas que cada tanto –como hoy– rebrotan, es útil y necesario volver a las fuentes directas, tenerlas a mano, repasarlas, citarlas, conocer nuestra historia, leerla, escucharla, transmitirla, no olvidarla. Es nuestra mejor herramienta para que el terror del Estado no vuelva a repetirse nunca más. Las voces guardadas en este libro son las voces de nuestra patria fusilada, que nunca muere y sigue luchando por la verdad.

 

 

 

 

* El próximo viernes 29 de abril, a las 19, se presenta la nueva edición de La Patria Fusilada en la Librería del Fondo de Cultura Económica, Costa Rica 4568, Ciudad de Buenos Aires.

 

 

 

 

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