Pieza por pieza

A cincuenta años del golpe de Estado, Chile construye y reconstruye su memoria audiovisual

 

Cuando a finales del mes pasado se estrenó en Chile La memoria infinita nadie esperaba que un documental local pudiera, tal como sucedió, competir en taquilla contra acorazados como Barbie y Oppenheimer.

A la espera de su llegada a la Argentina, vale adelantar que la película de Maite Alberdi retrata de un modo respetuoso y conmovedor el día a día de la pareja formada por la actriz y ex ministra de Cultura Paulina Urrutia y el periodista Augusto Góngora, afectado por el mal de Alzheimer. El amor, la franqueza y la certeza de haber transitado una vida en consonancia con sus ideales hacen que Góngora (fallecido en mayo de este año) pueda sobrellevar esta enfermedad terminal en paz y con cierta alegría.

 

Paulina Urrutia y Augusto Góngora en La memoria infinita, reciente estreno de la documentalista Maite Alberdi.

 

En uno de los momentos más significativos, la película se llena de luz al recordar el trabajo de Góngora en Teleanálisis, un grupo de periodistas que, mientras Pinochet se ufanaba de que “en este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”, se las arreglaba para producir informes que luego circulaban clandestinamente entre personas y organizaciones opositoras que apenas podían asomar la cabeza. Doy fe de que algunos de ellos llegaban a la Argentina en VHS sobre copiados una y cien veces, y que para muchos chilenos o hijos de chilenos que estábamos de este lado de la cordillera eran una especie de cordón umbilical que nos mantenía en conexión política y afectiva con Chile. Hoy, parte de esos trabajos, están disponibles en las redes del Museo de la Memoria y los DDHH.

 

Imagen de presentación de Teleanálisis, un trabajo periodístico que rompió el cerco informativo de Augusto Pinochet.

 

Maite Alberti viene hace tiempo cosechando elogios y distinciones por doquier (entre ellas una reciente candidatura a un Oscar con El agente topo) y es, a todas luces, uno de los referentes de este estupendo momento por el que atraviesa el cine chileno. Pero eso no explica del todo el fenómeno que hay detrás del título La memoria infinita, con esa atronadora combinación de sustantivo y adjetivo capaz de desandar décadas de historia colectiva, estrenada justo cuando está cumplirse medio siglo del golpe de Estado. Todo me lleva a figurarme una metáfora tan obvia como inevitable. Si el Alzheimer es el enemigo biológico de la memoria, el periodismo, el diálogo franco, el arte y al fin toda creación son los contrafuegos contra la amnesia selectiva.

Hace unos cuantos años que Marcelo Morales, actual director de la Cineteca Nacional de Chile, viene haciendo un seguimiento de las películas contemporáneas que abordan el tema de la dictadura. Este ejercicio sirve para hacer un diagnóstico preciso de la latencia que sostiene en el cine el hecho que quebró en dos partes la historia reciente de Chile, como también para darle el esquinazo a esa percepción de que el cine post-dictadura se descansó en un monotemático “anti-pinochetismo”. En suma, apenas un 14 ó 15 por ciento de las cintas chilenas hechas a partir de 2001 hablan sobre la dictadura, pero lo que resulta llamativo es que en ese recorte está mucho de lo más prestigioso y de mayor resonancia internacional del cine chileno actual: Machuca (2004), No (2012), Tengo miedo torero (2020) basada en la novela de Pedro Lemebel, el multipremiado corto de animación Historia de un oso o las siempre renovadoras películas documentales de Patricio Guzmán.

Sobre estas películas (incluida la de Alberdi) se está cimentando una muy sólida memoria audiovisual, un corpus de vital importancia para nosotros y principalmente para las futuras generaciones, y que serían el único testimonio cinematográfico de los horrorosos años de la dictadura de no ser por la tarea de investigadores, emprendedores e instituciones que han encarado un valioso trabajo de recuperación del cine hecho antes y durante la dictadura, con piezas largamente silenciadas, otras que se consideraban perdidas e incluso algunas de las que poco y nada se conocía.

 

La moneda habla

Cuando se visitaba Santiago de Chile el paso obligado por el Palacio de La Moneda no podía liberarse de las imágenes y los sonidos del bombardeo de septiembre de 1973. Fueron desde entonces muchas las reconstrucciones y modificaciones por las que atravesó la sede del gobierno nacional hasta que, en enero de 2006, frente a su fachada Sur se inauguró el Centro Cultural de la Moneda, y ya son otras las sensaciones. Allí funciona la Cineteca Nacional de Chile, que en vistas de este 50 aniversario del golpe ha puesto en línea una magnífica selección de películas de ficción, documentales, cortometrajes o simples registros visuales. Abunda material rara vez visto, lo que da cuenta del sólido trabajo de recuperación y divulgación de su patrimonio cinematográfico que lleva adelante la institución.

 

La cineteca nacional de Chile, alojada en el Centro Cultural La Moneda, a metros de la sede de gobierno bombardeada en 1973.

 

Prolijamente presentada, la propuesta incluye abundantes informes hechos por la Unidad Popular que fueron resguardados en Alemania y repatriados décadas después. Hay ficciones que muy poco conocimos en la Argentina como Ya no basta con rezar (1972) de Aldo Francia y tienen su lugar películas hechas desde el exilio o en la clandestinidad durante la dictadura, como Actas de Chile (1986) de Miguel Littin y El zapato chino (1979), todo un film de culto de Cristian Sánchez. El recorrido también abarca documentales realizados ya entrados los ochenta en un Chile que empezaba a vislumbrar el fin de su etapa más oscura, destacando aquí a la magnífica Imagen latente (1983) de Pablo Perelman y los trabajos de Claudio Di Girolamo. Es tan amplia la oferta que incluso aquel ansioso de escuchar “la otra campana” podrá satisfacer sus deseos con una programación a la carta en una sección llamada La mirada de la dictadura.

 

Afiche de Ya no basta con rezar, 1972, de Aldo Francia. Film poco conocido en la Argentina que forma parte de la selección de títulos que ofrece la Cineteca de Chile.

 

Es debido destacar, entre las ficciones, la presencia de Operación Alfa (1972), película dirigida por el argentino Enrique Urteaga, acerca del atentado al General René Schneider, una conspiración que buscó desestabilizar la llegada al poder del recién electo Salvador Allende. Además de Urteaga, otros argentinos participaron de esta producción como el guionista y editor Olinto Taverna y el fotógrafo Diego Bonacina. Fueron varios los que arribaron desde este lado de la cordillera para hacer su aporte al cine chileno, en su mayoría procedentes de la Escuela de Cine de Santa Fe, atraídos por un país y una producción cinematográfica que se mostraba fervorosa. Durante mucho tiempo se creyó que Operación Alfa se había perdido para siempre, hasta que una copia fue encontrada en las bodegas del INCAA, en la Argentina.

 

Operación Alfa. Película realizada en Chile en 1972 por el argentino Enrique Urteaga. Hallada una copia en 2011 en la Argentina, hoy puesta a disposición por la Cineteca de Chile.

 

 

El modo Ruiz

Los tiempos de la Unidad Popular fueron también los de un movimiento conocido como “Nuevo cine chileno”. Puede ser que la denominación no sea nada original, mas lo que importa es que aquí dio sus primeros pasos una generación de realizadores de entre los que sobresale Raul Ruíz (1941-2011), para muchos, el cineasta más importante de la historia de Chile, sentencia respaldada por una filmografía tan personal como extensa.

Recientemente fueron recuperadas, restauradas y finalizadas dos películas que Ruíz había dejado inconclusas allá por principios de los '70: El tango del viudo y El realismo socialista. Esta última resulta de particular interés porque ubica con exactitud el lugar que ocupaba su autor en el ecosistema cultural y político de aquel Chile, un modo Ruíz que le permitía percibir las enormes complejidades que estaba por enfrentar la inédita experiencia socialista en ciernes, y que de no ser resueltas podrían derivar en un desenlace dramático.

 

Anuncio del esperado regreso de El realismo socialista, película inconclusa de Raúl Ruiz que finalmente fue terminada por su socia creativa Valeria Sarmiento.

 

Raúl Ruiz fue un magnífico observador de los diferentes actores sociales de su Chile. El realismo socialista deja entrever que aquella alianza a la que aspiraba la Unidad Popular entre la clase obrera y el mundillo intelectual (a la que pertenecía Ruíz, claramente) no iba a ser nada sencilla y, por el contrario, podía ocasionar conflictos difíciles de saldar. Al igual que en otros films como Palomita blanca (realizada en el ‘73 y recién estrenada en el ‘92) y posteriormente Diálogo de exiliados (1975) retratará a sus personajes individuales y colectivos con ternura a la vez que un humor corrosivo que no siempre fue aceptado.

El trabajoso proceso que ha devuelto a la vida a esta película que será estrenada próximamente en el Festival de San Sebastián fue llevado adelante de manera independiente por la productora audiovisual Poetastros junto a Valeria Sarmiento, compañera y socia creativa de Raúl Ruíz.

 

Por fin el mar

Felipe Montalva Peroni es realizador audiovisual, periodista y ahora, a partir de una sucesión de acontecimientos, un explorador de la historia reciente de Chile. Acaba de publicar el libro Escenas perdidas, una extensa investigación acerca de las películas realizadas por la CUT, la Central Única de Trabajadores de Chile que fue uno de los puntales sobre los que se sostenía el proyecto socialista de la Unidad Popular.

 

El libro Escenas perdidas de Felipe Montalva Peroni recupera la inédita experiencia del cine CUT, trabajadores y obreros haciendo cine.

 

“Todo empezó cuando me enteré de la muerte de Alejandro Segovia, director de un mediometraje llamado Un verano feliz (1972) del cual prácticamente no había registros y solo se sabía que era una de las producciones de la CUT. Tiempo después, su familia me contó que tenían una copia en fílmico, bastante gastada y deteriorada por el tiempo”.

Iniciado el proceso de recuperación de la cinta, la búsqueda de más información se bifurcó por otros senderos: “No solo era interesante el hallazgo de esta película en sí, sino también la experiencia única de las películas de la CUT y el tema que abordaba Un verano feliz, que era el de los balnearios populares de la época de Allende”.

Fueron 16 los balnearios montados durante el gobierno socialista para promover el turismo popular. Para entender la importancia de esta medida, valga decir que en un país delineado en toda su extensión por el océano y la montaña, la mayoría de los trabajadores no había disfrutado nunca del mar. El cortometraje de Segovia transcurre en Rocas de Santo Domingo, departamento de San Antonio, al sur de Valparaíso, y da cuenta de la experiencia vacacional de varias familias obreras, todo contado por un trabajador textil. “Lo que resulta inédito en la historia del cine chileno es el rol central de los trabajadores, no solo porque son la voz e imagen de la película sino porque esta, al igual que todas las producciones de la CUT (se estima que fueron cerca de 15) fueron hechas por otros trabajadores, es decir, no por cineastas profesionales”, señala Montalva.

 

El obrero Samoel Villarroel, protagonista de Un verano feliz, rodeado de niños rumbo al mar.

 

Segovia trabajaba como chofer, Un verano feliz era su película y seguramente por eso la guardó celosamente con todo el riesgo que esto suponía. “Creo que la preservó para mostrarla, toda una temeridad, algo que no hicieron sus colegas tal vez por desinterés pero seguramente por temor. Tener en su poder material como éste era casi una sentencia de muerte”. Con la llegada de la democracia Segovia llegó a proyectar su película entre amigos y conocidos, hasta que su reciente restauración la puso frente a los ojos de muchísimos más espectadores que en el momento de su realización, esas deliciosas paradojas que nos trae el ejercicio de la memoria.

No conforme con la restauración del cortometraje y la publicación del libro, Felipe Montalva Peroni realizó una serie de cortos documentales acerca del destino los balnearios populares como el que aparece en Un verano feliz y sobre el aterrador uso que tuvieron apenas consumado el golpe. “Algunos pasaron a ser villas de vacaciones exclusivas para los militares. Otros están en ruinas y alguno que otro se ha recuperado como sitios de memoria. El de Santo Domingo, en donde se filmó la película, fue utilizado como centro de detención y de entrenamiento de la DINA” (la policía secreta de Pinochet). El pasado 15 de mayo, a las puertas del cincuenta aniversario del golpe, aquel balneario en donde Segovia filmó su única película ha sido al fin restituido como sitio de la memoria.

Cierro este resumen citando a Patricio Guzmán, ese constante y lúcido indagador de la historia chilena reciente. Sobre el final de su demoledora Chile, la memoria obstinada (1997) uno de sus entrevistados, un experimentado profesor que tuvo un rol activo durante el gobierno de Allende, dice a cámara: “Debemos asumir la tarea de constituirnos en imágenes vivientes”. De eso se trata esta construcción y reconstrucción, película por película, pieza por pieza, para las generaciones que nos sucederán. Desde la Memoria obstinada de Patricio a la Memoria infinita de Maite… esa memoria infatigable.

 

 

 

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