Qué pensamos sobre la inflación

Mejor sentar las bases para una elevación del nivel de vida de los trabajadores

 

En El Cohete ya comentamos las características generales de un plan de estabilización en el que están trabajando Sergio Massa y Roberto Lavagna, y repasamos el trasfondo de las tensiones políticas y sociales con las que tendrá que lidiar el gobierno. Una gran dificultad caracteriza al contexto político actual: se demanda una modificación en las condiciones de vida, y la disposición de elementos intelectuales y capacidades técnicas o prácticas que se necesitan para concebirla es incierta.

Este es el centro de la cuestión en la elaboración de un plan de estabilización, que puede concluir en una agudización de los conflictos que se supone que las coaliciones políticas tienen la tarea de resolver. Tal desenlace no es ajeno a la historia argentina. Constituyó el fracaso de un ciclo de política económica que comenzó con el Plan Austral en 1985 y finalizó en el colapso de la convertibilidad en 2001.

El que la convertibilidad fuese una criatura de un gobierno peronista que le explotó a un gobierno radical no hace a la cuestión. El punto es que el bi-partidismo hizo crisis por adoptar una orientación común, tendiente a degradar la condición de la población argentina, hasta costarle la gravitación política a sus dos participantes: el radicalismo continuó como socio menor en diferentes coaliciones, mientras que el peronismo re-emergió gracias al cambio de orientación que produjo el kirchnerismo. Los radicales, salvo excepciones, se alinearon cada vez más a la derecha, y los peronistas de la vieja usanza se des-identificaron del kirchnerismo con posiciones paulatinamente más reaccionarias, haciendo evidente su descontento con los gobiernos del período 2003-2015.

Esta idiosincrasia política viene acompañada, como es inevitable, de un elemento ideológico. En tanto no se ponga en juego la primera, permanece la segunda, porque los sectores progresistas de la sociedad argentina, que existen y tienen mecanismos de manifestación de una envergadura considerable, no tienen una representación que les permita encabezar el proceso de determinación del poder. Sabiendo esto, pasemos a examinar algunas de las ideas que rondan en el espacio sobre cómo responder a la inflación.

 

“Ancla”

A raíz de la persistencia de altas tasas de inflación desde finales de la primera década de los 2000, esta se volvió una preocupación entre los economistas, particularmente los que desenvuelven una actividad académica en ambientes en los cuales se adhiere a teorías convencionales. Una conclusión común es que cualquier plan requiere de un “ancla”, lo que significa que algún componente determinante del nivel de precios tiene que mantenerse con una variación baja o nula para mitigar —“anclar”— la variación del conjunto. Las anclas suelen ser tres: los salarios, el tipo de cambio y las tarifas de los servicios públicos, especialmente de energía.

En un trabajo reciente de Gabriel Palazzo, Martín Rapetti y Joaquín Waldman, que adquirió mucha notoriedad desde su publicación, se constata que los planes de estabilización no cumplen con sus objetivos en la mayor parte de los casos. De 50 casos que se analizan, comprendidos entre 1970 y la actualidad, 31 (el 62 %) resultaron en un fracaso. Lo que significa que no condujeron a que la tasa de inflación disminuyese sostenidamente una vez que se puso en práctica el plan.

Los autores señalan que el tipo de ancla no es determinante de la probabilidad de éxito del plan en el largo plazo. De los 11 casos que tuvieron este resultado, seis se basaron en anclas cambiarias, y cinco en otras, siendo la proporción relativamente similar. Sin embargo, entre los ocho que tuvieron éxitos de corto plazo, el ancla cambiaria fue más relevante, estando presente en siete de estos. En conjunto, de los datos que presentan, 28 tuvieron anclas cambiarias y 22 de otro tipo.

Algo que llama la atención es que, más allá de la presentación del tipo de cambio como una opción posible entre otras similares, en el trabajo se remarca que los planes de estabilización tienden a funcionar cuando el sector externo se encuentra en situación de solidez. Es decir, que el país que lo desenvuelve no atraviesa un déficit crónico de la cuenta corriente. Se señala que “los casos exitosos exhiben un superávit de cuenta corriente —promedio— en el trimestre de lanzamiento del plan y los tres trimestres previos de un 1,9 % del PBI”.

En realidad, la estabilidad del tipo de cambio no es una opción para la estabilidad del nivel de precios, sino una necesidad. Los países para los cuales se utilizan estos planes no tienen solamente la finalidad de corregir los precios, sino también la de adecuar su situación macroeconómica, muchas veces reduciendo su nivel de actividad. La devaluación del tipo de cambio y la “austeridad fiscal” se utilizan para contraer una economía con déficit de balanza de pagos, reduciendo la capacidad de compra de la población, en el primer caso mediante el efecto que tiene la inflación sobre los ingresos y en el segundo de manera directa.

 

 

Alternativas posibles

La Argentina, más allá de las circunstancias que afectan a su comercio exterior en este año, no se encuentra en una situación estructural de déficit de balanza de pagos, en el sentido de que el nivel de actividad, por ahora, no presenta una tendencia al déficit comercial que dé lugar a un ciclo recesivo. Lo que ocurre en el presente se podría considerar, desde este punto de vista, un fenómeno de corto plazo. Una vez concluido este, el problema pasa a ser restablecer el nivel de precios y la distribución del ingreso, situaciones requeridas para la estabilidad política.

Algunos economistas consideran la aplicación de soluciones que pusieron en práctica otros países en situaciones semejantes. Un caso de estudio es el “Milagro Israelí”, que resultó de un plan con el que Israel redujo la tasa de inflación del 500 % a valores entre el 18 % y el 20 % a mediados de la década de 1980, y se puso de moda para comentar en nuestro país.

Además de comprometerse a disminuir el gasto público y renunciar al financiamiento monetario del déficit fiscal, el gobierno israelí tomó cuatro determinaciones: se devaluó la moneda; se incrementaron las tarifas de los servicios públicos y los salarios; se acordó un compromiso con las empresas para que no eleven los precios, y se establecieron todos estos valores (el tipo de cambio, las tarifas, los salarios y los precios) por un periodo de seis meses en los que permanecieron sin modificarse. Una propuesta de características análogas fue recomendada para la Argentina el año pasado por el economista Emmanuel Álvarez Agis.

Otro esquema es el del Plan Real, que puso en marcha en Brasil el gobierno de Itamar Franco en junio 1993, cuando la gestión de la economía se encontraba a cargo de Fernando Henrique Cardoso. La tasa de inflación pasó del 17 % en 1992 al 7,4 % en 1993. Consistió en instaurar una “Unidad Real de Valor” que mantenía una paridad con la cotización del dólar. Se la utilizó como referencia para la determinación de contratos, tarifas, salarios y precios. En julio de 1994 se reemplazó al cruzeiro, la moneda nacional brasileña, por el real, equivalente a 2750 cruzeiros. Luego de que el nivel de precios se incrementara en un 43,1 % durante el primer semestre de ese año, la tasa de inflación se redujo paulatinamente hasta llegar al 0 % en 1996.

 

 

Preparar una respuesta

Sin embargo, si nos detenemos a examinar los planes comentados, además de asemejarse a herramientas conocidas (el real a la convertibilidad y el “milagro” al austral, con la diferencia de que se le dio una duración de seis meses), no resuelven lo que se planteó al principio. Suponiendo que efectivamente la tasa de inflación cae, el problema latente es el de una expectativa sobre el nivel de vida, que ciertamente no es la que prima en Brasil, ni en Israel, ni en buena parte del resto de los países subdesarrollados, para cuyos dirigentes las formas de movilización de la clase trabajadora nacional pueden resultar sorprendentes, o simplemente inimaginables.

“Estabilización” suele significar estabilización de las condiciones económicas, que se asocian con un determinado conjunto de condiciones sociales. No es lo mismo que referirse a cierta estabilidad de precios mientras las condiciones socio-económicas atraviesan modificaciones. Una vez que el plan de estabilización desacelere el avance de los precios, emerge el interés por recuperar la condición del nivel de vida que se degradó.

La dirigencia argentina tiene que preparar una respuesta para afrontar una elevación sostenida de los salarios, evitando al mismo tiempo que se eleven las tensiones inflacionarias. La responsabilidad de desarrollarla debe recaer sobre un sector comprometido orgánicamente con los intereses de los trabajadores, que pueda proponerse transformar la situación nacional sin caer ni en la ideología imperante, refractaria a las acciones que se orienten directamente a este fin, ni en lugares comunes que busquen el origen de la inflación en conductas perversas de quienes establecen los precios finales y recurran a soluciones que carecen de sustento teórico y técnico.

 

 

 

 

 

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