Rebeldía en disputa

Voto joven, programas de empleo y batalla cultural

 

La campaña desagregó cifras y tomó nota de una de las peores condiciones de desempleo: la de los jóvenes argentinos, que trepa al 21%, el doble de la media nacional. Sin considerar las enormes dificultades de empleabilidad del colectivo LGBT+, la combinación joven + mujer es aún peor: registra una tasa del 26%.

Si bien ya era una preocupación para el gabinete económico del Frente de Todos y el Presidente en particular –ya que en el segundo trimestre de 2020 la desocupación juvenil había alcanzado un 26%–, el cruce de coyuntura entre la campaña para las PASO y el informe técnico del INDEC sobre el mercado de trabajo correspondiente al primer trimestre 2021 sumó un eje de campaña asociado a la vacunación para “recuperar de la vida que queremos” a la promoción del empleo juvenil y la captación del potencial de rebeldía que supo encauzarse mayoritariamente en la militancia kirchnerista o en el archipiélago de izquierda no peronista, hoy a disposición de libertarios y neofascistas.

La pesadísima herencia macrista –no relatada por decisión presidencial–, las complicaciones que le impuso la pandemia y algunas contramarchas en la gestión que condicionaron el cumplimiento del contrato electoral que había entusiasmado a su base juvenil (incluso considerando el aborto legal como promesa saldada), desgastaron la épica transformadora del Presidente y la coalición de gobierno. Incluso con Cristina como armadora y Vicepresidenta, nadie que no tuviese entre 16 y 20 años y estuviese apenas alfabetizado políticamente esperaba una revolución, pero sí un cambio de rumbo progresista que se reflejara en los principales indicadores socio económicos, que el macrismo había llevado a niveles de espanto y en tiempo récord.

En una entrevista publicada por El Cohete a la Luna, cuando aún no había sido ungido candidato a Presidente, Alberto sostuvo que “los revolucionarios enfrentan la realidad que quieren cambiar y tiran casi todo lo disponible por la ventana, los reformistas la cambian utilizando los elementos con los que cuentan y con las reglas establecidas. Pero todos deben operar sobre la realidad, con los elementos disponibles en la realidad; cuando dejás de ver la realidad dejás de hacer política… Harás otra cosa, pero política no”.

 

En 2019, 7 de cada 10 jóvenes votaron a Fernández & Fernández. ¿Podrá el FdT repetir esa cifra? Foto: Presidencia.

 

 

Pese a quienes lo tildan de socialdemócrata o radical encubierto, de inspirarse más en Alfonsín, Bob Dylan o Litto Nebbia que en Perón, el Presidente es un peronista pragmático que no se define como revolucionario pero que siente el desgaste y las estrecheces de dos años de gestión para reducir daños. Ante 20.000 jóvenes de todo el país se animó con una frase que corrige la imagen que sus asesores captan pero también es una notable atajada: “Tengo un gen revolucionario que nunca se apagó, mi vocación revolucionaria de joven la sigo manteniendo viva”. Lo de superar a Cristina en materia de inclusión y transformaciones va a ser complejo en dos años, incluso haciendo una gran PASO, pues se trata de empardar ocho años en donde se registraron las mejores condiciones de empleo e inclusión, pero algo puede hacerse con la tasa de desempleo juvenil, que en el cuarto trimestre de 2015 estaba en 17%, casi 10 puntos menos que en la actualidad.

 

 

 

¿Cuántos son? ¿Qué piensan? ¿Qué van a votar?

La Cámara Nacional Electoral incorporó 900.000 jóvenes de 16 y 17 años al padrón nacional para las PASO, que representan un 2,51% de los votos en disputa, para una elección que consultores y fuentes gubernamentales consideran “cerrada, con márgenes estrechos” respecto de la de 2019, con la sola excepción de la Provincia de Buenos Aires.

En el padrón de estas PASO, la Provincia de Buenos Aires posee la mayor cantidad de electores en la franja etaria de 16 a 17 años, con 333.342 (169.847 hombres y 163.495 mujeres), seguida de Córdoba con 72.459 (36.777 y 35.682 respectivamente) y Santa Fe con 63.022 (32.075 y 30.947). El total de la población juvenil supera la cantidad de electores plenos de 12 provincias.

Pero más allá de los fríos cálculos electorales cuantitativos (a veces la estadística es un vicio de los insensibles o de la mala política), se trata de un sector que suele ser identificado como “el futuro” no sólo del mercado laboral sino de la sociedad argentina en general y que representa –por sus valores, ideología y por qué no el producto de su trabajo– la esperanza de renovación ética y moral de la política para combatir la antipolítica, para mantener viva la herramienta organizativa y de gestión más importante –sino la única– que tienen los pueblos para mejorar su presente, para forjar su futuro.

El gobierno apunta decididamente a conjurar dos fantasmas que han sido concretamente testeados y tienen algunos libros recién salidos de imprenta que les dan cuerpo: el impacto económico y emocional de la pandemia sobre un sector que fue un activo indudable de la fuerza que aún conduce Cristina, y la fuga de millennials y centennials hacia formulaciones teóricas “libertarias”, que desprecian la política, las regulaciones estatales, las evidencias científicas y la rigurosidad argumental (los discursos complejos los agobian, los des-erotizan), que se definen como antiprogresistas, islamofóbicos, antisemitas, ecologistas y hasta diverses, como en el caso del conservadurismo gay norteamericano.

Las condiciones para que semejantes formulaciones teórico-políticas echen raíces en el presente se tornaron mucho más favorables con los efectos de la pandemia, más allá del “fracaso” de los populismos latinoamericanos, de las socialdemocracias europeas y los aciertos del marketing cultural de las derechas delirantes –y por eso frescas, dinámicas, espontáneas– que con tal de demoler el estado de bienestar capitalista son capaces de decir, postear, tweetear, memear o trollear cualquier cosa, incluso exactamente lo contrario de lo que sostuvieron una semana antes.

El progresismo, o más bien los relatos transformadores o revolucionarios tradicionales, se compraron y han leído a conciencia el muy buen ensayo de Pablo Stefanoni denominado La rebeldía se volvió de derecha, pero sabe que tiene problemas para enfrentar con la lógica y los valores tradicionales (datos y argumentos imbricados y coherentes, solidaridad social, empatía cultural, la patria es el otre) las chicanas como piedrazos del libertarismo al estilo “defensa de los derechos heterosexuales ante la dictadura feminista”, “la tierra para el que pueda pagarla” o “por una sociedad de individuos libres y sin Estado”, poniendo la Constitución Nacional a equilibrar la pata de una mesa en falsa escuadra con tal de que no moleste.

El hecho es que regalarle a ideologías premodernas y hasta precapitalistas las energías renovables de una juventud indispensable para recuperar el mercado productivo y resignificar la democracia en la pospandemia resulta inaceptable. Regalar un millón de votos –ni uno es admisible– no es de fuerzas con vocación hegemónica, y el gobierno ha implementado los planes Argentina Programa y Te Sumo, que se agregan al Progresar, Potenciar Inclusión Joven y las Becas Manuel Belgrano. También incorporó dos embates al estilo Alberto Fernández (primero se avisa, luego se miden correlaciones de fuerzas y finalmente se trata de implementar): una discusión a corto plazo para legalizar la tenencia y consumo de marihuana y la de declarar a internet como “servicio público”. Esto último debería ser revisado pues el Presidente omite que ya lo intentó a través del Decreto 690/20 (retomando el texto de la Ley 17.078 “Argentina Digital” promulgada por Cristina) y fue inertizado por un fallo de cámara y posterior cajoneo de la Corte Suprema de Justicia de Clase que preside un ex asesor letrado y operador del Grupo Clarín. Alcanza con exigir a la Corte –¡horror republicano!– que se expida para que no suponga otra derrota incómoda para un reformista o un revolucionario.

 

 

Juventud divina reserva, tesoro flexible

Hilando fino en el último informe trimestral del INDEC pueden encontrarse datos que nos recuerdan que si bien el quid es tener trabajo o no tenerlo, no cualquier empleo dignifica; que las condiciones, el régimen laboral y el salario muchas veces configuran situaciones de explotación laboral que desplazan contrataciones más estables y sujetas a derecho. El dato que surge relevando 31 aglomerados en el país a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) es que 750.000 jóvenes de entre 18 y 30 años trabajan más de 45 horas semanales (representan el 25% de los que tienen laburo), mientras la desocupación en esa franja etaria supera el 20% y crece la subocupación, es decir la cantidad de jóvenes que trabajan menos de 35 horas semanales con sueldos que no superan los 22.000 pesos y en muchos casos son precarios, sin vacaciones pagas, aguinaldo, obra social, aportes jubilatorios, licencias por enfermedad ni ART.

 

Ser joven y mujer es una combinación desafortunada en el mercado laboral argentino, con una tasa de desocupación del 12,3%, casi cuatro puntos por encima de los varones y dos por sobre la media nacional. Foto: MTEySS.

 

 

En cuanto a la formalidad, en la Argentina la cantidad de trabajadores precarizados alcanza al 34%, pero si consideramos solamente a los trabajadores jóvenes el número se eleva al 51% en la franja de 18-30 años y al 60% en la de 18-24 años; es decir que 6 de cada 10 jóvenes que trabajan lo hacen en condiciones abiertamente violatorias de la legislación vigente o encubiertas por modalidades flexibles de empleo y por salarios que los sitúan por debajo de la línea de pobreza. (La población de 15 a 29 años, con un 49,6% de pobres, se sitúa nueve puntos por encima de la media nacional.)

Pero si además afinamos los datos utilizando la variable de género, nos encontramos con que ser joven y mujer –hasta que no haya estadísticas fiables sobre la condición joven y trans, joven y lesbiana o joven y no binario– representa una combinación que carga con las peores cifras de desocupación para el primer trimestre del año y para la franja etaria de 14 a 29 años (24,9% contra un 8,5% de los varones) y subocupación (24% contra 16,5% de la media nacional).

Sin sembrar pánico y conscientes del infierno del que venimos, la realidad es mucho más dramática que las cifras que conforman el “resumen ejecutivo”: nos estamos jugando la patria que no es el campo, el sustento y la felicidad de millones de niños (que dolorosamente también trabajan pero no están en las cifras que aludimos) y jóvenes que pueden no ser el futuro que los incluya a todes y por lo tanto una anti-utopía libertaria. Sin una recuperación macroeconómica no habrá planes ni programas que alcancen a mover el amperímetro que el gobierno focaliza en plena campaña y que más debiera importar.

 

 

 

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